Barón de Idem

Dadas las dificultades apreciadas para entrar en mi otro blog "Barón de Idem", éste otro viene a sustituirlo reuniendo la totalidad de los capítulos de la primera parte de esta historia.

viernes, 12 de febrero de 2010

Mejor con dos (2)

Capítulo X
En cuanto puse el pie en mi apartamento me sentí solo, pero a tales horas de la noche ni era prudente telefonear a casa de Gonzalo ni tenía la mente para salir de copas, ni mucho menos para buscar nuevas compañías. El cuerpo me pedía sexo y recurrir a la masturbación en solitario me producía una repugnante frustración. Di vueltas por la casa como un león enjaulado y casi desesperado llamé a Paco. Oí varias veces la señal de llamada sin que el muchacho respondiese, y cuando iba a colgar sonó su voz somnolienta al otro lado del auricular.

"¿Diga?"
"Paco, soy yo"
"¡Adrián!"
"Sí.... ¿Cómo estás mi amor?"
"Bien... Bueno. Solo. Y a veces desesperado por estar contigo"
"Yo lo estoy ahora"
"¿Qué te pasa?"
"Necesitaba oírte. Al menos oírte, ya que no puedo besarte y tocarte ahora mismo"
"Yo también lo necesito, pero me has asustado. No esperaba tu llamada a estas horas"
"Acabo de llegar a Madrid"
"¿Dónde fuiste?"
"A Galicia con mi madre... A ver a mi abuelo que está algo pachucho"
"¿Es muy mayor?"
"Sí... Y también muy quejica"
"¿Y que tal está?"
"Bien"
"Nunca me habías hablado de tu familia"
"No. Hasta ahora no"
"En realidad sé poco sobre ti... Tú conoces mi vida, pero de ti no sé casi nada... Solamente que eres Abogado y vives en Madrid"
"Ya te contaré el resto"
"Y que estás muy bueno y te quiero"
"Y yo a ti mi amor"
"No puedes imaginarte como te quiero Adrián"
"Ya lo sé Paco... Ya lo sé"
"¡Y me encanta como follas!"
"A mi me enloquece hacértelo... Creo que tienes el cuerpo más bonito que he visto en mi vida. ¡Y sobre todo el culo!"
"Es todo tuyo"
"Te lo destrozaría ahora mismo"
"Si me lo destrozas, luego te quedas sin él"
"No creo que haya peligro"
"Ya sabes que tienes que tratarlo como se merece"
"¿Y cómo se merece que lo trate?"
"¡Follándomelo hasta que me hagas gritar de gusto!"
"¡Hostias Paco!. ¡Que estoy muy salido esta noche!"
"Yo estoy salido desde que me la metiste la primera vez"
"¿Tanto te gustó?"
"No sé bien si fue eso lo que me gustó, o si eres tú quien me volvió loco. El caso es que me corro sólo con pensarlo y sin tocármela"
"¿Te has corrido esta noche?"
"No. Pero ahora mismo está que babea"
"¿La tienes muy gorda?"
"¡Me revienta!"
"¿Estás desnudo?"
"Sí... ¿Y tú?"
"También"
"Estoy boca abajo esperando que me des por el culo y suelte toda la leche que me hincha los huevos hasta sentir dolor"
"¡Paco!... Vas a hacer que me corra. ¡Joder!"
"Dentro de mí.... Quiero que lo hagas dentro de mí"
"¡Esta noche te llenaría hasta que te saliese por los ojos!"
"¡Mi amor!... ¡No puedo más!... ¡Me voy a correr!"
"¡Córrete!... ¡Córrete, hostia!... ¡La leche!... ¡Me va a estallar la polla!"
"¡Sí!... ¡Ah!... ¡Sí, sí, sí, ...!"
"¡Toma mi amor, toma!... ¡Ah.... Ummmmmm..!
Se hizo un silencio y nuevamente la voz de Paco besó mi oído.
"Te quiero Adrián... ¡Bésame por favor!"
"Te quiero Paco.... Y te beso hasta empaparme de ti"
"Ahora creo que dormiré más tranquilo"
"Y no también mi niño"
"Me gusta que me llames así"
"Eres mi niño y lo serás siempre"
"Un beso"
"Un beso y buenas noches"
"Buenas noches"

Estaba pringado hasta el pecho, pero me había quedado tranquilo por esa noche. Y el lunes no tuve que esperar mucho tiempo para oír a Gonzalo, ya que fue él quien me llamó al banco antes de las once para saber si ya estaba en Madrid, y también para interesarse por la salud de mi abuelo. El chico es muy educado y da gusto con él. Es un verdadero encanto.

Me contó que estuvo todo el fin de semana estudiando y que estaba que vertía por estar conmigo. A mí me pasaba tres cuartos de lo mismo, y le dije que teníamos que vernos sin falta esa misma tarde y que viniese a mi casa en cuanto terminase de comer.

Procuré llegar a casa lo antes posible, y antes que llegase Gonzalo llamé a Paco para escuchar su voz diciéndome cosas tiernas llenas de amor y sexo como él sabe decir. Cuanto más hablaba con él, más acuciante era que fuese a verle y aclarase de una vez el angustioso lío que ya me resultaba demasiado embarazoso. Luego hice tiempo ordenando mis cosas, que las tenía manga por hombro con tanto trajín, y seguí dándole vueltas a la idea de ir a Ibiza. Unas veces viendo claro que debía ir cuanto antes, y otras intentando justificar que sería mejor no precipitarme. Sólo unos minutos antes de que llegase Gonzalo conseguí tomar una decisión al respecto. Me iría a la isla al siguiente fin de semana. Concretamente el viernes. Y de ese modo se habrían acabado los quebraderos de cabeza. O se arreglaba todo, o todo se jodía. Era mucho mejor no confiar en los términos medios, puesto que había llegado a una situación en la que no podía ser proclive a las medias tintas. Por ello, dedicaría otra semana a Gonzalo. Y luego, al final de la misma, me las vería con Paco.

Gonzalo entró sonriente haciéndome bromas sin tan siquiera cerrar la puerta. Nada más llegar pretendía que nos acostásemos, pero retuve su ímpetu haciéndole algunas gracias e invitándole a café. Que nadie piense que no me apetecía o que le estaba dando largas. No. ¡Para nada!. Lo que ocurre es que así, sin preámbulos y no tratándose de una situación cargada de morbo, me parece un poco fuerte eso de llegar y besar el santo. Creo que cuanto más se desean las cosas, más tranquilamente hay que tomarlas. Se aprecian más y se saborean mucho mejor. Como con los bombones, que si los engulles de golpe no sólo te empachas sino que con toda seguridad acabas aborreciéndolos. De todas formas tanto mi continencia como la suya duraron poco, y antes de decir amén ya estábamos en la cama, tal y como vinimos al mundo, enzarzándonos en el fragor del desfogue de nuestra calentura arrebatados hasta el delirio. Sencillamente estábamos en franca y abierta aptitud de jodernos vivos.

Una vez más fue mío, y quise ser suyo también volviendo a sentir el escozor del agudo aguijonazo de su placer. Comulgamos al unísono y con lujuria la libido hasta derramar la última esencia de nuestro cuerpo. Al irse la luz del día, el sol nos dejó aún en la cama retozando como lobeznos que empiezan a conocer el celo.

Gonzalo no quiso pasar la noche conmigo y se fue muy tarde. Me dijo que no podía quedarse a dormir en mi casa porque tenía que estudiar e ir temprano a sus clases. Pero yo sabía que esa no era la verdadera razón. El auténtico motivo surgió cuando le dije que el fin de semana estaría con el otro. Esa fue la única razón de su marcha. Al decírselo no abrió la boca, pero en sus ojos leí su disgusto. Razoné con él la lógica de tal viaje, pero lo comían por dentro los celos. Admitió entenderlo, y ni siquiera insinuó que no fuese. Sin embargo, su actitud giró ciento ochenta grados sobre su eje, y durante el resto de aquella penosa semana no volví a verlo. Si le llamaba, estaba muy ocupado con las clases o el baloncesto. Y cuando llamaba él, era para decirme que no podíamos vernos porque tenía exámenes. ¡Me dio caña a tope!. Me puteó hasta que se cansó, y el viernes me llamó al banco para desearme un buen viaje. En definitiva quería joderme y el muy cabrón me jodió cuanto quiso. Y tampoco podía culparlo de ello, ya que él me quería sólo a mí, y en compensación debía repartir mi corazón con otro tío que ni siquiera conocía. Estaba claro que desde que conoció la existencia de Paco, su intención fue reconquistarme absolutamente sólo para sí, y ahora se veía fracasado y derrotado por otro que aún estando ausente lo había vencido en todos los campos. Al menos eso era lo que él creyó entonces. ¿Y cómo convencerlo de lo contrario dadas las circunstancias?. Claro que Paco no lo había vencido. En ningún campo, además. Dentro de mi corazón no había lucha ni competición entre ellos. No podía darse tal cosa. Como ya dije, los necesitaba a los dos por ser distintos pero complementarios para mí. Dos críos maravillosos, extremadamente guapos, que sabían darme lo mejor que podía haber dentro de ellos y conseguir que aflorase lo bueno de mí mismo. Sin duda estaba enamorada de ambos y no podría ser feliz sin los dos. Nadie vencía a nadie. Y si había algún vencido no era ninguno de los dos. En último caso, ellos me habían vencido a mí.

Telefoneé a Gonzalo desde Barajas, y por muchos esfuerzos que sin duda hizo, mal pudo disimular las lágrimas en su garganta, dejándome deshecho en mierda. Su dolor me torturaba más que mi sufrimiento. ¿Pero cómo era posible que mereciese tanto castigo mi anterior cinismo?. Durante años cerré el paso al amor, y cuando empezaba a convencerme de su inexistencia, el destino, burlándose de mí con cruel ensañamiento, me desmentía en mi creencia dándome motivo para dos pasiones, pero ambas al mismo tiempo. Con lo cual, seguramente ya había perdido a uno y posiblemente estaría a punto de perder también al otro. Durante el vuelo recapacité sobre ello, y definitivamente me percaté de lo mucho que quería y necesitaba a Gonzalo, así como de lo crudo que me resultaría estar sin él. Aunque nada más fuese por el hecho de darme lo que nadie pudo ni supo hacer hasta que lo conocí a él.

Al aterrizar en la isla, Paco me esperaba en el aeropuerto y nada más verme vino hacia mí lanzándoseme al cuello como el niño perdido que recupera a su madre. Nos dimos un fuerte abrazo y un beso más que de amigos, y agarrado a mi brazo me chorreaba un torrente de pequeñas cosas de su vida diaria y de la tienda donde trabajaba.

Yo necesitaba beber algo y le sugerí que nos sentásemos en la cafetería. Y tan pronto recuperó la calma me dijo:

"Hice la prueba y estoy limpio"
"Yo también.... En la última revisión seguía sin novedad". Le contesté. Y añadí: "En cualquier caso tampoco hubiese sido un problema insalvable lo contrario"
"Ya. Pero quería estar seguro de no ser un riesgo para ti"
"¡No digas tonterías!.... Me parece bien que la hayas hecho por tu propia seguridad, igual que la hago yo. Pero mi amor nada tiene que ver con tu salud"
"Lo sé. El mío tampoco, pero quiero que me lo hagas sin nada. A pelo. Jamás lo hice y quiero que tú seas el primero.... ¡Y ojalá el único!"
"Lo haremos si eso es lo que quieres... ¡Y ya verás como te lo haré!"

Yo no podía decirle que él sería el primero para mí, porque ya venía haciéndolo con Gonzalo. Este había sido el primero para mí, a excepción de Borja (pero esos eran otros tiempos), y yo el suyo. A gonzalo le había dicho desde el principio que me hacía dos revisiones al año y que hasta la fecha era seronegativo. Considero que siempre es mejor saber estas cosas. Y si no tienes nada, mejor que mejor. Pero si te toca la china puedes poner remedio a tiempo y no dejar que la cosa pase a mayores. Por eso convencí a Gonzalo para que también la hiciese y, como era de esperar dadas sus pocas experiencias y que siempre había tomado sus precauciones usando preservativo, dio negativo. A partir de ese momento pudimos penetrarnos con libertad, responsabilizándonos de no hacer lo mismo con ningún otro, naturalmente. Y la idea de hacerlo también con Paco me fascinó, aumentando todavía más mis ganas de follarlo nuevamente. Y, en consecuencia, apuramos la consumición y cogimos un taxi para ir rápidamente a su apartamento. El piso era un pequeño estudio, bastante luminoso y alegremente decorado, situado en la parte antigua de la ciudad. Nada más entrar, Paco me enganchó y nos besamos la boca perdiendo la respiración. Sin despegar los labios, desabroché su pantalón, haciendo lo mismo con el mío, y girándolo bruscamente lo doblé sobre una mesa, separé sus piernas y le escupí en el ano metiéndosela de golpe. Su quejido fue tan sincero como el placer que sintió con la violencia de mi empuje. Lo agarré por el pelo y comencé a follarlo bombeándole hasta sentir en su interior la explosión caliente de mi sexo unida a la del suyo que escurría entre mis dedos. Quedé rendido sobre él, jadeando junto a su oído, y su cara, pegada a la mesa, fue recuperando el sosiego y esa plácida calma que me embargó desde que mis ojos le vieron. Al incorporarme deslicé un largo beso por su espalda, repartiéndolo luego entre sus sedosas nalgas humedecidas de sudor. Es curioso, pero sólo Paco me ha provocado tales arrebatos. Con Gonzalo nunca se me habría ocurrido semejante cosa, dado que me hubiera parecido una auténtica violación. Pero con Paco la cosa era distinta. Desprendía algo que me empujaba a amarlo con un ímpetu incontrolado. Casi violento. Pero que, sin embargo, algo me decía que su satisfacción era mayor que la mía en ese momento. El iba provocándome hasta encelarme y cegar mi razón haciendo que lo tomase casi por la fuerza como si realmente buscase que lo violasen. Primero apretaba la carne impidiendo la fácil penetración. Pero cuando mi polla presionaba su esfínter con toda su fuerza, lo abría de repente tragándose mi carne hasta su raíz. La sensación me producía tanto morbo que me resultaba incontenible el ansia de romperle el culo a vergazos y palmadas. Luego me daba pena vérselo irritado y encarnado y no podía dejar de besarlo.

Le ayudé a levantarse y lo mantuve en mis brazos acariciándolo con suavidad. Me sonreía su mirada con un matiz de complicidad y, hablándome a media voz, quiso tirarme del temperamento.

"¡Creí que después de tanto tiempo me darías más caña!"
"¿No te llegó?"
"No.... Todavía no... ¡Espero mucho más!"
"¡Te la estás jugando, cabrón!. Le advertí.
"Eso quiero. Jugármela contigo, cabronazo"

El desafío y el gesto de su cara me excitaron de tal manera que, dándole otra vez la vuelta, le di con largueza lo que me pedía rompiéndole el culo en dos. Mas que palmadas le propiné azotes. Y mi verga entraba y salía del ojete clavándose en cada envestida hasta incrustarle mis cojones en el culo. Se abría las nalgas con los dedos y me gritaba que lo reventase a polvos. Después de eso no quedé rendido sino extenuado. Y él saciado. O al menos eso parecía en un principio.

Como postre de todo aquello, no consideré apropiado contarle el cisco que motivaba mi viaje y lo demoré, sin más trámite, para mejor ocasión. De entrada era preferible pensar en adecentarnos y salir a cenar para celebrar nuestro reencuentro. y lo hicimos en un restaurante pequeño y acogedor, sin pretensiones pero limpio, que eligió Paco, empeñándose en invitarme por más que hice por impedirlo. El chico quería celebrar conmigo su empleo y tampoco era cuestión de desairarle impidiendo que lo hiciese. Y de regreso a casa preparé el plan de ataque para afrontar el problema.

Me daba por el culo (en el mal sentido, naturalmente) romper el hechizo de aquella noche tan mediterránea, pero tenía que ser sincero y lo sería a cualquier precio. Sólo me permitiría una licencia más. Amarlo otra vez antes de decírselo, y me atendría resignado a las consecuencias después. Lo veía frágil e indefenso, y la sola idea de romper su sueño me rompía el alma y mi garganta se negaba a pronunciar palabra. Tuve que forzarla a ello con un tremendo esfuerzo y la tragedia estalló. Lloró y lloró con hipo casi infantil, lamentando haber creído en un sueño imposible, y yo me veía impotente para consolarlo. No sabía que podía decirle para calmar su angustia y su dolor. Tirado de bruces sobre la cama apretaba su llanto en la almohada rechazando mis besos y caricias. El mundo se había hundido para los dos en un sólo instante, y su reconstrucción se preveía imposible. El daba por hecho que me había decidido por el otro y yo suponía que cualquier esfuerzo para recuperarlo era inútil, porque sinceramente no estaba dispuesto en absoluto a renunciar a Gonzalo.

Cuando se hubo calmado tomamos un café y le advertí que estaba dispuesto a charlar hasta el amanecer, si era preciso, con tal de razonar serenamente una solución en la que también pudiese tener cabida Gonzalo. En principio Paco no quería saber nada del otro, y yo no podía ocultarle la reacción que había tenido al decirle que iba a reunirme con él en Ibiza. Lo cierto era que tampoco podía estar seguro si había algo de que tratar respecto a Gonzalo. La cosa no podía estar peor, ya que lo normal era que perdiese a Paco también. Y sin más me desmoroné. Quedé inerte mirando al techo fijamente, perdido en un mundo irreal que jamás alcanzaría. Me vi solo y desesperado sin amor ni pasión alguna, y también me puse a llorar. Paco me cogió las manos y me obligó a mirarle a los ojos. Ni el disgusto había logrado apagar su luz ni mitigar la juventud que salía a borbotones por ellos. Y me dijo que quería conocer a su rival. Tanto para quererlo como para odiarlo tenía que conocerlo antes, y cualquier solución tendría que pasar por eso a modo de preludio. Regresamos a la cama algo más tranquilos y dejó que lo abrazase antes de quedarnos dormidos.

Al despertar tenía su mirada en mí y vi el amor en sus sinceros ojos pardos. Sonreí y se agarró a mí con todas sus fuerzas. Y volvimos a llorar y me consoló rogándome que le dajase amarme. Rogarme que le dejase amarme cuando era yo quien debería hacerlo hasta morir si él me lo permitía. En aquellos días volqué en él todo el amor que jamás imaginé guardado en mis entrañas, y volvimos a ser felices superando los límites del mundo real. Entre sus brazos comenzaba para mí la fantástica aventura de esa gran pasión con que todos soñamos alguna vez a lo largo de nuestra existencia.
Sin duda, aquel ser maltratado por la vida era mucho más generoso y desprendido de lo que Gonzalo y yo pudiésemos serlo jamás. Amaba hasta la negación de sí mismo. Y, aún sin admitirlo expresamente, no dudaría en compartirme con el otro si ello suponía mi felicidad plena. Comprendí que me adoraba y que con un solo gesto haría cuanto yo quisiera, lo cual aumentaba mi responsabilidad al saberlo entregado en cuerpo y alma a mis deseos. ¿Quién podría resistirse a quererlo cuando él era el amor?. Por fuerza Gonzalo tendría que amarlo también, dado que estaba seguro que Paco llegaría a quererlo con todos sus sentidos lo mismo que yo.

Decidí por los dos que al final del mes de junio, si ello era posible, dejase su trabajo y el apartamento y viniese a Madrid para vivir a mi lado. Al chaval le daba miedo la idea, porque le parecía una decisión demasiado precipitada, pero no quise escucharlo. Llevaba demasiado retraso en estas lides de una relación estable como para admitir más dilaciones para dar y recibir la felicidad que todos merecemos y que, casi siempre, aparece sin avisar. Por lo que hubiera sido de imbéciles rechazar esta oportunidad.

Pero el contrapunto a tanta dicha era mi otro amor, Gonzalo, que sistemáticamente evitaba ponerse al teléfono para hablar conmigo. Y aunque los mimos de Paco paliaban mi desazón, no resistía ni como mera hipótesis la penuria de haberlo perdido.

Al abandonar la isla estaba triste por dos motivos. El primero por dejar a Paco. Y el segundo porque Madrid sin Gonzalo me parecería vacío e irrespirable.

Jamás salí por la puerta de llegadas de Barajas más absorto en mis pensamientos como esta vez. Tanto, que no me di cuenta de la presencia de Gonzalo hasta que lo tuve delante de mis narices, al punto que tropecé con él. ¡No podía creerlo! Allí estaba esperándome en el aeropuerto, serio y circunspecto, diciéndome:

"Hola".

Mi sorpresa fue tan morrocotuda que no fui capaz de articular palabra. Y Gonzalo insistió:

"¿Qué tal?... ¿No trajiste a tu novio?.... ¡Vaya!... ¡Y yo que venía a conocerlo!"
"¡No seas cabrón, Gonzalo!"
"¿No es lo que tu querías?... ¿No pretendías que nos enamorásemos los dos?... Pues aquí estoy.... ¿Y él dónde está?"
"Tendrás que esperar a primeros de julio por lo menos"
"¿Piensas llevarme a Ibiza?"
"Quien viene es él"
"¡Ah!... ¡Qué bien!... Eso quiere decir que él es el elegido. ¿No?... ¡Podías habérmelo dicho!"
"Te recuerdo que no te daba la gana de ponerte al teléfono. Y si te hubieses puesto sabrías que Paco iba a venir el mes que viene". Le dije con cierta recriminación en mis palabras y sujetándolo por un brazo, a lo que él reaccionó soltándose violentamente diciendo: "¡No me toques!... ¿Pero de que vas tío?"
"Basta Gonzalo... Por favor... No soporto las escenas". Y volví a agarrarlo con más contundencia acercándolo a mí.
"¡Hijo puta!". Me llamó al tiempo que me abrazaba apretando su cara contra la mía. "¡Serás hijo puta!". Repitió al apretarlo yo contra mi pecho.
"¡Cómo te quiero cabrón!. Murmuré besando su oído mientras mis ojos se humedecían.

Con la tensión del recibimiento no me percaté que allí también estaba Manolo, a quien había avisado para que viniese a recogerme al aeropuerto. Pregunté a Gonzalo en que había venido y me contestó que, por si no lo sabía, había unos preciosos autobuses desde Colón.

