Barón de Idem

Dadas las dificultades apreciadas para entrar en mi otro blog "Barón de Idem", éste otro viene a sustituirlo reuniendo la totalidad de los capítulos de la primera parte de esta historia.

viernes, 12 de febrero de 2010

Mejor con dos

Capítulo I
Podría comenzar diciendo aquello de : "en un lugar, etc., etc., de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía, etc., etc.", Pero, aún quedando muy bien, no tendría ningún sentido, porque no tengo el menor interés en ocultarlo, ni mucho menos en olvidar donde vivo. Sería lo mismo que si dijese, por ejemplo: "en este punto crucial de mi todavía corta pero azarosa existencia, cojo mi pluma .....". Pero hoy nadie se pone tan solemne, ni casi se usa la pluma. Al menos para escribir. Porque, si bien existe una variada tipología de plumas, más o menos utilizadas según los casos, la estilográfica (que hoy día ya no es la más común) ha sido relegada a un mero signo de distinción (siempre que sea cara y de marca lógicamente) o simplemente como recurso cuando no sabemos que regalar a alguien. Hoy para escribir, sea o no largo y tendido, se usa un ordenador, que es menos elegante pero mucho más práctico, y es lo que me propongo utilizar para ir tejiendo este relato.

Principiar algo siempre es difícil y creo que lo mejor será hacerlo presentándome a mi mismo. Al fin y al cabo el autor y el principal protagonista de este cuento soy yo.

Aunque siempre viví en Madrid, hoy hace treinta años que nací bajo el signo de leo en tierras gallegas. Y soy gallego por nacimiento, por familia y por vocación. Estudié en un colegio de curas, me licencié en derecho por la Universidad Complutense de Madrid, y tanto con v, por cuestión de hormonas, como con b, por parte de padre, soy varón para dar y tomar y me gustan los de mi propio sexo. Fui consciente de mi homosexualidad desde la adolescencia y puedo asegurar que no me traumatizó para nada asumiéndolo desde entonces con toda naturalidad. Ni hago alarde de ello ni lo oculto. Sencillamente, vivo y dejo vivir. Se podría pensar que bautizando a un niño con los nombres de Adriano Cesar Augusto estaban predestinándole hacia determinadas prácticas sexuales, pero me huelo que no fue eso. Ni tampoco se debió al hecho de haberlo probado; puesto que desde los primeros esbozos de jolgorio que mi aniñado cipotín se disponía a correr sin consultarme, recuerdo que mi mente no imaginaba atributo femenino alguno, sino prominentes glúteos, firmes y redonditos, detrás de apretados vientres, rematados por un incipiente vello, bajo los que estrenaban virilidad jóvenes penes jugando a quien crece más.

Herencia, educación, circunstancias...... ¡Qué más da!. El caso es que me pirro por un buen tío. Y sobre todo por un buen culo. Uno de esos de macho joven, de cadera estrecha con nalgas duras como la piedra. Eso para mí es lo más atractivo. Y como las nueva generaciones cada vez están mejor paridas, no pude evitar que mi vida sexual fuese un tanto promiscua. Aunque tal vez sea un gen de familia. En otros casos no sé si ocurrirá lo mismo, pero a mí siempre me impulsó el afán del cazador, que conseguida la pieza ya está pensando abatir otra.

Dejando las cosas claras de antemano y siguiendo con mi presentación, debo decir que, además del nombre de pila antes dicho, mi primer apellido es el de la ilustre familia de mi padre, Cabanes de Fontboi, y el segundo, por línea materna, Rui del Trullo, de la no menos ilustre y encopetada casa de los condes del Trullo y marqueses de Alero. y, por nacer antes que mi único hermano Evaristo Humberto, desde la temprana muerte de mi padre, ostento el noble título de barón de Idem. Y, en las solemnidades, llevo su sello de oro y jade en el meñique de mi mano derecha. Porque, aunque no me gusta alardear de ello e incluso pueda ser motivo de irónicos comentarios, para envidia de mariquitas y no mariquitas soy varón por partida doble. Con v y con b, insisto. Y pueda que sea más gay que nadie, pero también tan viril como el que más. Cierto es que cuando voy al solar de los Fontboi, situado entre Lugo y Orense, en el interior de la Galicia profunda, Carmen, la nodriza de mi difunto padre, gran conocedora de los entresijos de la vida del hombre y sus debilidades, me recuerda machaconamente que yo no tengo la casta de mi bisabuelo y de mi abuelo, que al parecer eran dos pichas bravas de mucho cuidado; y me enumera una vez más la lista de "hijos bravos de mi misma sangre", como ella dice, rematando con alguna frase lapidaria tal como: "o teu irmán ainda sé lle vei algo; pero a ti rapaz as mulleres che fán ronchas e non das feito con elas, meu fillo. ¡E inda por riba eres o máis vello!". Siempre he dicho que no hay como la sabiduría popular. Pero, a pesar de ello, repito que soy varón por partida doble; y para mis amigos simplemente Adrián.

Y la baronía de Idem también tiene su chunga. Porque, según cuenta la historia familiar, descendemos de un campesino gallego que vivía en una cabaña situada cerca de un manantial utilizado por los carreteros como abrevadero para sus bueyes, y cuyos vecinos le apodaron "o cabanés", que es como se llama en ese idioma a quien habita en una cabana (en castellano cabaña). Y al referirse a él decían: "o cabanés da fonte do boi". Cuando sus sucesores vinieron a mejor fortuna, adoptaron por apellido lo que era mote y, suprimiendo el acento, al cabanés le quitaron su originaria rusticidad. El resto es una simple contracción hecha con el nombre del citado manantial. Y no se puede negar que eso de Fontboi quedó como muy francés. Algún siglo más tarde, seguramente a buen precio, el rey de turno quiso distinguir a uno de mis antepasados, don Alpidio, concediéndole un título de dignidad, y tuvo a bien otorgarle una baronía. Pero, preguntado por el canciller real de que deseaba ser barón, mi primer antecesor, lleno de solemnidad y erudición, dijo: "¿qué tal sonaría don Alpidio Cabanes de Fontboi, barón de ídem?". Y el jodido canciller así lo repitió al escribano de la corte, que tal como lo oyó lo escribió, y el monarca selló y rubricó la real cédula por la que le hizo la gracia, por la gracia de su puñetero canciller. Y queriendo ser de Fontboi fue, para sí y sus descendientes, de Idem.

A don Alpidio el berrinche lo llevó a la tumba, pero con el tiempo sus sucesores no sólo se acostumbraron a lo de Idem sino que incluso llegaron a considerarlo de una erudita elegancia. Al fin y al cabo es un término latino que en cristiano significa lo mismo. Sin embargo, a mí lo de Idem me suena un poco a cachondeo, con todos los respetos para mis antecesores en el título. Afortunadamente, con el mismo, también heredé un patrimonio nada despreciable, que hábilmente administran tanto mi madre como mi hermano (que hizo económicas y le encantan esos jaleos), y eso para mi es un alivio, porque ni las matemáticas ni los negocios son mi fuerte. Mis gustos van por otros derroteros. El derecho, sin ir más lejos. Que cuando empecé la carrera sólo tenía la intención de adquirir una formación universitaria y, luego, me fui aficionando a la profesión. Y hasta es posible que algún día monte mi propio bufete y deje mi actual trabajo en la asesoría jurídica de un banco (cuya razón social no viene al caso) donde entré a dedo, como otros muchos, y no por mis méritos sino gracias al dinero de mi familia y a que un tío mío es consejero del mismo. No es que sea un genio, pero, modestia a parte, soy de lo mejor del departamento. Lo que me produce cierta tranquilidad de conciencia, teniendo en cuenta que, en un principio, mi único mérito fue mi condición de enchufado; al igual que la mayoría de mis compañeros que también entraron por idéntico sistema de selección. No pretendo justificarme con esto, pero, ya que no tengo valor para renunciar a los privilegios ni me siento capaz de cambiar las cosas, intento al menos ganarme el puesto, tan fácilmente conseguido, demostrando que valgo para ello y puedo desempeñar mi trabajo eficazmente. Otros le echan más morro y no se molestan para nada.

Dejando las grandezas y otras jilipolladas, mi vida es de lo más normal y mis aficiones, en líneas generales, son como las de la mayoría de los gay:  la literatura, la pintura, la música, el arte en general, la moda, y, sobre todo, la seducción de otros hombres y la consiguiente práctica del sexo, que ha sido, es y será uno de los principales motores que mueven este mundo.

Como ya dije, he sido consciente de mi atracción por los hombres desde muy joven, aunque no tuve mi primera experiencia, propiamente dicha, hasta los quince años, cuando ya había estrenado mi baronía el año anterior. Con esto no pretendo escandalizar, pero, aunque siempre seamos un poco niños y mucho más cuanto más crecemos, sexualmente, a esa edad, ya no lo somos tanto como la hipocresía de ciertos sectores sociales se empeña en hacernos creer. Y estamos hartos de hacer "cochinadas" solos o acompañados, ya sea con el mismo o distinto sexo según se tercie el gusto o la ocasión; y muchos también follan. Es posible que todavía no comprendan bien el amor ni conozcan sus posibilidades eróticas, pero sí viven su fuerza y follan. ¿Vaya que si follan!. Sus inexpertos testículos no son capaces de almacenar tanta vida y brota de ellos con plenitud y energía, tanto en ansiada compañía como en ansiosa soledad. Y mi primer contacto con el sexo ajeno ocurrió en Galicia. Una mañana en que fui al río que sirve de límite sur al pazo de Alero, propiedad de mi abuelo materno, donde pasábamos parte del verano, a través de unas matas vi a un muchacho de los alrededores, más o menos de mi edad, que, boca abajo, tomaba el sol en pelotas tumbado sobre la hierba. Me quedé quieto tras el ramaje fijando mis ojos en su hermosa desnudez y fui deslizándolos por su piel tostada hasta clavarlos en la parte más clara de su anatomía, donde la luz del sol hacía más tersas y relucientes sus nalgas que recordaban una apetitosa manzana. Sentí la sangre en el nabo presionándome bajo la ropa y, sin poder reprimirme, desabroché la bragueta para sacarlo. El chaval parecía dormido y sólo a veces, repentinamente, apretaba el culo hundiéndolo por ambos lados. Era como si me faltase el aire y las aletas de mi nariz no diesen abasto para respirarlo, mientras que, vehementemente, me amasaba el sexo con una mano. En una de sus contracciones llevó una mano a sus partes. Se volvió hacia el cielo, girando sobre sí mismo, y vi como presionaba con los dedos su polla completamente empalmada, que me pareció enorme. Aunque, todo hay que decirlo, la mía tampoco es manca. Su miembro, erguido ante el apretado vientre, palpitante y rematado de rizos fuertes y oscuros, atraía mis sentidos sin que mi cerebro pudiese razonar o imaginar otra cosa que no fuese tocar aquel joven cuerpo.

Un ardor indefinido recorrió mi ser y la cara se me encendió al tiempo que el chaval miró hacia donde yo me creía oculto; y, después de unos segundos infinitos, me sonrió. Salí de mi deficiente escondite y me acerqué a él apuntando al cielo con mi instrumento. Nos miramos a los ojos, pero de los labios sólo salían sonrisas. Todavía sin mediar palabra me quité toda la ropa y me senté a su lado. El rompió el hielo y me la cogió, y yo hice lo mismo. El siguiente paso fue cosa mía y dejé que el ansia desatase mi lujuria recorriendo todo su cuerpo con mis dedos. A pesar del tiempo, aún siento al recordarlo el cosquilleo que desde la nuca hasta la base de la espina dorsal me produjo el contacto de su carne. Me temblaban las piernas, sin que exteriormente se reflejase, y el corazón me latía como el de un caballo en plena carrera. El muchacho empezó a manosearme también y recuerdo esa sensación como una de las más agradables de toda mi vida. Fue la primera vez que en mi piel sentía palpitar el deseo carnal de otro ser y un sexo que olía al mío; y su carne, dura y flexible, se marcaba en músculos perfectamente dibujados bajo una piel tan justa que apenas hacía pliegues cuando intentabas pellizcarla con la punta de los dedos. Su respiración, su olor, su contacto. ¿Qué sé yo?. Todo él me excitó y en mi cabeza solamente había lugar para tales sensaciones que me parecieron sencillamente maravillosas. Luego vinieron los besos y noté su lengua entre mis dientes; y también me agradó mezclar mi saliva con la suya. Pero lo más fantástico fue que, aún siendo un cuerpo casi como el mío, me produjese tanto placer percibirlo con todos mis sentidos hasta confundirlo conmigo mismo.

El calor del sol sobre nosotros, el rumor del río y la complicidad de la naturaleza, nos hicieron sentir libres para desfogar nuestros instintos y revolcarnos por la hierba como si fuésemos cachorros que simplemente retozan. El me acarició por todas partes y en cada sitio me provocaba un deseo y una ansiedad totalmente diferente. Yo lo palpé por delante y por detrás, repasando las formas de su cuerpo como el ciego lee por el tacto se sus yemas, y puse especial empeño al llegar a las nalgas, separándoselas suavemente para hundirle, uno a uno, mis dedos en el ano. Prercibía nítidamente el estremecimiento que cada penetración le causaba y continué recorriéndole de arriba abajo la raja del culo, volviendo a introducir suavemente el índice después de impregnarlo con mi propia saliva. Ahora no podría precisar durante cuanto tiempo nos sobamos el uno al otro, pero si recuerdo que apenas tuvimos que meneárnosla para que, quizás por el mero vigor de nuestra estrenada sensualidad, explotásemos el mismo tiempo pringándonos completamente desde el pecho hasta el ombligo.

A partir de entonces nos encontramos todas la mañanas en el río, solos con el sol, y nos divertíamos nadando y jugando desnudos. Por la tarde volvíamos a vernos y por la noche nos buscábamos impacientes el uno al otro. Y así, juntos, pasamos el resto del verano apaciguando nuestros ardores de adolescencia. Lo que nos urgía con demasiada frecuencia, por cierto. Con mi madre no necesitaba palabras para que se diese cuenta de todo; y a mi hermano no hacía falta ocultarle nada. Siempre comprendieron mi diferencia, y, cada uno a su manera, saben entenderme sin  pretender cambiar mi vida. Lo que no ocurre con el marqués, como llaman a mi abuelo los vecinos del pueblo, con ese aire irrespetuoso que tienen los gallegos por las alcurnias y demás copetes. El jamás veía con buenos ojos a mis amigos y mucho menos a los inseparables. Porque, si bien siempre fue carca, nunca tuvo un pelo de tonto. Para él, en cuestión de sexo sólo vale lo que su dios manda. Cualquier otra cosa es ser maricón y por ahí ni pasa ni traga. Y, como no se consuela quien no quiere, dice que la culpa es de las discotecas, las drogas y la izquierda. Y no precisamente por ese orden. Yo creo que, en el fondo, es un torquemadita más que añora los sutiles métodos con que la inquisición procuraba mantener la virtud, aunque presuma tanto de anticlerical como de mujeriego. La verdad es que su opinión en ese tema en nada tiene que envidiar a la del mismísimo Vaticano. ¡Liberales donde los haya cuando se trata de sexo, vive el cielo!. Lo que hagan los eclesiásticos parece que importa menos, pero la feligresía que se joda. Y si no, se queda sin cielo.

No todos los curas piensan igual, afortunadamente, aunque, de momento, la opinión de esa institución no tiene el menor desperdicio. Ellas que se lo cosan. Y nosotros con un ferrete en la punta como el que le ponen en mi tierra a los cerdos en el hocico. ¡Y porque todavía no se le ha ocurrido al exégeta de turno proponer la capa de todos los homosexuales!. Y teniendo en cuenta el camino que lleva la alta jerarquía de la Santa Curia todo podrá llegar a su debido tiempo. Eso si Dios no lo remedia, naturalmente.
Pero dejémonos de elucubraciones y volvamos a lo que interesa de mi historia. Aquel muchacho y yo, demasiado jóvenes para captar los complejos matices del amor, satisfacíamos nuestra torpe e incipiente sexualidad buscando egoístamente lo que a cada uno nos apetecía hacer, pero sin llegar a obtener, ni para uno mismo ni para el otro, todo el inmenso placer de que es capaz la imaginación del hombre. Y ni mucho menos para gozarlo conjuntamente sintiendo a través del suyo tu propio placer. En un principio no pasábamos de pajearnos el uno al otro, sin que se nos ocurriese penetrarnos, ya que tampoco sabíamos bien como era eso. Más tarde, él me quiso dar por el culo y me dolió tanto que le cogí miedo. Luego me lo follé yo y al chico le gustó. Con lo cual, terminamos entendiéndonos perfectamente y le puse el culo de verano dos temporadas más.