"Bien. Entonces nos llevará Manolo". Añadí a su respuesta un pelín impertinente.
"¿Otro?"
"No. Por el momento me basta con dos. Manolo trabaja para mi madre... Ella no sabe conducir"
"¿Así que eres más rico de lo que parecías?... ¡A lo mejor hasta eres un buen partido!"
"¡Hoy te la estás ganando!. Así que haz el favor de callarte un rato"
"¡No será verdad!"
"Luego te lo cuento... Cuando estemos solos"
"¿No corres demasiado?"
"Ya sabes que en eso tú me ganas... Con esas piernas no puedo alcanzarte"
"Cuando quiero me dejo alcanzar. También lo sabes"
"No creas. Aún así cuesta trabajo. Lo digo por experiencia"
"Nunca está mal abusar un poquito de los mayores si se tiene cuidado de no acabar con ellos"
"¡Vale pequeño!. Ahora pórtate bien.... ¿Qué tal Manolo?... ¿Cómo anda todo en casa?"
"Bien, señor. Sin novedad... Déjeme a mí con el equipaje don Adrián"
"Gracias Manolo.... Vamos Gonzalo". Y empujé al chico para meterlo en el coche.

Hicimos el recorrido desde Barajas a Madrid prácticamente en silencio, mirándonos de vez en cuando y rozándonos los dedos sobre el asiento de automóvil de mi madre.

Y en el portal de mi casa encargué a Manolo que comunicase a mi madre que al día siguiente iría a comer con ella. Y acto seguido entré con Gonzalo en el a
scensor.

Nada más pulsar el botón del ático, me lancé a su boca como un poseso queriendo borrar con mi lengua todas las amarguras causadas. Sus nervios hicieron crisis y, sollozando, se amarró a mí y me amasó el paquete abriéndome la bragueta. La temperatura interior de la cabina aumentó y, sin poder dominarnos, prácticamente estábamos follando allí dentro. Y tuvieron que pasar unos minutos antes de que pudiésemos abandonar el ascensor, detenido ya en el rellano de la escalera justo delante de la puerta de mi apar
tamento.

La fogosidad de Gonzalo y mi afición al sexo, junto a la querencia del uno por el otro, propiciaron una de las noches de amor más largas que recuerdo. Nos agotamos materialmente vaciándonos de sentimientos y energía. Empapamos las sábanas sudando nuestra lujuria e impregnados por la sublime extenuación de un amor redondo, puro, y conceptualmente casi p
erfecto.

En medio de los varios asaltos de la velada, charlamos sin reservas de la encrucijada en que nos hallábamos, admitiendo ambos que nuestras vidas, unidas por la quinta esencia del afecto más positivo, seguían el mismo curso y ya no podían distanciarse. Con Paco o sin él, el yugo del deseo nos había prendido sin remedio y tampoco teníamos voluntad para liberarnos de un cautiverio tan maravilloso. Y, por fin, nuestra complicada relación entraba en una fase en la que podíamos saludar sosegadamente un nuevo día de luz esple
ndorosa.

Me levanté sin pereza para preparar el desayuno, y cuando Gonzalo amaneció ya tenía todo dispuesto en la mesa. Todo me había salido tan bien que por lo menos era digno de un príncipe. Tuve que obligarle a lavarse los dientes antes de sentarse a la mesa, y, todavía completamente desnudos, comenzamos a dar cuenta de las exquisiteces que con todo el amor había servido para los dos. Al concluir Gonzalo se levantó y vino a darme un beso, y yo me abracé a su cintura sin dejarlo volver a la silla. Empecé a besarle el vientre, bordeando después la cadera para seguir por el trasero, y de repente se me ocurrió coger la mermelada de fresa y ponérsela entre las nalgas para lamerla lentamente sin dejar rastro de ella. Repetí la operación dos veces, y luego Gonzalo hizo que me incorporase para apoyarme en el canto de la mesa haciéndome lo mismo pero utilizando la de melocotón y como tostada mis genitales, apurando también hasta la última brizna. Y acabado el dulce me dio la vuelta vertiendo un poco de leche al final de mi espalda para sorberla avariciosamente con los labios. Algunas gotas se escurrieron hacia el ano y abriéndome el culo con mis propias manos dije: "Todavía queda leche. Tómatela y no dejes ni una sola gota". El obedeció sin rechistar, y me pasó la lengua por todo el pandero centrándose primordialmente en el esfínter. La sensación me gustaba y me hacia desear que metiese la lengua más adentro, por lo que separé más las piernas y elevé ligeramente el culo incitando en él el deseo a hacerlo. Pronto metió la punta y cuando la retiró noté en su lugar unos dedos untados de mantequill
a. Quise darme la vuelta, pero dos fuertes azotes me hicieron desistir; y acto seguido metió más mantequilla girando los dedos en mi interior. Apenas pude hacerme a la idea de lo que me esperaba, cuando sentí la contundente presión de su capullo en el agujero, clavándomelo entero de inmediato. No fui capaz ni de rechistar y apreté los puños y los dientes para soportar aquella violenta invasión de mis entrañas. Por supuesto que ni era la primera vez que me penetraba, ni tal cosa me desagradaba, pero la sensación fue distinta y su actitud me causó un morbo diferente. Se recostó sobre mí y quedó inmóvil besándome detrás de las orejas como yo le hacía en iguales circunstancias.

"¿Duele?".

Me preguntó con una dulzura impropia del caso.

"No". Contesté.

Y la verdad es que tampoco sabría decir si me dolía o si el placer me hacia notar sus aguijonazos. Me invadía el calor y el volumen de su pene. Y las paredes del recto se acomodaban rápidamente a ese trozo de carne rígida que como un émbolo iniciaba lentamente su bombeo. Oía sobre la nuca los jadeos de Gonzalo, y reculé para atrás con la intención de tragarme los últimos milímetros (¡si es que aún podía quedar algo fuera!) y él aumentó el ritmo, dándome cada vez con más fuerza e incrustándome los muslos contra el borde de la mesa, obligándome a apretar a la contra para penetrarme hasta el fondo. Me dio palmetazos a uno y otro lado del culo ordenándome que me abriese más todavía, y aquello me hizo subir por las paredes de gusto. Para excitarlo más le llamaba cabrón y conseguí que perdiese el control liberando el bestial erotismo oculto en su alma. Aullaba enloquecido, y súbitamente un cosquilleo caliente y húmedo dentro de mi cuerpo hizo que me corriese sin necesidad de meneármela.

No fue una follada larga, pero si intensa y cargada de dureza, y nos cegó de tal modo que eyaculamos al mismo tiempo como estremecidos por un terremoto. Cuando acabó de despachar a gusto y sin miramientos mi culo, quedamos inertes sobre la mesa, con la respiración de Gonzalo metida en mi oreja izquierda, pero tuve que levantarme dado que notaba el vientre como si me hubiese puesto un enema. Y al ver el lamparón que quedaba sobre el mantel el muy mamón me preguntó riendo:

"¿Parece que te gustó?... ¿Eh?"
"¡Eres un jodido chulo!". Solté
sin fuerzas.
"A las pruebas me remito. ¿O no?"
"Sí.... Estás aprendiendo muy
rápido"
"No hay como tener un buen
maestro"
"Gracias por el piropo,
chaval"
"¿Te hic
e daño?"
"¡Y qué si me lo hic
iste!"
"¿Qué pasa?... ¿Ahora vas de
masoca?"
"¡En absoluto!. ¡Nada de eso!.... Pero no somos precisamente damiselas y la pasión puede calentarnos demasiado como para controlar nuestras reacciones. Lo importante es no tener intención de causar daño. Y si nos lastimamos un poquito jugando, tampoco es como para no soportarlo sin llorar. ¿No crees?. ¿Acaso no te golpeas y te lastiman más cuando juegas un p
artido?"
"Desde luego. Pero no me gusta causar ningún tipo de dolor a nadie. Y meno
s a ti".
"Tampoco yo deseo hacerte daño... ¡Te lo a
seguro!"
"¿De verdad que no te he las
timado?"
"¡Me partiste el culo!... ¿Co
ntento?"
"Sí"
"¡Serás cabrón!. ¡Ya me lo dirás cuando te tenga en mis manos!. ¡Te vas a e
nterar!"
"¡Pues como no me rajes, más no puedes hacerme!... ¡Joder!. ¡Parece que no te das cuenta de como las gas
tas tú!"
"¿Y por qué nunca te has q
uejado?"
"Porque, independientemente que seamos o no doncellas, me gusta y me haces sentir la vida dentro de mí. Esa mezcla de brusquedad, ternura, presión, cosquilleo, suavidad. Ese algo de dolor y placer intenso me gusta. Me llena de ganas de gozar mi naturaleza y nutrirme de los flujos que me brinda la tuya... No sé si lo entiendes, pero es sencillame
nte así"
"Dame un beso". Le pedí.

Y vino hacia mí para besarme con todas sus fuerzas. Era el preludio de un esperanzado período de felicidad, cuyo advenimiento no tardamos en celebrar juntos en el jaccuzzi brindando con champán y escuchando a Olga Guillot cantando boleros.

A media tarde, después de comer cada uno con su familia, reanudamos el idilio luciendo nuestra dicha por los clásicos paseos de Madrid como cualquier pareja de enamorados. Y como ellos, pero evitando la cursilería, nos agarrábamos a la mínima ocasión, o nos rozábamos continuamente con la mirada, sin el menor cuidado de descubrir ante el mundo la verdadera naturaleza de nuestros sentimientos. Paseando con él me sentía tan lleno de orgullo que necesitaba proclamar a los cuatro vientos que por aquel muchacho podría desea
r morir.

Afortunadamente para nosotros en nuestra sociedad cada vez hay menos gente que mira con malos ojos a las parejas de homosexuales. Pero si alguien la hacía, devolvíamos su desprecio con descarada burla hacia su mezquina mente, pensando, en voz alta, que mejor harían si viesen primero en su casa por lo que pudieran tener allí dentro. Suele ser frecuente que los más escandalizables son precisamente quienes más tendrían que comprender y callar. Pero así somos a veces los humanos y reaccionamos en contra de aquello que nos afecta de forma evidente, negándonos a ver lo que tenemos ante los ojos en nuestro entorno más in
mediato.

Al entrar la noche fuimos a cenar a uno de esos restaurantes con ambiente gay (tan del gusto de la vasca heterosexual cuando van de progres en este tema) en los que realmente estás pagando el generoso físico de los jóvenes camareros, no siempre demasiado profesionales, pero que en cualquier caso refrescan la vista, y donde puedes tontear con tu pareja con menos forma
lidades.

Reincidimos una vez más en olvidarnos del resto del mundo para no distraer nuestro pequeño universo interior, conformándonos luego con un par de copas en un café de la zona rosa antes de retirarnos a la que, sin ningún tipo de reparos, era ya nuestra casa. La historia era distinta y sin duda la auténtica vida empezaba ahora para los dos. Como prueba de ello, nada más entrar en casa Gonzalo me pidió que telefonease a Paco y le dijese que deseaba conocerlo cuanto antes. Y también que le diera un beso de s
u parte.
El teléfono daba señal de llamada, pero no parecía que Paco estuviese cerca. Y cuando iba a colgar oí su voz un poco agitada:

"¿Diga?""¿Paco?"
"Sí... ¿Qu
ién es?"
"Adrián... ¿Cómo
estás?"
"Todo lo bien que puede estar
sin ti"
"¡No será para
tanto!"
"¿Crees
que no?"
"Creo
que sí"
"¿Y tú qué?..... ¿También me extrañas u
n poco?"
"¡Más q
ue eso!"
"¿No has visto a
l otro?"
"¿A G
onzalo?"
"Sí.... A
Gonzalo"
"Estoy con él...... El me pidió que te llamase y te diese un beso de s
u parte"
"¡Qué amable!... ¡Será cabrón el niño!... ¡Como él te tiene ahí me lo pasa por los
morros!"
"No... No es eso..... Está deseando co
nocerte"
"¡Mira que bien!. Ya sentimos lo mismo
los dos"
"¿Quieres hablar
con él?"
"¡No!"
"¿Por qué?... El me está diciendo que quiere hablar
contigo"
"Pues dile que ya hablaremos en otra ocasión... Cara
a cara"
"Bueno. Pero el beso te lo da él. Espera". Y entregué el aparato a Gonzalo pero fui corriendo a descolgar el del dormitorio para escu
charlos.
"Paco.... Soy Gonzalo..... ¿Sigu
es ahí?"
"Sí"
"Adrián no hace más que hablarme de ti. Y la verdad es que tengo una tremenda curiosidad por comprobar si todo lo que me cuenta es
cierto"
"¿Y qué te
cuenta?"
"Que eres muy guapo. Bueno. Eso pude comprobarlo por las fotos. Que eres muy simpático y cariñoso..... Magnífico en la cama...... Y está convencido que en cuanto te vea me vas a gustar más
que él"
"A mí también me cuenta cosas s
obre ti"
"¿
Buenas?"
"Sí... Según dice tampoco estás mal, pero aún no he visto fotos tuyas. De todas formas casi podría describirte tan sólo de escuchar a Adrián enumerar tus encantos... ¡Sobre todo en l
a cama!"
"¿Y lo has
creído?"
"¿Por qué no?. Si algo tiene Adrián es buen gusto.
¿O no?"
"Sí, desde luego.... Sobre todo para los amantes. Y nos van a llamar los m
odestos"
"Pueden llamarnos lo que quieran, pero es indudable que le gustan los hombres guapos
como tú"
"¡si no me has
visto!"
"Pero lo intuyo sólo con oír tu voz.... Tienes voz de tío guapo y cachondo. Lo que se dice b
uenorro"
"La tuya, además de bonita, suena sensual y caliente como si me besases el
tímpano"
"¡Es posible que me gustase h
acerlo!"
"Me está entrando una impaciencia horrible por que eso ocurra. Espero conocerte
pronto"
"En principio el próximo mes, pero cada vez me da má
s miedo"
"¿Miedo
a qué?"
"No estoy muy seguro. Todo depende de muchas cosas. Y fundamentalmente de
Adrián"
"El no cesa de afirmar que te quier
e mucho"
"También dice que te quie
re a ti"
"¿Y dudas que pueda querernos a l
os dos?"
"No lo sé.... Hasta ahora yo nunca había tenido la oportunidad de querer a uno, así que no puedo imaginarme si podría quere
r a dos"
"Yo me refería a
Adrián"
"Lo sé. Pero yo digo lo que a mi me ocurre. Quizás él sea capaz de tenerlo tan claro como dice y ciertamente nos quiera a los dos po
r igual"
"Desde luego yo tampoco tengo una idea muy clara de todo e
ste lío"
"Creo que no es algo muy normal. Y desde luego sin conocernos personalmente es imposible que podamos saber que resultará de todo esto. Y mucho menos si podría quererte
un poco"
"¿Osea que no me qu
ieres?"
"Todavía no. De momento me intrigas y hasta podrías atraerme por eso de descubrir lo desconocido. Pero n
ada más"
"Pues yo siento algo más que intriga por ti, y ya empiezas a atraerme con independencia de la sugestión por lo que haya de misterioso en todo esto. Habiendo visto tu foto tengo una idea más aproximada de como eres. Se entiende físi
camente"
"Pero tampoco me quieres. Y si dices lo contrario mientes o ere
s tonto"
"¡Qué tajante eres!. Lo de querer es muy amplio. Del amor al cariño hay mucho trecho. Y si aún no es amor puede ser cariño. Pero lo cierto es que no me resultas indi
ferente"
"Si me odiases tampoco te sería indi
ferente"
"Pero no te odio.... ¿Me od
ias tú?"
"¡No!. Jamás te odié, ni tampoco lo
mereces"
"Me alegra oírte de
cir eso"
"¿No os parece que ya está bien?". Intervine yo desde el otro
aparato.
"¿Estabas oyendo la conversación?". Preguntó
Gonzalo.
"¡Claro!". C
ontesté.
"¡Anda!. ¿Qué te parece?. ¡Qué falta de respeto a la intimidad
ajena!"
"¡Desde luego!. Añad
ió Paco.
"¡A ver si os doy un par de hostias a cada uno!". Co
rté yo.
"¡Qué miedo!.... ¿Paco no te acojona
el tío?"
"Mucho"
"¡A ver si las hostias te las damos nosotro
s a ti!"
"Tú el primero. Ahora mismo voy y te pongo el culo como un
tomate"
"¡Paco ven pronto que éste me quiere
pegar!"
"Iré"
"Bueno. Ya que no piensa dejarnos continuar solos, devuélveme el beso". Le dijo Gonzalo
a Paco.
"Creo que aún no me lo h
as dado"
"¿
Seguro?""Seguro"
"Entonces te daré dos para que me los de
vuelvas"
"Te devuelvo otros dos. Y para el intruso también ot
ros dos"
"Al intruso ya se los daré yo en tu
nombre"
"Vale. Pero dáselos muy fuerte. En la boca y mordiéndole los labios para que me recuerd
e mejor"
"¡De eso nada!". P
rotesté.
"Es igual". Concluyó Gonzalo dejando el teléfono y viniendo hacia el dor
mitorio.
"¡Tú dale ideas que no tiene bastantes el pobre!... Aquí está.... ¡No te a
trevas!"
"Dame el teléfono que aún estoy hablando con Paco... Paco te mandaré una foto.... Adiós y ven pronto.... Besos".

Y Gonzalo colgó el teléfono quitándomelo de las manos, y me mordió en la boca. Y yo le pagué dos veces con la misma moneda.

¡Qué jodido!. ¿Cómo si no supiese que estaba escuchado la conversación!. Después de todo estaba en mi derecho. Se trataba de mis dos amantes, y sin conocerse ya coqueteaban como locos. Sobre todo Gonzalo, que no podía ocultar las ganas que le tenía al otro. ¡En el fondo estaba deseando trincárselo!. Y la culpa la tenía yo porque le había contado maravillas del muchacho. Ciertas todas ellas, desde luego, pero quizás por su manera de ser, mucho más extrovertido que Paco, disimulaba peor la procesión que llevaba por dentro. Y ello, sin que hiciese falta que fuese demasiado consciente de sus sentimientos hacia el otro chaval, que por el momento sólo era un rival en parte desconocido. Fuese como fuese, me daba en la nariz que Gonzalo iba a resultar mucho más pendón que el otro y sin percatarse bien de ello estaba deseando catarle el culo a Paco. Yo había cargado el arma y empezaba a dudar que fuese capaz de controlar que no se disparase antes de
tiempo.


Capítulo XI
Así como le conté a Enrique lo ocurrido con Paco y Gonzalo, me dedicó las habituales flores y me dijo que estaba loco, augurándome un sin fin de castigos divinos. Pero yo estaba lo suficientemente seguro de mi decisión como para no escuchar más anatemas condenatorios. Pedro, sin llegar a entenderlo del todo, fue menos drástico. Y, en cuanto vio sus fotos, se mostró comprensivo con mi debilidad por los dos chicos, que le parecieron guapísimos, lo cual, no es por que yo lo diga, es una verdad como un templo. Aunque para mí el físico hubiese quedado ya en un segundo plano, los dos son más que guapos y están para mojar pan y chuparse los dedos. ¡Dos tíos de la hostia que están de auténtico vicio!. Podrían estamparlos como motivo en la cara y la cruz de una medalla de oro conmemorativa del año mundial de la belleza masculina. Con Cris fue otro cantar. A él no sólo le pareció la leche, admirándose de como me lo había montado, sino que, tras decirme que cuando me cansase de ellos se los echase para trajinárselos él, añadió que eso era de putísima madre. Vamos, lo más cojonudo que a uno pueda pasarle. Encontrarse a dos "pequeñas" (como suele denominar a los jovencitos monines que a él le gustan) y tenerlas a tu disposición para cuando te plazca para someterlas completamente y meterles una follada bestial juntas o por separado. Con unas cuantas más para los intermedios, sería su paraíso terrenal. Y lo demás son mariconadas para perder el tiempo. Y como pasa muchas veces, sin saberlo él también estaba a punto de caer como un pardillo con un bonito de cara, de esos muy perfumado y de mucha marca, que iba a poner en peligro su innata promiscuidad haciéndoselas pasar putas.

Está visto que cuando llega el cabrón que te toca la fibra sensible no hay argumentos que valgan y te encela como a un desgraciado, pudiendo el amor rendir a la más puta. En este coto que es el mundo todos cazamos, y llegado el momento también somos cazados como pánfilos.

¿Pero yo estaba seguro de lo que hacía?. No. No sólo no lo estaba, sino que en realidad sentía pánico del fregado en que me metía con dos chavales al mismo tiempo. Mi querencia por ellos acallaba el miedo. Y, sin embargo, en la parcela de intimidad exclusiva que todos nos reservamos, meditaba sobre las consecuencias que ello podría acarrearnos a los tres. Tanto por su situación como por su juventud los veía mucho más vulnerables que yo y temía dañarlos de algún modo. Inconscientemente, desde luego, pero al fin y al cabo causándoles el mismo mal que si fuese a propósito.

De una forma y otra había conseguido que se interesasen el uno por el otro sin poder calcular el grado de afecto que podrían alcanzar, ni si ello pudiese llegar a provocar mis celos. ¿Sería víctima acaso de mi propia avaricia amorosa?. Pero también podía ocurrir que el encuentro de ambos no diese el resultado esperado por mí y fuese nefasto, con lo que todo el invento se desmoronaría irremisiblemente. Había que imaginar una situación propicia enmarcada en un escenario adecuado y debía de ser pronto. Y fue mi hermano quien me dio la idea cuando le hablé del estado de la cuestión.
"Ahora que ya hace buen tiempo, por qué no los invitas a pasar unos días en Fontboi". Me dijo.

Y tenía razón. Fontboi era el sitio ideal para darles tiempo a que fuesen conociéndose y se consolidase mi ansiado trío de amor. El único problema eran las clases y exámenes de Gonzalo. Por fuerza dependíamos de su calendario y lo más probable era que aguardásemos hasta el verano, entrado ya el mes de julio, cuando en Fontboi hace un calor que se fríen los pájaros. Bien es cierto que también allí hay un río con claros y umbrías donde suavizarse de los rigores del sol. Y al anochecer el aire fresco del jardín perfuma el ambiente entorno a la casa e incita a gozar del descanso envuelto en su embrujo.

Fontboi sería para nosotros el edén anterior al pecado original. O mejor dicho, el edén al que sin duda hemos de volver una vez redimidos de nuestros originales pecados. Allí deberíamos alcanzar la inocencia del amor humano en sentido puro. La perfecta comunión de almas y cuerpos comprendida en la abstracción de un universo místico. Es decir, la total integración en el supremo amor.

Mientras tanto, las tardes se me pasaban volando teniendo a Gonzalo estudiando en mi casa. Prácticamente estábamos juntos la mayor parte del día y realmente ya vivía más tiempo conmigo que con su propia familia. Fueron días de una hermosa tranquilidad, no interrumpida por nadie ni nada. Y mi madre intuyó la situación, puesto que en una de mis visitas me interrogó queriendo saber por que derroteros transcurría mi vida de un tiempo a esta parte. Y, fundamentalmente, a que era debida la sensación de calma y felicidad que notoriamente irradiaba. Lo cierto es que dudé entre contarle toda la verdad o inventarme una excusa para salir del paso. Pero ella, demasiado astuta y suspicaz, sin darme opción a réplica afirmó:

"Eso sólo puede ser el amor... ¿Quién es él?"

¡Y cómo le decía yo que eran dos!. Uno es lo normal y lo aceptablemente correcto, pero dos era difícil que lo entendiese. Y por otro lado tampoco deseaba mentirle cuando tenía la oportunidad de hablar tan claro con ella.

"Todavía no estoy muy seguro". Contesté.
"¿Te gusta?
"¡Claro!"
"Pero no sabes aún si le quieres"
"¡Sí!... ¡Sí que le quiero!"
"¿Entonces?"
"Que me gustan dos". Respondí. Y se hizo un silencio.
El lapsus en la conversación, aunque no fue largo, para mí fue eterno, y mi madre reanudó la carga indagando más acerca de mi corazón creyéndolo partido.
"¡Ah!.... Que no sabes con cual de los dos quedarte... Ese es el problema"
"Más o menos"
"Si me los presentas podré darte mi opinión... ¿No crees?". Dijo mi madre dejándome de piedra.

Era la primera vez que me sugería tal cosa. Hasta la fecha se había limitado a pasar del asunto evitando en lo posible el tema. Pero ahora, inesperadamente, mostraba un interés especial por la persona que podría convertirse en mi amante. En un instante la lucidez vino a mi mente y aproveché la coyuntura, que tan generosamente se me ofrecía, cogiéndole la palabra y proponiéndole con decisión que nos invitase a merendar o a cenar, según mejor le viniese a ella.

Mi madre tampoco titubeó, y, con ese aire de serenidad que le caracteriza, me emplazó para cenar con uno de ellos el viernes de aquella misma semana. Es posible que unos meses antes me hubiese cagado de miedo con sólo pensar en la remota posibilidad de cenar con mi amante en compañía de mi madre. Y, sin embargo, en aquel momento la idea me llenó de orgullo y satisfacción, seguro de la grata sorpresa que Gonzalo le causaría al conocerlo.

Me faltó tiempo para comunicárselo al chaval. Y a pesar que en principio se asustó (lo que también es normal), no tardó en hacerle ilusión conocer en persona a la mujer que me trajo a este mundo, y de cuyo carácter ya le había hablado alguna que otra vez.

Cuando por fin llegó el día señalado por mi madre, a Gonzalo se le agarraron los nervios al estómago, y, para relajarnos los dos, echamos un polvo de muerte hasta que nos dio la hora de prepararnos para ir a cenar. Esa vez lo mordisqueé entero y estuve un buen rato comiéndole los dedos de los pies (que lo suele dejar grogui). Y él me hizo otras perradas, de esas que te encantan pero que no puedes resistirlas más de un segundo porque te pones eléctrico. Como por ejemplo, cogerme con la punta de los dientes los pezones, o hacerme cosquillas en el orificio del capullo apenas rozándolo con la lengua. Con cosas así me quedo temblón como un flan y luego puede hacerme lo que sea que trago con todo. ¡Y vaya si me hizo y tragué lo que quiso!. Me dejó que ni para un saldo. Yo también me explayé con él, que conste. Porque la cosa sólo funciona debidamente si se da y recibe de forma más o menos equiparable. Por ejemplo, las ingles son alguno de los puntos críticos de Gonzalo. O también la línea que desciende por el medio de la espalda hasta el culo. Y, como ya dije, los dedos y las plantas de los pies. También, la costurilla inferior del escroto. Y, desde luego, el ojete del culo. Comiéndoselo y tocándoselo suavemente lo tienes a huevo. Se le pone la minga como un botillo de esos tan ricos que se comen en León. Redonda grande y roja. Después del magreo, que fue muy fuerte, nos metimos sendos pollazos y quedamos como nuevos. ¡Relajadísimos!.

Tal como habíamos previsto, el desgaste de energía nos tranquilizó. Y, maqueados cual pimpollos, acudimos a la trascendental cita con mi madre. De entrada, estoy seguro que Benito le pareció a Gonzalo demasiado ceremonioso (y a mí también me lo ha parecido siempre), pero debió considerarlo propio de un mayordomo que se precie de serlo porque no me hizo el menor comentario. También es verdad que cuando hay gente que no es de casa, Benito adopta el aire de esas series y películas inglesas, en las que nos enseñan la rutinaria y aburrida vida de sus aristócratas y los estirados criados que los sirven en sus mansiones campestres. Quizás con la única intención de impresionarnos a los foráneos con el talante peripatético de los primeros y la estereotipada solemnidad de los segundos. Cómo si en Inglaterra todo fuese de tal modo y no hubiese también otras gentes menos acomodadas en su estrato social. Como en todas partes, lo que más abunda es esa otra sociedad no precisamente tan rica, elegante y educada, con dificultades para sobrevivir en un mundo cada vez más masificado, globalizado, irracional y materialista.

A continuación, Benito, muy en su papel, nos condujo hasta el gabinete donde nos recibió mi madre. Ella, desde el sillón en que estaba sentada, esbozó una sonrisa y examinó de arriba a bajo a Gonzalo, de un sólo vistazo, sin traslucir su impresión ni a través del gesto más imperceptible. Gonzalo, todo él educación y finura, le besó la mano diciendo con suavidad:

"Encantado señora"
"El gusto es mío". Respondió ella con suma cortesía.

El primer paso estaba dado, y todo hacía pensar que la cosa marchaba bien. Durante unos treinta minutos mantuvimos una conversación fluida y desenfadada, mientras tomábamos el clásico aperitivo, hasta que Benito anunció la cena y mi madre, adelantándose a nosotros, se levantó tendiéndonos sus brazos y diciendo:

"No tendría perdón si perdiese la ocasión de ir al comedor flanqueada por tan buenos mozos"

Y dicho y hecho, cogidos del bracete entramos los tres al comedor flotando en ese ambiente de exquisita cordialidad que mi madre sabe crear como nadie.

No podíamos irnos sin que Germana diese también su visto bueno a mi amigo y superamos el trámite recibiendo los acostumbrados besos y piropos de la buena mujer, siempre tan exagerada como tierna. Después, mi madre nos acompañó hasta la puerta, y sin darle opción besó a Gonzalo en las mejillas y a continuación a mí, susurrándome al oído:

"Un chico encantador. ¡Y muy guapo!. ¡Ya lo creo!... Tienes muy buen gusto"
"Gracias mamá. Sabía que te gustaría"
"¡Muy guapo!. Pero espero que os portéis bien y no hagáis locuras"
"Claro mamá.... Te llamaré mañana... Te quiero"
"Adiós hijos"
"Adiós señora". Dijo Gonzalo.

Y cuando ya nos habíamos acomodado en el coche, no pude reprimir darle un fuerte beso en la boca a mi chico. Me sentía tremendamente orgulloso de mi madre, de él, y hasta de mí mismo. ¿Y por qué no?. Esa noche todo era demasiado perfecto para no estar plenamente complacido de mi propia circunstancia. Gonzalo también era feliz y me puso la mano sobre el muslo presionando mi carne con los dedos. Y al hacerlo noté el calor de su sangre penetrándome hasta el hueso, y sin mirar hacia él dije:

"Te quiero cabrón"
Y me contestó: "Y yo a ti mamonazo"
"¿Nos vamos a casa directamente?". Casi le rogué.
"Sí".

Respondió, confirmando asimismo sus ansias de amor y sexo. Lo demás sobra contarlo. Bastaría con decir que las sábanas quedaron como si baldeásemos sobre ellas varios cubos de agua. Hubo un poco de todo, siguiendo la línea del polvo anterior a la cena, pero lo más significativo, sin duda, fue la declaración de amor que me hizo Gonzalo.

"Adrián". Me dijo.
"¿Qué?"
"Te quiero"
"¡Ya lo sé!... Y yo te quiero a ti"
"No. Quiero decir que te quiero de verdad. Como jamás quise a nadie. Ni siquiera a mis padres o hermanos. Siento que tú lo eres todo para mí. Que te necesito absolutamente para querer mi propia vida. El único sentido de mi existencia es la tuya y no sabría que hacer si no fueses parte de mí. Me hiciste descubrir las posibilidades eróticas de mi ser, y por ti conocí el placer. A tu lado aprendí a gozar con tu propia satisfacción y comprendí hasta que punto la vida puede ser maravillosa. Verte y estar contigo es cuanto necesito para ser feliz. ¡Y sentir tus manos sobre mi cuerpo es presentir la gloria! Deseo que tengamos los mismos temores, planes y ambiciones. Y que mis ilusiones sean la tuyas también. Desde que te conocí mi carne parece hecha de tu misma carne; y, en cierto sentido, soy ajeno a mi anterior familia, porque ahora lo eres tú, amor mío"

Su sinceridad, sin resquemor ni doblez alguna, me estremeció. Y cualquier reserva o pose que hubiera podido mantener hasta ese instante se me vino abajo. Respondí a su incondicional entrega dándole mi espíritu, totalmente desarmado, rendido literalmente a sus plantas. Jamás había desnudado mi alma como lo hice aquella noche, ni había expuesto mis sentimientos a merced de nadie. Pero la ternura, la compresión, y la transparencia de Gonzalo, me imbuyeron una confianza en la vida y en el género humano que me colocaron en un gozoso nirvana donde todo era perfecto. Permanecimos en silencio oyendo golpear nuestros corazones, uno contra otro, y con los ojos cerrados divisábamos ese futuro de felicidad que todos buscamos. La excesiva tranquilidad no nos permitía conciliar el sueño, y durante casi el resto de la noche hablamos de Paco y nosotros dos, e hicimos planes para el verano mecidos por Albéniz con su suite española de fondo. Paco se había convertido en un tema de conversación habitual entre nosotros, y el interés de Gonzalo por él aumentaba de día en día. Lo encontraba observando detenidamente las fotografías de Paco. Y cuando eso ocurría, yo le preguntaba afirmando de antemano:

"¿A que es guapo?"
"Sí... Mucho". Me respondía lacónico.

E inmediatamente dejaba la fotografía y cambiaba de conversación, como si le diese miedo que ello llevase impepinablemente a admitir lo que quizás involuntaria e inconscientemente empezaba a sentir por el muchacho. Más tarde empezó a nombrarlo en sueños sin que yo pudiese entender lo que su mente hacía con Paco, mientras su cuerpo dormía pegado a mí. Alguna vez lo desperté, pero nunca recordaba nada. Paco entraba y salía de su cabeza sin que aparentemente dejase el menor rastro. Pero invariablemente al despertar quería gozar conmigo y bebía en mí con avidez hasta quedar agotada la veta que alumbra nuestra lujuria, sin que para ello fuese necesario un esforzado empeño por ninguno de los dos.

Aunque sabía su respuesta, un día le pregunté si alguna vez había hecho un trío y me contestó que no. Insistí preguntándole si en alguna ocasión le había apetecido hacerlo y también respondió que no. Pero añadió que ahora sí. Que estaba deseando hacerlo con Paco y conmigo, porque ese era mi deseo y porque le intrigaba como resultaría un polvo entre los tres. De tanto hablar de él ya le gustaba, y sin conocerlo le resultaba casi familiar, pero le daba miedo que la presencia de Paco nos destruyese a los tres. Quise tranquilizarlo y le aseguré que nadie podría alterar nuestro amor. Y él me miró con los ojos muy abiertos y dijo:

"Confío en ti y deseo que sea así, porque no sabría como superarlo. ¡Te lo juro!"

Tan pronto dijo aquello le di un morreo y nos montamos los dos un preludio de lo que podría ser el anhelado trío con el otro. Pero esta vez, Gonzalo prefirió adoptar un rol más pasivo y me dejó la total iniciativa del polvo, mostrándome claramente sus ganas por que le jodiese el culo. Y se lo jodí. Le di hasta que mi polla se ablandó y se arrugó dentro de él después de perder todo su fundamento.

Mi encoñamiento por el chaval me tenía un poco apartado de mis amistades, y fue Cris quien rompió el aislamiento invitándome a una fiesta en su casa. La oportunidad me pareció perfecta para presentarle toda la peña a Gonzalo. Y, aún a pesar del riesgo que pudiera correr poniéndolo el alcance del gran depredador, le dije a Cris que si le importaba que me acompañase el muchacho. El jodido, seguro que relamiéndose de gusto, perdió el culo para decirme que no sólo no le importaba sino que estaba deseando conocerlo. ¡Pues no faltaría más!. ¡Claro que estaba loco por echarle el ojo encima!. ¡Y otra cosa también, si le dejaban!. Anda que si yo no estuviese seguro del chico iba a metérselo en su cubil. ¡Ni que fuese tonto de nacimiento!. Y por nacimiento lo único que soy es barón.

Naturalmente, dado su talante cachondón y sus gansa de juerga, a Gonzalo le encantó la idea de ir a la fiesta conmigo, y ese día, cuando lo vi salir por la puerta de su casa, me pareció guapísimo. Tanto, que repentinamente sentí unos celos irresistibles y a punto estuve de llevármelo a casa pretextando cualquier excusa para no ir a casa de Cris.

Como es costumbre en mí cuando se trata de fiestas, no llegamos a casa de Cris ni de los primeros ni de los últimos, sino más bien en ese punto intermedio en el que llegas a tiempo de todo sin tener que soportar los tiempos muertos del inicio de toda reunión. Y en esta ocasión no tardó mucho en reunirse toda la peña.

La presencia de Gonzalo causó comentarios a nuestra llegada y siguió provocándolos incluso después de la reunión. Todos admitieron, en mayor o menor grado, que el chaval estaba muy bueno y que era una belleza superior a la media general, con lo cual quedé más inflado que un pavo. Mucho más, dado que el chico se mostró ante mis amigos absolutamente encantador, sin olvidarse ni un sólo instante en dejar muy claro lo colado que estaba por mis huesos. Especialmente el Críspulo de mis pesares, que se deshacía en lisonjas con el muchacho y más de una vez tuvo que pararle los pies. Mejor dicho las manos. Que conste que yo tampoco bajé la guardia ni un momento, puesto que, como decía un viejo amigo de mi abuelo, cuidado con las armas que las carga el diablo. Y al puñetero Cris lo cargaron el mismo día en que nació, y dispararse lo sabe hacer muy bien solito sin necesidad de que un cañonero le muestre el objetivo. ¡Menudo buitre carroñero es el tío!. Y no digamos cuando se trata de una pequeña escuálida, a las que enfáticamente califica como "una de esas toda marcadita". Me acuerdo un día que íbamos los dos en su coche por Madrid, cuando en una parada de autobús vimos, rectifico, vio algo que le obligó a frenar bruscamente, dándome codazos, al tiempo que me gritaba:

"¡Hostias que pequeña!"
"¿Dónde?". Pregunté.
"¡Joder!... Allí... ¿No la ves?"
"Pues no". Respondí.
"¡Hostias, tío!.... En la parada"
"¿En la del autobús?"
"¡Sí, leches!"
"¡Y tan pequeña!. ¡Como que es una niña, joder!"
"¡Qué coño va a ser una niña!. ¡Es un tío!. Una pequeña monísima y tiene pinta de estar toda marcadita"
"Sobre todo en las tetas. ¡No te jode!"
"¡Hostias!. ¡Es verdad!. ¡Es una tía!. y además lleva bolso". Admitió Cris cayendo de la burra.
"Lo del bolso es lo de menos. El problema es lo que no tiene entre las piernas. Por lo demás.... ¿Qué quieres que te diga?. Los hay con más pluma que ella. Peo aún así le llegaba de mariquita. ¿No crees?... ¡Desde luego esto es el colmo!. Te gustan tan flemillas que hasta confundes un chochito con ellos. ¡Aún vas a terminar siendo macha!. Me refiero de verdad y no falsa macha como ahora. Que mucho rajar, pero luego pones el culo a la primera de cambio en cuanto te lo dejan bien apañado a lametazos"
"Nunca he negado que me guste poner el culo.... Y sin ir más lejos el otro día me han follado". Confesó Cris.
"¡Ah sí!... ¿Y cómo fue?"
"Pues hace unos días me había ligado a un tío, y después de follarlo me dijo que a su novio le encantaría que le metiese el pollón. Y la semana pasada me llamó y se trajo al novio a mi casa. Y zaca. Me lo follé"
"¿Y?". Dije para seguir averiguando lo ocurrido.
"Pues... Mientras yo se la metía al novio, él me la enchufó a mí y me folló"
"Y te encantó, claro"
"Sí.... Tiene una polla brutal y me echó un polvo de muerte... Me dejó el culo que tuve que ponerlo a remojo en agua fría para que me cerrase el agujero"
"Vamos.... Que te dejó servido... ¡Joder!. ¡Lo que habrá disfrutado con ese culazo que no te mereces por falso!"
"¡Pues mira quien fue a hablar!"
"Perdona. A mí no me gustó nunca.... No niego que lo haya hecho, pero hasta ahora nunca me había gustado". Esto último lo dije bajito, he de reconocerlo, pero el muy ladino lo oyó perfectamente.
"¿Cómo?". Se removió en su perfidia la muy víbora.
"Lo que has oído"
"¡Osea que a ti también te han puesto fino!. ¿No es verdad cabronazo. ?Y cómo no me lo habías contado?... ¡Hipócrita!. ¡Falso!. Y todo lo demás que me has llamado"
"Fue hace mucho tiempo y prefiero no hablar de eso"
"¡Seguro que Enrique lo sabe!"
"Sí"
"¡Ves!..... A él siempre se lo cuentas todo y luego dices que soy tu amigo". Protestó Cris con uno de sus muchos ataques de celos amistosos.
"No es eso... Aquello pasó cuando estábamos en la facultad y entonces a ti no te conocía, por tanto no podías saberlo"
"Pero me lo podías haber contado igual que yo te cuento toda mi vida sexual"
"Cris, tú le cuentas toda tu vida sexual al primero que se te pone delante. No tienes el menor pudor ni recato. Vamos, careces de la más elemental vergüenza para esas cosas"
"¡Porque no soy un reprimido como todos vosotros!"
"No exactamente. Lo que pasa es que disfrutas contándolo. Hasta me atrevería a decir que lo haces sólo para poder contarlo"
"¿Y cómo fue?". Me preguntó ansioso por satisfacer su insana curiosidad.
"Bueno. Te lo cuento pero cuidado con airearlo"
"Yo cuento lo mío pero no lo de los demás"
"Más a menos. Tampoco te tires de la moto"

Y previas las advertencias de rigor, aquel día le conté a Cris la historia con Borja en mis años mozos. y al final solamente pronunció una frase:

"¡Qué cabrón el puto mariconazo!"

Otra característica de Cris es su poca sutileza pasa proferir insultos contra quien no le cae simpático.

Pero volviendo a la fiesta, diré que estaban Carlos y Alberto, que vino acompañado por Miguel (un chico aproximadamente de nuestra edad, médico, que conociera unos días antes y le había gustado cantidad). Se les veía bien juntos, y me alegré por Alberto porque si alguien merece ser feliz es él. Y también estaba en ella Arturo, el amigo de Raúl que conocí en casa de Pedro y me lo hice aquella noche en mi casa, repitiendo también al día siguiente. Y que estuvo muy discreto conmigo y por suerte no metió la pata delante de Gonzalo. Y, por supuesto, no podían faltar Raúl y Enrique haciendo ostentación se su acaramelado entusiasmo amoroso. ¡Que por cierto estuvieron muy amables con mi chico!. Incluso Enrique, haciendo un aparte, me dijo que en su opinión el muchacho estaba hecho a mi medida. Y, dado el ojo de Enrique para calar al personal, lo más tranquilizador para mí fue que le cayó bien desde el primer momento. Y cuando Enrique dice algo así siempre es sincero. Como que enseguida propuso que al día siguiente, que era sábado, fuésemos a cenar los cuatro a un restaurante del que le habían hablado maravillas.
Gonzalo es una de esas personas que tienen el don de caer bien en todas partes y hacerse querer. Pero a Paco le ocurre lo mismo, y si me hubiese acompañado él, Enrique hubiera dicho lo mismo. Y la prueba es que cuando lo conoció le cayó igual de bien que Gonzalo, aunque su pasado quizás le tirase un poquito para atrás a la hora de elegir entre uno u otro. Por eso entonces tuve que reiterarle que con ellos es mejor quedarse con los dos y no tener que elegir. Y entonces por fin admitió que ambos eran perfectos para mí. ¡Y también para cualquiera!. ¡Qué coño!. ¡Pues no son ellos dos buenos pies para un banco que digamos!.

Como era de esperar, la impresión que se causaron mutuamente Gonzalo y Pedro fue inmejorable, y este último simplemente me dijo que no fuese imbécil y no lo dejase escapar. Desde luego no tenía la menor intención de hacer el imbécil, pero tampoco era cuestión de retener a nadie contra su voluntad. El amor sólo sirve cuando se disfruta y se da sin condición ni atadura alguna, produciendo así el deleite del alma. Para tener valor debe ser fruto del deseo consciente de una voluntad libre. Y, en consecuencia, por muy fuerte que fuese mi deseo por tener al chaval a mi lado, jamás haría nada por evitar su partida si ello era su voluntad. Ninguno de los dos estaba ni estaría nunca obligado a mantener el fuego sagrado en un templo ya vacío por la ausencia del dios del amor (me asombro a mí mismo cuando saco de la manga estas frases).

Sin duda alguna Gonzalo disfrutó en la fiesta, pero más tarde, ya en nuestra casa, los dos gozamos de verdad sin echar de menos la compañía anterior. Y he de confesar que esa noche no mencionamos a Paco para nada. Gonzalo me amó con más fuerza que nunca, yo le correspondí con igual ímpetu y pasión. Cada vez me gustaba más su alma, pero tampoco podía despreciar el cuerpo tan vigoroso y armónico que me ofrecía pidiendo que lo tomase.