En esa primera época, aparte de mis desahogos estivales con este chico llamado Antón, sólo uno de mis escarceos puede considerarse digno de ser mencionado, ya que el resto no pasaron de pajillas, más o menos compartidas, siempre a salto de mata y en contadas ocasiones.

El episodio ocurrió en el verano siguiente a aquel en que conocí a Antón y fue algo que, entonces, me pareció absolutamente alucinante. Y aunque quizás fuese preferible dejarlo para otra ocasión, en aras de evitar a mis posibles lectores un prematuro empacho de sexo, creo más oportuno ir quemando etapas hasta llegar, libre de equipaje y con las ideas claras, al meollo de todo esto.

Una tarde se le antojó a mi madre que fuésemos a la finca de una amiga de mi abuelo, doña Catalina, que era viuda y vivía preocupada exclusivamente por el voluminoso contorno de sus grasas y el aspecto de su piel martirizada con afeites y ungüentos. Aún a regañadientes, a mi hermano y a mí, no nos quedó más remedio que acompañarla a la dichosa finca y pasar la tarde con doña Catalina; cosa que se nos presentaba de lo más desolador. Al llegar a la casa nos recibió la buena y oronda señora, con el sobeo y besuqueo de rigor, y, cual no sería nuestra sorpresa, nos presentó a una sobrina de su difunto marido llamada Bea. La chica, de mi misma edad, alta, rubia y buenísima según mi hermano que gusta de ese tipo de carne, vivía en Madrid y había venido a pasar el verano acompañada por su hermano Cuco. Un efebo adolescente y guapísimo, algo aniñado y un año menor que ella, que, por mimo o cadencia, resultaba un pelín afeminado. Tanto, que, sin duda alguna, vestido de mujer estaría mucho más atractivo que su preciosa hermana.

El muchachito, exhibía sus encantos juveniles mostrando la frescura de sus muslos, que salían por la pernera de su deshilachado pantaloncito dejándose ver hasta el mismo pliegue de las ingles, y asomando el pequeño vientre por la cinturilla, premeditadamente floja, que dejaba al aire el inicio del vello apenas florecido sobre el pubis. No había que ser demasiado mal pensado para percatarse de que pretendía claramente provocar al personal. Con aquellas maneras y aquella caída de ojos era fácil prever que, si todavía estaba entero, la virginidad le iba a durar lo que una bolsa de pipas a la puerta de un colegio. La hermana, que se las sabía todas, intentó desde el primer momento tirarme los tejos, pero viendo que roía en hueso, la muy loba se lanzó a por mi hermano y, salido a tope y babeando como es normal en un quinceañero en tal situación, se lo fue llevando al huerto. El guapo mocito también había desaparecido y  yo, que malditas ganas tenía de aguantar a mi madre y a doña Catalina, entregadas al comentario social del término municipal en pleno, escurrí el bulto y me dediqué a curiosear por la finca yendo a parar a los establos.

Las cuadras, de piedra vieja y musgosa, tenían un portalón de madera agrietada y carcomida entreabierto, que, dada mi  innata atracción por lo desconocido, me invitaba a entrar. En su interior, húmedo y umbrío, aún se respiraba el calor animal de sus ocupantes habituales y, al fondo, se veía otra puerta hecha con tablones viejos, más pequeña y de una sola hoja llena de rendijas, que daba acceso a otro compartimento, posiblemente destinado en otro tiempo para guardar útiles de labranza, de donde salían unos gemidos medio apagados que tanto podían ser de dolor como de placer.

Picada mi curiosidad por tales lamentos, me acerqué, lo más silencioso que pude, y miré por la rendija más grande intentando averiguar lo que allí ocurría. En un primer momento mi ojo se quedó sorprendido y, al instante, mi inquieta minga luchaba por alcanzar el ombligo sin que yo pudiese evitarlo. ¡La escena no tenía desperdicio!. Un chavalote, macizo y de pelo ensortijado, muy moreno y con los pantalones por los tobillos que dejaban al descubierto un trasero formidable, envidiable incluso para un bailarín, hundía con fuerza sus dedos en el vientre de Cuco, que también tenía su sonrosado culo al aire, obligándole a doblar el espinazo y clavándosela por detrás. La fuerza de las envestidas que aquel macharrán le propinaba al delicado muchacho era tal, que, en una de ellas, su cabecita de querubín, tan violentamente sacudida, podía separársele del cuerpo. Cuco volvió la vista hacia el otro chico, y fue tanto el vicio contenido en aquella mirada que, ante mis ojos, de ángel provocador se transformó en una experimentada puta.

Algo crujió bajo mis pies y los alertó, interrumpiéndoles el coito. El machacante, sujetándose los calzones, abrió la puerta rápidamente y me encontró azarado y con la mano en la verga. Pero su asombro duró lo que yo tardé en conseguir que se le empinase de nuevo. El bellísimo efebo, desnudo y sonriendo algo nervioso, se arrodilló ante nosotros y fue alternando nuestros pífanos en su boca mientras yo besaba la del morenazo de carne recia. Tras un prolongado magreo, Cuquillo estaba otra vez viendo para el norte, enchufado a nosotros por ambos extremos, y nos lo ventilamos por turnos, procurando cada uno tener ocupada su linda boquita cuando le tocaba al otro encularlo sin escamotearle energía y esfuerzo. Pero si he de ser sincero, tengo que decir que quien verdaderamente me atrajo fue el gañán y hubiese dado cualquier cosa tanto por follarlo como por dejarme follar. Si bien se la metí a Cuco, mi imaginación sentía en mi rabo la presión de las recias nalgas del mozo. Y cuando era él quien le atizaba al efebo, podía notar en mi ano cada una de las hinchadas venas de su verga bombeando en mi interior con la misma energía con que se lo hacía al afortunado y afeminado muchacho. Creo que quien más disfrutó de los tres fue Cuco. Y es posible que durante un tiempo mi asignatura pendiente fuese meterme un rabo tan potente como el de aquel muchachote, que, aunque nunca supe su nombre, jamás olvidé el potente latido de sus pendulares atributos.

Y aquel fue mi primer trío cuando tan sólo era un tierno adolescente de dieciséis años. A Cuco lo vi varias veces, tanto en el pueblo como en Madrid, pero nunca volvimos a hacérnoslo. Y eso que varias veces lo intentó recordándome lo del establo, pero, aunque sería injusto no reconocer que los años no han pasado para él, para mi gusto peca de ser demasiado amanerado. Y si puedo elegir me quedo con alguien que sea más masculino. Insisto en que a mi me gustan los hombres que se portan como tal y no como mujeres. De lo contrario me dedicaría al otro sexo y mi abuelo seguro que estaría encantado. Y mucho más siendo algo picha loca, virtud que él admira sobremanera en un macho de ley. Para su desgracia lo único que tengo a su gusto es el pito inquieto, porque en lo que se refiere a mis apetencias sexuales es preferible que siga en la más absoluta ignorancia.

En cualquier caso a Cuco jamás le preocuparon mis desdenes, ya que, según comentarios, el mocito lleva una carrera de éxitos que ni la Callas en sus mejores tiempos. Ha tenido a medio Madrid rendido a sus pies, por lo que yo sé. Hasta estuvo liado con un diputado que lo tenía como a una reina. A veces coincidimos en algún club o restaurante y había que ver con que aires aparecía el niño seguido del parlamentario. Sólo le faltaba salir en la tele anunciando cualquier cosa para ser la más divina del gremio. Porque eso de aparecer en la televisión da mucho caché en este país. Después de eso puedes dedicarte a lo que te dé la gana porque ya tienes el éxito asegurado de antemano. Vamos, adquieres patente de corso. O, lo que es lo mismo, te cuelgan el certificado oficial de perejil de todas las salsas. Bueno. Pero dejemos eso ahora.
Después de estas experiencias, que fueron las más significativas de mi adolescencia, mi curriculum sexual no empieza a animarse hasta mis años de facultad, pero ese es otro capítulo de mi historia.


Capítulo II
Una de mis mayores virtudes es el profundo respeto que siento por la amistad; y creo incluso que, a lo largo de nuestra vida, los verdaderos amigos pueden sernos más queridos que la propia familia. Es casi un tópico decir que a los primeros los eliges y la segunda te la da la suerte, pero la verdad es que no deja de ser cierto.

No es que me queje de mi familia, ni derecho tendría tan siquiera a pensarlo, aunque sólo fuese por los privilegios que sin comerlo ni beberlo tengo y disfruto por el mero hecho de nacer en ella. Por otra parte, mi madre es una mujer de una gran personalidad, culta, educada, elegante (y no es que esto sea el sueño de todo gay, sino que en mi caso es verdad), y a sus cincuenta y pocos años todavía es muy guapa y con un tipo que muchas jovencitas quisieran para sí. Es sencillamente una verdadera dama. En cuanto a mi hermano qué puedo decir. Al ser un poco menor que yo siento hacia él una especie de sentido de protección, aunque en realidad es él quien me protege a mí. Humberto es mucho más serio y responsable que yo, sin lugar a dudas, y desde luego un perfecto machito.

Mi madre dice que yo me parezco a ella y él a mi padre. Y tiene toda la razón. El, afortunadamente para mí, ya está casado y va a tener su primer hijo. Con lo cual la supervivencia nobiliaria de la familia está asegurada. Y, gracias al proyecto de criatura, mi abuelo, el marqués, cortó sus insinuaciones acerca de mi pertinaz soltería. Si no conociese su miedo a morirse creería que está ansioso por que le sucedan en sus dichosos títulos. Pero no. Lo único que le preocupa es la jodida estirpe de los del Trullo y su perpetuación en el Alero. Y con eso se arregló el mundo. ¡Vaya por Dios!.

Pobre niño como no tenga hermanos y sus aficiones sexuales vayan por otro camino del que ya le tienen previsto. "Nobleza obliga", le dirán desde su más tierna infancia. Y recuerdo que siendo yo pequeño tenía un miedo atroz a esa señora, que imaginaba terrible y espantosa. Y cuando me explicaron su significado quedé más frustrado que tranquilo. Me habían jodido bien, ya que debía buscarme otro coco para ser un niño como los demás y tener miedo de algo. Pero nunca lo encontré fuera de mí mismo.

Eso de la familia está muy bien, pero los amigos son los amigos y uno de los mejores que tengo es Enrique.

Nos conocemos desde el colegio y también fuimos compañeros en la facultad; y lógicamente nos lo contamos todo. No necesitamos palabras para entendernos. Cuando yo voy él viene y viceversa. Enrique es un típico ejemplar de la alta burguesía madrileña, que cuando no tiene confianza incluso se puede poner un poco tontín; pero detrás de esa pose solamente hay un crío con un corazón enorme. Aunque a veces nadie lo diría, lo cierto es que nos queremos un montón, a pesar de todo y contra todo, como entrañables amigos que somos.

Nuestro paso por la universidad no fue ni peor ni mejor que el de cualquier otro mortal universitario. Solíamos ir a todas partes juntos, y juntos participábamos en nuestras dichas y desdichas. Sin ser dos lumbreras, no fuimos malos estudiantes; y puede decirse que terminamos la carrera en el tiempo reglamentario. La carrera de Derecho, claro, que de la otra, si el amor no lo remedia y no nos faya la suerte, todavía puede quedar para rato.

Con Enrique no sólo compartí estudios y diversión, sino también alguna que otra aventura. Y la más genial fue el viaje por España que hicimos al final del tercer curso.

Salimos de Madrid hacia el sur a principios de julio, con lo indispensable en la mochila y en el bolsillo y rebosantes de ilusión y fantasía en nuestras cabezas. Confieso que tanto nuestro atuendo como nuestra juventud nos hacían apetecibles para cualquiera; y menos mal que Enrique siempre fue más tranquilo y retraído que yo en cuestión de sexo, porque de lo contrario aquel periplo pudo haber sido terrible. Podría haber vuelto a Madrid en ambulancia a consecuencia del agotamiento físico y erótico, pero ya se encargaba Enrique de pararme los pies. Bastaba que a mí me gustasen casi todos para que a él no le gustase ninguno. Y, a pesar de todo, lo hicimos las veces que nos dio la gana en todas partes y latitudes. Es verdad que la mayor parte de la veces era porque yo lo arrastraba a ello, ya que Enrique es mucho más dado a eso del enamoramiento y dedicarse solamente a uno. Pero en esa primera juventud el ardor de la sangre es mucho y la fuerza de voluntad le flaquea al más pintado ante la buena carne que se ve por el mundo. Ninguno de aquellos devaneos nos dejó la menor huella, por supuesto, pero, sin embargo, voy a detenerme ahora en uno de ellos.

Habíamos llegado por la mañana a Granada y, después de librarnos de nuestro escaso equipaje dejándolo en la habitación de un modesto hotelito, fuimos a la Acera del Darro y, nostálgicos de otros tiempos, acompañamos al río oyéndole contar sus cuitas morunas de nobles estirpes de antaño. La Alhambra, deslumbrante de sol y erguida en lo alto, se asomaba para contemplarnos por encima del cinturón de piedra de sus murallas. Gentes variopintas iban y venían por las viejas callejas, observando aleros, portalones y petrificados blasones de grandezas hoy trasnochadas. Con el calor y el deambular por tanto siglo de historia sentimos sed y buscamos un bar para beber algo. En una plazuela encontramos uno con terraza y nos sentamos para reanimarnos y descansar un ratillo. En otra mesa estaban tres chavales de nuestra edad más o menos, con una pinta de turistas yanquis que no se podía aguantar, que nos miraban sin el menor disimulo. A Enrique le gustó uno muy rubio y rapado como un marine, con pantalón corto de explorador y camiseta de tirantes que dejaba lucir ampliamente sus gimnásticos bíceps y pectorales. Recuerdo que no estaba mal el americanito, pero no era exactamente mi tipo.
Otro de ellos, también rubio pero menos, tampoco estaba para despreciarlo, pero a mi me llamó la atención el tercero. También rapado pero moreno de piel, cuyas facciones denotaban con claridad el origen africano de sus ancestros. En lugar de pantalón corto llevaba un vaquero raído, con múltiples rasgones por los que se le veían las rodillas y algún que otro trozo de muslo, y una camiseta con letreros y dibujos como si anunciase algo.

No entendíamos lo que decían ni el motivo por el que se reían de vez en cuando. Y no porque no hablásemos su lengua, sino simplemente porque no les oíamos. Pero, de todas maneras, sus miradas eran lo suficientemente elocuentes como para poder imaginarlo. Más difícil resultaba distinguir quien de nosotros dos le gustaba a cada uno de ellos.

Terminadas sus consumiciones se levantaron y, al pasar a nuestra altura, el rubio de Enrique subió la voz y nombró la Alhambra. No había duda de que aquello era una auténtica insinuación con la que nos invitaban a seguirles el rollo.

Nos faltó tiempo para pedir la cuenta y subir a la hermosa alcazaba nazarita en pos de los yanquis. Como la cuestión era ligarlos, pacientemente y con cara de pámpanos como el resto del grupo de turistas, nos tragamos las explicaciones en inglés del guía mirándonos de reojo ellos y nosotros y dedicándonos ligeras sonrisillas de conejo sin atrevernos a entrar al trapo.

Al llegar al patio de los Arrayanes los cinco nos fuimos quedando detrás del resto y, frente a la almenada Torre de Comares que destaca sobre el pórtico con arcos peraltados de la fachada norte, quedé prendido en la culera rota del moreno, por la que se traslucían sus carnes de color café. Enrique me miró a los ojos, los bajó hasta mi bragueta, volvió a mirarme y me llamó puta. ¡Ja!. ¡Cómo si él no le mirase el paquete a su yanqui rubio!.