Un tanto por costumbre y también porque es inútil llevarle la contraria en estas cosas, Enrique nos llevó al día siguiente al restaurante que ya había elegido el día anterior para que cenásemos juntos con nuestras respectivas parejas. Y la verdad es que lo hicimos estupendamente bien, y en un marco incomparable como diría cualquier folleto publicitario de promoción turística. Tampoco tiene mala disposición el chico para estas cosas y podría ser un gran relaciones públicas o maestro de ceremonias. Lo principal fue que toda la velada discurrió amablemente y los cuatro nos sentimos a nuestras anchas. Bueno. Raúl miraba demasiado a Gonzalo, pero supongo que sería por el hecho de admirar sus proporciones, sin mala intención alguna, desde luego. Ya que de lo contrario, allí mismo le hubiera sacado los ojos. No sólo por atreverse a joderme al muchacho, sino también por engañar a mi amigo, lo que no le consiento ni a él ni a nadie. ¡Hasta ahí podríamos llegar!. También he de reconocer que lo primordial para dejarlo ciego sería que intentase lo primero.

El único momento crítico se produjo en el café al que fuimos después de cenar, porque me encontré con otro antiguo ligue, y el muy corto vino cagando virutas hacia nuestra mesa y, sin percatarse de mi cara de póker, me soltó: "Adrián, a ver cuando me llamas y echamos otra vez unos buenos polvazos". ¡Simpático donde los haya, el tío!. Lo cierto es que le metía unos cipotazos que lo dejaba trastornado. Pero tampoco es como para venir como una perra cachonda, más caliente que una plancha de carbón, reclamando su ración de nabo. Menos mal que a Gonzalo le hizo gracia y lo tomó a broma, riéndonos un buen rato de la jodida anécdota. Tampoco faltó algún comentario no del todo pertinente por parte de Enrique. El siempre con sus apostillas y sermones de moral burguesa.
Y así, entre unas cosas y otras, se pasó el tiempo y también el resto del mes de junio, y por fin llegó la esperada fecha en que Paco venía a Madrid.


Capítulo XII
Gonzalo prefirió no venir al aeropuerto y puso como excusa sus exámenes. Camino de Barajas, mi mente cavilaba a un ritmo vertiginoso sobre lo que podría acontecer cuando estuviese Paco ante él. Un ligero retraso del avión aumentó mi impaciencia, y mis nervios me impedían estar quieto. Recorrí una y mil veces la terminal de vuelos nacionales hasta que la megafonía anunció la llegada del vuelo procedente de Ibiza.

Cuando esperas a alguien con ansia, siempre parecen interminables los minutos de espera antes de que aparezca tras el carrito con su equipaje. Incluso llegas a pensar si ha perdido el avión o te has equivocado de día y esperas en balde. Pero esta vez no era así, y en medio de otras gentes ahítas de sol venía mi otro muchacho. Venía vestido a la última y estaba guapísimo. Sin perder un segundo más, me acerqué a él y lo apreté contra mí confundiendo sus latidos con los míos. Me parecía imposible volver a gozar de su olor y su tacto, y musitó en mi oído que aquello no era verdad y solamente estaba soñando. Pero ni era sueño ni imposible y volvíamos a estar juntos.
Me extrañó que no preguntase por Gonzalo inmediatamente, pero en cuanto arranqué el coche fue lo primero que hizo y le contesté que nos esperaba en casa porque estaba estudiando.

"¿Crees que nos entenderemos?". Dijo Paco pidiendo mi opinión.
"Estoy seguro de ello... Ya lo verás"
"¿Realmente es tan guapo como en la foto que me mandó?"
"¡Claro!. En persona incluso está mucho mejor.... ¡Es un tío cachas de verdad!"
"El que está estupendamente eres tú... ¿Qué haces para estar tan bueno, cabrón?". Me dijo.
"Follar niños guapos"
"¡Serás cabronazo!".

Soltó dándome una palmada en la pierna, que, por cierto, me dolió.
Paco apenas conocía Madrid, y, mientras callejeábamos camino de casa, estaba pendiente de todo como si quisiese grabar en su cabeza el panorama tan variopinto que la ciudad presentaba ante sus ojos. La zona de Rosales le encantó. Y cuando le dije que allí vivíamos me miró con gesto sorprendido diciendo:

"¿Tan rico eres?"

"Sí".

Contesté sin más explicaciones excitando más aún su curiosidad.

Durante el viaje en ascensor hasta el ático, Paco se limitó a besarme apretando mis manos para calmar sus nervios, y, por fin, ya estábamos ante la puerta y tras ella esperaba Gonzalo.

Antes de abrir le hice un gesto a Paco para que guardase silencio y giré muy despacio la llave intentando sorprender al otro, pero cuando todavía no habíamos traspasado el umbral, ya teníamos a Gonzalo en el recibidor con sus ojos verdes clavados en Paco.

"¿Qué hay chaval?..... Este es Paco". Dije informalizando las presentaciones. Y añadí: "Paco, Gonzalo"
Se miraron a los ojos y Gonzalo se limitó a decir: "¡Hola!"
"¿Qué tal?".

Contestó Paco manteniéndole la mirada al otro. Y acto seguido se besaron en las mejillas muy de cumplido.

No podía permitir que se crease tensión en el ambiente, y cogiéndolos por encima de los hombros acerqué a la mía sus caras y besé a uno y a otro en los labios. Permanecimos unos instantes con las cabezas juntas y los chicos estrecharon el trío pasándose mutuamente el brazo por detrás de la cintura. El hielo inicial empezaba a derretirse, pero cualquier conclusión sería prematura hasta ver el rumbo que tomaba la situación.

"¿Primero querrás ver la casa?"

Pregunté a Paco con el fin de salir de aquel punto muerto.

"Gonzalo, por favor, lleva las maletas al dormitorio mientras le enseño la terraza y el salón. Ven Paco".

Y lo cogí por un brazo llevándolo a la terraza.

"¡Hostias!. ¡Qué bonito!. ¡Menudo parque!"
"Es el del Oeste.... ¿Te gusta?. Me refiero a Gonzalo"
"¡Está muy bueno!. ¡Y de momento qué quieres que diga!. Lo que me gusta es la terraza. ¡Es fabulosa, tío!. Y las plantas son preciosas. Me imagino cómo puede ser una cena aquí. ¡Sobre todo con luna llena!"
"Vamos al salón.... ¿Qué te parece?"
"¿Gonzalo?"
"El salón"
"¡La leche!. ¡Simplemente la leche!. ¡De puta madre, tío!"
"El resto de la casa es por el estilo".

Dijo Gonzalo que se unía a nosotros en ese momento.

"Lo que quisiera es ir al baño". Interrumpió Paco.
"En la segunda puerta... Dentro del dormitorio". Indiqué yo.

Y en cuanto entró en la habitación me faltó tiempo para preguntarle a Gonzalo que le parecía el chico.

"¡Es guapo que te cagas, el cabrón!". Contestó Gonzalo.
"Tenía razón. ¿Verdad?"
"¡Está muy bien!.... ¿Crees que le habré gustado?"
"De momento dijo que estabas muy bueno. Pero estoy seguro que ya le gustabas antes de verte casi tanto como él a ti. ¿O no?". Le dije.

Oímos el ruido de la cisterna y cambiamos de conversación antes que volviese. Continuamos los tres recorriendo el resto de la casa, y una vez que Paco se situó en su nuevo entorno deshicimos su equipaje. Y luego, sentados en el salón, charlamos un buen rato de esas cosas que no siendo muy transcendentes ayudan a que las personas se conozcan un poco más. Ni que decir tiene que me moría de ganas por meterme en la cama con mis dos chavalotes. Pero me parecía un poco fuerte proponerlo sin más trámite y eché mano a algo tan socorrido como sugerirle a Paco que se duchase para mitigar el cansancio del viaje. Paco, sea porque pescó la onda o porque verdaderamente estaba cansado, acogió la idea favorablemente y, ni corto ni perezoso, fue a desnudarse al dormitorio al tiempo que yo le pedía a Gonzalo que le llevase unas toallas. Estaba plenamente convencido que en cuanto Gonzalo viese la espléndida desnudez de Paco se montaría el cotarro, y no me equivoqué. Uno había ido a ducharse pero el agua no corría. Y el otro, que sólo iba a darle las toallas, no volvía. Es cierto que solamente habían pasado un par de minutos, pero en tales circunstancias era más que suficiente para que fuese a comprobar lo que hacían mis niños. No por celos o porque no me fiase de ellos, sino más bien para apuntarme lo antes posible a la pequeña orgía. Como imaginaba, Gonzalo acariciaba con la mirada el cuerpo de Paco y bajo el calzón corto que vestía denotaba su calentura. Y Paco, sin prenda alguna que le cubriese, exhibía la excitación que le causaba el otro muchacho, sin atreverse todavía a acercarse a él. Y mi entrada en escena fue el detonante. Volví a cogerlos por detrás del cuello, pegando sus cuerpos junto al mío. Y fue Gonzalo quien primero buscó los labios del otro, largándole un besazo tipo respiración boca a boca, y provocando una reacción en Paco mucho más calurosa de lo que yo hubiera imaginado. Lo demás vino por añadidura.Y los tres gozamos el sexo y compartimos la emoción de estar juntos tal y como había deseado desde que supe que estaba enamorado de los dos muchachos. Si sólo dijese que jodimos faltaría a la verdad, porque aquello fue hacer el amor verdaderamente. E incluso la fuerza casi violenta de nuestra pasión no menguó para nada la necesaria ternura que espontáneamente brotó de nuestras almas. El amor prendió nuestros cuerpos y espíritus enraizando en nosotros el sentimiento más generoso que puede alcanzar el hombre. Es decir, la total identificación con el ser amado (¡Teta lo bien que queda eso!). Cuando los tres nos acicalábamos para ir a cenar le pregunté a Gonzalo:

"¿Era tanto como te dije?"
"Sí". Respondió sonriéndome.
"¿Te ha gustado, verdad?"
"¡Mucho!.... Más que tú"
"Muy bien. Pues quédate con él". Dije fingiendo estar ofendido.
"El no sabe hacer lo mismo que tú con lo que tiene entre las piernas". Contestó Gonzalo agarrándome la polla y arrastrándome hacia él.
"¡Que me haces daño!". Protesté.
"Más daño me acabas de hacer tú en el culo, cabrón.... ¡Menudos empellones me diste por detrás, mariconazo!"
"¿Y tú que?. So gilipollas.... ¡Será por lo suave que fuiste tú follándome a mí!"

Le recriminé ocultando a duras penas la complacencia proporcionada a mi trasero.

"¡Bien que te gustó!.

Dijo apretándome ahora el culo.

"¡Como si a ti te disgustase que te la hinque bien, majo!.... ¡Pues anda que no levantabas bien el culo para tragarla mejor!".

Le decía yo amasando también sus dos buenas nalgazas.

"Si continuáis por ese camino creo que no vamos a ir a cenar".

Dijo Paco que entraba en escena procedente del cuarto de baño.

Y añadió:

"Aquí el único que puede quejarse de algo soy yo, que entre los dos me distéis un palizón de cojones.... ¡Tengo el culo irritado como el de una mona!... ¡Joder!. Por poco me la sacáis por el ombligo..... ¡Sois un tanto bestias los dos!
"¡Anda!. ¡Mira por donde viene el otro haciéndose el estrecho!". Exclamé dirigiéndome a Gonzalo, y continué apretando contra mí a Paco: "Gonzalito. ¿Le oíste quejarse en algún momento, o fue imaginación mía aquellos suspiros y los repetidos ruegos entrecortados diciendo: más, dame más, más fuerte, toda, toda por favor, follarme los dos hasta que pierda el sentido, y otras muchas cosas más que huelga repetir ahora?".

Y seguí diciendo amarrando con fuerza a los dos chavales:

"¿Acaso no era él quien abría las piernas para que lo empalásemos mejor, gimiendo como una gata en celo con los pirolazos que le propinamos, o simplemente soñamos tú y yo?".

Los tres mostrábamos entre risas la profunda satisfacción por el súper polvazo que nos habíamos metido sin dejar olvidadas ninguna de las cavidades de nuestras anatomías. Y volvimos a morrearnos para terminar de arreglarnos y salir a la calle a airearnos un poco y cenar algo de paso para restaurar las fuerzas gastadas en nuestro triángulo erótico.

La atmósfera absolutamente distendida que habíamos creado se reflejaba en nuestros semblantes, tersos y relajados, haciéndonos sentir maravillosos.

Por otra parte íbamos divinos con nuestros atuendos, perfectamente conjuntados, dejando al pasar un exquisito rastro por la mezcla de las colonias que llevábamos puestas.

Cuando llegamos al restaurante, mi entrada en el local acompañado por los dos chavales fue sencillamente triunfal. Al dueño, que es amigo mío pero una auténtica lercha, le faltó tiempo para venir a saludarme y ver de cerca los dos magníficos cachorros que me acompañaban. Y yo, asumiendo el papel de reinona, displicentemente se lo presenté a ellos (que fueron el centro de atención mientras permanecimos allí) sin que por un momento les quitasen el ojo de encima ni él ni sus monísimos empleados. Bueno. O al menos eso me pareció. Y conste que no soy celoso.

Con tantas atenciones la cena resultó bastante aceptable, y mis dos novios y yo pasamos un rato ciertamente agradable con el trato tan obsequioso que nos depararon tanto el jefe como los camareros. Aunque por lo bajo no podía menos que sonreír diciéndome para mí mismo: "los veréis pero no los cataréis, jodidos por el culo". Aquellos potros por el momento eran míos y si alguien los montaba ese era yo. Que quedase la cosa bien clarita para quien le pudiese interesar.

Después del exitoso paso por el restaurante, la cosa se terciaba propicia para impactar otro poco luciendo a los niños por algún lugar de ambiente. Y, a pesar que lo único apetecible era volver a casa y follar otra vez, propuse, a quienes eran mi vicio, que fuésemos a tomar algo a cualquier café suficientemente iluminado como para mostrar nuestros palmitos. Nada más entrar en uno de los lugares más concurridos, nos topamos con Ricardo, Carlos, Cris y Pedro, que también habían salido de cena. Y la presencia de Paco conmocionó a la peña. Más a Cris que al resto, lógicamente, pero los demás también coincidieron calificándolo de guapísimo y muy agradable. No hay duda que cuando uno está bueno y es mono siempre es más fácil que te acepte todo el mundo. Incluso los que no entienden. Aunque éstos suelen decir que el tío es muy majo, sin más, evitando otros calificativos que pudiesen inducir a equívocos sobre su virilidad. En cualquier caso los dos chavales sabían como hacer para caer bien a la gente. Fundamentalmente tratándose de mariquitas, para los que el físico suele ser un ochenta y cinco por ciento del encanto de una persona. Paco y Gonzalo no se parecen demasiado. Y no sólo en el físico. Gonzalo es despreocupado, espontáneo, alegre y dicharachero. Posiblemente algo inocente, pero firme en sus decisiones, franco a la hora de opinar, y muy testarudo. No sabe mentir y no puede evitar decir lo que piensa aunque ello sea inoportuno. Carece de doblez y en sus ojos se puede leer como en un libro abierto.
Paco es mucho más reservado, pero quizás más elocuente con sus silencios. Su mirada es profunda, y aunque denote recelo ante lo desconocido, no logra ocultar la bondad que intenta proteger. Es perspicaz e irónico y tiene chispa. Sin ser terco, no cambia de opinión fácilmente, y no admite nada que su razón no alcance a entender. Tiene una personalidad más compleja que la de Gonzalo y la vida le ha hecho perder su inocencia de niño. Tiene un carácter fuerte, mucho amor propio, y una enorme decisión para afrontar cualquier situación por complicada que sea. Desde luego hay que tener agallas para soportar la vida cuando únicamente le fue adversa desde la niñez. Los dos son inteligentes, pero creo que Paco posee mayor agilidad mental que Gonzalo y un mayor interés por la lectura. Desde que llegó a Madrid está obsesionado por enriquecer su cultura y devora cuanto libro cae en sus manos, preferentemente de literatura y arte.

La noche se presentaba divertida y continuamos de copas con mis amigos sin que descuidase las mañas de Críspulo, mas por mera costumbre que por si acaso. Y que, aunque estaba seguro que Paco le resultaba un bocado demasiado apetitoso como para resistirse a probarlo, o al menos a intentarlo, por otra parte también tenía claro que el chaval, mientras nos quisiese a gonzalo y a mí, no era probable que se fuese con nadie por muchas artes que utilizasen para engatusarlo. Con Gonzalo había menos problema puesto que daba menos el tipo que suele gustarle a mi amigo "el gran cazador de indefensas pequeñas". Y, además, porque tanto Gonzalo como Paco nunca fueron lo que se dice unas indefensas pequeñas. Jóvenes sí, pero indefensos jamás. Creo que los dos han sabido en todo momento lo que querían. Y Paco no sólo eso, sino que supo defenderse siempre el solito sin ayuda de nadie. En uno de los bares ese día había espectáculo y llegamos justo cuando un cachas, la hostia de bueno, evolucionaba por una tarima, a modo de escenario, desvistiéndose al son de un ritmo excitante y moviendo el pubis adelante y atrás. De entrada no caí en la cuenta de quien era, pero, al acercarnos más para ver el número, nos reconocimos el gachó y yo. Y, marcando más el tinte porno, el muy guarro me dedicó con la mirada el resto de su actuación poniéndome el culo y abriéndoselo con los dedos para enseñar bien el agujero. El muy hijo de puta conocía bien mis debilidades y me invitaba a follarlo otra vez. Pero las circunstancias eran otras y a mí me llegaba con los dos apetitosos culitos que por el momento tenía en exclusiva. Y como nadie sabía lo mío con el cachas, no hubo lugar a ningún tipo de mosqueo por la provocación tan descarada de la que había sido sujeto pasivo. En cualquier caso aproveché la coyuntura para fardar ante mis chicos dejando patente que podía traer de calle a más de uno.

En ese mismo local encontramos a Guillermo (un conocido de Carlos que nunca me cayó ni bien ni mal, si no todo lo contrario) que nos puso al día de los últimos comentarios que circulaban por nuestro mundillo. Nos dejó boquiabiertos con la noticia de que Gabriel (un ex de Alberto) se había liado con Eugenio. Este Eugenio es un amigo de Gabriel que de repente había anulado su compromiso matrimonial después de un largo noviazgo con una nena bastante mona, dulce y agradable. Hay que decir que Carlos siempre aseguró que el tal Eugenio era más señora que la Garbo. Y verdaderamente el chico tiene unos gestos un tanto sospechosos, pero nunca había dado motivo para dudar que lo de la boda no fuese en serio. En opinión de Carlos, el casorio debió quedar cancelado porque el chico querría casarse con el traje de novia de su mamá. Y evidentemente a la familia de la novia le pareció demasiado fuerte el capricho del nene. ¡Habría que verlo entrar en los Jerónimos vestido de blanco!. Bueno, pues tampoco es tan grave. Se casa con Gabriel y se viste de satén como su mamá. Y posiblemente estaría divino porque el tío no está nada mal y hacen buena pareja Gabriel y él. Personalmente creo que a Eugenio si no le molaba precisamente una dulce nenita, tampoco un rudo camionero o descargador de muelle, sino otro chaval de su estilo que sepa darle el afecto y la comprensión que precisa para sentirse realizado como persona. Como dijo Carlos: "Está en esa edad tonta que todas las mariquitas tenemos entre los quince y los setenta y cinco años". Y dirigiendo la vista hacia un carrozón de más de setenta que pretendía ligarse por el morro a un mariconcete de dieciocho añitos, añadió: "Y en algunos casos les dura hasta los ochenta. ¡Qué valor le echa el tío!. Es capaz de creer que tiene al mocoso loco por sus huesos. ¡Mejor dicho por sus pellejos!. Con suerte sólo le va a costar la hijuela. ¡Qué poco sentido tenemos cuando se nos cruza un cacho de carne apetitosa!". Sin embargo, no estoy plenamente de acuerdo con estas opiniones de Carlos, ya que el amor es libre y jamás podemos negar su existencia por inverosímil que parezca a primera vista.

Esa noche lo pasamos en grande riendo y bailando, y al regresar a casa nos sentíamos algo cansados para más danzas. Pero como comer, joder y rascar, todo es empezar, una vez juntitos los tres en la cama nos vimos envueltos en otra vorágine libido erótico amorosa, de imprevisible magnitud y consecuencias, y después dormimos como ceporros. Estoy convencido que no hay nada como una buena jodienda para dormir luego como un niño de teta sin malos sueños. Sin duda es el mejor remedio contra el insomnio y debería recetarse con más frecuencia por los médicos en beneficio de un mejor descanso social. ¡Como siga teniendo estas brillante ideas no voy a tener más remedio que meterme en la política!. Al menos habría alguien un poco más original y ante todo sobrado de imaginación. Pero de momento dejemos esa historia para los sosos que nos se les ocurre joder de mejor forma. En aquellos días Gonzalo tenía que continuar estudiando hasta finalizar sus últimos exámenes, y Paco y yo, que estábamos de vacaciones, nos dedicamos a pasear por Madrid e ir de tiendas, regresando a casa más o menos a la hora en que nuestro estudiante volvía, cumplida su tarea, para disfrutar los tres juntos el resto de la jornada; ya que, como su familia estaba en la sierra, el chaval no tenía ningún problema para no aparecer por su casa. Nos gustaba cada vez más hacer el amor en trío, pero, sin embargo, el algún momento aproveché la ausencia de Gonzalo para amar a Paco en solitario otra vez. Y no es que lo hiciese muchas veces, pero reconozco que también me gustaba y necesitaba sentirme exclusivo para cada uno de ellos. Y, por tanto, cogía a Paco por banda, apropiándome su ternura, y en cualquier lugar de la casa fundíamos los plomos los dos solitos. De todas formas en cuanto llegaba Gonzalo repetíamos con él la faena y así todos contentos y bien servidos. Por otra parte, estaba convencido que ellos también follaban como locos cuando yo salía de casa por algún motivo dejándolos solos. Y era normal que dos jóvenes, sanos y guapos, que se gustan, quieran hacer el amor a todas horas y disfruten la vida lo más posible. Por tanto, ni podía extrañarme ni parecerme mal que lo hicieran. Y cuando yo llegaba, cumplían conmigo como si no se hubiesen rozado ni un pelo. ¡Y los polvos que echábamos eran de antología!. Nos mamábamos todo lo mamable y más también. Y cuando ya teníamos la lengua y los labios enrojecidos e hinchados, venía el turno del coito propiamente dicho y Gonzalo y yo nos cebábamos con el culo de Paco antes de saciarnos mutuamente los propios. A Paco no le gustaba penetrarnos y respetábamos su decisión, por lo que hacía todo lo demás menos eso. Y cuando no formábamos un tren sirviendo él de máquina, nos separaba las nalgas con sus manos abriéndonos el culo para que el otro pudiese meterla mejor y de paso ponerse ciego de lujuria viendo como nos follábamos Gonzalo y yo. Se excitaba como un burro y aunque acabase de correrse volvía a empalmarse y se la cascaba otra vez mientras nosotros nos íbamos dándonos por el culo. Y cuando más caliente se ponía más nos calentábamos nosotros y era el cuento de nunca acabar. Paco disfrutaba como un enano siendo follado como viendo follar, pero se salía mucho más de madre cuando era yo quien le partía el culo a Gonzalo. Le encantaba ver al otro puesto en pompa gimiendo y suspirando con mi polla clavada por detrás.

Para aprovechar el tiempo antes de irnos a Fontboi a principios de la siguiente semana, cerramos el trato con otros amigos míos para que Paco trabajase en Madrid en una tienda de ropa para hombre, dado que tanto el chico como yo consideramos imprescindible para el éxito de cualquier relación amorosa la independencia económica de cada uno. Sin que ello signifique que no puedan ayudarse mutuamente o se faciliten la vida uno a otro según las posibilidades de cada cual. Y ya no es un secreto para mis lectores que las mías eran considerablemente superiores a las de mis dos amantes. Con el fin de semana llegó también la libertad académica de Gonzalo y comenzamos los preparativos para nuestra estancia en el solar de mis mayores del lado paterno. Los chicos no sabían exactamente que era Fontboi ni les había hablado nunca de mis circunstancias personales. Su impresión era de que tenía pasta, pero ni la más ligera idea sobre la entidad de mis riquezas. No me interesaba desvelarles tales extremos, pero tampoco tenía la intención de ser tacaño con ellos. Si algo deseaba era no privarles de cuanto se pudiese comprar con pelas. Pero por mi parte sólo se enterarían de cuanto resultase evidente y nada más. Y, entre otras cosas, de las grandezas, puesto que, como ya he mencionado, solamente en Fontboi se me nombraba la baronía. La nobiliaria, por descontado, que la otra suelo llevarla puesta inevitablemente aunque no siempre colgando. Sobre todo cuando ellos me alegran el ojo con sus gracias y encantos. Y no me estorba para nada incluso flácida, que quede claro. Muy al contrario, ya que no sería faltar a la modestia si digo que a la mayoría de mis ligues les ha cautivado la seriedad de mis atributos. Una cosa que debía hacer antes de irme de Madrid era cenar con mi madre, que también estaba a punto de salir para Galicia a pasar el verano con su padre, y decidí hacerlo el día anterior al de nuestra partida. En esta ocasión no era cosa que me acompañasen mis muchachos y, por tanto, los dejé en casa cenando solos para reunirme con ellos después de cumplir con mi madre. En principio habíamos pensado vernos en una terraza de la plaza de Chueca, pero luego decidimos que sería mejor no andar de cachondeo y acostarnos temprano para salir de viaje a la mañana siguiente a una hora relativamente prudencial. Con tal motivo, procuré no alargar la velada con mi madre y regresé a casa lo antes posible. Al abrir la puerta me escamó no oír ni un ruido y entré sigiloso sospechando ya la causa de tanto silencio. No sé si algo llamó mi atención o si mi intuición me indicó la terraza y me dirigí allí. Y lo que me encontré fue a los dos chavales en plena follada. No se dieron cuenta de mi presencia y siguieron a lo suyo mientras yo permanecía en silencio observando la escena. La luna llena blanqueaba sus cuerpos dominados por la vehemencia del sexo y ungidos por una extraña luz que los transformaba en seres celestes. Los dos, devorados por la pasión, se entregaban por completo el uno al otro produciéndome tal morbo que mi placer fue tanto como si yo mismo poseyese a Paco, que sentado sobre Gonzalo emulaba con sus brincos a esos vaqueros que montan potros salvajes en un rodeo. Me quité la ropa y me acerqué despacio, encelado por los plateados destellos que escapaban de la espalda de Paco en su continuo vaivén. Y el influjo de la luna recorrió mi espinazo obligándome a inclinarlo sobre el pecho del otro. Y, sacándole la de Gonzalo, lo penetré de golpe mordiéndole bajo la nuca. Y apretándole los pezones le ordenaba que abriese el culo par ver mejor como le entraba y salía. Y al cabo de escasos minutos, que a mí me parecieron un instante, Paco no pudo esperar más y se fue. Pero Gonzalo y yo seguíamos cachondos como perros pegados al rabo de una hembra en celo. Y, mirando sus ojos brillantes de luna, quité de en medio a Paco y le levanté las piernas a la altura de mis hombros, pegándole sus rodillas sobre el pecho, y lo ensarté como a un pollo en el espeto. Pidió que le diese mi lengua y agarrándolo por el cogote juntamos las bocas y le di por el culo a tope sujetándolo fuerte para que su estremecimiento no lo librase de la posesión a que lo estaba sometiendo. Mis embestidas no le dieron cuartel, y parecía como si en el suelo retumbasen los golpes secos que daba contra su carne, hasta que llegamos juntos al orgasmo. La furia pasó y quedé sobre Gonzalo con la cara pegada a la suya, mientras los labios de Paco recorrían mi espalda. Y volviendo a ser racionales otra vez después de la locura, nos arrebujamos los tres en la cama y dormimos como niños bien amamantados, haciéndolo de prisa para no retrasar demasiado la salida hacia Fontboi.


Capítulo XIII
Los chicos iban medio dormidos y entré en un área de servicio para despejarlos un poco desayunando por segunda vez. A Gonzalo, más comedor que Paco, la idea le pareció de puta madre y sus verdes ojitos se animaron como farolillos en cuanto vio ante sí el refrigerio. El otro mostraba menos apetito y se puso mimoso diciendo que necesitaba recuperarse del palizón de la noche anterior, recriminándome también por el chupetón que le había hecho con los dientes. Por lo que, palpándole una pierna por debajo de la mesa y acercándome a su oído, le dije:

"Te advierto que como no te calles, esta noche te lo hago en el cuello y vas a parecer la novia de Drácula"
"Ya sabes que mientras me folles bien follado puedes morderme hasta en la punta del pito". Contestó él acaramelando la voz.
"Me parece que la punta del capullo te la voy a comer aquí mismo como sigas tirándome del temperamento. Te anuncio"
"El que os va a dar bien por el culo esta noche soy yo. ¡Ya lo veréis!". Apuntó Gonzalo dejando oír su voz.
"¡Mira el machito!". Exclamé echándole mano al paquete.
"¡Qué nos van a ver!". Me advirtió Gonzalo.
"¡Y qué!". Solté. "¿Acaso te da vergüenza que lo sepan, o es que no tienes cojones?
"No es eso. Pero tampoco es cosa de andar metiéndose mano delante de la gente. ¿Has visto alguna vez a un tío tocarle el chocho a la novia en público?"
"Si la novia estuviese tan cojonuda como tú y tuviese un paquete que oliese a sexo como ese que tienes tan bien puesto en medio de tus dos patazas, seguro que sí". Insistí para seguir la broma. Y como gonzalo me llamó misógino, le largué un beso en la cara, añadiendo que eso sí se lo hacían en público los novios a las novias, y ya no respondió, pero retiró la cara viendo a todos lados temiendo la reacción de la gente.
"No te preocupes que no nos vio nadie. y si nos vieron a mí me da igual. ¿Quieres que grite aquí mismo que somos maricas y que nos damos por  el culo los tres?. ¿Lo hacemos Paco?"
"Déjate de tonterías que ahora no estoy para ruidos". Dijo Paco.
"¿Te duele la cabeza?". Le pregunté.
"¡Me duele le culo!. Ya te lo dije antes"
"Esta noche te damos unas friegas y te queda nuevo". Añadí.
"¿Nuevo, para jodérmelo luego otra vez?"
"Naturalmente, pequeño. ¿Gonzalo, no crees que un culo como ese debe ser amorosamente follado por dos seres tan considerados como nosotros?"
"¡Mucho cachondeo tienes tú esta mañana, bonito!". Soltó Gonzalo.
"¡Y tú muy mala hostia!. ¿Qué pasa?. ¿No quedaste suficientemente relajado ayer?"
"¿Por qué no lo dejas ya?". Intervino Paco.
"¡Si estamos de broma tontín!. Le dije pellizcándole en la barbilla.
"Pues prefiero que sigamos la broma cuando estemos en ese sitio, donde quiera que sea". Contestó Paco. Y añadió dirigiéndose a Gonzalo: "¡Y tú deja los morros para mejor ocasión sino quieres que te los coma ahora mismo!. ¿Está claro?"

Y se acabó la historia. Pagamos y proseguimos el camino hacia Galicia.
Me sentía bien y seguro con mis dos novios, y en aquel viaje a Fontboi sólo pensaba que nuestra vida juntos podría ser fantástica.

Al reanudar el camino, Paco se sentó detrás para cabecear un rato y a Gonzalo le tocó hacer de pincha poniendo música. De cuando en cuando Gonzalo aprovechaba para insinuarme cuanto le gustaría conducir el coche (también alemán pero negro y algo más pequeño y modesto que el de mi madre) y yo le repetía que un poco más adelante si me prometía no hacer el loco. No es que el chico lo hiciese mal, puesto que ya me había demostrado sus habilidades al volante del utilitario que uso en la ciudad, pero no puede resistirse a la velocidad y nunca había tenido en sus manos una máquina tan potente. Y aunque hubiese preferido mantener un criterio más acorde con la prudencia y no consentirle el capricho yendo en carretera, no me hice de rogar en exceso y cedí por no aturarlo, ya que Gonzalo es lo suficientemente cabezón como para terminar saliéndose con la suya por aburrimiento del contrario. Y aprovechando una parada para repostar gasolina le dije: "Venga. Coge el volante. Pero procura poner los cinco sentidos. ¡Y sin prisas que no vamos en competición!. Y como te pases no lo hueles más en la vida. ¡Tú verás!"

Al chaval se le iluminó la cara y plantó las manos sobre el volante con la seguridad de todo un campeón. Antes de arrancar le repetí tres o cuatro veces:

"Despacio. Despacio".

Y él me contestaba:

"¡Joder!. No te preocupes que sé lo que hago"

Y lo sabía. Porque la verdad es que lo llevó muy bien. Y eso me encantó, puesto que me gusta conducir pero también me cansa. Sobre todo cuando se hace de noche y te enfrentas a los faros que viajan en tu contra. Esas luces me molestan un montón. A Paco, por el contrario, no le gustaba llevar el coche y prefería ir detrás o de copiloto haciéndonos oír sus canciones preferidas. Estaba claro que los tres nos compenetrábamos a las mil maravillas en todos los sentidos, y con poco esfuerzo llegaríamos a entendernos sin necesidad de hablar, ya que sólo con mirarnos adivinábamos lo que los otros dos deseaban en ese momento. El secreto de nuestra unión solamente radicaría en esforzarnos siempre al límite para mantener la novedad y la armonía entre nosotros.

Gonzalo ya había ido a Galicia una vez, pero a Paco, que no la conocía, el paisaje multiverde le fascinó. Le hacían gracia los campos, a veces casi diminutos, que remendaban los montículos y los valles. Y también la cantidad de casitas desperdigadas y colocadas en los lugares más insospechados. Y, como los críos, no paraba de preguntarme cuando llegamos. A pesar de los avances en cuestión de carreteras, se le hacia interminable el continuo ciszagueo de las curvas y, con más frecuencia de lo que yo acostumbro, nos parábamos a beber y evacuar tomándonos un respiro antes de continuar la sinuosa marcha. Cuando iba a mi lado, cogía su mano o le acariciaba un muslo, porque, aunque los quisiese por igual, fuera de la cama me inspiraba mucha más ternura Paco. Gonzalo siempre dio la impresión de ser más fuerte y su carácter nunca se prestó a blanduras. Me refiero también de puertas a fuera del dormitorio, porque dentro es otro cantar y Gonzalo necesitó a menudo más suavidad y Paco, por el contrario, recibió más caña. Por ejemplo la irritación de ano o el mordisco de la noche anterior al viaje que ahora narro. No me tengo por lunático, pero sí es cierto que con la luna llena mi sexualidad es más agresiva, y la dorada piel de Paco me incitó a morderlo saliendo de mí un ancestral instinto atávico de depredador. Me di perfecta cuenta que involuntariamente apreté los dientes en su carne con la doble intención de dominarlo y sorber su vida poseyéndolo en cuerpo y alma. Y ciertamente no se quejaba en vano cuando decía que le había marcado la parte posterior del cuello, puesto que difícilmente lograba ocultar la señal del mordisco que se le ponía color malva por momentos.

Cuando por fin bordeamos las tapias del pazo, miré a Paco diciéndole:

"Venga, chaval, que ya estamos llegando"
"¡Joder!. ¡Esto es el culo del mundo!. ¿Pero dónde está ese dichoso pueblo?"
"Fontboi no es un pueblo. Fontboi es todo eso".

Les dije a ambos mostrando los viejos muros que cercan la finca, y ninguno de los dos abrió la boca. Pero al llegar ante el portalón de entrada se miraron con gesto interrogante como preguntándose: ¿tú sabías algo de esto?. Y continuaron silenciosos, mientras recorríamos el camino sombreado de álamos que conduce a la casa, hasta que la aparición del noble caserón hizo exclamar a Paco:

"¡Hostias!. ¡Qué cacho mansión!"
"¿Esta casa es de tu madre?". Preguntó Gonzalo.
"No..... Esta casa es mía..... Este es el pazo de Fontboi, mi verdadera casa". Contesté.

Obsequiosos como de costumbre, delante de la escalinata nos esperaban los caseros y el resto de las personas que cuidan el pazo, recibiéndonos con todos los honores y sin olvidar tampoco el tratamiento, por lo que los dos chavales, todavía más sorprendidos, me miraban sin dar crédito a cuanto veían y oían. Una vez solos, el primero en hablar fue Gonzalo:

"¿Y eso de señor barón?"
"Porque lo soy"
"Ya. Y Paco y yo también somos varones. O al menos también tenemos pilila"
"Me refiero a barón con b, no con v..... Soy barón de Idem"
"¿De qué?. Preguntó Paco exclamando.
"De Idem". Repetí.
"¡Cojonudo, tío!. Resulta que nosotros ahora somos las baronesas consortes, por lo menos". Soltó Gonzalo cachondeándose abiertamente de tanto honor.
"Mejor baroncitos, diría yo".

Repliqué dándole una buena palmada en el culo que sonó como el mejor de los panderos.

Paco, que quería a toda costa recorrer el caserón, no hizo más comentarios al respecto, y nos acuciaba a comenzar el itinerario, pero le convencimos de que era mejor instalarnos y adecentarnos antes. Y, luego, ya tendríamos tiempo de ver la casa y también el jardín de la baronesa, situado en la parte posterior del edificio, que debe su nombre a una de mis antepasadas con fama de casquivana, pero que a mi siempre me pareció una señora estupenda que sabía montárselo divinamente. La buena señora, llamada Adelaida, vivió allá por el dieciocho y a la pobre la casaron, todavía muy joven, con un tío suyo muchísimo mayor que ella, aburrido, enfermo y coñazo. Y no le quedó más remedio que pasar del barón y alegrarse la pestaña (tanto en su jardín como en cualquier otro sitio) con algún que otro varón del pueblo, bien recio y saludable, y con toda seguridad descendiente de otro barón anterior, haciéndole al marido el favor de procurarle una descendencia bastante presentable de cara a la perpetuación del apellido, sin necesidad de salir de la propia familia. En fin. Se diga o no, esas cosas pasan en las mejores y encumbradas familias.

Mientras nos duchábamos y antes de volver a vestirnos, me percaté que Gonzalo, totalmente excitado, babeaba viendo a Paco desnudo, y podía apostar cualquier cosa a que en ese momento sólo pensaba en tirárselo. Ya no era la primera vez que le ocurría e incluso me dio la impresión que le molestaba que yo tocase al chaval. Aquel posible brote de celos me preocupó y quise castigar su avaricia metiéndole a Paco toda mi lengua en la boca, y entonces Gonzalo miró hacia otro sitio. Paco, ajeno al detalle y siempre dispuesto a demostrar su cariño, puso mayor efusión que yo al devolverme el beso, y el otro se acercó a una ventana asomándose al jardín. Me acerqué a él y le di otro buen azote, diciéndole con una sonrisa:

"No te celes que luego te arreglaré a ti"
"¡O yo a ti!".

Contestó él desahogando su rebeldía. Y volví a darle otro gran azote en su potente culazo. He de confesar que me encantaba darle palmadas en las posaderas a Gonzalo y escuchar el sonido del palmetazo al golpear su carne dura y compacta. Aunque lo malo sea que unas nalgazas tan macizas te dejan la mano dolorida un buen rato.

Los fui llevando por todas las habitaciones y salas, contándoles la pequeña historia de la familia a través de retratos y objetos, y finalizamos el recorrido en el gran comedor, al rededor de cuya mesa se reunía el pleno de la familia para celebrar las grandes solemnidades y demás eventos de los Fontboi. Iban atentos a mis explicaciones intentando hacer suya aquella parte de mi vida que quizás signifique para mí mucho más de lo que deseo admitir. En el jardín de la baronesa fuimos más informales y jugamos a ser doña Adelaida divirtiéndose con sus amantes. Y antes de ir a cenar, paseamos por el parque ya sombrío procurando no alejarnos dadas las protestas con que empezaban a urgirnos nuestras barrigas. Como es normal en mi tierra, cenamos demasiado y tuvimos que hacer tiempo en los salones para poder retirarnos a dormir. Lo de dormir vendría luego, puesto que me apetecía follar y deseaba doblegar las mañas del más díscolo de mis dos potrillos. Y, por supuesto, ellos también andaban nerviosos esperando su dosis de sexo.

Cuando lo estimé oportuno, propuse que subiésemos al dormitorio y ellos no perdieron tiempo en corroborar mi iniciativa. Nos abrazamos los tres en mitad del dormitorio e inmediatamente se nos erizó el vello en el cuerpo creando un campo magnético que impedía cualquier intento de separarnos. Mi mano se encontró con la de Gonzalo sobre la espalda de Paco. Y juntas se deslizaron hacia el sacro separándose en ese punto para adueñarse cada una del glúteo que le quedaba más cerca. Paco se colgó de nuestro cuello y, echando hacia atrás la cabeza, jadeaba impaciente por sentir la presión de nuestros dedos sobre su carne, abriéndose de piernas para facilitarnos el acceso al punto más erógeno de su organismo. Osea, el ojo del culo. Gonzalo puso la otra mano en mis genitales haciéndolos palpitar hinchados de sangre ardiente, y yo, que lo sujetaba por el cuello, baje la mano hasta su cintura y, después, le magreé el culo obligándole a aflojar los músculos para llenar mi sistema nervioso del calor que irradiaba por toda su raja. Ese olor a macho y esa tibieza que se concentra en los pliegues más profundos de la anatomía de un hombre me embriagan y me provocan una tremenda erección. Y sobre todo cuando se trata de alguien tan vital como Gonzalo. A Paco le hervía todo el cuerpo y sus gestos y gemidos pedían que lo jodiésemos. Pero cuando Gonzalo se disponía a hacerlo, le obligué a doblarse hacia delante. Y pidiéndole a Paco que le abriese bien las nalgas, le di por el culo sin piedad haciendo que se corriese aún resistiéndose a ello. Terminado el acto con él, le tocó el turno al otro y me lo follé delante se sus narices dándole sonoras palmadas en el culo hasta corrernos también. Saciada la bestia de mi genio, me acerqué a Gonzalo, clavándome en su mirada esmeralda, y rodeándolo con mis brazos susurré:

"Ponte en forma y follaremos los tres otra vez"

El chaval relajó su orgullo y se apretó contra mi pecho cobijándose en mí como una criatura desamparada. Y transcurrido un prudente lapsus de tiempo nos amamos los tres disfrutando plenamente nuestro amor.

El carácter de Gonzalo es demasiado impetuoso y a veces necesita que le acorten las riendas imponiéndole algo de autoridad. Era normal que quisiese mostrar su vitalidad y su fuerza de joven macho, dada su forma de ser. Pero si quería que nuestra relación prosperase, debía controlar sus impulsos, puesto que todavía no era el momento de que él tomase el control de nuestro incipiente trío. Y, por tanto, era imprescindible que esperase hasta alcanzar una mayor experiencia y seguridad en sí mismo. Paco es distinto y no intenta imponerse, sino que busca en el sexo la protección que no tuvo en su niñez y necesita a su lado alguien que le haga sentirse seguro tanto interiormente como ante el resto del mundo. Y hasta es posible que al destino le plugiese que algún día ese alguien fuese Gonzalo. Sin duda el tiempo será quien lo diga. A corto o a medio plazo, pero lo dirá. y mientras, sólo restará aguardar a que el paso de los días o de los años nos traiga la solución a ese problema (y también a otros, por supuesto). Llegado ese momento, ya no quedará otro remedio que afrontar los acontecimientos que inexorablemente vengan a cambiar nuestra existencia. Al fin y al cabo, en la continua mutación de nuestras circunstancias consiste precisamente la vida.

En Fontboi mantuvimos una actividad casi frenética y apenas teníamos un minuto al día que no dedicásemos a inventar alguna diversión. Las excursiones eran frecuentes y nos desplazábamos en todas direcciones pateando la zona al mejor estilo de los clásicos exploradores. Hubo veces de llegar tan cansados que ni fuerzas para fornicar nos quedaban. Aunque sí para comer; que nos poníamos como cerdos. El sol, el aire libre y sobre todo el ejercicio, calmaron nuestros temperamentos y reinaba la más completa armonía entre los tres. Desde luego, Gonzalo seguía debatiéndose entre su irreprimible pasión por poseer a Paco y el morbo irresistible de mis artes amatorias. Deseaba ser el centro de la atención del otro, pero no podía librarse de la atracción que le producía sentirse poseído por mí. No lograba librarse de esos instintos atávicos de posesión y dominio, ni podía entender que el amor no tiene dueños ni es cuestión de pertenecer o no a otro. El amor simplemente funde a los seres para compartir un alma única. Y lo curioso es que, aún siendo el más joven, Paco presentía ese sentimiento y nos amaba a los dos por igual. Su espíritu se complementaba con el nuestro, pero sabía trasmitir también la esencia de su identidad consiguiendo que vibrásemos con sus emociones. Templaba gaitas como un maestro, contemporizando con uno y otro, evitando que por cualquier circunstancia nos soliviantásemos nosotros dos. Siendo aparentemente el más dócil, pronto se convirtió en el verdadero nexo de unión entre nosotros, dotado con la fuerza necesaria para mantenernos casados los tres.