"Y tu zorra". Le contesté.

Mi propia sensualidad hizo que el morenillo, consciente de mi proximidad, reculase hacia atrás y su apetecible culillo rozó mi mano. Estaba a mi alcance y era demasiado para mi cuerpo. Dos de mis dedos se dirigieron autónomamente hacia las aberturas del pantalón y se introdujeron en la tela tocando el culo racial del mulato. Pero éste se separó rápidamente como si hubiese sufrido una descarga eléctrica. Quedé perplejo, pero no tardó mucho en volver hacia atrás poniéndose nuevamente a mi alcance. Esta vez le eché decisión y toqué sus nalgas presionándolas con mis dedos como si jugase con una pelota de caucho. El americano dio un respingo pero no se apartó. E incluso tuve la sensación que retrocedía más aún para facilitarme la labor de prospección ya emprendida. Metí bien los dedos entre la tela y fui palpando las aterciopeladas redondeces que se me ofrecían. Y, detrás, quiso entrar toda la mano que topó con la raja que separaba tan inefables posaderas. Y, súbitamente, el calor me inundó el cerebro.

Después de estas confianzas, entablamos conversación con los americanos y Enrique propuso continuar la visita juntos, pero yendo a nuestro aire sin guías que nos diesen el coñazo. A ellos les pareció estupendo y recorrimos las murallas de la Alhambra respirando el aroma de esa Granada mora, cuyo embrujo, prendido en la brisa, nos cautiva y llena de sueños nuestros ojos. Y al quedarnos solos en uno de los torreones besé la boca carnosa de mi americano, que me supo a fruta con abundante pulpa jugosa. Dejamos jugar a nuestras lenguas y le mordí los labios, que eran duros y tremendamente suaves al mismo tiempo. Me gustó muy especialmente besarle el cuello y apretarle los óvulos de las orejas con los dientes, lo que lo producía unas curiosas cosquillas y le endurecía los pezones de una forma increíble. El chico se dejaba hacer y eso me satisfacía, no sólo por el gusto que me ocasionaba tocar aquella otra vida, caliente y palpitante, sino porque con sus gestos me trasmitía el placer que yo le estaba causando con mis artes. Y, así, mientras le mostraba la luminosa hermosura de la vega, su piel me evocaba la textura de la seda perfumada con exóticas esencias y no pude reprimir que mi brazo se deslizase por su cintura apretándolo contra mí. El apoyó su cabeza en mi pecho y mi otra mano se posó automáticamente sobre los jirones del trasero, que asiéndolos con fuerza los rasgó aún más dejándome libre la entrada de aquel dulce y tostado melón. Y, sin pensarlo dos veces, allí mismo se la metí de golpe y me lo beneficié entre besos, jadeos y suspiros, sujetándolo bien por la cintura con ambos brazos para impedir que con el movimiento de sus caderas escupiese de su interior mi cipote. Y eso que yo lo enterraba a fondo en su culo moreno. No sé si los americanos son poco originales, pero lo único que repetía era: ¡Fóllame!. ¡Fóllame!. En inglés naturalmente. También es verdad que yo no decía nada y procuraba aplicarme en lo mío. Sólo al final, después de besarle la boca violentamente, le dije: "¡Te follaría mil veces este culazo, cabrón!". No lo entendió del todo pero si captó la intención perfectamente, ya que sonrió de oreja a oreja y sin más soltó cuanto llevaba dentro de sus huevos, provocando en mí el mismo efecto. ¡De qué locuras somos capaces cuando somos tan jóvenes!.

Enrique y los otros dos americanos se dieron cuenta de todo, y, entre bromas y risas, tuvimos que ir hasta nuestro hotel para intentar remediar en algo los desperfectos del atuendo de Billy, que tal era el nombre del mulatito. Ya en la habitación nos apeteció ducharnos y nos quedamos todos en calzoncillos sobre las dos camas (que estaban juntas) y terminamos montándonoslo los cinco. Y mientras a Enrique se lo cepillaba su rubio yo me calcé a los otros dos, dándole preferencia a la novedad, es decir, al otro blanquito, que me causó una inmejorable impresión. Me encantó el roce de su bello rubio, solamente perceptible de cerca, que le cubría el pecho, las piernas, los antebrazos y, menos profusamente, también los glúteos. El chico tenía unos ojazos azules muy bonitos y un mentón ligeramente cuadrado que daba a su cara un aire de marine de película, indiscutiblemente atractivo. Lo que sí me sorprendió en un principio, dado su aspecto, es que gozase más que el mulato adoptando una actitud sexual totalmente pasiva. ¡Cómo no le diesen caña era más parado que un chotis!. Temblaba con sólo pensar en poner el culo para que lo ensartasen. ¡Y menuda follada le metí al tío!. Cuando lo tenía enculado a tope, apretaba el ano para notar todas y cada una de las venas de mi aparato. Apenas me dejaba bombearle a gusto para desatascarle bien los bajos. De todas formas no tuvo ni que tocársela para desahogarse plenamente y en cantidad. En fin, cada cual disfruta como le parece. Y en eso está precisamente la gracia del asunto.

En la facultad también aprendí a distinguir el amor y un día conocí lo que entonces creí el primero de mi vida, aunque ahora, a diez años vista, esa calificación me parece fuera de lugar.

Mi espejismo amoroso fue un compañero de curso, llamado Borja, que me parecía guapísimo y jugaba al jockey sobre patines. La cosa duró casi un curso y el final resultó un tanto patético.

El chaval me gustó en cuanto le eché el ojo, pero nunca me hubiera atrevido a intentar nada con él sino me lo pusiese a huevo un providencial examen de matrimonial. Borja había tenido un entrenamiento muy duro aquella semana y no había podido poner en claro sus ideas para aquel examen. O al menos esa fue la excusa entonces. Pero, repasando la historia, me surgen ciertas dudas sobre quien tenía mayor interés en todo aquello. El caso es que vino a mi casa con el fin de estudiar juntos toda la noche, y, una vez solos en mi dormitorio, el calor de finales de junio hizo que nos quedásemos casi sin ropa, ocurriendo lo inevitable.

Estábamos sentados ante una mesa, no demasiado grande, y nuestras rodillas daban la impresión de aproximarse cada vez más, sintiendo por momentos una especie de corriente que me erizaba el vello de las piernas y los brazos, causándome el mismo efecto que si estuviese en contacto directo con la pierna de Borja. Sentía mis músculos agarrotados y no me atrevía ni a respirar con normalidad para no provocar el distanciamiento de la rodilla vecina. Aquellos momentos debieron ser muy cortos aunque en mi memoria me sigan pareciendo eternos. De pronto algo le picó a Borja, precisamente en la pierna contigua a la mía, y su mano apareció de improviso quieta y crispada sobre mi muslo. Nos miramos a los ojos y noté como su diestra avanzaba por mi pierna hacia la ingle introduciéndose bajo mis calzoncillos. Ya no tenía que empalmarme puesto que lo estaba desde el primer momento que percibí el calor de su cuerpo junto al mío. Pero el cosquilleo de sus dedos intentando agarrar mi pene me excitó sobre manera y le eché mano al paquete apretándoselo fuertemente y amarrándole el pito, que, duro como una piedra, ya le salía a medias por la bragueta. Nos arrancamos literalmente las camisetas y los calzoncillos y nos precipitamos sobre la cama empeñados en agarrarnos todo al mismo tiempo. Estábamos demasiado salidos para andarnos con delicadezas y exquisiteces y torpemente nos masturbamos recíprocamente sin percatarnos de todas las posibilidades que nos ofrecían nuestros jóvenes cuerpos, espléndidamente formados por el deporte. Al principio no resultó demasiado lucido, pero el resto de la noche nos permitió la ocasión de enmendar la cuestión y aprovecharnos mutuamente de nuestras agraciadas prendas. Aprendimos de memoria todos nuestros recodos, incluyendo los más inaccesibles, y me empeñé en mantener una pequeña luz encendida para admirar la atrayente uve que formaban sus ingles al final del pubis, cubierto en parte por un vello ensortijado y oscuro cuya textura y olor me enloquecían. Entonces no hubo penetración, pero no sería justo si negase el inmenso placer que me dio Borja en aquella ocasión.

Llegué a estar convencido de mi amor por Borja, pero lo curioso es que desde el principio Enrique y él ni se cayeron bien ni conseguí que con el tiempo simpatizasen lo más mínimo. Yo le echaba la culpa a Enrique y le decía que tenía celos del otro. Pero él siempre tuvo mayor intuición que yo para calar a las personas y, sin saber por qué, nunca le inspiró confianza. Es verdad que cuando tu mejor amigo se lía con alguien siempre sientes unos celillos al verte algo desplazado en su atención y preferencias, pero en el fondo te alegras de su felicidad. E incluso si el otro le sale rana te cabreas más que si la faena te la hubiesen hecho a ti. Y eso es lo que le sucedía a Enrique. Y, como digo, presintió desde el primer momento lo que iba a ocurrir.

Pensándolo ahora fríamente tampoco yo me explico cómo me puede colar de aquella manera con el dichoso Borjita. Sencillamente fue el primer encoñamiento de mi vida, fruto de la inexperiencia. Realmente estaba buenísimo; y no es falta de modestia por mi parte si digo que yo tampoco estaba mal. Ni ahora tampoco, por supuesto. Hasta yo diría que mejor que antes y a los hechos que más adelante relataré me remito. Cosa que no le ocurre a aquel pedazo de gilipollas, que hay que ver como se puso en tan poco tiempo. ¡Puedo jurar que de pena!.  ¡Qué se joda!. Y no me da lástima ninguna, además. Continúa siendo la estupidez en carne y hueso. Y no te digo nada su mujer que es como una muñeca chochona andarina. Porque el muy imbécil es de los que se casan para disimular y aparentar lo que nunca fue ni será. La pobre idiota de su mujer tiene menos gracia que un zombi, y también anda como una resucitada. ¡Y cómo se viste!. En fin. No es que esté resentido......¡Para nada!.... Al fin y al cabo han pasado muchos años y creo que, después de todo, la experiencia resultó positiva. Dicen que a base de hostias es como se aprende. Pero yo, por si acaso, he procurado desde entonces no llevarme otra más. Lo curioso es que precisamente ahora, cuando cuento mis aventuras y desventuras, vuelvo a estar pillado de nuevo por los jodidos y eternos dilemas del corazón.

A aquel memo es posible que no lo haya querido verdaderamente, ni tampoco él hizo méritos para ello. Pero me obsesionó de tal forma que deseaba estar a su lado a todas horas. Necesitaba verlo y oler su ser. Quería tocarlo y sentirlo a mi lado en todo momento. Cuanto me pidió le di; y más le hubiera dado si me lo hubiese pedido. Y él apenas me dio nada. Y ni siquiera se molestó en saber si me daba placer. Pero todo eso no hubiese tenido importancia si no la cagase al final. No voy a negar que también hubo ratos buenos. Por ejemplo la tira de partidos de jockey que chupé por su culpa. Me encantaba ver su destreza en la pista. Y sobre todo verlo luego en los vestuarios mientras se duchaba con el resto del equipo. Por cierto, con uno de ellos me lo hice un año después y me lo pasé teta. ¡Qué cuerpo y qué culo y qué todo!. Esos son hombres y no otros que yo me sé. ¡Y cómo tragaba el muy cabronazo!. Tanto por boca como por culo. ¡Qué gusto!. Sólo de pensarlo me excito. Pero volvamos con aquel hijo puta. O sea con Borja.
En un principio nuestra relación fue sólo sexo, pero yo quise otra cosa e intenté que aquello derivase por otros derroteros. Toda relación es difícil. Y entre homosexuales no es que lo sea más, pero existen connotaciones y prejuicios de todo tipo que deben tenerse en cuenta. Y es posible que entonces no estuviésemos preparados para ello ninguno de los dos. Y puede que quizás nunca lo estemos completamente, no tanto por los prejuicios como las connotaciones. Principalmente eso de renunciar a otros, con lo buenorros que están los jodios tíos. Y ya se sabe que la jodienda no tiene enmienda, que dice el viejo refrán. Y digo yo. ¿Por mucho que quieras a una persona, acaso te quitan un trozo por irte con alguien que en ese momento te cause morbo?. Pues la verdad es que no. Se entiende esporádicamente, claro. Que lo demás es ser puta. ¿Y si lo haces, es mejor decírselo o ocultárselo?. Creo que lo único bueno s ser sinceros y plantear las cosas con claridad y respeto a la libertad del otro. Y si hay renuncia que sea voluntaria y no exigida. Y sobre todo y ante todo, el amor, la comprensión y la buena educación. Con esto, al egoísmo ya no le queda sitio. Y sin egoísmo es más fácil convivir y mantener el respeto mutuo que sostiene el amor. Esto se dice muy fácilmente pero lo terrible es llevarlo a la práctica luego. Pero ahí queda para quien desee aprovecharlo y sea capaz de ello.

Mientras yo estaba siempre dispuesto a complacer sus deseos, tenía que esperar a que a él le apeteciese el cachondeo para satisfacer los míos. Sin embargo, no dudé en dejarme hacer lo que no pude con Antón ni había vuelto a intentar con ningún otro hasta entonces. Y su actitud egoísta me lo hizo insoportable, ya que sólo buscaba su propio placer trayéndole sin cuidado procurar el mío. Llegó un momento en que solamente él mandaba en la cama y únicamente hacíamos lo que le daba la gana. El gozaba más cuando yo le follaba el culo, pero me exigía que yo también lo pusiese. Y que para complacer sus caprichos y justificar sus complejos soportase el dolor que su ineptitud me producía al follarme. Ni tan siquiera una sola vez al menos fue capaz de intentar que sintiese el menor deleite ofreciéndole mi cuerpo. Era torpe y brusco. Y, tanto de una forma u otra, en cuanto vertía su lujuria ya no quería saber nada del asunto. El ya había acabado y a ti que te diesen dos duros. Según decía, continuar era superior a sus fuerzas. Y tampoco tenía demasiadas para eso, la verdad sea dicha. ¡Bastante flojo el mozo!. Pero, como dije antes, no me hubiera importado si no fuese tan mamón. Al final tuve que darle la razón a Enrique y admitir que sólo estaba conmigo cuando no tenía nada mejor que hacer. Pero fue el dolor de su cobardía lo que por tanto tiempo blindó mi corazón contra cualquier sentimiento amoroso.Y desde el principio la sola idea de que alguien pudiese hacer el menor comentario acerca de nuestra particular amistad le descomponía y horrorizaba. Y, por ello, me impuso que en la facultad nos tratásemos como simples conocidos. O incluso menos. Delante de los demás casi no me dirigía la palabra y hasta llegó a tratarme con cierto desprecio. Cosa que yo no quería ver, pero que no pasó inadvertida para Enrique. Y un día sucedió lo que jamás hubiera imaginado. Era por la tarde y coincidió que teníamos prácticas de civil. Estábamos en el pasillo, hablando en grupo, y me entraron ganas de mear. Me fui al servicio y, estando en plena función, apareció Borja. Se colocó en un meadero a mi lado y, ni corto ni perezoso, me echó la mano y me la cogió. Estando en la facultad aquello me sorprendió, pero entendí que debía estar muy salido y me presté a su juego. Me dio la espalda y restregó su culo contra mi polla y, de repente, se abrió la puerta y entraron dos amigos suyos. Borja se quedó de piedra y yo me separé de él rápidamente. Y, entonces, se volvió hacia mí con gesto amenazador gritándome: "¡Maricón!". "¡Hijo de puta!". "¡Te voy a partir la cara!". Y me dio una leche que me dejó atontado. Sus dos amigos también me golpearon y me insultaron, pero a mí solamente de escoció y dolió su bajeza. No podía creérmelo y cuando por fin reaccioné me eché a llorar. Enrique, en cuanto oyó la bulla, vino a buscarme. Después le atizó a Borja y le hinchó un ojo que, más tarde, se le puso morado.

La gresca que se armó fue fenomenal y yo estuve casi dos semanas sin aparecer por clase. Como era de esperar, Enrique se lo tomó como si se lo hubiesen hecho a él mismo y ni él ni yo volvimos a dirigir la palabra a semejante cabrón ni a su pandilla de mamones reprimidos. Al pasar los años a más de uno lo vimos a la luz de un mechero en algún cuarto oscuro mamando cuanto rabo podía. ¡Las muy guarras!. No por mamarla sino por cínicos. Que aquí cada uno es muy libre de hacer lo que mejor le parezca. El otro, Borja, quiso ir de macho por la vida y, como ya dije, se casó con la más tonta que encontró. Y según me han dicho no sale de las saunas y ni te cuento el hambre de polla que debe pasar la mujer. ¡Menuda cabronada!. Sinceramente lo siento por ella, porque nadie se merece que le engañen de esa manera tan ruin. Otra cosa es que te vayan los dos rollos y cumplas con tu parienta. E insisto en una máxima sinceridad entre la pareja. Pero utilizar a una mujer de simple tapadera ante la sociedad me parece absolutamente despreciable. Toda persona debe ser respetada como tal y no puede ser usada en interés de nadie. Sea quien sea ese nadie. Ni aunque se trate del mismísimo Estado.

Enrique y yo terminamos ese curso cual reinas ofendidas. Y al final hicimos el viaje a que antes me he referido y en el que nos sucedió la anécdota de los tres americanos estando en Granada.

A partir del curso siguiente las aguas volvieron a su cauce, pero durante el resto de la carrera fui una de las mariquitas oficiales del curso. Y no es que lo lamente, porque desde entonces ya no tuve que andar con miramientos para ligar con alguien. Eran ellos los que me entraban y se iban encantados después de ahormarles bien el culo. Ya dice el refrán que no hay mal que por bien no venga. Y la verdad es que me hinché de follar. Es posible que en un principio odiase a Borja, pero al poco tiempo solamente me dio lástima y aún me la sigue dando. Lo único que siento es que, entonces, no sólo me negó la oportunidad de conocer el placer homosexual en toda su extensión, sino que, con su mal hacer, me impidió desear abrirme a otros que posiblemente hubieran hecho maravillosamente bien lo que él no supo. Y aunque luego eso me tentó poco, siempre quise encontrar al hombre que remediase tal situación. Así fue pasando mi primera juventud y mi vida hoy es el fruto de esas y otras vivencias posteriores. Pero, a estas alturas, espero que mi alma ya no se rasgue desesperada por encontrar un amor, ya que, a pesar de haber dado plenamente en el clavo, también es frecuente a veces que cuanto más cerca lo tienes menos lo ves.


Capítulo III
Casi nunca recuerdo mis sueños, ni tampoco me ha interesado nunca que me los interpreten y saquen de mi subconsciente complejos o algún que otro trauma infantil. Pero aquel día sí recordé que surgió un impertinente teléfono que no paraba de sonar y, al descolgarlo, la voz del inefable Juanito truncó mis sueños.

Juan (Juanito para los amigos debido a un cierto toque de infantilismo retardado en su carácter) es un tío estupendo y también un inoportuno de la leche. Eso en él es algo crónico. Solamente a Juan se le puede ocurrir telefonear a alguien un sábado a las nueve de la mañana. Sabiendo además que la noche anterior estuvo de copas.

Con los ojos medio pegados logré emitir un : "¿diga?" cavernario e interrogante, interrumpido por la inevitable frase: "hola...., soy Juan......... ¿Te he despertado?". Lo hubiera matado de forma lenta y muy dolorosa. ¡De verdad!.

Sabía perfectamente que Alberto, Carlos y yo, estuvimos toda la noche de antro en antro y de club en club. Y como es de rigor, con mejor o peor fortuna según los casos. Por que en cuestión de ligues siempre hay que decir "que Dios reparta suerte". Como por ejemplo la de mi amigo Cris, que también salió con nosotros pero, como de costumbre, mediado el vía crucis lo perdimos de vista en cuanto una monada le alegró la pestaña con su carita risueña y un culito respingón.

Con bastante descortesía espeté:

"¿Qué coño quieres?"
"No. Nada.... Sólo te llamaba para saber si quedaste con alguien para ir a casa de Pedro"
"¿A estas horas?. Rugí.
"Bueno.... Es que tuve que llevar a mi madre al aeropuerto, y como no sabía que hacer se me ocurrió llamarte"
"¿Y por qué no te la machacas por tiempos, bonito?". Me salió del fondo de los genitales.
"¡Joder!. De que humor te pone la resaca, guapo... Bueno te llamo más tarde"
"¡Ni se te ocurra!. ¿O serías capaz de ser tan cabrón?". Le dije. Y luego pregunté: "¿A qué hora es la mierda esa?"
"Quedamos a las nueve"
"De la tarde. ¿Verdad?..... ¿Y entonces para qué me llamas a las nueve de la mañana?.... ¡Gilipollas!"
"¡Joder tío. Te cabreas por nada!"
"¡Y tu que huevos tienes, mamón!"
"No seas modesto Adrián, que los tuyos tampoco están mal"
"¡Encima con cachondeo!. Vale Juan. A las ocho. ¿Te parece bien?"
"¿A las ocho qué?
"Oye salao. ¿Por qué no me haces un favor y te la vas a rascar contra un muro?. ¡Pero de piedra sin pulir, como tu cabeza!"
"¡No te piques, joder!. Me recoges a las ocho. ¿Vale?"
"Sí. Adiós. Y déjame dormir, anda"
"¡Adiós tío grande!"
"¡Hoy te vas a ganar una hostia!. Anda vete a la mierda"
"Adiós..."
"¡Mierda!. Dije.
"Para ti también, querido"
"¡Cojones Juan!". Grité. "Hasta luego". Y colgué antes de asesinarlo.

¡Este Juan es la leche!, me dije. Es otro de mis amigos, aunque no tan íntimo como Enrique. Y, además, también estudió con nosotros en la facultad. El chaval no es feo y tiene buen cuerpo. Pero tiene menos sentido que un grillo.
Intenté volver a conciliar el sueño, pero sólo conseguí dar vueltas hacia uno y otro lado de la cama. Unas terribles ganas de mear hicieron que me levantase. Y al entrar en el cuarto de baño, el espejo sobre el lavabo reflejó mi cara resacosa y somnolienta. Una vez más volvía a preguntarme que carayo había hecho hasta tan tarde en la puta calle: "¡La leche que le han dao!. En cuanto te descuidas te dan garrafón. Y total para nada. Al final no te comes ni una rosca. Está claro que lo que hay que hacer es ir al grano y dejarse de hostias, porque hay demasiadas reinas por centímetro cuadrado en esta jodida ciudad". Me dije para mis adentros.

La verdad es que o te dedicas al chiste, como hace Carlos, que va de extrovertido y le entra al que mejor le parece y encima le sale bien con eso de que resulta gracioso, o te lo montas en plan descaro al estilo de Cris, que los acosa sobándose sus partes para vender mejor la mercancía. Lo que está claro es que yendo de normal, como Alberto, que es un tío majísimo, cada día ligas menos. Parece que a la gente cada vez le cuesta más trabajo comunicarse con otros de su misma especie. Y, unos por otros, pasa la noche y sigues más solo que un mochuelo.

Gracias a Juan ya no me apetecía volver a la cama y decidí hacer algo con mi vida aquella mañana. Me lavé los dientes y todo me pareció diferente. E incluso mi cabeza empezó a poner en duda la necesidad urgente de matar a Juanito. Sin mucha convicción me asomé a la ventana y la esplendidez del Parque del Oeste, vestido ya de primavera, me iluminó la vida. El murmullo de los árboles y el sol me invitaban a salir de mi caverna (que si bien civilizada por la cultura y el urbanismo no deja por ello de ser tal cosa vista un sábado por la mañana) y hasta me apeteció planificarme una mañanera jornada deportiva. Me hizo ilusión ir al parque y notar el aire en la piel. Y ver a los madrugadores paseantes, solos o con sus perros. También a los niños y a los jóvenes (sobre todo a estos últimos) jugando y corriendo. Gentes que, estoy seguro, no hacen el memo toda la noche perdiendo el tiempo y destrozándose el estómago con esos venenos que te dan. Lo malo es que solamente nos da bucólica y ecológica cuando no ligamos nada. Porque si arreglamos el cuerpo con alguna cosita sodomizable o sodomizante no se nos ocurre nada de esto. ¡Pero que le vamos a hacer si la naturaleza nos hizo así!.

Decidido a comenzar el día de una forma sana y saludable (para lo contrario ya me quedaba por delante la noche y la fiesta) me preparé café, zumo y tostadas con mermelada. Y ataviado deportivamente bajé al parque con la única intención de correr (eso puedo jurarlo).

Había gente por todas partes y de todas las edades. Y perros. Muchos perros. Claro, ellos no salen de copas. Pero tanta gente la verdad es que me extrañó. Me agradó el ejercicio, el aire, el jolgorio de los pájaros y esas sensación de libertad que te da ir ligero de ropa. Y en poco tiempo me olvidé del mundo y sólo contaba el golpeteo de mis pies sobre la tierra. Corrí metros y metros, subiendo y bajando por las veredas del parque y sudando por todos los poros, y el cansancio se hizo sentir en mis piernas acostumbradas de un tiempo a esta parte a trotar solamente por tugurios de ambiente. Pensaba en detenerme cuando a mi costado derecho apareció un chico joven, que, como otros muchos, también había decidido hacer deporte ese día. Lo miré de reojo y seguí viendo al frente con aire displicente. Me adelantó unos pasos y fijé la mirada en el rítmico balanceo de sus redondas y apretadas nalgas. Enseguida mi mente se echó a volar y mis ojos, lentamente, recorrieron por detrás su atlética anatomía intentando imaginar los secretos de aquellas parcelas tapadas por su escasa indumentaria. Ya no podía mantener el ritmo del chaval y me ganó distancia poco a poco. Aprovechando un recodo del camino miró atrás y moderó la marcha. El detalle no me pasó inadvertido, pero deliberadamente no quise alcanzarle. Miró otra vez y aflojó más el ritmo. Yo hice lo mismo y seguí algo distante. Anduvimos algunos metros con nuestro atlético coqueteo e, inesperadamente, el muchacho salió del camino, pradera abajo, mirándome descaradamente como queriendo comprobar mi reacción.Ni lo dudé un segundo. Fui tras él respetando una prudente separación entre los dos. Por fin se detuvo bajo un cedro enorme y se sentó sobre la hierba mirándome sin disimulo mientras yo me acercaba. Ya a su altura, unos buenos dientes, blancos y bien ordenados dentro de su boca también grande y sensual, se exhibían con una amplia sonrisa. Le correspondí con otra, algo nervioso, y me insinué diciendo:

"¿Te importa que me siente?"

Y no sólo no le importaba sino que tampoco ocultó su interés invitándome a ello y tendiéndome una de sus manos, grandes y con dedos largos y fuertes. Tumbados en el césped, hablamos, seguimos sonriendo e insinuándonos, y mi atención se centraba en la sudada entrepierna de aquel mocetón que tenía delante, por la que asomaba la bragueta interior del calzón corto formando una abultada bolsa donde se alojaban un buen par de huevos. Me parecía increíble que todo aquello fuesen sólo cojones, pero el resto de sus partes se hacía notar ostensiblemente sobre la ingle izquierda, rozando casi la goma que le ceñía el pantaloncillo de algodón unos dedos más abajo del ombligo. Tampoco él podía evitar que su mirada se perdiese en el punto de unión de mis dos piernas, justo a la altura del paquete. Y sin desearlo todavía, la sangre se me iba concentrando en el pito.

Intenté distraer mi calentura y le dije mi nombre. Adrián, naturalmente, que es como me llama todo el mundo. Y él me correspondió diciéndome el suyo: Gonzalo. Tanto su aspecto como sus gestos le daban un aire muy masculino. Y aunque todavía conservaba algún rasgo de niño, sus angulosas facciones, a tono con una fuerte mandíbula, le hacían parecer todo un hombre. Y francamente guapo, además.

Seguimos el tonteo y primero nos rozábamos por casualidad. Luego aprovechábamos cada ocasión y terminamos haciéndolo con la mejor intención por ambas partes. El panorama no podía presentarse más esperanzador, y prometía toda clase de venturas a la vista del marcado torso que se adivinaba bajo la húmeda camiseta, que ya se le pegaba al cuerpo dejando traslucir sus amplios pectorales y unos abdominales, perfectamente dibujados sobre su estómago, bajo cuya piel no almacenaba ni una gota de grasa. Mientras charlábamos (no recuerdo ya sobre que) observé sus fornidas piernas y los muslos me incitaban a besarlos de abajo arriba hasta alcanzar el principio de su vientre. No era lampiño, pero, sin embargo, me daba la impresión de que en sus nalgas apenas tenía vello. Ni tampoco sobre el pecho ni el abdomen. Quizás fuese porque a mí me gustan así, pero ya entonces me hubiese atrevido a asegurar que en ese aspecto me resultaba perfecto.Es de justicia insistir en que solamente tenía la intención de correr por el parque, pero cómo podía resistirme ante aquel magnífico ejemplar que tenía al alcance de mi mano. ¡Y hasta parecía simpático!. Quizá un elemental decoro hubiera impuesto el deber de hacerlo, pero no tuve fuerzas para rechazar semejante bocado. Ni tampoco se me pasó tal cosa por la cabeza, para que negarlo. Y absolutamente encandilado me dejé llevar. Bueno. Mejor dicho me lo llevé yo a él en canto le propuse ir a mi casa y tomar algo después de ducharnos.

Gonzalo flipó al ver mi apartamento, pero si algo tengo es buen gusto, todo hay que decirlo. Y no es mérito mío sino de mi madre que nos lo contagió con su exquisito refinamiento. Lo más genial le pareció la terraza con sus plantas y tumbonas para tomar el sol.

Exactamente dijo:

"¡Qué guay tío!..... ¿Tomamos el sol?"
"¿En pelotas?"
"Claro". Respondió lleno de seguridad.
"Creo que es mejor que antes nos duchemos. ¿No?". Le dije cogiéndolo por los hombros para conducirlo al baño.
"Primero tu". Le ordené. Y él obedeció sin más, mientras le colocaba en el toallero una toalla limpia y perfumada para secar su cuerpo.
"¿Algo más?". Le pregunté.
"No... Gracias". Y mientras me contestaba ya estaba totalmente desnudo.
Miré su hermosura y me dije admirado: "¡Qué bueno está este cabrón!. ¡La madre que lo hizo!"

Y mi excitación fue creciendo ante aquella criatura de un metro ochenta y cinco, con la piel morena de sol y de aire sobre una encarnadura fuerte y dura perfectamente desarrollada, tal y como a mi me gusta, y no como esos exhibidores de carne hinchada a fuerza de pesas y anabolizantes tan de moda en estos tiempos.

Desde la cintura hasta los hombres, su torso, casi lampiño, podría ilustrar una lección de anatomía muscular. Efectivamente sólo en las piernas y antebrazos un vello castaño y poco tupido le matizaba la piel como si fuese de melocotón. Aún a pesar del vapor que empañaba la mampara de cristal de la ducha, su silueta se me hacía irresistiblemente sugestiva y mi sexo andaba un tanto nervioso. Al salir él me duché yo. Y sé que también escudriñó mi cuerpo desnudo y me observó mientras permanecí bajo el agua. Y hasta podría asegurar que su pene se alborotó también.

Salimos a la terraza cubiertos con las toallas, aprovisionándonos previamente de sendas colas y otras chuminadas para picar, y nos acomodamos desnudos en las tumbonas. Sus ojos, tirando a verdosos, se hacían más claros con el sol, que al obligarle a fruncir el ceño hasta unir sus marcadas cejas parecía alargarle aún más sus largas pestañas. Sin proponérselo consiguió contagiarme su risa y me enganchó su boca. Y su aire informal y algo despreocupado denotaba que el chaval sólo andaba por algo más de los veinte. Miraba mis ojos y yo los veía también viéndome en los suyos. Y, al rato, su polla creció y la mía se endureció al mismo tiempo. Me volví hacia él y su boca, antes sonriente, se entreabrió pidiendo la mía. Deslicé mi mano por su entrepierna y, acercándome a él, besé suavemente el borde de sus labios. Su miembro, por cierto de un tamaño nada despreciable, se hinchó aún más; lo mismo que el mío. Inmediatamente fue él quien dibujó con los dedos la línea de mi boca, y, en un rápido impulso, me besó buscando mi lengua con la suya. Mis dedos se hundieron en su pelo y, atrayendo hacia mí su cabeza, tomé la iniciativa cerrándole los párpados a besos. Y como nuestro calor era mayor que el del sol, le ayudé a ponerse en pie y me lo lleve a la cama cogido por la cintura.