Gozamos tanto el amor como la diversión y recorrimos Galicia de norte a sur. Y también visitamos a mi abuelo y a mi madre en el pazo de Alero. Decidí ir allí después de hablar con ella por teléfono, dado que se empeñó en invitar a mis amigos a pasar dos o tres días en su pazo. A los chicos les daba un poco de apuro, pero los convencí de que no era para tanto, puesto que mi abuelo no se iba a enterar de la fiesta y mi madre estaba más o menos al corriente de todo. Gonzalo lo sabía y enseguida tranquilizó a Paco contándole la cena en casa de mi madre e insistiéndole en que era una señora muy amable.

El día que llegamos al Alero los dos eran la viva imagen de la formalidad y la compostura y hasta parecían algo intimidados por el entorno. A Paco le encantó mi madre. Pero quien de verdad le impresionó fue el marqués, que asumió plenamente su papel para la ocasión. Nos recibió en la sala sentado en su sillón de costumbre y flanqueado por los perros al mejor estilo de película con palacio y aristócrata dentro. Parecía la rememoración de un acto de pleitesía de los vasallos a su señor. Lo malo para el marqués era que tal señorío ya estaba desfasado y nosotros teníamos poco de fieles vasallos. De cualquier forma estuvimos tan comedidos que el hombre quedó satisfechísimo y hasta me dijo que por primera vez tenía unos amigos como Dios manda. ¡No lo sabía él bien hasta que punto eran como Dios manda!. Está claro que de viejos vamos perdiendo facultades pero aún sin pretenderlo vemos las cosas con más lucidez. A mi madre Gonzalo le seguía pareciendo un chico estupendo, pero con quien hizo mejores migas fue con Paco. Estaba entusiasmada con el carácter del muchacho. Y como además lo encontró tan guapo y elegante, si por ella fuese se lo quedaría para siempre. Lógicamente antes tendría que vérselas conmigo, puesto que no fue necesario muchas demostraciones para intuir que él era mi otro amor. Y si bien podía comprender que yo me encandilase por él, no le resultaba tan fácil llegar a entender que ello fuese en concordancia con mis sentimientos por Gonzalo. Cuando le pregunté cual de los dos le parecía mejor, ella me contestó que cualquiera de ellos podría hacerme feliz. Y no se equivocaba, ya que los dos me hacían inmensamente dichoso. Mi único problema era adivinar hasta cuando podría durar aquello como le ocurre a cualquier hijo de vecino. Y mientras dure hay que aprovecharlo. Y luego, si escuece, a rascar. Y si no, a la mierda con todo el equipo.

A la mañana siguiente de nuestra llegada fuimos a una playa nudista que está en la ría de Pontevedra, cerca de Portonovo, que (como ocurre en casi todas las playas donde se practica el despelote) estaba llena de gente del ambiente, preocupadísimos todos por lucir el bronceado más intenso e integral, tumbados o paseando de un lado a otro si dejar de ver al tendido. Algunos desaparecían escalando entre las rocas, porque otra de las manías congénitas del personal gay es cancanear por sitios de difícil acceso y mejor si se trata de piedras escarpadas o acantilados. Creo que vamos en camino de una mutación para adaptarnos al medio y las piernas se nos transformarán en patas de cabra. Elegimos el lugar que nos pareció más adecuado y extendimos las toallas, librándonos seguidamente de toda la ropa, y, a penas cinco minutos más tarde, nos vimos rodeados de lobas ansiosas por hincar el diente en nuestras salerosas carnes madrileñas ya convenientemente adobadas por el bronceador.

Tumbado boca abajo me dediqué a observar a nuestros vecinos y me llamó la atención una cara que nos miraba con insistencia. La luz salía del interior de sus ojos grises y azul espeso como un mar en invierno, colocados en una faz rubicunda flanqueada con largas patillas tupidas y pelirrojas. Cuando se puso en pie me fijé que tenía las piernas largas y el culo, muy pequeño, le salía justo debajo de la cintura. De perfil se le juntaban el pecho y la espalda a fuerza de ser plano. Y, sin embargo, el conjunto quedaba gracioso recordando una mistura entre grulla y gacela. En realidad su mayor virtud eran los pocos años, porque de cuerpo era un auténtico alfeñique. Pero no le faltó quien se apresurase a seguirle en su paseo hacia las rocas. Afortunadamente para gustos se pintan colores y todo el mundo puede estar contento. Ese mismo día, al regresar al pazo por la tarde, tuvimos que soportar la visita de Bea (la sobrina del difunto marido de doña catalina que se llevó al huerto a mi hermano cuando solo tenía quince años, mientras yo me ventilaba a su hermano Cuco a la limón con un chavalote del pueblo), que se había casado con un rico imbécil y venía acompañada por sus hijos (dos monstruos con apariencia de angelicales criaturas gemelas, tan niño ella como niña él, capaces de tan perversas travesuras que más bien podría tratarse del diablo por duplicado ejemplar en función de ambos sexos), que no pararon ni un minuto quietos. Y al despedirles, mi mirada debió ser tan significativa que se acercaron cautelosos con cara de no haber roto jamás un plato, pero me habían crispado de tal forma los nervios que en lugar de besarlos les pellizqué un carrillo a modo de vil venganza. Desde luego conmigo lo iban a tener claro semejantes elementos. Cuando se marcharon mi abuelo también estaba de los nervios y a mi madre le dejaron un dolor de cabeza monumental. ¿Qué ricos son los niños cuando saben como comportarse delante de personas mayores que no tienen obligación ninguna de soportarlos!. ¡ Y sus progenitores cómo se molestan en llamarles la atención y decirles que vayan a joder a otra parte!. Recuperada la paz en la casa, salimos a la terraza situada en el primer piso, desde donde se ve la ría, y quedamos silenciosos contemplando un camino de oro dibujado sobre el agua que nos conducía al sol en su caída.

La visita al Alero resultó mejor de lo imaginable y mi madre, aburrida sin duda hasta el delirio con la compañía de mi abuelo, llegó a insimuarme que no volviésemos a Fontboi y nos quedásemos con ella. Incluso estoy seguro que le hubiese bastado con que le dejase a Paco unos días más, ya que ambos sintieron una mutua atracción materno filial nada más conocerse. Y de no ser por los particulares motivos del viaje hubiera accedido gustoso a quedarme en el Alero, pero debía poner los pies en el suelo y continuar consolidando el trío de ases en que estaba empeñado.

Regresamos pues a mis lares, y los tres percibíamos como día a día se cimentaba con firmeza una sincera amistad entre nosotros, brotando cada vez con más fuerza el amor. La atracción mutua era evidente y no podíamos negar que cada uno estaba totalmente colado por los otros dos.

Recuerdo una mañana que fuimos al río y el calor apretaba de un modo inhumano, aún a pesar de que todavía no eran las doce. Ya por el camino nos fuimos quedando medio desnudos y cuando llegamos a la orilla del agua estábamos casi derretidos y empapados de sudor. Buscamos un remanso apetecible y, quitándonos lo poco que nos quedaba encima, nos lanzamos al río en busca de alivio como si hubiésemos cruzado el desierto. La primera impresión nos cortó la respiración, encogiéndonos los testículos al tamaño de huevos de codorniz, pero enseguida el ejercicio aclimató nuestra sangre a la temperatura del agua, proporcionándonos una fresca sensación de felicidad. Dimos unas brazadas a lo ancho del cauce y salimos del agua para tirarnos desde una piedra situada el borde de una poza oscura y bastante profunda. Repetimos la hazaña una y otra vez, riéndonos como tontos, y Gonzalo hacía el bestia para exhibir su forma física y salpicarnos lo más posible con cada uno de sus saltos. Después, nadando rápidamente, procuraba alcanzar a Paco, que le soltaba un sin fin de improperios, y agarrándolo por la cintura lo alzaba sobre la superficie para dejarlo caer de golpe sumergiéndose completamente.

Gonzalo se lo pasaba en grande con sus chiquilladas y Paco se reía como un idiota en cuanto lograba recuperar la respiración. Yo los contemplaba desde la orilla y me recreaba viendo sus cuerpos, mojados y cuajados de luces, emergiendo entre multicolores abanicos de agua bordada de sol. ¡No podría haber una escena más hermosa!. Jamás entendí como alguna mente puede escandalizarse de la desnudez de un ser humano. ¿Cómo alguien puede ver maldad en una de las obras cumbres de la naturaleza?. La depravación sólo está en la mente de los hipócritas y nunca sobre la piel de los hombres limpios de espíritu.

Por fin salieron del agua y se tumbaron a mi lado cansados y sin aliento. Gonzalo se despanzurró mirando al cielo y Paco se acostó poniendo el pecho sobre la hierba, con la piel de gallina y perlado de gotas que escurrían a uno y otro lado de su cuerpo. Y me incliné sobre él para secarle un poco la espalda y besarle detrás de la orejas, que es uno de sus puntos más débiles. Gonzalo se giró hacia nosotros y gateó hasta colocarse al otro costado de Paco, reclamando mi atención para que viese el picotazo que un tábano le había metido en el costado derecho. La picadura se le estaba hinchando, pero no contábamos con nada apropiado para impedirlo ni aliviarle el picor, y solamente podíamos ponerle saliva sobre ella. Con lo cual, sólo podíamos esperar a que le aplicasen algún remedio casero al regresar a casa. Y que en estos casos suelen ser los más eficaces y de resultados más rápidos. Con tanto mimo, a consecuencia de la roncha, al chico se le puso la flauta como un ceporro, olvidándose del picor producido por el insecto, y no tuvimos otro remedio que chupársela juntos, pasándole también la lengua por debajo del escroto (que es algo que lo enloquece) y mordisqueándole alternativamente los pezones, que rápidamente se le pusieron duros y erizados como si fuesen dos remaches de bronce. Una vez llegado a ese punto, lo rematamos recorriéndole con los labios el cuello y los hombros. Luego, bajamos por los omoplatos y descendimos por la espina dorsal hasta llegar al coxis (punto crucial para hacerle separar las piernas) y dejó a nuestra merced el sonrosado ojete del culo que palpitaba con vida propia abriéndose y cerrándose para inducirnos a profundizar en sus secretos. Con dos lametadas más en el ano, ya estaba listo para darle por donde amargan los pepinos. Aunque si hemos de ser sinceros, a ninguno de nosotros nos amarga nada en ese lugar. Y mucho menos un hermoso y rotundo pepino. En aquella ocasión intenté que se lo hiciese Paco, pero no quiso. Su mayor placer consiste en ser poseído paladeando en su carne la penetración de la del ser que ama. Disfruta con eso. Y con Gonzalo y conmigo no imagina nada mejor que dejarse follar. Y monté a Gonzalo mientras Paco le follaba la boca, sincronizándonos de tal forma que nos corrimos los tres al tiempo alimentando por ambas vías al follado.

Después del orgasmo intuí que nos miraban desde unas matas, y vi a un muchacho, muy joven, que remataba una paja a nuestra costa. No dije nada, y cuando volví a mirar ya no estaba. Pero al día siguiente apareció otra vez en el río y se metió desnudo en el agua queriendo participar con nosotros en la diversión. El chico, llamado Germán, tenía la gracia de unos dieciséis años ampliamente cumplidos, el pelo ensortijado y medio pelirrojo y el cuerpo robusto y bien formado, sin ser muy alto. De entrada a Paco no le hizo demasiada gracia y estaba algo celoso. Pero pronto comprendió que sólo se trataba de una relación absolutamente inocente y admitió también al chavalillo, que se hizo amigo nuestro y nos acompañó al río el resto de los días que permanecimos en Fontboi. Germán, que era un excelente muchacho, vivía en el pueblo y ayudaba a su padre a trabajar las fincas, y le cogimos cariño como si fuese nuestro hermano pequeño. Con frecuencia se le ponía tiesa, sobre todo cuando estábamos tirados en la hierba, pero él decía que se le empinaba por el calor del sol y, con los carrillos enrojecidos, corría a meterse en el agua para bajarla. Nos partíamos el culo de risa y le decíamos:

"Tranquilo, chaval, que a nosotros también se nos levanta con el sol. Seguramente se debe a que le llaman Lorenzo y suena a hombre. Pero no te preocupes que eso es lo más natural. ¡Sobre todo a tu edad!. Ya lo irás entendiendo"

Lo pasamos teta hasta el último instante que pasamos en el noble solar de mis antepasados. Y después, nos esperaba otra vez Madrid con su rutina de todos los días y el reto continuo de alimentar nuestro amor a tres bandas, defendiéndolo también de cualquier interferencia negativa proveniente del exterior.


Capítulo XIV
Gonzalo solamente podía quedarse en Madrid un par de días, porque no tenía más remedio que ir a la sierra y dedicarle al menos dos semanas a su familia. No le hacía ninguna gracia, pero la obligación es antes que la devoción, como dice Germana, y, para que le resultase menos dura la separación, prometimos llevarlo hasta allí y quedarnos con él el resto de la jornada, además de ir a verlo con frecuencia. Por otro lado, Paco y yo teníamos que empezar a trabajar y no podíamos estar bailándole el agua al chiquillo todo el día. Al fin de cuentas no era cosa del otro jueves que estuviese unos días con sus padres, ya que pronto estaría de nuevo con nosotros, y al final del verano les había invitado a los dos a ir de viaje por el extranjero, donde le diese la gana a ellos
.
Yo quería que nuestra convivencia se afianzase lo antes posible y por eso me pareció conveniente hacer otro viaje juntos, puesto que los tres solos, fuera de nuestro ambiente habitual, pondría a prueba nuestra capacidad de entendimiento y comprensión.

La última noche que Gonzalo pasó con nosotros fue intensa y me di cuenta que hacía lo imposible por mostrarme su amor más que nunca. Estaba especialmente sensible a mis besos y caricias y quiso tenerme dentro el mayor tiempo posible. Paco, siempre generoso, ni le escamoteó atenciones ni mucho menos intentó privarle de las mías, pero yo me las arreglé para que ninguno de los tres quedase desplazado.

El polvo fue la leche, y Gonzalo quedó dormido abrazado a mí como para no perderme. Y por la mañana, antes de salir de casa, cuando ya nos íbamos a la sierra, me abrazó, con unos morros terribles, protestando por su marcha y diciéndome que iba a dejar las cosas muy claras con sus padres, ya que él también tenía derecho a elegir con quien deseaba vivir. Y, desde luego, no eran ellos sino nosotros. E inmediatamente besó a Paco con fuerza, apretándolo contra su pecho como si quisiese llevárselo dentro, y le preguntó:

"¿Te acordarás de mí?"
"¡Claro!". Contestó Paco con cierta tristeza.
"No olvides que te quiero mucho"
"Ni tú tampoco". Dijo Paco en tono exigente.
"Eso nunca mi amor"
Se besaron otra vez, y refiriéndose a mí con un gesto de cabeza, Gonzalo volvió a decirle a Paco: "Cuida de ese cacho golfo"
"No te preocupes por él". Contestó Paco.
"¡Y no abuses del chaval en mi ausencia!". Añadió Gonzalo mirándome.
"No sufras que le daré lo justo". Le dije. Pero Paco saltó como movido por un resorte: "¡Y una mierda!. Tú me darás lo que a mí se me antoje". Y añadió dirigiéndose a Gonzalo: "Descuida que quien va a abusar de él soy yo. Y tú ya tendrás lo tuyo cuando vuelvas"
"Anda, cabronazo, que pensaremos todos los días en ti. Venga. Dame un beso". Y le apreté el culo a Gonzalo besándole la boca.

Cumplimos lo prometido y pasamos casi todo el día en la sierra. Y al regresar a Madrid quise que Paco conociese la buena vida, que sólo pueden costearse los ricos, y nos fuimos a cenar a un elegante y precioso restaurante al aire libre. Procuramos divertirnos y pasarlo en grande pero a la mínima salía a relucir Gonzalo y la melancolía se nos asomaba a los ojos.

Antes de volver a casa nos tomamos unas copas, y en uno de los bares dimos con Cris que andaba muy solo.

Al vernos se le animó la cara, aunque se le veía apagado y, cosa rara en él, no intentó meterle mano a Paco ni le hizo proposición alguna. Me extrañó su soledad y me preocupó mucho su actitud; y tuve que interrogarle para que soltase a que se debía aquello. Y la cosa no dejaba de tener su gracia. Resultaba que uno de sus últimos ligues le estaba dando caña y se moría de celos pensando en que podía estar follando con otro. Yo no daba crédito a lo que oía y quise saber más.

"¿Y quién es?". Pregunté.
"Una pequeña que conocí hace unas semanas y me la follo a lo bestia"
"¿Y ya no quiere?"
"Sí. Pero viene a casa a que la folle solamente dos días a la semana y el resto vete tú a saber lo que hace"
"¿Y desde cuando te preocupa lo que hagan luego?"
"Con este sí, porque a pesar de que le puse las cosas claras diciéndole que no estaba dispuesto a dejar de ligar con otros, y que él hiciese lo mismo, ahora me recomen los celos tan sólo con verlo hablar con otro. y el muy cabrón me llama para quedar conmigo y luego no aparece. Como ya te dije, creo que me está puteando a propósito y me tiene hecho polvo"
"Osea que has caído como un pimpín. ¡Si no lo veo no lo creo!. ¡Tú encelado como un colegial!. ¡Qué hábil tiene que ser el muchacho!"
"Es una preciosidad, todo marc...."
"Ya. Lo de marcadito se da por supuesto. ¿Y cómo se llama?"
"Juan José... Y va muy a la moda y siempre huele muy bien"
"¡Osea, que le gusta todo lo que a ti te repatea!"
"Más o menos. Pero me encanta y echamos unos polvos de muerte. Lo malo es que me descompone cuando lo veo de copas con los amigos. Y ya le he dicho que si follo con otros es por su culpa. Porque prefiero hacerlo con él. Y si lo tuviese a mano pasaría del resto de mis ligues"
"¡Me dejas desolado, porque veo que eres una auténtica víctima!... ¿pero cómo se te puede hacer eso a ti?"
"Ya ves. Que me tiene encoñao la puta pequeña"
"¡Lo tienes claro, majo!"

Daba pena verlo en aquel trance. Pero menos mal que apareció otra pequeña que le sonrió al pasar y no lo dudó tres veces para ligársela y llevársela al catre. Por si acaso la otra lo engañaba, dijo.

Al quedarnos solos, y aún a pesar de vernos rodeados de gente, pensamos que los más prudente sería retirarnos a dormir para estar frescos y relajados por la mañana. Se entiende que previamente tendríamos que coger el sueño jugando en la cama un ratito más bien largo, y así lo hicimos. Jugamos un juego eterno e inmutable practicado desde el principio de la vida y que seguirá en boga hasta el fin de los tiempos.

A mediodía fui a buscar a Paco a la tienda. Y, mientras almorzábamos, me contó todas las peripecias ocurridas en el trabajo como el niño que cuenta con pelos y señales lo sucedido en su primer día de colegio. Lo principal era que estaba contento, ya que eso de los trapos siempre le moló cantidad. Y le escuchaba bebiéndome su cara sin perderme ni uno solo de sus gestos. Cada día que pasaba me encandilaba más el chico y notaba que cuanto más conocía su alma mi amor por él iba en aumento. Cuesta trabajo hacerse a la idea de que alguien así vaya perdiendo su generosa hermosura con los años. Puesto que todos con el tiempo dejamos de ser tan bellos y espléndidos como lo fuimos en nuestra juventud. Y no es que quisiese a Paco más que a Gonzalo. No. No era eso exactamente. Pero mientras que a Gonzalo podía imaginarlo sin tenerlo cerca, a Paco lo quería conmigo en todo momento. Necesitaba su aire para respirar y para estar tranquilo, ya que era mi paz y mi sosiego. Con Gonzalo era diferente y suponía ese deseo desesperado que es fundamental para nuestra propia existencia. El dolor de su ausencia podría ser imaginable, pero mi dependencia psíquica hacia Paco había llegado hasta tal punto que sin él difícilmente podría sobrevivir.

Y el problema que desde entonces torturó mi cabeza, hasta volverme loco, era que la situación se me podía ir de la manos sin que ya no dependiese de mí el evitarlo. Fuese consciente de ello o no, el dueño de la situación era Paco y tenía en su mano mis propias riendas y las de Gonzalo, ya que los dos sabíamos que necesitábamos su presencia y dependíamos del universo envuelto en su preciosa y dorada piel de color canela. Y eso no mermaba lo que pudiera existir entre Gonzalo y yo, dado que, además, nos teníamos pillados el uno al otro por el morbo y la fuerza de la atracción sexual. Pero cada vez estaba más claro que ninguno de los dos podríamos prescindir de la apacible ternura de Paco. Y yo mucho menos que Gonzalo. Paco volvió a su trabajo y yo me fui a casa a esperar su regreso. La verdad es que estaba cansado y no tenía puñeteras ganas de hacer nada. Solamente de tumbarme en la terraza con el único propósito de que transcurriese el tiempo hasta la vuelta de Paco. Y a pesar que me había reiterado que llamase a Gonzalo, me convencí que era mejor hacerlo cuando él llegase, y, así, el otro podría hablar con los dos. Y ni siquiera oí la puerta cuando entró Paco, que me encontró inmóvil y desnudo sobre una tumbona acompañado por la música de Albinoni.