Volcados en el asunto, nuestros cuerpos entrelazados, esforzados ambos en arrimar el ascua a su sardina, nos convirtieron en auténticos luchadores grecorromanos. De entrada los dos íbamos a lo mismo y tuve que recurrir a la ventaja que mi experiencia me daba sobre él para poder traerlo a mi terreno.

Saboreé su sexo y recorrí su cuerpo acariciándolo con labios y lengua. Primero desde la frente hasta los pies. Luego, dándole la vuelta delicadamente, lo hice de la nuca al culo abriéndolo con mis manos para alcanzar mejor el centro. El chaval se estremecía sin ocultar el gusto que sin duda por primera vez experimentaba. Ascendí paso a paso por su espalda aprisionándolo bajo mi cuerpo, y con mis piernas le obligué a separar las suyas. Y, besándole en las orejas y en el cuello, seguí palpando su ano con mis dedos hasta que su misma excitación rindió su debilitada resistencia sometiéndose a mi deseo. Tomando las necesarias precauciones sin que apenas lo advirtiese, empujé abriéndome camino y penetré suavemente en él. Como obedeciendo a un estímulo, crispó los dedos sobre la sábana y apretó las nalgas y los dientes. Y, ahogando un quejido, hundió la cara en la almohada. Le sujeté las muñecas y le susurré al oído:

"Tranquilo..... Relájate y déjame hacer a mí"

Aquel delicioso cuerpo fue perdiendo rigidez, permitiéndome llegar hasta el fondo, y sus quejas se tornaron en gemidos, convirtiendo su crispación en estremecimiento. Irguió el culo abriendo más las piernas y mi boca buscó la suya. A veces él era quien movía en círculo la cintura satisfaciéndose al darme placer, y otras era yo quien embestía contra su precioso culazo, golpeándome el pubis hasta llegar los dos al paroxismo de un orgasmo salvaje. Puede sonar a exageración, pero este chaval consiguió potenciar mi lascivia al límite desde la primera vez. Siempre fue como si de él emanase algo que me excitase sólo con verlo o acercarse a mí. Antes de que me tocase o de poder tocarlo ya me escurría la libido por todo el cuerpo.

Extenuados, quedamos inmóviles bañados en sudor. Me sentía bien pegado a él, pero lo libré de mi peso y me dejé caer boca arriba tendiéndome a su lado. Gonzalo giró su cabeza hacia mí, me miró, sonrió sin despegar los labios, y cerró otra vez los ojos sin dejar de sonreír como un niño que se despierta de la siesta tranquilo y sosegado. Me enterneció su cara de una ingenuidad casi infantil y sentí una inmensa necesidad de abrazarlo otra vez, porque el mundo se acababa tras aquellas paredes y mi único deseo era que ese instante no tuviese fin. Aunque eso nunca es posible.

Llevé a Gonzalo hasta Alberto Aguilera, nos dimos el teléfono al despedirnos, y, antes de seguir camino hacia el barrio de Chamberí donde vive mi señora madre, le eché una última mirada al trasero y me quedé con la copla el resto del trayecto.

Y así, en primavera, conocí a Gonzalo; y antes de comenzar el otoño ya necesitaba su amor desesperadamente, haciéndoseme cuesta arriba incluso imaginar el frío de su posible ausencia. Me debatí entre al amor y mi ansia de libertad y me rindió el primero. Dudaba entre otras caricias o sus brazos y me prendió en ellos sin remedio. Al hallarme indeciso entre la morbosa pasión o su ternura, me dormí feliz sobre su pecho. No niego que me asustaba su juventud, pero me atrajo su frescura y espontaneidad. Su naturalidad me desarmaba y la belleza de todo su ser me cautivó. Mil veces me repetí: ¿Será eso amor?. ¿Cómo saber si él realmente me ama?. ¿Y si me ama podré corresponder yo a su amor?. Jamás me había visto en tal situación y reconozco que me sentí jodido. Por qué no será todo esto más fácil sigo diciéndome.

Había quedado para comer con mi madre, y entre unas cosas y otras eran las dos cuando entré con el coche en el portalón del viejo caserón que ella heredó de mi abuela. Una señora que pertenecía a la alta burguesía catalana y sabía como sacar dinero hasta de las piedras. Y en su caso nunca mejor dicho puesto que amasó un respetable patrimonio inmobiliario con independencia de la fortuna de su marido, el marqués de Alero y conde del Trullo, mi poco comprensivo abuelo.

Me di prisa en subir, porque a mi madre jamás le gustó esperar por nadie, y Benito, el mayordomo, vino a saludarme haciéndose notar como siempre:

"Buenos tardes señor. La señora le espera en el gabinete"
"Buenos días Benito. Y gracias"

Este Benito es tan ceremonioso y engolado que no lo aguanto. Y me fui flechado a saludar a mi madre, que impecablemente vestida, como de costumbre, leía la prensa sentada en su sillón preferido, y al acercarme me ofreció su mejilla para besarla. Desde luego al verla nadie diría que ha pasado ya de los cincuenta. Mi madre dejó el periódico y se interesó por mi vida. Siempre conoció mis inclinaciones y la clase de mis devaneos, pero sabía muy bien como darse por no enterada cuando le parecía oportuno. Y yo, más por comodidad que por convicción, le seguía la corriente. Y nuestra trivial conversación duró hasta que el plomo de Benito anunció que la mesa estaba servida.

Antes de dirigirme al comedor hice mi visita de rigor a la cocina para ver a la buena de Germana. Una gallega de pura cepa, indispensable para todo, que desde siempre gobierna la casa de mi madre y que a mi hermano y a mí nos quiere como a sus propios hijos.

Durante el almuerzo, entre las espinacas a la catalana y el jarrete a la gallega, mi madre me fue contando los negocios e inversiones que se traía entre manos. Y continuó tratando de lo mismo tanto en el postre como más tarde con el café, ya de vuelta en el gabinete, puesto que con ella, normalmente, sólo se puede hablar de lo que le interesa y es inútil pretender lo contrario por mucho que lo intentes. Yo, resignado, oía su retahíla de cifras y porcentajes asintiendo con la cabeza y algún monosílabo, "si" o "no", según el caso, y haciendo verdaderos esfuerzos por seguirle el hilo. ¡Jamás he podido con eso de los números!. Me cargan soberanamente y no puedo remediarlo. No sé que podría hacer sin mi madre y mi hermano. Como ya dije lo mío son la humanidades. Físicas si son masculinas y psíquicas todas las demás que puedan brotar de la imaginación humana. Con muchísimo disimulo vi el reloj y ya eran las cinco. Tenía que volver a casa para arreglarme un poco antes de ir a la fiesta de Pedro. Pero es difícil que mi madre pueda entender una prisa tratándose de negocios. En eso es tan catalana como su madre. Recurrí a darle coba por su talento para hacer dinero y ella, a modo de epílogo meramente formal, me preguntó:

"¿Y a ti que te parece?"
"Muy bien mamá.... No hay nadie como tú para estas cosas"
"¡Hay si no fuera por mí.... !"
"Tienes toda la razón mamá. Mis asuntos no podrían estar en mejores manos, te lo aseguro"
"¿Vienes a comer mañana?"
"No sé. Pero si vengo te avisaré"
"Dame un beso". Ordenó.

Me despedí de Germana y Benito me acompañó a la puerta. Al llegar a casa estuve a punto de llamar a Gonzalo pero no lo hice. Todavía no me había planteado si quería o no complicarme la vida con alguien. Ligues los había tenido a montones, pero relaciones medianamente serias ninguna. Bueno. Exceptuando lo de Borja y que no quiero volver a remover.

Me tumbé en el sofá del salón escuchando el concierto para piano número uno de Chopin y Gonzalo volvió a mi pensamiento. Su imagen era tan nítida y real que casi podía tocarla. Sentía clavados en mí sus ojos verdes, con una mirada que me quemaba sin poder apagar su fuego. Mis manos buscaban de nuevo sus hombros cuadrados, rematados por dos bolas macizas de las que salían los brazos. Mi olfato sólo percibía su olor a hombre recién bañado que continúa exhalando vitalidad por todos sus poros. La atracción que me causaron sus fibrosos muslos permanecía viva como si aún deslizase los dedos por ellos. El aroma de su sexo me embotaba como si tuviese la nariz enterrada entre sus huevos. Deseaba tenerlo tendido a mi lado para gozar contemplando la perfección de su cuerpo y posar mi mano sobre él, casi sin rozarlo, para captar limpiamente la energía que emana de su interior. Que, sin darte cuenta, te atrapa y te arrastra hacia él como el imán al hierro. Cerré los sentidos al mundo exterior y con la imaginación lo poseí otra vez. Después quedé tan inmóvil como cuando lo tuve conmigo. Y la ternura me invadió otra vez pero me mordí las ganas y no lo llamé.

Y cambiando de música puse "los cuadros de la Rusia pagana", en dos partes, de "la consagración de la primavera" de Stravinsky, por la Israel Philharmonic Orchestra, dirigida por Leonard Bernstein, que es una pieza que me entusiasma en cualquier circunstancia y momento del día. Y comencé a soñar otra vez con una vida ordenada en la que solamente habría lugar para ese amor que se consolida día a día compartiendo los amantes sus proyectos e ilusiones y convirtiéndolos en el objetivo de una vida en común. Qué bonito suena, pero que difícil resulta mantenerlo en el tiempo.


Capítulo IV
Tuve que dar tres vueltas a la manzana hasta que Juan apareció en la acera de la calle Argensola donde vive con sus padres. Para no perder la costumbre, le eché la bronca por el retraso y salimos escopetados hacia Ayala para recoger a Enrique, que me había llamado justo antes de salir, porque tenía el coche estropeado. Y menos mal que suele ser puntual y ya esperaba en el portal de su casa.

"Hola". Nos saludó.
"¿Llevas mucho tiempo esperando?". Le pregunté por mera cortesía.
"Cinco minutos más o menos"
"Ya sabes..... Tuve que esperar por éste". Me excusé señalando a Juanito.
"Tenía que ponerse guapo..... ¿Verdad?". Le dijo a Juan achuchándole cariñosamente el cogote como si se tratase de un niño chico.
"¡Joder!. No me despeines". Protestó Juan.
"Anda....... Que hoy te van a comer". Bromeó Enrique.

Que por cierto debía de tener ganas de jolgorio nocturno porque el mozo iba hecho un pincel. Y la verdad era que no tenía ganas de guerra con él, pero inconscientemente, me salió el primer disparo:

"¿Vas de caza?"
"¿Qué?". Preguntó haciéndose el sueco.
"Si vas de caza, Quiquito"
"¿Por?"
"Como vas armado.."
"¿Armado de qué?"
"De valor.... ¡No te jode!"
"Eso siempre se le supone a uno, como en la mili"
"A ti lo único que se te supone es lo que yo me sé... ¡So zorra!". Le dije mientras Juan nos miraba sin rechistar. "¿Tienes a la vista un nuevo plan?". Insistí sólo por joder.
"No. Pero nunca se sabe lo que puede pasar... ¿No crees Juan?".
"A lo mejor está Raulito". Le sugerí.
"Y si está, qué.... Cómo si me importara mucho"
"Nene que te conozco como si te pariera"
"¡Tú que sabrás!. A lo mejor a quien le gusta es a ti. Que contigo nunca se sabe.... La que nace viciosa..." "¿Por qué no te sientas aquí?". Le dije al tiempo que me agarraba los cojones con la derecha.
"No, gracias.... Todavía no estoy tan desesperado"
"Anda reinona, que ya te gustaría"
"¿Contigo?.... Aunque no hubiese otra cosa en el mundo, fíjate bien"
"Si eso va de insulto, estás muy equivocado". Le solté con la sana intención de conseguir cabrearlo.
"No hombre.. A ti llamarte puta jamás será un insulto. Sólo la cruda realidad"
"Pues te recuerdo que todo cuanto sé lo aprendimos juntos"
"Puede. Pero tú para eso siempre fuiste mucho más aplicado, Adriancito querido"
"Tieeempo". Gritó Juan. "Y para un momento que quiero comprar tabaco"
"Encima de que llegamos tarde por tu culpa, todavía dices que pare.... ¡Lo tienes claro tú!"
"Yo también quiero tabaco. Osea que para"
"Si tu me lo pides así, no tengo más remedio que parar"

D
etuve el coche complaciendo el mono tabaquero de Juan y Enrique; y reanudada la marcha volví a la carga para jorobar a Enrique:

"Así que no te gusta Raúl"
"Te estás poniendo un poco pesadito... ¿No te parece?". Contestó casi molesto, lo que me indicaba que estaba logrando mi objetivo.
"Hubiese jurado que se te iban los ojos tras él.... ¿Y que por cierto está muy bueno!. ¡Y tiene un culo que alimenta!"
"Si tanto te gusta, ya sabes lo que tienes que hacer... ¡A por él!". Me lanzó Enrique a modo de andanada defensiva.
"Yo sé que te gusta y que tú le gustas a él... Y yo nunca te quitaría un novio. Ya lo sabes"
"Será si no se te pone a tiro, o no se deja llevar al huerto.... O no traga, claro"
"¿Acaso te birlé algún ligue?"
"Porque yo no te dejé"
"¡Serás cabrón!. Ahora era yo el cabreadillo.
"Ayer no ligaste.... ¿Verdad?... Y hoy tienes ganas de joder". Dijo él.
"Por si te interesa, jodí hoy". Le solté, a pesar que no tenía ganas de hablar de Gonzalo, y me arrepentí de inmediato.
"¡Mira que bien!. Y quién fue el afortunado esta vez?"
"Sin comentarios". Dije cortando el tema.
"Eso significa que no se dejó dar por el culo". Añadió refocilándose en mi supuesta desgracia el muy ladino. "Ya te gustaría saberlo. Pero te vas a joder que este no te lo cuento"
"Pues, si aún te quedan ganas de joder, hazlo con Juan y a mi déjame en paz"
"De eso nada". Protestó Juanito. "A mí dejarme tranquilo que no me meto con nadie"
"Tranquilo Juan. Y no hagas caso a esta putona de Enrique"
Y ahora era Enrique el que chinchaba: "¡No me explico como ayer no encontraste uno de esos culos que tanto te gustan!"
"También me gustan otras cosas". Repliqué rápidamente.
"¿Desde cuando?... Porque para ti los tíos sólo son culos con patas". Aseveró Enrique.
"Y yo que culpa tengo, con semejantes jamones de nueva generación que andan por ahí..... Porque no me negaréis que los chavales de ahora están que te cagas. ¡Qué patas!....¡Y qué todo!"
"¡Y que culos!. Dilo que se te va a atragantar". Recalcó él.
"¡Auténticos pata negra!. ¡Bellota puro!". Puntualicé para matar el tres con el as. "¿Verdad Juanito?.... ¡Di algo!......¿No?"
"A mi me gustan más hechos. Ya lo sabes"
"Claro Juanín. a ti te gustan los papas de los nenes tan ricos que hay por esos mundos. Y haces bien, porque así no nos haces la competencia".

Este era el momento oportuno para dejar tranquilo a Enrique y lo aproveché metiéndome un poco con Juanillo:

"Por cierto. Cuando entraste en el coche me fijé en el culete de vicio que te hace ese pantalón que llevas hoy. No sé si algún día tendré que hacerte un favor"
"O te lo hará él a ti". Dijo Enrique para retomar la jodienda.
"¿Me quedan bien?". Preguntó Juan con ojitos relucientes.
"Estás cachondísimo con ellos". Afirmé con rotundidad.
"Y si quien tu sabes está en casa de Pedro, hoy no sales vivo, guapo". Añadió Enrique metiendo baza.
"¿Quién?". Inquirió Juan lleno de curiosidad mal disimulada.
"No nos vengas ahora haciéndote el tontito, que de sobra sabes quien es". Le contesté yo.
Y Juan, lleno de razón, aclaró: "Si es quien me imagino, lo tiene crudo como no se decida de una vez. Yo, desde luego, no se lo pienso poner en bandeja"
"¿Qué vas a ponerle en bandeja?. ¿El culo?". Le preguntó Enrique.
"Mucho hablar de Adrián pero tú también piensas en lo mismo solamente"

Y entonces solté una de mis magistrales teorías:

"Pues no seas tonto que, como se suele decir, a quien Dios se la dé, San Pedro de la bendiga. Y ya sabes que la madre naturaleza es sabia y nunca da nada gratuitamente. Al que le da un buen culo es para que lo use en pro de los demás. Lo mismo que una buena polla es para utilizarla en provecho ajeno. Y si tienes ambas cosas, debes usar las dos. Los dones que uno recibe han de ser compartidos con el resto de nuestros semejantes. En eso consiste la caridad, la generosidad y la grandeza de espíritu. Y, sobre todo, el amor al prójimo. He dicho"
"Lo que quiere decir es que te folle, Juan". Remató Enrique.

Y para zanjar la cuestión dijo Juan:

"Que os follen a los dos, que a lo mejor os hace más falta"
"A lo mejor". Añadió Enrique bajando la voz.

Después de soportar los acostumbrados problemas del tráfico madrileño un sábado por la tarde, llegamos cerca de la casa de Pedro, en pleno barrio Salamanca, cuando Juan, siempre imprevisible y a veces hasta sorprendente, gritó indicando con el dedo un sitio donde aparcar: "Mira allí hay un hueco". Que en aquel lugar y a tales horas, solamente podía ser obra de la Providencia, tenaz protectora de las almas inocentes como la de Juanín.

Entre unas cosas y otras, llegamos a la casa pasadas las nueve y cuarto y ya había llegado casi toda la panda. Nos recibió Pedro (muy puesto como es habitual en él) e iniciamos el consabido besuqueo, sin olvidar tampoco las típicas frases de rigor utilizadas en cualquier reunión en que está "todo el mundo". Aunque ese "mundo" sólo se reduzca al seudo universo en el que solemos movernos.

Prácticamente no faltaba nadie. Ya estaban Carlos y Alberto, frescos como lechugas por haber dormido todo el día para recuperarse de la noche anterior. Cris (otro de mis inseparables cuyo nombre real es Críspulo y le jode un huevo que le llamen así) que nos restregaba por los morros el botín de la pasada batida nocturna (un niñato morenito de carita risueña y culín de manzana, menudito pero muy mono por cierto). También había llegado Armando y su novio Vicente, que van de brutas y de mucho gimnasio apabullando con su masa muscular. Ana (que es una tía cojonuda) y su nueva novia (que todavía no la habíamos calado bien). Tampoco podían faltar Blanca, luciendo al cachondo de su novio y arriesgándose a que alguna loba con pito se lo comiera crudo. Nunca me explicaré lo de esa tía y su manía de poner el novio al alcance de los mariquitas. Hasta que un día se lo birlen y así aprende de una vez por todas. En el lugar estratégico, preparadas por si aparecía alguna nueva, estaban Laura, Bea y Aurora. Y el que no había asomado aún era Chomi, pero del resto no faltaba nadie. Incluso Raúl, por supuesto, que a la primera de cambio cruzó la mirada con Enrique.

El anfitrión hacía honores a unos y a otros y se movía entre todos con la distinción y cortesía de quien mamó desde niño la vida diplomática. Usando la terminología de la más rancia sociedad inglesa, podría definirse como un verdadero caballero. Pedro es otro de mis mejores amigos y no sólo le aprecio, sino que le admiro y respeto por su ponderación y ecuanimidad en todo y hacia todo. Por otra parte, sé positivamente que soy uno de sus amigos predilectos, y creo que, en otro tiempo, llegó a sentir cierta debilidad por mí. Pero siempre me gustaron más jóvenes que yo y Pedro, que fue y es un tío guapo e interesante, me lleva unos diez años. Y por eso nunca me erotizó nada.

La fiesta fue derivando por los manidos derroteros de toda reunión de en la que la mayoría son más conocidos que amigos. Salvo las excepciones ya dichas. Y en muchos ya empezaba a notarse los primeros vapores del alcohol, en distintas variedades, y de otras sustancias, más o menos flipantes, ya fuesen fumadas, tragadas o esnifadas. Todo ello según el nivel de onda en que uno esté. A mi personalmente nunca me hizo falta el estímulo de ningún alucinógeno. Para alucinar en colores me basta algo más sencillo, como por ejemplo el éxtasis supremo del arte. O simplemente un redondo, fresco y macizo estímulo carnal, que en ocasiones (no demasiado frecuentes por desgracia) puede llevarte al nirvana más alucinante.

Como siempre la nota jocosa de la reunión la puso Carlos, que, sin regatear aspavientos, contaba una de sus últimas aventuras con un ligue:

"Bueno. ¡El tío era de lo más cachas!. Y yo, naturalmente, fui derrochando mis encantos paulatinamente, hasta que, ya encelado en este cuerpazo que Dios me dio, me cogió en sus brazos y me llevó al catre, anticipándome con sus modales que era todo un machote. Me poso sobre la cama y comenzó a desnudarse. Y yo, tímidamente y con una expresión de ingeua medio tonta, a lo Marilín en aquella película en que interpretaba el papel de la novia de un mafioso y que verdaderamente estaba divina, le pregunté si no le importaba que bajase la luz porque me daba un poco de vergüenza"
"¡Qué valor!". Gritó Alberto.
"¡Oye mona!. ¡Que tampoco soy una tirada, como otras que no quiero señalar!..¡Mucha puta disfrazada de reina hay aquí!". Aclaró Carlos, y siguió contando: "¡Así!. ¡La tenía así!.....¡Y así!". Dijo mostrándonos con las manos el supuesto volumen y tamaño (absolutamente imposible y desproporcionado) del cipote del fulano en cuestión.
"¡No sé como lo consigues, pero tus ligues siempre tienen unas pollas de muerte!". Solté en tono incrédulo.
"¡Como los tuyos buen culo!. ¿O es que el monopolio de las maravillas lo tienes tú, bonita?. ¡No te jode ahora la baronesa!. Y si volvéis a interrumpirme no sigo"
"¡Silencio!". Chilló Pedro. Y Carlos prosiguió: "Se me echó encima, sujetándome por las muñecas, y yo ya me veía poseído por un hombre de verdad, cuando me dice pegando la boca a mi oído: . Y sin más me dio un mordisco en el cuello como si fuese un vampiro. Lancé un grito y me revolví dispuesto a clavarle una pestaña en el corazón, ya que era la única cosa punzante que tenía a mano y si por algo soy famoso es por tenerlas larguísimas. Tanto, que tengo que rizarlas para poder usar gafas de sol"
"¡Te las rizas por pura coquetería, guapa!". Apuntó Enrique.
"¡Habló doña perfecta!. ¡Anda que cuando sales de viaje llevas un neceser que pareces la María perfumes!"
"No todos somos tan mariquitas como tú crees, cielo". Contestó Enrique.
"¡Tenéis que verla después de dos copas!. Pierde los papeles y le salen más plumas que a un edredón deshilachado. Pero eso sí, sobria parece más macha que una lesbiana modelo camionero". Dijo Carlos con toda se mala leche. "Bueno. ¿Sigo o no sigo?. Añadió amenazándonos con dejarnos sin el final del cuento.
"¡Siiii...!". dijimos todos a una.
"¡Pues ni un comentario más!". Puntualizó Carlos, y prosiguió: "Os podéis imaginar la cara que podía tener yo viendo aquello, tieso como un poste de alta tensión, y saber que sólo le servía para mear y cascársela. ¡Qué desperdicio!. ¡Bien es cierto que Dios le da pan a quien no tiene dientes!. Yo no estaba dispuesto a renunciar a semejante ejemplar, y le puse las cosas claras:
"¿Y al final que pasó?". Preguntó Alberto.
"¡Que le tuve que dar por el culo!. ¡Y, encima, se corrió con sólo metérsela!. Terminé haciéndome una paja pensando en lo que pudo haber sido y no fue. ¡Para que os fiéis de los que van de machos!"
"¡Eso suele pasar, Carlos!. ¡Es algo que pasa con demasiada frecuencia últimamente!. Cada vez quedan menos activos practicantes entre los gay. ¡Convéncete!". Concluyó Pedro con voz grave.

Algo después llego una cosita nueva, amigo de Raúl, al que le tiré los tejos (más que nada por facilitarle las cosas a Enrique dejándole a Raulito a su merced). Por los amigos cualquier sacrificio es poco. Sobre todo cuando el sacrificio se llama Arturo, mide un metro setenta y cinco, moreno y rapadito, con ojos caramelo, cintura estrecha y culo juguetón. Y un aspecto como de goma maciza, con una calidad y dureza que al tocarla te incita a seguir apretando. El chaval no me hizo ascos y nos metimos mano cuanto quisimos y durante un rato largo. Me puso a cien recorrer con mis dedos por encima de la tela del pantalón el borde inferior de sus calzoncillos, tipo braga, que le apretaban ligeramente en la misma unión de los muslos con las nalgas. Es cierto que había follado por la mañana, pero ya habían pasado demasiadas horas para que mi naturaleza tuviese los suficientes redaños como para rechazar heroicamente semejante bombón. Jamás me fue fácil contenerme ante un apetitoso bocado de esa clase. Palabra que me hubiese gustado tener más voluntad, pero me encanta el sexo y me gusta esta especie de cachorros. ¡Y sobre todo su caza!. Como ya dije, entre mi ilustre progenie siempre hubo grandes cazadores, y esa afición cinegética (que debe pesar en mi subconsciente de forma especial) me obliga a practicarla (de una forma más urbana) ligando machos de mi misma especie. Muchos de los cuales no desmerecerían en nada colocados en una panoplia o vitrina con el resto de los trofeos de caza y pesca de la familia.

Creo que durante mucho tiempo los ligues sólo significaron meros trofeos que añadir a mi palmarés de cazador. Uno tras otro caían como conejos. En mi caso será mejor compararlos con otra especie más apropiada, tal como gamos o corzos, por ejemplo. Tal vez también aves del paraíso, pero de esas pocas. Siempre ha preferido carne recia con sabor más fuerte. Realmente, si analizamos la cuestión, cazar y ligar se parecen mucho. Oteas la pieza. Planeas la táctica. La sigues. Luego la persigues. Apuntas. Disparas. Y, si aciertas, cae. Ya es tuya y tienes otra víctima más para colgar. Después, y mientras te queden balas, a por otra. También pudiera ser que tratándose de caza mayor, fuese cazado el cazador. Pero a un cazador experimentado eso nunca se le pasa por la mente. El es el gran depredador y el resto sólo son piezas de un coto que la naturaleza le ha dado para su exclusivo deleite. Y quien ose violar tal privilegio es, sin duda alguna, un despreciable furtivo. Como mi amigo Cris. Con el que tienes que andarte con pies de plomo y procurar no dejar a su alcance ninguno de tus ligues, ni proyecto de ello, porque te los levanta a la primera de cambio. Tiene un morro que se lo pisa, y es una guarra indecente totalmente insaciable. Y, para desgracia del resto, el súper cabronazo no es feo y tiene un cuerpo de cagarse y una buena polla. ¡ Y un culo que no se lo merece!. Porque encima presume de que no lo utiliza, en contra de lo mandado por la naturaleza al darle tal magnífico atributo. Pero es un tío grande y le quiero. En el fondo somos bastante iguales los dos..... O al menos lo éramos hasta ahora.

Por fortuna de vez en cuando podemos bajar la guardia porque el trabajo le lleva fuera de Madrid. Y, en esas ocasiones, respiramos tranquilos libres del peligro que supone se competencia. También es verdad que no debe quedarle en la península y parte del extranjero un solo menor de treinta años, todo marcadito, sin pasar por la piedra. Porque eso sí . tiene que ser "una pequeña" y estar "todo marcadito", como él dice. Lo que se traduce por: "individuo joven, de sexo masculino y tirando a poquita cosa, de aspecto escurrido y algo tercermundista, al que se le pueden contar una a una las costillas. Casi todos tienen la nariz fina y no puede negarse que algunos son hasta guapitos de cara". No ha conocido la tierra otro follador más grande y compulsivo que mi querido amigo Cris. Más de una vez le he visto insatisfecho después de follar a más de seis tíos en un sólo día. Es todo un putón desorejado y verbenero. Lo peor es que cuando está fuera de Madrid te arruina y se arruina él en llamadas de teléfono, puesto que se empeña en contarte con pelos y señales (que para eso nunca tuvo el menor recato) sus conquistas y las consiguientes folladas. Puesto que siempre les mete grandes folladas. Y tranquilamente podría escribirse con todo ello un profundo volumen comentado sobre el arte de la fornicación y la prostitución gratuita. ¡Si es más puta no nace!
Tiene tal peligro, que con ocasión de su nacimiento todos los Ayuntamientos debieron haber proclamado bandos de alerta para defender la integridad virginal de las futuras generaciones de machitos marcaditos que llegasen a ser sus contemporáneos. Pero también es cierto que nos lo hemos pasado de puta madre los dos. Quizás más adelante cuente alguna de las aventuras que corrimos juntos, previa esquilma y censura, porque las hay muy fuertes y tampoco se trata aquí de escandalizar al personal por el mero hecho de escandalizarlo. Si alguno se escandaliza lo siento. Pero toda esta historia tiene un objetivo en cierto modo moralizador y no escandalizante. O al menos esa es mi intención al escribirlo.

Pero sigamos en casa de Pedro con toda la vasca, a excepción de algún figura que otro. El panorama se iba animando por parroquias y cada cual se las arreglaba como mejor sabía o podía para divertirse, Y, si se terciaba, llevarse a alguien al catre. Raúl fue de los decididos y por fin amarró a Enrique. Juan no sé que hizo al final, pero desapareció. Y yo, con el pretexto de llevar a Enrique a su casa , el cual se iba con Raúl, que a su vez estaba con Arturo, terminé con éste último en mi cama. Donde me lo tiré tan ricamente después de quitarle los calzoncillos, muy despacio, para descubrir palmo a palmo sus sabrosos glúteos y poder regodearme siguiendo el perfil de su culo de sandía con mi lengua. Seguí jugando y lamiendo su espalda, provocándole violentas contorsiones que le ponían en tensión todo el cuerpo, con lo que su carne todavía se hacía más firme y maciza, y te apetecía aún más apretarla con todas tus fuerzas. A Arturo no le sobraba ni le faltaba un sólo átomo de materia orgánica. Y era tal su elasticidad que podía doblarse como si fuese un muñeco de trapo. El también trabajaba divinamente con la lengua, y me hizo ver la magnificencia del cielo deslizando la punta por todo mi pene para rematar con unas lametadas largas y profundas sobre los testículos; y que a poco más pierdo el sentido. Follaba sin escatimar energía y cuando la tenía dentro levantaba las posaderas apretándolas con fuerza para sentir mejor como se movía mi polla en su interior. Presionaba de tal forma con los músculos del recto (si es que ahí hay músculos), que daba la sensación que quería exprimírmela hasta dejarme sin gota que echar en una probable próxima ocasión. Le aticé unos azotes en ambas nalgas y se encendió todavía más, haciendo lo imposible por tragársela con huevos y todo. Cambiamos de postura y se lo hice de frente, calcando con fuerza y abriéndole al límite el compás de sus patas. Con lo que se relamía de gusto y también se quejaba al clavársela hasta el fondo. El chaval intentó contener el orgasmo, pero me rogó que terminase cuando su pito ya escupía semen en abundancia. Aceleré la marcha y me fui estremeciéndome de la cabeza a los pies. Luego quedé en blanco sin ganas de mover un dedo, y dejé que el chico se asease y volviese a mi lado para arrebujarse contra mí. Bien es cierto que me acordaba del polvo mañanero con Gonzalo. Y en cuanto me venía a la mente me repetía a mí mismo que esta vida sólo se vive una vez y lo que no comas hoy tampoco te lo comerás mañana. No cabe duda que siempre hay quien se encargue de robártelo y te deje sin él. Por eso también me regodeaba pensando en la envidia que le daría a mi amigo Cris si hubiese visto en bolas al niñato. No es que fuese muy de su estilo, puesto que para empezar tiene culo, pero a él eso de verlos en manos de otros siempre le da morbo y te dice: Echamelo". O: "Anda, pásamelo". Conste que muchas veces se los he pasado, pero aún estoy esperando el día en que él me pase uno a mí. Y precisamente a eso de media mañana me llamó Cris. Y puede que por un acto reflejo en concordancia con el personaje, volví a ventilarme al amiguito de Raúl. Y después, pensando en este último, llamé sin pérdida de tiempo a Enrique para sonsacarle como le había ido con el amiguito de Arturo. Y de paso, quedar para comer los cuatro juntos.