"¿Llamaste a Gonzalo?". Preguntó.
"No. Estaba esperando que llegases para hablar los dos con él"
"¿Y qué tal?"
"Aburrido sin ti"
"¡Pobrecito mi niño!.... Anda, llama a Gonzalo"
"¡Qué pasa!. ¿Ya no puedes vivir sin él?". Le dije fingiendo cabreo.
"¡Naturalmente que no!..... Y tú tienes la culpa de eso"
"Al final tendré que dejaros solos y buscarme la vida por otro lado"
"Tu vida está aquí con los dos. ¿O crees que vamos a dejar que te escaquees ahora?"
"¿Con qué piensas atarme?"
"Con esto". Y me dio un besazo en los morros y después preguntó: "Acaso tú puedes estar sin Gonzalo?"
"No.... Pero sin ti tampoco.... Ven que te voy a comer esa boca que tienes"
"Primero llama a Gonzalo, que te conozco"
"¡Qué pesado estás!... Dame el teléfono. ¡Coñazo, más que coñazo!"
"Venga. Que luego me comes lo que quieras"
"El culo"
"Pero bien comido.... Metiéndome bien la lengua... ¡Hasta el fondo!. Como si me follases con eso que tienes ahí"
"¡Ahora sí que me has puesto bueno para hablar con este otro!"
"¡Llama!"
Y llamé: "¿Está Gonzalo, por favor?"
"Soy yo, Adrián. ¿Ya no me conoces?"
"Si. Pero a veces las voces de la familia se parecen mucho"
"Pues soy yo te lo aseguro"
"Dime alguna cochinada para confirmarlo"
"¡Cuando os pesque os voy a follar hasta por la orejas!"
"Vale. Eres tú"
"Estaba esperando vuestra llamada"
"¿Te aburres mucho?"
"¡Tengo ganas de polla y de culo!"
"Dice que está deseando que lo folle vivo". Dije mirando a Paco.
"Eso desde luego, cabronazo". Oí por el teléfono.
"Bueno... ¿Cómo estás?"
"¡Hasta lo cojones!.... ¿Me echáis de menos?"
"¿Qué crees, nene?. ¡Pues claro!.... Sobre todo esta puta que tengo a mi lado que hasta sueña contigo por la noche"
"Y yo con él"
"¡Ah sí!. Y a mí que me den por el culo. ¿No?"
"De momento por ahí sólo te doy yo..... Venga. Déjame hablar con Paco y después ponte otra vez"
"¡No te digo!.... Anda. Ponte que está muerto por ronronear contigo. ... ¡A ver como os ponéis en plan tortolitos!"
"Dime". Inquirió Paco. Y continuó su conversación con Gonzalo, devolviéndome el teléfono para que me despidiera de él y concretásemos la hora a que nos veríamos el próximo domingo en la sierra.
"¿Puedo darte un beso ahora, o corro el riesgo de quedar pegado con tanta dulzura como os dijisteis por teléfono?". Le dije a Paco cogiéndolo por las muñecas.
"¿A qué vienen ahora esos celos?". Me preguntó poniéndose muy serio.
"¿Es que no te das cuenta de lo que está pasando?". Contesté también muy serio.
"Sí. Claro que me doy cuenta.... Sin embargo, no estoy tan seguro de que tú sepas exactamente lo que sucede"
"¿Crees que no, Paco?"
"Creo que a veces eres el más niño de los tres"
"¡Habló la voz de la experiencia!... ¡Esto es cojonudo!. Ahora resulta que el más pequeño pretende darme lecciones!"
"Aunque sea el más pequeño me parece que en esto soy el más sensato de los tres. Y no pretendo dar lecciones a nadie.... Gonzalo es tan joven como yo, pero un poco más niño. Y tú, que eres el mayor con diferencia, deberías saber mejor que nadie lo que pasa entre los tres"
"¿Y crees que no lo sé?"
"¡No!..... Para nada. No sabes de la misa la media. Lo siento, pero es así.... Es cierto que Gonzalo cree estar enamorado de mí como un burro. Pero solamente lo cree. Me quiere. Eso es innegable. Pero no más que a ti. Y además, tanto a él como a mí nos tienes emputecidos sexualmente. No tienes nada que temer en ese sentido ni por mi parte ni por la suya. Se que no debiera decirte esto, pero te bastaría con hacer sonar los dedos y me arrastraría hasta ti, teniéndome otra vez rendido a esa mezcla de suavidad y dureza y ese punto de crueldad que tan sutilmente me administras en la cama. Si hay algo casi invencible es el vicio, y tú nos dominas tanto por el amor que sentimos por ti como por el deseo morboso que nos inspiras. Más de una vez has podido comprobar que por mucho que me desee Gonzalo, en cuanto le pones tus manos encima pierde el sentido y es incapaz de imponer su voluntad en contra del lascivo atractivo que le provocas con tus palabras y tus gestos. Y eso es lo mismo que me sucede a mí. Yo tampoco puedo resistirme cuando me miras o me tocas y menos cuando me tomas aunque lo hicieses por la fuerza. Puede que los dos seamos unos viciosos. Pero si lo somos tú tienes la culpa. Y, por tanto, no pienses que vas a poder privarnos de satisfacer nuestros vicios. Y me refiero sólo a los sexuales. Tu dinero no cuenta en esto y tampoco nos importa como para desearte por eso. Quisiste esta situación, y ahora no te quedan más cojones que procurar mantenerla en paz y felicidad para los tres. ¿Qué importa que quisiese a Gonzalo si no puedo librarme de la adicción que tengo por tu polla?. Ni tampoco él es capaz por mucho que me quisiese en exclusiva. Ten por seguro que también él volvería como un perro en celo a satisfacer tus caprichos sexuales. A ti en la cama te gustan putas, y eso es lo que tienes. Dos putones desorejados, que en cuanto les hablas del catre se les pone la picha tiesa, se le caen las bragas, y ya sólo piensan con el culo..... ¡Y además te diré que estás ciego. Porque si por alguien bebe los vientos Gonzalo es por ti, so mamón!. Sí. Por ti. ¡Y yo también, cabrón de mierda!. Lo único que hacemos es consolarnos mutuamente por los celos que de vez en cuando sentimos al tener que compartirte entre los dos"

Escuché su perorata sin rechistar, y antes que continuase bombardeándome me lancé sobre él, que estaba en la otra tumbona, y puse a prueba lo que me había dicho respecto a su propensión al vicio. Y verdaderamente era cierto. En cuanto le metí mano se vino abajo su seriedad, entregándose de plano, abierto en cuerpo y alma, y lo follé hasta que gritó rogándome que parara y le dejase correrse a borbotones.

Quedamos rotos tendidos en la terraza, y Paco entornó la mirada y sonrieron sus ojos de avellana al decirme:

"Ni tus títulos ni tu dinero valen una mierda comparado con eso que tienes entre las piernas, cabrón"
"¿Lo dices en serio?". Insistí buscando el halago.
"De verdad..... ¡Y no digamos con que habilidad lo manejas cuando está dentro de un culo!. Eres un condenado maestro de la jodienda, so maricón"
"¡Calla que me excito otra vez!. Y luego ya sabes las consecuencias"
"Me tiene sin cuidado que me dejes el culo como un colador, o me lo rompas de un pollazo. ¡Antes muerto que no volver a tener eso dentro!.... ¡Pero eres un bestia y me dejas el agujero para los restos!...... ¡Me encanta que me la metas, animal!.... Y ahora estoy para el arrastre cual despojo humano refollado"
"¡Te callas, o te doy la vuelta otra vez!. Tu eliges".

Lo amenacé no muy convencido de que en ese momento pudiese cumplir si elegía lo segundo. Pero afortunadamente se calló y quedó relajadamente dichoso en su tumbona.

Yo sería un poco cabrón, pero él sabía jugar conmigo como le daba la gana. Me tenía cogida la aguja de marear y me hacía bailar como una peonza cuando le salía de su maravilloso culito. ¿Cómo algo aparentemente tan secundario puede resultar tan preciado?. Podría asegurar que por un buen culo media humanidad perdería la cabeza. Quizás sea un instinto heredado desde los tiempos de la evolución, pero un buen culo es un buen culo, y ante tal panorama la vista se nos nubla y la mente se enajena entrando en estado de catarsis. No somos completamente dueños de nuestros actos cuando se trata de un magnífico y respetable trasero. Y en esta cuestión incluso el género del sexo importa menos, dado que tanto para la mayoría de los heterosexuales como de los homosexuales, hombres o mujeres, el culo importa un huevo. ¡O dos, si son pequeños!. Y quien nace con un buen culo, tendrá buena suerte en este jodido mundo. Porque se diga o no, la suerte es lo que vale en definitiva. Ya que de nada sirve ser un genio si no tienes potra, o un padrino que palie su defecto. La mayor parte de la gente triunfa no sólo por lo que vale sino por su buena chorra o los enchufes que sepa buscarse por cualquier medio. Y en este punto un buen culo también es fundamental. Atrae mucho y siempre gusta tener cerca la presencia de un soberbio ejemplar. A veces la inteligencia y los conocimientos cuentan menos que las virtudes físicas u otros merecimientos no tan visibles. Tampoco debemos olvidar la falta de escrúpulos, que también es un punto a tener en cuenta a la hora de ser alguien en la vida, o, cuando menos, de amasar dinero. Ya se sabe. Así es el mundo y sus humanos moradores. ¡Y qué le vamos a hacer!.

El domingo nos fuimos temprano a la sierra para recoger a Gonzalo e ir de excursión a La Granja. Estaba tan ansioso por vernos como el crío que añora a su madre después de pasar un mes en un campamento de verano. Sin previo acuerdo, Paco y yo decidimos mimarlo un poco y nos deshicimos en contemplaciones con él, dejando que planease donde, como y de que manera deseaba que pasásemos el día. Al chaval le daba igual una cosa que otra y lo único que exigía era un buen folleteo porque tenía los huevos que le reventaban. Y no debía ser una mera exageración, a la vista del bulto que le hacían los pantalones en la entrepierna. ¡Mentiría si digo que no estaba guapo, el hijo de su madre!. En pantalón corto, aquellas piernas rotundas y morenas, cubiertas por una fina capa de vello, eran irresistibles para cualquiera. ¡Y no digamos la curva de sus nalgas!. Paco lo miraba embobado y a mí se me caía la baba viendo su boca entreabierta, como esperando el mejor de los besos, y unos ojazos verdes, presumiendo de pestañas, que parece que te desnudan sólo con rozarte su mirada. También se había cortado mucho el pelo y la nuca se veía preciosa. Hay gente que tienen días en los que están de un guapo subido, y Gonzalo sin duda estaba entre ellos esa mañana. Bueno. Gonzalo no necesita días especiales para estar guapo, como tampoco le hacen falta a Paco, pero ese domingo su atractivo era sencillamente arrollador y no pude reprimir mis deseos de meterle mano por la pernera y agarrarle el pollón. El cabrón se puso como un toro y notaba en mi mano el manubrio a punto de estallar. Lo que puso el mío también a tono con las circunstancias.

"¡Estás bueno, chaval!". Dije sopesando la calentura del muchacho.
"Y como no desahogue pronto exploto... Osea que vete pensando rápido donde podemos ir a follar"
"¿No hay por aquí ningún pantano?". Preguntó Paco igualmente empalmado.

Lo del pantano podía ser una posibilidad, ya que tampoco está mal echar un polvete naturalista. Pero, eso sí, cuidando en todo caso la higiene exterior e interior, no vaya a suceder que algún infortunado accidente te pringue tus preciosos calzoncillos de marca y vuelvas a casa con un olor que no te aguantas ni tú mismo, como ya le pasó a más de uno. De todas formas, en nuestro caso era preferible una cómoda intimidad y busqué mejor solución al problema.

"Sé donde podemos ir.... Alcánzame el teléfono". Dije.

Por suerte mi tía Rita (una hermana de mi padre), que es mi madrina, tiene una casa en La Granja, donde casi nunca va, y me había dejado las llaves precisamente para echar un vistazo a la finca. Pero lo más prudente era cerciorarse primero de que no había nadie en ella, para pasar allí parte del día los tres solitos aprovechando la intimidad de la casa y desfogar nuestros ardores eróticos. Y en especial los de Gonzalo.

Lógicamente mis muchachos se pusieron como locos y lucían sonrisas de oreja a oreja pensando en el polvazo que pronto tendría lugar en un ignorado predio de La Granja. ¡Pobre el culo que cogiese por banda el inflamado nabo de Gonzalito!. ¿Quién de nosotros dos iba a ser el afortunado?. No es por nada, pero ya me encargaría yo de que fuese Paquito. Y después del primer envite ya me tocaría a mí. Porque, aunque aquella cosa me encantase, todavía me costaba pasar de ciertos límites. Y en esa ocasión el cipote del niño no era para tomarlo a broma de tan caliente y saturado de leche que estaba.

Como diría Cris, la follada fue de muerte, y pude comprobar que Paco también tenía razón respecto a Gonzalo, ya que no sólo reclamaba mi atención mirándome hasta abrasarme con los ojos, sino que le faltó tiempo para ponerse a cuatro patas pidiéndome que le partiese el culo follándolo. Por supuesto los dos se la clavamos a tope a Paco, y todavía nos quedaron fuerzas para que Gonzalo también me diese lo mío. Fue lo que se dice una tarde muy completa para los tres.

Y lo que también comprobé una vez más, es que yo precisaba de aquel fornido jugador de balonmano para estar completo, tanto como el pato necesita del agua para desenvolverse. E irremediablemente volvía a la invariable conclusión de que sin mis dos amantes estaba perdido en un mundo aterrador y vacío. Y fuese cual fuese el precio, tendría que estar dispuesto a pagarlo con tal de mantener indisoluble aquel trío, alimentando día a día la ilusión para seguir viviendo en nuestro particular universo de fantasías.

Con el regreso de Gonzalo a Madrid intensificamos nuestra vida social, un poco dejada de lado hasta entonces, frecuentando más asiduamente nuestras amistades y asistiendo a varias fiestas.

De todas formas con quien más salíamos de cena era con Enrique y Raúl, dado que la velada con ellos era siempre más tranquila y les caían muy bien tanto a Gonzalo como a Paco.

Y así fueron pasando los días y también el verano. Y como mis dos amantes quisieron ir a Italia en septiembre, allá nos fuimos los tres en amor y compañía. Y nunca mejor dicha tal cosa.


Capítulo XV
Llegamos en avión a Roma y recorrimos en coche gran parte de la península siguiendo la huella del renacimiento. No nos quedó por visitar ni una sola de las ciudades estado de la Italia medieval, llegando hacia el norte hasta la imperial Trieste. Y, por supuesto, también estuvimos en el antiguo reino de Nápoles, donde alguno de mis antepasados hizo más de una hazaña tanto de cama como de espada, según cuentas las crónicas familiares. Como decía Gonzalo cuando a la vuelta se lo contaba a sus amigos, fue de mil pares de cojones, aunque quedamos un poquito hartos de tanta pasta.

Pero lo más significativo fue que, estando en la Venecia ducal y bizantina, celebramos el cumpleaños de Paco con una particular fiesta en la que los tres (en la más absoluta intimidad y al compás del "Carmina Burana" según Carl Orff) nos unimos en matrimonio.

En un apretado y triple abrazo, nos prometimos amor y sexo, y, sobre todo, mantener entre nosotros una leal amistad para toda la vida. Y los tres, cara a cara, pusimos claras las bases de nuestra relación, sin derechos ni obligaciones que nos atasen, basándola fundamentalmente en la pervivencia e intensidad de la atracción existente entre nosotros. Y ese pacto lo sellamos con los mejores deseos de que el rescoldo de esa pasión tuviese la fuerza suficiente para calentarnos el resto de nuestras vidas. Después, transportados por las notas del "Amor brujo" de Falla, follamos hasta que vimos amanecer sobre el Gran Canal.

Pero la verdadera celebración del casorio no podía tener otro escenario que Fontboi. Mi casa, y ya la de mis dos amantes por el derecho más firme y mejor adquirido del mundo, tenía que ser testigo de esta unión y volver a celebrar en sus salones las bodas de su barón. Y por eso pasamos una semana allí al regresar de Italia.

Con la excusa de celebrar nuestra estancia en el pazo, ordené que nos preparasen una cena sólo con mariscos de mi tierra y vinos blancos de las rías bajas. Pedí a Clara que cubriese la mesa con manteles blancos de hilo de Holanda y pusiese la vajilla francesa con copas de Bohemia y los cubiertos de plata blasonados con mis armas.

Cuando estuvo todo listo, hice que dejasen las viandas sobre el aparador y la mesa, cubriendo debidamente los platos que debíamos comer calientes, y, una vez solos en la casa, comenzamos con los percebes, gordos como pulgares, ingiriendo pausadamente su carne caliente mientras nos deseábamos con los ojos. Seguimos con los camarones de la ría de Vigo, rojos y largos como dedos, y después dimos cuenta de las centollas de la zona del Morrazo, pesados y carnosos, aún con algas pegadas a los pelos de sus patas. Y también de las cigalas traídas desde Marín, gordas y sonrosadas y con las cabezas llenas de huevas rojas como el coral. También había nécoras, fundamentalmente hembras. y, desde luego, no podían faltar las grisáceas ostras de Arcade, todavía vivas, colocadas sobre piedras de hielo. Las langostas de la guardia, de un tamaño terciado, las comimos con dos salsas, y terminamos con almejas de Arosa a la marinera y vieiras de Bueu al horno. De postre tan sólo tomamos fruta del tiempo.

Terminada la cena, Gonzalo y yo retiramos todo lo que había sobre el mantel y, desnudándonos previamente, fuimos quitando pieza a pieza cada una de las prendas que vestía Paco esa noche. Despojado de todo, lo colocamos panza arriba sobre la mesa, y entre los dos, armados de espuma y maquinilla, le afeitamos el pubis completamente. Limpiamos bien los restos de jabón y ambos lamimos la parte rasurada, sensibilizada por la falta de vello, causándole un insoportable placer que le obligaba a moverse como una lagartija. Decidimos atarlo para evitar que se moviese, y, luego, cada uno eligió la parcela de Paco que prefería saborear, sin salir todavía de la parte delantera Y, al poco tiempo, coincidimos otra vez recorriendo con los labios el perfil de su cara.

Sin decirnos palabra, Gonzalo y yo coincidimos en darle la vuelta y continuamos nuestra labor como dos fieras que jugasen con la carne de su pieza antes de devorarla. Acariciamos todo su cuerpo admirándonos aún más de su belleza, y Gonzalo se colocó delante de él haciendo que se la mamara. Paco, sin resistirse, abrió la boca y dejó que el otro muchacho le introdujera en ella la verga, tiesa y altiva como un estandarte antes de entrar en batalla. Si algo hace bien Paco es chuparla, y pronto consiguió que Gonzalo levitase un palmo del suelo. Yo, con mi polla brillante de deseo, preferí hacerle gozar a él y me apliqué en su espalda como si fuera una gata limpiando el lomo de su cachorro. Cuanto más cachondo se ponía, más extendía yo mi campo de acción, llegando hasta las plantas de los pies, cosa que de sobra sabía que lo desarmaba sin remedio. Teníamos los testículos a reventar y, librándolo a medias de sus ligaduras, le dijimos a Paco que se pusiese a cuatro patas. Y fue Gonzalo el primero en calzarlo colocándose de rodillas sobre la mesa. Vi como aquel brutal instrumento de lujuria iba entrando en el recto de Paco, y le rogué a Gonzalo que se lo hiciese dulcemente y sin prisas, casi como si se tratase de la ceremonia de iniciación homosexual de un adolescente. Mientras Gonzalo lo fallaba, me recreé viendo el placer reflejado en el rostro del enculado, que a intervalos abría los ojos pidiendo con ansia mis besos, aumentando aún más mi locura. Me dio la impresión que Gonzalo ya no podía contenerse y arranqué su verga del cuerpo de Paco, apretándole los cojones para que no terminase antes que nosotros, para tomar de inmediato el relevo llenando el agujero violentamente desalojado.

No pasó mucho tiempo sin que cambiásemos de postura y lo hicimos de frente con las piernas del chico levantadas hacia el techo, que es como mejor suele entrar, indudablemente. Volví a dejarle el turno a Gonzalo, que se lo hizo también en la misma postura, y terminamos los tres de rodillas encima de la mesa masturbándonos mutuamente y pringando todo el mantel con nuestra sabia, que de puro espesa parecía nata.

Toda la atención la recibió Paco en homenaje a su amor sin reservas y sin condiciones. Y más que dominadores, quisimos ser esclavos de su fantasía y su deseo. Deseábamos ante todo su placer, pero él lo vivía transformado en el nuestro. Con Paco era prácticamente imposible no recibir más satisfacción de la que le pudieses dar. Y por eso era lógico adorarlo desde el primer momento. Siendo bellísimo por fuera, su alma era aún mucho más hermosa. Quien vino a vernos, en cuanto se enteró que estábamos en el pazo, fue Germán, y comió con nosotros un par de veces. El chico cada día estaba más majo y estoy seguro que pronto encontrará a uno que lo despabile y se lo como crudo con patatas. Es un adolescente la mar de rico, y me gustaría que encontrase a alguien como él y que sepan ser felices como es debido.

Desde entonces hemos vuelto a Fontboi con frecuencia, porque a mis dos amores les agrada el lugar (sobre todo a Paco que es el mejor consorte que un barón de Idem haya podido encontrar a la hora de asumir tal papel en la casa) y sienten como yo que por algún motivo ancestral es nuestro verdadero hogar. Paco se mueve y actúa en el pazo con la soltura de quien nació para vivir en un palacio. Es el auténtico señor de la casa y todo el mundo obedece sus órdenes sin cuestionar su autoridad lo más mínimo. Y sus dotes de organizador quedaron patentes cuando en el verano siguiente invitamos a nuestros amigos más íntimos a pasar un largo fin de semana en el solar de la baronía. El lo organizó todo y Gonzalo y yo nos limitamos a seguir sus instrucciones, al igual que las personas encargadas del servicio de la finca. A todos nos encomendó una misión, e hizo que todo fuese encajando en el sitio exacto como en un rompecabezas. Mi abuela paterna diría que así debe ser una perfecta baronesa de Idem. Lo malo es que para eso le sobra la pilila. Al menos mientras en este país el matrimonio legal no sea una realidad para las parejas del mismo sexo. Y es de esperar que tal discriminación se corrija cuanto antes.

Durante esos días, vinieron como invitados a Fontboi: Pedro, que se trajo a un amigo (Ramiro), pero nada serio según él. Enrique y Raúl. Alberto con Miguel, que la cosa parece que va funcionando bien. Armando y Vicente, cada vez más cachas y con las camisetitas más ajustadas, pero tan majos como siempre. Cris con Juan José, su marcadito perfumado por el que cada día está más colado, aunque siga con algún devaneo de los suyos y afirme que su relación es diferente de lo habitual. Juan y Alfredo, que van muy en serio desde la fiesta en casa de Pedro. Carlos vino solo, porque le falló un ligue en el último momento. Y Ricardo se trajo a un jovencito monín, que casi no abrió la boca y ni recuerdo su voz, llamado Castor.

A quien también invitamos fue a Germán (que siempre está con nosotros en cuanto llegamos a Fontboi), que, además, ayudó a Paco en todo lo necesario para disponer la fiesta.

La verdad es que resultó divertido y todos quedamos satisfechos en el más amplio sentido de la palabra.