La voz de Enrique me sonó radiante al otro lado del teléfono, y comprendí que él y Raúl ya estaban liados. Enrique siempre será como un niño necesitado de amor. ¿Y quién es el chulo que no necesita ser amado?. Ante el amor, la cínica frialdad, tras la que Enrique guarece su espíritu, se va desprendiendo de su piel para dejar completamente desnuda de artificio la tierna ingenuidad de su alma. Lo que le hace absolutamente vulnerable. Desea el amor más que cualquier otra cosa y se da por entero de la única forma que sabe hacer. Por eso la alegría con que su voz trasparentaba su sensibilidad desarmada en una sola noche me alarmó. Enrique no podía conocer suficientemente a Raúl (un chaval muy majo sin duda) como para lanzarse ya en picado a sus brazos. O al menos a mi me resultaba aún incomprensible tal cosa, y temía por él, doliéndome de antemano el daño que Raúl pudiera causarle. Entonces yo todavía dudaba del amor a primera vista y aseguraba que solamente se daba en el cine. Normalmente en el primer encuentro el deseo relega al amor a un plano muy secundario. Y al deseo le sigue la pasión. Y más tarde, tras el deseo y la pasión, puede que surja el amor. A lo mejor hay seres privilegiados capaces de distinguir el amor con un simple roce de sus almas. Pero yo desde luego debía ser muy zote para eso. Como mucho gozaba del placer, e incluso en contadas ocasiones llegué a notar algo distinto. Pero ese desgarro interior que ahora tengo jamás lo había sentido anteriormente. Casi llegué a creer que por puro egoísmo tenía vedada la capacidad de amar. Nos fuimos al Escorial los cuatro. La pareja, Arturo y yo. Y tanto en la comida como durante el resto de la tarde nos empachamos con la empalagosa expresión bobalicona de los tórtolos, que ni por un momento se recataron ni hicieron el mínimo esfuerzo por disimular la coladura del uno por el otro. No es que fuese envidia mal sana. ¡Pero coño!. Arturo y yo también estábamos allí con ellos. Hubo momentos en que nos hallábamos realmente asfixiados en aquel chorreante panal de miel. ¡Pero que tontos se vuelven algunos!. Pensaba yo. ¡Y en el coche!. ¡En aquel asiento trasero solamente les faltó joder!. ¡Y a eso tampoco hay derecho!. Arturito no sabía donde mirar. Y yo veía por el retrovisor y casi nos damos una hostia. ¡Y leches!. ¡Con lo cojonudo que está Raúl!. ¡La madre que lo parió!. ¡Qué bien supo hacer al jodido!. De vez en cuando Arturo ponía tímidamente su mano izquierda sobre mi muslo derecho para no vernos tan ridículos, y yo le correspondía con una esclerótica sonrisita que parecía como si me hubiera dado un mal aire. Y no eran celos, puesto que nada me gusta más que ver a los míos contentos. ¡Pero las cosas como son, que todo tiene un límite!. Nosotros éramos los mejores amigos de ambos y no tenían porque hacernos de menos de esa manera. Ni siquiera nos dieron la categoría de realidad virtual. ¡Como si no existiésemos!. Y claro, una vez que los dejamos en casa de Enrique, nosotros nos fuimos a la mía a chingar otra vez y resarcirnos de todo lo que nos habían hecho pasar, sin olvidar el recalentón que traíamos en el cuerpo.

Para que luego Enrique me llame promiscuo. Si en esa ocasión lo fui la culpa es suya. De lo contrario nunca hubiese repetido con Arturo. Que terminó por aburrirme y el último polvo fue un desastre. Y cuando conseguí largarlo de mi casa volví a pensar en Gonzalo, sintiendo su presencia con tal fuerza que me producía un torbellino en mis entrañas como si estuviese mareado. Y por si fuera poco, me martilleaba la cabeza lo maravillosamente bien que se lo estarían pasando los dos jodidos amantes. Y sin más me la casqué al ritmo de un pasodoble, marcándome el tiempo el balanceo de las cachas de Gonzalo corriendo eternamente por una pradera esmeralda.

Un bello y joven corredor se movía ante mí sin alejarse de un punto siempre cercano pero inalcanzable, constituyendo el peor tormento que jamás hubiera ideado la más retorcida mente obsesionada en causar dolor en el alma humana.


Capítulo V
El día me trajo una nueva semana que transcurría sin pena ni gloria. Por la mañana tocaba banco y mataba el resto del día haciéndome la ilusión de estar ocupado en algo. Oía música, leía... El martes hice la compra en el súper de una área comercial y ni siquiera tenía ganas de mantenerle la mirada a una monería de veinteañero que hizo lo indecible por arrastrarme al servicio de caballeros. Esta vez hasta me hice el remolón y tardé lo mío en seguirlo y ponerme a su lado en las meaderas. No tenía mala verga el muchacho, pero a todas luces lo que a él le interesaba era el calibre de la mía, y en cuanto la sopesó en su mano su cara se transformó en la representación mítica de la lascivia. Tampoco tenía mal culo, pero me dio pereza invitarlo a mi casa para follármelo con tranquilidad. Así que nos metimos en un water y nos faltó tiempo para bajarnos los pantalones y calzoncillos, comenzando el consabido ritual preparatorio para poder romperle el culo al chaval. Tampoco era cuestión de peder mucho tiempo, con lo cual le di la vuelta en cuanto me la chupó un rato y se la endiñé de un solo golpe, previamente enfundada en un condón, tras escupirle en su rosado ano con el fin de facilitar la clavada. Apoyó las manos contra la pared y bajó la cabeza doblando el espinazo como un gato. Le separé las nalgas y vi como mi polla entraba y salía casi hasta el borde de su agujero. Era vicioso el cabrito y pedía polla entre gemido y suspiro. Le di por el culo con brusquedad y sin el menor cuidado para evitarle el dolor que podría causarle. El gozó como una perra en celo. Y cuanto más fuerte le daba, más cachondo se ponía aquel angelito. Nos corrimos al unísono, sin que separase sus manos de la pared, y puso perdida de esperma la ropa que tenía enrollada en los tobillos. Lo mío quedó dentro de la goma antes de que se la sacase del culo. Abrimos la puerta y nos separamos sin mediar palabra. Luego cené en casa de mi madre para olvidar mi soledad al calor de su amor, que aunque rodeado de etiqueta no deja de ser maternal. Y por qué no decirlo. También al de los mimos que nunca me niega la cachazuda Germana, que me vio nacer, me crió y protegió de mi abuelo (el marqués), en cuya casa creció ella, a quién Dios guarde muchos años, tanto a él como a la herencia que algún día recibirá mi madre, la futura señora marquesa. Mi madre es el contrapunto de Germana, y las dos se escuchan sin oírse y se entienden sin hablarse. Mientras fuimos pequeños y mocitos mi hermano y yo, el regazo de Germana nos cobijaba de mi madre y su estricto sentido de la educación. Ella es la única que con su templanza es capaz de lograr que la aristócrata mujer abandone sus trece.
El jueves por la tarde salí sin rumbo y se me ocurrió entrar en la primera cafetería que encontré. Me senté en la barra mirando sin ver nada, absorto en mis cosas, y apenas me percaté que un camarerito de ojos grandes y azules me preguntaba que deseaba tomar. Pedí un café y dejé que mi mirada lo siguiese hasta la cafetera. Y reflejada en un espejo situado sobre el artefacto, vi otra vez la mirada felina del mocito. Con un gesto de timidez bajó la vista, pero enseguida volvió a mirarme en mi reflejo sin que pudiera discernir si lo hacía por inocencia o descaro. Hasta me puse algo nervioso cuando al servirme noté nuevamente aquellos ojos que provocaban un encuentro con los míos. El chico, rubito y esbelto, daba una impresión agradable y hasta prometía un gracioso culito bajo la amplitud el pantalón negro que vestía. Se movía con cierta gracia y no cesaba de coquetear viendo continuamente hacia mí. Más por simple curiosidad que por el interés que hubiera podido despertarme, seguí su juego y, entre sonrisa y sonrisa, le di mi número de teléfono por si le apetecía llamarme el domingo, que, según dijo, era el día en que cerraba el establecimiento por descanso del personal.

El liguillo me alegró un poco el resto del día, y a última hora de la tarde me fui a un bar de mariquitas finas y pijas que está en el Madrid de los Austrias. Por suerte allí me encontré a Pedro (porque odio estar solo en un sitio de esos) y le hable de hacer algún plan para semana santa. Lo malo es que no le era posible salir de Madrid a causa de su trabajo. Pedro es diplomático, como lo fue su padre, y está en Asuntos Exteriores. La cosa se me ponía cruda en vísperas de las vacaciones, puesto que Enrique me había llamado esa misma mañana para decirme que se iba con Raúl de luna de miel. Y Cris se marchaba con un chulo nuevo a Bulgaria. Bueno. En realidad no es que Cris pague a sus ligues. Lo que sucede es que él les llama chulos, entre otras muchas denominaciones que no es el momento de enumerar. Lo que no entendí es que coño se le había perdido en ese país, ya que no creo que sea un sitio de mucho tomate gay. Con Alberto y Carlos tampoco podía contar, dado que el primero se marchaba a su tierra a ver a la familia, y el segundo a la sierra. ¡De puta pena tío!. Todo el mundo ya tenía sus planes y yo estaba a verlas venir. Al llegar a casa pensé en repasar mi lista de teléfonos, pero volvió a mi pensamiento Gonzalo. ¿Y por qué no?. Me dije. El chico me gusta y podría resultar ideal. Después de todo también era una buena excusa para llamarlo. Y, dicho y hecho, lo llamé.

"Gonzalo.... Hola, buenas noches. Soy Adrián"
"¡Ah!. Hola. ¿Cómo estás?"
"Bien.... Muy bien.... ¿Y tú?"
"Muy bien..... Ya creía que no me ibas a llamar"
"¿Y por qué no me llamaste tú?. También tienes mi teléfono"
"Sí... Pero esperaba que lo hicieses tú"
"?Qué pasa?. ¿Es que tú también me vas a salir princesa?. Porque para reina aún eres muy joven"
"¡Oye!. Que yo soy ante todo un tío"
"Ya lo sé. Si no lo fueses no te habría llamado"
"Vale"
"Ni tampoco me habrías gustado"
"¿Así que te he gustado?"
"Sí. Y por eso tengo interés en verte otra vez. Y también esperaba que me llamases. ¿O es que no te he gustado lo suficiente?"
"Es posible. Debe ser eso por lo que no te llamé"
"Vale... Entonces adiós"
"¿Quieres que te halague el oído?. Vale. A mi también me gustas y creo que ya lo sabías sin necesidad de decírtelo. Pero esperaba que llevases en todo la voz cantante. ¿O no es así como te gusta?"
"¿Y a ti te gusta eso?"
"Por qué no"
"Tomaré nota para la próxima vez"
"¿Es que va a haber próxima vez?"
"Si tu quieres...Sí"
"¿Cuándo?"
"Mañana"
"¿Después de cenar?"
"Mejor antes"
"¿Me invitas a cenar contigo?"
"Claro. ¿A qué hora te recojo?"
"A las diez"
"Vale"
"Pues hasta mañana"
"¿Tienes prisa?"
"Tengo que chapar. Cosas de ser tan joven. Aparte de no poder ser reina tengo que estudiar"
"¡Ya te vale!.... Hasta mañana entonces"
"Espera..... Un beso". Oí en tono más bajito.
"Muac.... Otra para ti". Dije yo.

El viernes amanecí de un humor excelente, relamiéndome al pensar en la cena de esa noche y el postre que me esperaba. Pero los hados no siempre nos son propicios, y a eso de las cinco (la hora de los toros y el té) sonó el teléfono y la llamada de Gonzalo me sentó como una ducha de agua fría. No podíamos vernos hasta el sábado. Del resto de la explicación apenas me enteré. Creo que fue algo así como que debía ir a la sierra con su madre para preparar la casa antes de semana santa y no volvería hasta el sábado por la mañana. Oído así, de sopetón, lo único que pude decir fue "¡mierda!". Mi gozo en un pozo tan sólo en décimas de segundo.

"Pues comemos mañana y te recojo a la una. ¿Estarás listo?"
" y si quieres antes"
"¿Mejor a las once y media?"
"Sí"
"¿Seguro?"
"Seguro"
"Un beso"
"Otro más fuerte"
"Ok"

Cogí tal cabreo por el retraso en mis planes que me fui a la sauna. Pero con la mala leche que tenía nadie me parecía suficientemente potable para un vil canivete, y mi cabreo aún fue mayor. Al volver a casa, más salido que una mona, me la pelé a la salud de Gonzalo acariciando todo su cuerpo con la ilusión.

Podría parecer curioso, pero habiendo estado tan sólo una vez con él ya era capaz de reproducir cualquier parte de su físico con toda exactitud simplemente cerrando los ojos. Conseguía que mi espíritu, rompiendo los límites de espacio y tiempo, liberase mi fantasía y dotase mi sueño de una realidad carnal susceptible de un contacto casi físico.

El reloj digital del coche marcaba las once y treinta minutos y Gonzalo ya estaba delante de su casa. ¡Joder!. Vestido de calle todavía estaba más guapo. y con el vaquero que llevaba (de esos normalitos y no de marca italiana) estaba para comérselo. Lavado y tan peinadito, con su polo blanco bajo un jersey rojo, y oliendo a colonia de baño de esas que usa toda la familia, me pareció más niño y no me cansaba de mirarlo. Como era temprano sugirió que fuésemos al Prado, lo que me sorprendió gratamente ya que una de mis aficiones es la pintura. Y con la misma nos fuimos al museo.

El muchacho siguió sin pestañear mis explicaciones sala tras sala, deteniéndonos más tiempo en aquellas donde cuelgan las obras de los principales maestros. Primero me preguntaba y luego opinaba sobre unos y otros, pero ante los cuadros más significativas guardaba un religioso silencio. Cuando llegamos a las salas de Goya, ante los fusilamientos de la Moncloa (que en mi opinión es una de las obras maestras de la pintura de todos los tiempos) Gonzalo se quedó inmóvil. Y la luz del farol alumbró de colores sus pupilas absortas en el estallido de sangre que brota del lienzo, inmortalizando la muerte, fruto de la barbarie del hombre. Me llamó la atención su expresión y la emoción contenida que la obra le causaba.

Comimos cerca del Prado en un restaurante muy agradable que suelo frecuentar y, al terminar, decidimos tomar café en Serrano e ir de tiendas paseando por ese barrio al mejor estilo de una pareja tradicionalmente burguesa. Entramos aquí y allá y en todas revolvimos trapos y cosas como niños jugando. Gonzalo se vio bien con una camisa "guay" de cuadritos azules, "chulísima" (todo según sus propias expresiones), que después de mucho insistir me permitió regalársela, y yo también me llevé alguna cosa, sólo por comprar y sin pasarme en el precio. Porque si alguna obligación nos imponen los privilegios caídos del cielo por nacimiento, es precisamente el ser comedidos en el gasto con nosotros mismos y desprendidos y generosos con los demás. Y esta condición es la que diferencia realmente al viejo del nuevo rico. Ya que la moderación es parte de la elegancia, y tan detestable es el despilfarro sin tino como la miserable tacañería. Nunca he sido agarrado pero tampoco me gusta hacer grandes dispendios sin venir a cuenta. Lo necesario para no privarme de algún que otro capricho y vivir confortablemente, que es el único interés que despierta en mí el dinero. Claro que cuando se tiene en abundancia todo se ve de distinta manera y se le da menos importancia a lo que te sobra en exceso. Puede que de ser otra mi suerte no hablase tan alegremente del vil metal.