No hubo bacanal multitudinaria como en la fiesta que organizamos Cris y yo, pero por las noches todos nos lo montamos estupendamente con nuestros acompañantes respectivos, oyéndose más de un gemido subido de tono e incluso gritos orgiásticos. Hasta Carlos amanecía con cara de gozo, ya que se lo montó con uno de Orense (Martín) que se ligó la primera noche en un bar de ambiente polivalente de esos donde la mayoría entiende, por supuesto. Porque en Orense también se liga. ¡Puedo asegurarlo!. Pero ahora no viene al caso contar más historias de sexo.

El único que dormía solito, y supongo que matándose a pajas, era Germán, que aún le queda tiempo para complicarse con las cosas del amor. En cuanto cumpla los dieciocho años lo llevaremos una temporada a Madrid y ya tendrá oportunidades para perder su inocencia como mejor le convenga. Y también en Fontboi, sentado ante mi mesa de trabajo y a punto de rematar la primera parte de este cuento, he de añadir que, contra todo pronóstico inicial, el lío a tres va durando, sin grandes conflictos que no puedan tener solución, y estamos logrando que la convivencia diaria no anule nuestra capacidad para transigir y sorprendernos mutuamente con esas pequeñas amabilidades que nos hacen la vida mucho más agradable.

Las vivencias compartidas han enriquecido nuestra personalidad y vamos atesorando nuevas experiencias surgidas de nuestra imaginación calenturienta.

El final de aquel primer verano, en que iniciamos nuestra aventura amorosa, cambió la relación de Gonzalo con su familia, ya que efectivamente le planteó a su madre la situación, sin darle opción a ninguna otra componenda que no fuese venirse a vivir con nosotros a todos los efectos y consecuencias. La mujer le montó el número en plan tragedia, pero, ante lo irremediable, le rogó que no le dijese nada al padre, porque era preferible que fuese ella quien se o explicase con más tiempo para que lo pudiese entender. Estoy convencido que el padre lo hubiese comprendido desde el principio, pero Gonzalo accedió a que se encargase su madre de cumplir tan delicada misión. Y que no sabemos como lo hizo exactamente, dado que, aunque el chico ya no convive habitualmente con ellos desde entonces, en la primavera siguiente el buen señor parecía no haber caído del guindo todavía, o lo disimulaba muy bien. Con sus hermanos fue mucho más simple desde el principio dado que nunca les ocultó sus tendencias. Pero ya se acabaron los tiempos en que Gonzalo no podía quedarse todas las noches con nosotros y ahora, lo extraordinario, es que duerma en casa de sus padres. Poco a poco la situación se ha ido normalizando, incluso desde el punto de vista económico, puesto que tanto Paco como yo preferimos que, mientras siga estudiando, dependa principalmente de nosotros y no de su familia, aunque él también se busca la vida dando alguna clase particular. Si nuestra relación es auténtica, ha de serlo en toda su extensión y no a medias.

Ahora, una vez que su familia tiene claro de que va el rollo, todo es mucho más sencillo y hasta les resultó menos duro que siendo el hijo mariquita, sea un barón con pelas quien le dé por el culo. Y, mira, si eso ha servido para suavizar el conflicto al muchacho, desde luego no iba a ser yo quien albergase el menor reparo en presumir de ello. Me refiero a lo de ser barón y tener pelas, no a lo arreglarle el culo al niño. Y mi suegra por esa banda (y única, ya que Paco es huérfano) está encantada de poder contarle a sus amigas que Gonzalito es muy amigo de un barón muy rico. Lo que ya no me creo es que les diga que clase de amistad tiene con el acaudalado aristócrata, que también es varón. Pero eso a nosotros nos trae al fresco. ¡Lo que daría la buena señora porque yo o su hijo fuésemos hembras y pudiese celebrar una boda en toda regla. Quien de los dos fuese barón o baronesa ya tendría menos importancia. Que diga lo que quiera y que nos dejen vivir a nuestro aire sin interferencias de ninguna clase.

Pero si algo no esperaba, es que tácitamente fuésemos cada uno adoptando determinados roles. Por ejemplo, Paco cada vez asume más su papel de cónyuge y a Gonzalo le queda mejor eso de ser amante. Con lo cual a mi no me queda más remedio que ser al mismo tiempo marido y amante. En lo que si coinciden los dos es en lo bien que se llevan con la suegra que les toca por mi lado. Mi madre lo pasa divinamente cuando está con ellos y sobre todo yendo de compras con Paco, que cada día tiene un gusto más refinado. Y como ahora sólo trabaja por las mañanas, lo llama para que vaya con ella cuando le apetece tarde de tiendas. Imagino que alguna mala pécora pensará que la señora se ha largado un chulazo de libro, pero tampoco es cuestión de que mi madre tenga que ir acallando lenguas diciendo por ahí que el chulo es de su hijo. Una de las mayores debilidades de mi madre es rodearse de gente guapa y cualquiera de mis dos machacantes dan la talla suficientemente. Por eso le gusta invitarnos a su casa y le ilusiona que la saquemos de paseo por los bellos alrededores que tiene Madrid.

Y no quiero ni contar lo que disfrutó cuando se apuntó a ver un partido de balonmano en que jugaba Gonzalo. Todos le parecían que estaban para mojar pan, pero el que más Gonzalito. Pocas veces lo había visto en todo su esplendor físico, y menos con tan poca ropa. Y lanzándome una miradita de complicidad, me dijo:

"Hijo mío. ¡Ese niño está como un cañón!"
"Lo está , mamá. Lo está". Contesté. "Y éste también". Añadí señalando a Paquito.
"¡Este es guapísimo!".

Dijo mi madre, besando en la mejilla al chico que no podía ocultar su emoción ante los cariños de ella.

Mi madre es muy señora, pero no es tonta en absoluto y sabe apreciar la belleza del hombre en lo que vale. Jamás entendí por qué no se volvió a casar, y espero que algún día me lo explique. Sospecho que la pérdida de su último hijo antes de alumbrarlo, seguida de la repentina y mortal enfermedad de mi padre, impidieron cualquier posibilidad de sentimiento amoroso que no fuese el materno, centrando desde entonces toda se atención dentro de su entorno familiar. Por otra parte, mi abuelo siempre reclamó de su hija una dedicación un tanto desmedida, intentando absorber en exclusiva sus cuidados. Sobre todo desde que quedó viudo. Pretendiendo de la hija más devoción de la que nunca le había deparado su mujer. ¡Pues buena era la catalana para esas cosas!. ¡Y a buenas horas iba a soportar ella los innumerables caprichos del marqués!. A la primera de cambio se largaba con viento fresco a darle un repaso a sus posesiones en Madrid y Cataluña. Y si al otro le parecía bien, mejor. Y si no, que le diesen morcilla, porque a mi abuela le importaba un pito lo que pensase su marido. Aunque ella no desatendía sus negocios, lo más importante del mundo era su hija. Y en contra de la opinión tan extendida de que para un catalán la pela es la pela, no era interesada en absoluto, ni mucho menos agarrada. Sabía como sacar rentabilidad al dinero, pero también conocía mil maneras de gastárselo admirablemente, y siempre fue generosa con todos. Naturalmente que quería a su marido y estaba pendiente de él, pero también lo conocía bien y sabía colocarlo en su sitio para que no se desmadrase demasiado. Al marqués siempre tuvo que atarle muy corto, ya que el lema de mi abuelo es: primero yo, después yo, y detrás el resto. Incluso con su propia hija, aunque ella no quiera reconocerlo.

Y volviendo a mis amores, sólo puedo afirmar que soy enteramente feliz en mi doble matrimonio, y no cambiaría mi situación por nada ni por nadie en este mundo. Que de momento es el único que conozco. Ciertamente mi vida ha cambiado, como también la de Gonzalo y la de Paco. Pero al menos por lo que a mí respecta, el cambio ha sido para bien, y creo que para ellos también. Y no me refiero al aspecto crematístico. Quizás lo único que echo de menos es vivir en el piso de Rosales, ya que, al ser tres, para mayor comodidad tuvimos que cambiarnos a una casa más espaciosa. No me deshice del otro, pero ahora vivimos en un ático mucho más grande, también con una espléndida terraza (como sueña todo gay que se precie), situado detrás de la Academia y frente al Retiro. La zona tampoco está mal, y sobre todo fue el que más le gustó a Paco, que en esas cosas es quien manda. y él y mi madre fueron los principales artífices de su arreglo y decoración. ¡De cine, pero carísima!. Y sin rechistar, porque a la mínima me tildaban de tacaño. Gonzalo y yo también metimos baza, pero nos costó trabajo hacerlo y mucho más salirnos con la nuestra en algunas cosillas. ¡No muchas, la verdad!. Porque con Paco y mamá juntos no hay quien pueda. ¿No saben freír un huevo, pero son divinas las dos!. Y como el único que cocina algo es Gonzalo, se hizo necesario tener servicio permanente, incluido un simulacro de mayordomo. ¡Tenemos a la peña alucinada con lo finos que nos hemos vuelto!. Sólo falta que cuando llamen por teléfono les digan: "Residencia de los Idem. ¿Dígame?". ¡Sería lo máximo!. Habría quien se lo tomase a pitorreo, pero sería mucho peor si les dijesen: "Residencia de los del Trullo. ¿Dígame?". Bien mirado eso del Trullo es una pasada. Lo ideal sería convencer a mi abuelo para que le transfiriese el título a mi hermano. ¡Qué putada!. Y seguro que a mi cuñada Merce se le haría el culo gaseosa siendo la condesa del Trullo. La pobre es así y se pirra por las grandezas familiares aunque realmente todo eso sea una patochada. Como no heredes también cuartos para sacar brillo a los blasones, estás apañado. Ya puedes hacer astillas con el escudo y calentarte con sus restos en invierno a falta de leña para la vieja chimenea sobre cuya campana luce el pendón.

Pero es preferible dejar nuestra nueva casa para mejor ocasión y por tanto pasaré del tema en esta parte de mi historia.

Naturalmente no puedo pronosticar que podrá suceder de aquí en adelante. ¿Pero para qué amargarme la ilusión de verme amado?. ¿No podría disiparse el espejismo si nos acercamos demasiado a ver si existe?. Mientras lo que creemos amor nos satisfaga, por qué vamos a cuestionar su intención. ¿Acaso el amor surge, o se va configurando en nosotros a medida que intimamos en una relación?. ¿O por el contrario, es la atracción por el otro la que se consolida con el tiempo en vez de surgir al primer golpe de vista?. Pero lo más importante es entender que el amor no puede estar regido ni por una exclusividad impuesta, ni mucho menos por la idea de posesión y dominio sobre alguien como si se tratase de una propiedad inmobiliaria. El amor es un sentimiento que sólo perdura en régimen de libertad absoluta. Solamente es amante quien voluntariamente quiere serlo por amor a otro ser y desea serlo mientras dure ese amor. Y la infidelidad no consiste en follar fuera de la pareja, sino en traicionar la confianza en que se sustenta el amor. Acostarse con otro no importa si ello no supone engañar a tu amor violando el pacto previo de debe existir entre los amantes. Amor, pasión, o también el morbo del vicio, todo influye y debe haber un poco de todo eso para que el gusto por el sexo dentro de la pareja continúe.

Y eso es lo que yo espero que ocurra. Que, parafraseando un galimatías, mientras dure dura, que dure. Y luego ya vendrán tiempos mejores, porque jamás ha llovido sin que escampe luego, dejando un aire limpio con ese olor a tierra mojada que nos refresca y perfuma el alma.



Epílogo

Llegados a este punto no resta más que concluir esta parte de mis andanzas haciendo una breve recapitulación no tanto de los hechos, que han sido meras anécdotas para amenizar el relato, como de los pensamientos vertidos en sus páginas. Tampoco quiero extenderme en el epílogo más de lo que mi razón me aconseja. Y, por ello, he de procurar abreviar en lo posible las últimas consideraciones que aún me cumpla hacer aquí. En todo tiempo y lugar, sin distinción de razas o sexos, si bien el amor consiste en un sentimiento, y por ello algo etéreo, la pasión de la carne no lo es tanto, y su fuerza es tan grande o más que la de éste. Y aunque ambos puedan andar a su aire de forma independiente, lo cierto es que nunca podrán acercarse a la perfección si los dos no se emparejan. El discernimiento es cegado por el amor y la pasión lo obnubila. Y las dos cosas juntas, si además les añadimos los celos, pueden ser mortales. No olvidemos el triste caso de Otelo. ¿Pero qué sería del mundo sin esas cosas?. Una mierda. Creo que hasta se pararía la máquina de la historia. Porque también está en el amor y el sexo el fundamento de la misma vida, y no es un secreto que grandes batallas tuvieron su inicio en el reducido campo de una perfumada cama o en un vulgar catre. Que al fin y a la postre se utilizan para lo mismo e incluso el segundo puede dar más aliciente al asunto, pues no olvidemos que para ciertas lides el morbo es esencial. Si algo tuvo claro el hombre desde la noche de los tiempos, es que con el poder y la fortuna se su lado le era más fácil follar aunque no fuese demasiado guapo. Y, desde luego, que tales atractivos podían suavizarle el paso de los años mientras le siguiesen adornando. Y sin duda unos de los que mejor lo entendieron fueron los vikingos. Salían de razia para fardar delante se sus mujeres volviendo con los tesoros fruto de su rapiña para regalarles la vista y el deseo. Y una vez contentas a causa de tanta generosidad de sus hombres, las follaban a pierna suelta hasta desmayarse sobre ellas. Y también, aprovechando sus correrías, se follaban a las ajenas para humillar al prójimo y de paso mostrar a las suyas lo machos que eran. Y por encima, en vez de atizarles con los cuernos en sus testuces por cabrones, ellas se ponían orgullosísimas con las hazañas de sus sementales. Bien es verdad que si no lo estaban les daba igual, ya que por aquel entonces parece ser que la opinión de las mujeres, tanto en ese país como en cualquier otro, pintaba menos que la Tomasa de los títeres. Es decir, más bien poco. Desde luego, algo menos que ahora. De todas formas, entre ellos también debía haber mucho cachondeo con tanto viaje y tantos tíos fuertes y jóvenes con trenzas apretujados durante largo tiempo en un cascarón con una sola vela. Estoy por asegurar que más de un chavalito salía marcha atrás por la pasarela del barco, dado que en todas partes han cocido y se cuecen habas. Y si no corrían , maricón el último. Los griegos, y luego los romanos, fueron más sinceros y se lo montaban a las claras, sin tapujos ni leches. Se sodomizaban a discreción y rendían culto al cuerpo masculino en el gimnasio. Como ahora, pero sin clembuterol. Es decir, todo más sano. Con baños, pero sin cuartos oscuros ni asfixiantes cabinas en las saunas, que allí se denominaban termas.
Lo de los baños lo calcaron estupendamente los turcos y les sigue yendo de miedo con ese asunto. Son cruce de culturas, y tanto en oriente como en occidente los varones practicaron el sexo y se amaron entre sí. A veces la modernidad no nos enseña nada. O al menos nada nuevo. Y creo que lo de tomar por el culo es tan antiguo como el mundo y si hubo y hay civilizaciones o grupos sociales que se rasgaron y se rasgan las vestiduras escandalizados por algo tan usual en todas las épocas y latitudes, es porque quizás son los que más tienen que ocultar y más les valdría relajarse y soltarse el pelo, que para cuando quieran darse cuenta ya será tarde para disfrutar. El peor enemigo para una convivencia pacífica en el ámbito de las diferentes sexualidades es la hipocresía de una sociedad con moralidad trasnochada, en cuyas altas esferas todo se permite mientras no trascienda a las capas inferiores o el tema adquiera tintes de normalidad. Lo más simpático es que, teniendo en cuenta la afición de los homosexuales por el consumo así como su nivel de vida bastante aceptable en general, la burguesa sociedad occidental consumista y fundamentalmente mercantilista, en la que nos movemos, ve en la comunidad gay un apreciado mercado para sus productos superfluos (sobre todo inútiles pero divinos) por lo que compensa ser tolerada mientras no resulte demasiado evidente o molesta. Precisamente la pega está en cuanto empiezan a hacer ruido y se empeñas en celebrar el día del orgullo gay y otras zarandajas por el estilo. Y no digamos si se empecinan en reclamar los mismos derechos que las parejas heterosexuales (ya sean de hecho o de derecho), por que entonces la cosa se pone muy peliaguda. Hombre, no es que haya que perseguirlos o matarlos como en otros tiempos, dicen los intachables y probos ciudadanos defensores de la moralidad  y las buenas costumbres, pero que tengamos que considerarlos iguales a nosotros es demasiado. ¡Eso sería un escándalo para todos!. ¡Y más para los niños!. No cesan de repetir las fuerzas vivas de la sociedad tradicional y conservadora. Y, sin embargo, hay que reconocer que donde los gay asientan sus reales consiguen adecentar y humanizar el barrio embelleciendo sus casas, abriendo bonitas tiendas y restaurantes que no cierran por falta de clientela y cafés llenos de encanto, coquetería, música y jolgorio diurno y nocturno. Y algún que otro tugurio nada edificante ni bucólico, todo hay que decirlo. ¿Pero qué sería la vida para un homosexual sin la sal y la pimienta propias del gueto?. Sea como sea da gusto ver la alegría se esos balcones floridos y de los personajes multicolores que pululan por los lugares de ambiente, perfumando el aire con sus etéreos vapores y sus gracias de tarlatana y muselina. Es verdad que hoy se lleva menos la languidez (menos en los gay que salen en las televisiones chismorreando de otras gentes cuanto se les antoja), y lo normal son los tíos tanto o más varoniles que los que van por la calle enganchados a una mujer. Pero en el ambiente, por mucho músculo y bigotes que veamos, sobrevuela un algo que marca la diferencia con los individuos de diferente tendencia genital. Es decir, aquellos a los que le sale de los huevos no joder con los de su mismo sexo. Ahora, si hay algo característico en un homosexual es lo que le gusta poner flores por toda la casa. Cualquier tarrito le sirve para arreglar un precioso florero. Y eso indica una sensibilidad especial para rodearse de belleza por insignificante y perecedera que sea. Algunos tienen una exagerada tendencia a vivir en mundos de fantasía, pero generalmente no hacen mal a nadie con sus sueños de grandeza. ¡Qué más da que hayas muchas reinas y alguna que otra princesa!. ¡Qué importancia tiene que se crean más o menos divinísimas!. Y en el fondo lo son. Vamos a ver. ¿Por qué no vamos a ser todos maravillosos?. ¡Acaso no se creen eso todos los personajes que salen en los medios de comunicación echándose flores unos a otros continuamente!. ¿Ya está bien de novelas y películas sobre la homosexualidad en las que se masca la tragedia desde el principio y todo se desenvuelve en un mundo cutre, sórdido y marginal. E impepinablemente al final uno o varios mueren como escarmiento para los mariquitas depravados. ¡Tampoco es eso!. Hoy día a la mayoría de los homosexuales no les pasa nada anormal en sus vidas y les encanta el lujo, la sofisticación y los finales felices. Hombre, pueden romper con uno o más novios, pero tampoco es para darse golpes contra la pared .A no ser que se trate de una histérica, claro. En los tiempos que vivimos, un gay es una persona con una existencia de lo más corriente y normalísima, y suele tener una casa y unos ingresos por encima de la media. Puede que sea por no tener hijos (que además no le dejan adoptar), pero la tiene. También viaja más que los heteros con idéntico poder económico, y suele gastar más en cosas consideradas de primera necesidad para un gay, tales como publicaciones de prensa, música, libros, colonias, trapos, potingues, copas, cine, teatros, etc. Todo cuanto pueda alimentar su cultura y distraer su ocio. Y, sobre todo, tira la casa por la ventana cuando se trata de objetos meramente decorativos e incluso a veces algo molestos, pero, eso sí, que son una innecesaria monería. ¡Una absurda divinidad!. Luego, como todo mortal, se enamora. Puede que algunos lo hagan con demasiada facilidad y frecuencia, pero quizás se deba a su gran corazón desbordante de capacidad amatoria. ¿Y acaso hay algo más normal que follar?. ¿No es una función fisiológica sanísima?. ¿Entonces dónde está el problema?. Que lo hacen con más regularidad que los no gay, pues lo siento por los machitos, pero si no pueden follar como los no tan machos que se jodan o le den a pluma y a pelo y así tendrán más campo donde elegir. Y más de uno lo hace, desde luego. En cuanto deja a la novia en casa o pierde de vista a los amiguetes se va en busca de un buen rabo que le refresque la calentura. Y lo que suele pasar en estos casos es que les va la pluma, y por eso se acuestan con cuanto tío se les pone a tiro, y el pelo lo siguen practicando para disimular y convencerse de su propia hombría, aunque sólo sea de cuando en cuando y con su mujer nada más, que también es frecuente el caso. Volviendo al hilo de la cuestión, no podemos consentir que gentes bien intencionadas pretendan hacernos creer que ser homosexual es algo trágico y de horribles consecuencias. Ser gay es lo más corriente que puede suceder y de suyo en la mayoría de las familias se da el "fenómeno" con abrumadora frecuencia. Y por eso la sociedad debe llegar a aceptarlo con toda normalidad, sin estridencias ni esas salidas de tono que ya no se justifican en estos tiempos.
El vínculo amoroso entre dos mujeres o dos hombres es tan natural como la vida misma y todo intento por desnaturalizar cualquier variedad del amor es un pecado contra la propia naturaleza de la humanidad. El amor es bello en su esencia y por definición y la maldad sólo vive en la mente de quien la concibe. Y, por tanto, el amante no puede ser víctima de la desviación, porque el amor es fruto del espíritu y éste no tiene sexo. Y por lo que a la atracción física se refiere, nos la impone la naturaleza de cada cual y en ella no cabe aberración. De donde se deduce, que lo único aberrante es intentar corregir al falso aberrado.
Y como no quiero dar más el coñazo, voy a poner fin a tanta parida terminando este epílogo aquí y ahora. Es posible, yo diría que casi seguro, que tendré más vicisitudes amatorias y otros mundanos avatares que contar, y por eso prefiero no agotar tan pronto a mis lectores y darles un respiro dosificando cuidadosamente las sucesivas entregas de mis memorias. Porque, de lo contrario, se me acabaría enseguida el cuento y a ver que me invento después para continuar estirando el rollo. Por lo dicho y sin otro particular que no sea recordar que cualquier parecido de esta historia con la realidad es pura coincidencia, atentamente y hasta la próxima,


  El barón de Idem