Pero sigamos con el relato. Hacia las ocho de la tarde llegamos a mi casa y nos tumbamos en cueros sobre la cama. El acaracolado vello de su bajo vientre llamó la atención de mis dedos que se pusieron a jugar con él. Y su sangre joven fluyó a su pene empinándolo con fuerza de sobra como para repoblar la tierra después de una catástrofe nuclear. Sería más contundente decir polla o tranca, pero hablar bien de vez en cuando tampoco cuesta nada. Su sexo alcanzó mi mano y sus ojos pidieron mis besos. Y los besé después de besarle la boca, que volví a besar otra vez. Y besé su cuello y sus mejillas de hombre todavía niño. Y su excitación latía en la mía. Y mis ojos también pidieron sus besos, y él los miró y ganó esa mano manteniendo el interés del juego. Saciados de lamernos la piel y mamarnos los órganos genitales, me tendió boca arriba y se sentó de rodillas frente a mí clavándome dentro de él muy despacio, paladeando golosamente, centímetro a centímetro, el exponente de mi virilidad ( esto sí que me quedó realmente delicado).

Galopó sobre mi cuerpo como un diestro jinete y atizó mi lujuria hasta volverme loco mordisqueando sus generosos labios. El orgasmo fue intenso y prolongado y aullamos los dos al mismo tiempo.

Terminado el primer asalto pensamos en salir a cenar y a tomar unas copas, pero cambiamos de idea y pedimos comida china. No es que sea mi favorita, puesto que donde esté una buena dieta mediterránea que se quite el resto, pero he de confesar que en la cocina soy bastante nulo y demasiado vago para ponerme a cocinar. Luego la música acompañó la charla sobre nosotros, nuestras preferencias, gustos, aficiones. En fin, todas esas cosas que dan sentido a nuestras vida. Gonzalo es el menor de tres hermanos y va para ingeniero como su padre. Y quizás por ser el benjamín tiene más confianza con su madre. Pero, aunque no quiera admitirlo, en el fondo admira la forma de ser del padre y desearía sentirse mucho más unido a él. En eso tiene celos de sus hermanos, sobre todo del mayor, ya que piensa que su padre está más orgulloso de ellos, porque cree que (aún sin haberlo manifestado nunca a nadie) intuye su tendencia homosexual. Es factible que sea de eso modo. Pero, sin embargo, estoy seguro que son meras suposiciones de Gonzalo y quien se margina es él por miedo a que su padre le diga su opinión al respecto, si ciertamente se ha dado cuenta de ello. Cosa que personalmente dudo teniendo en cuenta la ceguera que para estas cosas quieren tener los padres precisamente. Desde luego si alguien lo intuía era su madre pero hacía lo indecible para que el asunto transcendiese lo menos posible. Y mucho menos que pudiese enterarse papá. ¡Menudo disgusto le darían!. Es un chaval bastante más maduro de lo que cabría esperar a su edad, y en cuanto a música prefiere la de su generación, pero disfruta también oyendo a los clásicos de todos los tiempos en sus diferentes tendencias. Y, evidentemente, le gustan los deportes y juega en un equipo de balonmano. De ahí su espléndida y maravillosa arquitectura física. Hartos de oírnos, silenciamos nuestros anhelos y apagamos la luz para quedarnos solos en ese universo de sensaciones cuyos límites no alcanzamos a distinguir. Percibía a mi lado su calidez y probé a ciegas cada parcela de su cuerpo embriagándome su olor viril al hundir mis sentidos en él. Y ahora sé que nos amamos desde el primer instante y fuimos amor sólo por ser amor. Y así, siendo amor, nos encontró el día en contra de nuestra voluntad de amanecer. Creo que con tanta finura me estoy pasando de rosca y poniéndome un tanto cursi, pero es que este jodido consigue trastornarme sólo con recordar tenerlo amarrado entre mis brazos. ¡Qué cachas tiene el tío! Y aunque no las tuviese, lo cierto es que me enloqueció. Quizás sus gestos, su ingenuidad, su estilo. Un ademán insignificante. ¡Y yo qué sé!. Todo y nada concreto. En una palabra: "él". Ese indeterminable conjunto de su ser. Por eso pienso ahora que débil puede ser la miserable carne y sus sentidos, como diría un clásico. No sé cual, pero supongo que lo diría alguno. Siempre se han dicho muchas chorradas y una más no importa. ¡Ojalá todas las tonterías humanas fuesen tan inocuas y no desayunásemos cada mañana tragando sangre en los medios de información!. Cosas de la política dicen. Y creo que a eso de la política nunca podría dedicarme. No sirvo. Me cuesta mucho callar y pasar por carros y carretas. Se lo dejo a mi tío Eduardo. Un pariente por vía urinaria, casado con una prima carnal de mi padre por vía materna, que es diputado y fue otras muchas cosas en más de un partido político.

Esa tarde me la pasé teta con Gonzalo, y casi quedamos para el arrastre de tanto morrearnos, palparnos, comernos y follarnos. Pero en contra de mis deseos, cada vez más claros y patentes, tampoco podía contar con él durante la semana santa, porque tenía que estudiar e iba a la sierra con el resto de su familia. ¡Lo malo de que sean demasiado jóvenes es que para algunas cosa son un coñazo!. Y definitivamente mi último recurso era Oscar. Oscar es un señorón de más de cincuenta años, asquerosamente rico, con una mansión muy ibicenca en Santa Eulalia, que por suerte no tenía invitados durante esos días y le pareció genial la idea de que fuese a su casa a pasar las dichosas vacaciones de primavera.

Sin pérdida de tiempo recurrí a otro amiguete para conseguir un vuelo, y, hasta la partida, los días transcurrieron sin acontecimientos dignos de mención y algún que otro polvito. Debo dejar claro que ninguno para tirar cohetes, desde luego.

Por ejemplo el que eché con el camarerito del jueves por la tarde, que me llamó el domingo a las once y media de la mañana y a las doce ya estaba en la puerta de mi casa, vestido con camiseta azul oscura y un ceñido vaquero de color claro que le embutía de una forma muy sugestiva. Realmente me hubiera dado más morbo follarlo sobre la barra de la cafetería, pero eso no hubiera sido fácil. Por lo tanto, ya que lo tenía a mano, no era cosa de desperdiciar la ocasión. De entrada quise disimular mi ansiedad, pero no conseguí aguantar demasiado. Y desabrochándole la cintura le bese la boca entreabierta, metiendo al unísono la mano dentro de los calzoncillos para acariciar las dos nalgas, firmes y tensas como dos volutas, que adornaban el final de su espalda. El resto vino rodado. Sobé todo lo que me dio la gana y lo desnudé precipitadamente como si perdiese el tren de no hacerlo cuanto antes. Pensándolo ahora más despacio, aquella reacción fue extraña en mí, ya que suelo disfrutar descubriendo con calma y lentitud lo que se oculta bajo la ropa, manteniendo la expectación el mayor tiempo posible y anhelando que la sorpresa sea grata. El caso es que en medio minuto ya estábamos los dos en porretas y lo empujaba literalmente a la cama, donde nos dejamos caer mordiéndonos sin orden ni concierto. Todo sucedía precipitadamente sin darnos tiempo a deleitarnos con algo concreto. Sin molestarme apenas por averiguar que podría satisfacer más al muchacho. Repito que no sé cual fue el motivo de un proceder tan frustrante y egoísta, ni que me condujo a actuar de tal modo. Pero lo cierto es que ni me decidía por el derecho ni por el revés, ni tampoco dejaba que el chico insinuase lo que quería.

Por fin, le cogí la cabeza y le obligué a ponerla sobre mi nabo, gordo como una porra de tanto magreo. Y sujetándolo con su mano como si se lo fuesen a robar, me lo chupó engulléndolo entero por si cambiaba de idea y le privaba del apetitoso caramelo.

Me hacía unas cosquillas terribles e incluso me lastimaba con los dientes, y pensé que sería mejor probar si metiéndoselo por el ano le gustaría otro tanto. Volví a colocarlo a mi altura y lo giré sobre sí mismo hasta ponerlo de perfil, dándome la espalda, y, al tiempo que le acariciaba el pecho, me puse un preservativo y lo ensalivé abundantemente para clavársela lentamente por si acaso fuese virgen. Y seguramente lo era, ya que me escamó su primera reacción de extrañeza y miedo. Pero mantuvo la boca cerrada, y al segundo intento ya se deslizó sin dificultad ninguna. Y creo que ciertamente conoció por vez primera la fuerza de otra carne dentro de la suya, provocándole una imprecisa mezcla de dolor y gusto que le estremeció con mi propio estremecimiento uniendo gemidos y jadeos. Su espalda, mojada de sudor, se pegaba a mi pecho empapado con mi exudación, Y de ese modo, embebidos en el eterno baile sexual, alcanzamos el orgasmo. El cual es mucho más placentero si se funde con el del otro.

Tendido en la cama se me ocurría pensar en todo menos en el muchacho que tenía acurrucado junto a mí. Al parecer, dispuesto a intentar un segundo asalto. Puede que quisiese aprovechar la ocasión para que le dejase el esfínter un poco más dispuesto para futuras aventuras. Teniendo en cuenta que la experiencia no le había desagradado en absoluto, sería lógico que desease potenciar esa faceta de su sexualidad, que sin duda le proporcionaría insospechados deleites.

La víspera de mi viaje a Ibiza solamente hice dos llamadas de teléfono. La primera a Gonzalo para despedirme y oír de nuevo su voz. Y la segunda a mi madre para lo mismo y pedirle también que Manolo (su conductor) me llevase al aeropuerto.

A la mañana siguiente, aún con el timbre de voz de Gonzalo grabado en mi memoria, cogía el avión rumbo a la isla más marchosa del Mediterráneo, en la que me esperaban acontecimientos tan sorprendentes como inesperados. Ni que decir tiene que mis únicos pensamientos durante el vuelo fueron para el joven corredor que una mañana me robó el sosiego en el Parque del Oeste. La ilusión de cualquier posible aventura, quedaba empañada por la imagen de aquel atlético muchacho que empezaba a sorberme el seso de una forma increíble dado el poco tiempo que habíamos pasado juntos.

Gonzalo ocupó mis sentidos hasta que puse el pie sobre el suelo de Ibiza, dejándome un raro sabor agridulce que me desazonó un buen rato.


Capítulo VI
En la isla hacía buen tiempo, y allí estaba yo provisto de poco equipaje y unas sanas intenciones de descansar, tomar el sol y meditar acerca de los aspectos más inconsecuentes de mi agitada vida. Pero, como de costumbre, las intenciones son unas y los hechos son otros.

Ibiza estaba tranquila y no se veía aglomeración de gente por ninguna parte. El calor también era moderado y el cielo lucía despejado y limpio. La primera noche cenamos en uno de los restaurantes preferidos de Oscar, bastante bueno y caro, y tras coquetear con un mulatito que cenaba con otro tío en la mesa de al lado y que Oscar se metiese con el camarero, salimos del local con el cuerpo pidiéndonos marcha, y se la dimos. ¡Vaya si se la dimos!. A locales de ambiente no fuimos, ya que la mayoría aun estaban cerrados. Y además porque en Ibiza eso no es del todo necesario puesto que hay mariquitas en casi todas partes.

La noche fue tan fuerte como infructuosa, y aunque tuve a mas de uno a punto, al final no concreté nada. Y la mañana siguiente la pasé en estado catatónico, metido en la cama sin enterarme de que había un mundo a mi alrededor. Y por la tarde disfruté de un tremendo atontamiento generalizado que me paralizaba las meninges y tenía la boca como si hubiese comido engrudo.

Cuando salí a la piscina Oscar ya estaba despatarrado al sol y adormilado como un lagarto.

"Buenas tardes". Le dije.
"Hola". Contestó volviendo en sí de aquella manera. "Creí que eras el chulo". Añadió.
"Para chulos estoy yo". Balbuceé.
"Pues he llamado a dos". Dijo sin inmutarse.
"A dos qué"
"A dos chulos... Y ya deben estar a punto de llegar"
"Estás como una cabra"
"Yo diría como una zorra en celo"
"Perra más bien"
"Da igual el término"
En estos momentos no estoy para cachondeos"
"No es cuestión de cachondeo sino de estar cachondo, que no es lo mismo"
"O te dio un aire o el sol te está reblandeciendo el cerebro"
"Ya me lo dirás cuando vengan"
"Para ti los dos.... Yo paso"
"Nunca digas o prometas algo que no puedas cumplir... Es un refrán chino"
"Vale..... Pero ahora déjame en paz y no me toques los cojones"
"¡Yo no pienso!. Pero seguro que te los tocará el chulo"
"Flipo contigo.... Anda, ven al agua a ver si te despejas"
"¡Vaya si vas a flipar cuando veas el material!"
"¿Ah si?"
"Dos venteañeros con denominación de origen y certificado de sanidad y garantía"
"Como los jamones". Dije.
"¡Y menudos jamones!... Totalmente de confianza para todo uso"
"Pues uno de ellos va a hacer el viaje en balde"
"¡Ja!. Que lo vas a dejar escapar sin catarlo y someterlo a toda clase de abusos y vejaciones sexuales"
"Eso es lo que te gusta a ti y no a mí. Y además por el momento aun no pago por tales servicios"
"Pues yo sí". Afirmó Oscar. Y continuó diciendo: "Y ten por seguro que al fin y a la postre me salen más baratos. Te lo aseguro"
"Es posible, pero una cosa no tiene que ver con la otra"
"Desde luego. Los otros son más caros y encima se ponen tontos y exigen"
"Por ahora me quedo con los otros. Todavía no me va el amor mercenario"
"Me parece que ya están aquí". Interrumpió Oscar.
"¡Serás mamonazo!.... ¡Osea que iba en serio!"
"Venga Adrián...... Acéptamelo como un obsequio de bienvenida a esta isla paradisíaca". Me decía al tiempo que se alejaba para recibirlos.

Me zambullí en el agua y me quedé en remojo esperando acontecimientos. Por fin Oscar apareció con los dos chulazos en tanga. Y realmente estaban como un queso cada uno de ellos. Javi (que así se llamaba uno) como de bola holandés, tirando a rubio. Y Rafa (que era el nombre del otro) más al estilo del país, tirando a manchego bastante tierno. Oscar se inclinó por el de bola, y el del país se sentó en el borde de la piscina.
Sin ningún tipo de preámbulos, Oscar le metía mano a Javi, echado sobre la tumbona, y a mí me pareció oportuno distender la situación proponiéndole a Rafa que se bañase conmigo. El chico obedeció al instante y se lanzó de cabeza intentando un salto de carpa. Rafa vino nadando hacia mí como un niño queriendo jugar en el agua y me presté a mil tonterías salpicándonos y dándonos mutuas caladas. A Javi se le veía loco por unirse a nosotros, e intentando rescatarlo del acoso de Oscar les lanzamos agua a manotazos incitándoles a venir y disfrutar con nosotros. Javi no lo pensó dos veces y nos lo pasamos como críos. Y hasta competí en velocidad con los dos chavales mientras Oscar hacía de árbitro.

Después del ejercicio, Oscar invitó a su quesito de bola a dormir la siesta, y Rafa y yo quedamos callados sobre nuestras tumbonas, hasta que el muchacho rompió el hielo diciendo que tenía sueño. A tal insinuación no cabía más que una respuesta y subimos a mi dormitorio. Como Dios me trajo al mundo me acosté en la cama, mirando al techo, y Rafa lo hizo a mi lado, boca abajo, mirando hacia mí. Lo miré también y me incorporé de costado apoyándome sobre un brazo. Le eché una ojeada y me paré en el badén que forma la espalda al unirse con el culo antes de llegar al hueso palomo. En su cuerpo no quedaba ni un solo rincón que el sol no hubiese tocado, y parecía tan suave que me sedujo enormemente. Olvidando el motivo crematístico de su compañía, tenía que reconocer que con aquella cara fina y ligeramente afilada, de nariz recta y perfectamente esculpida entre un conjunto de rasgos plenamente armónicos, hubiera podido servir de modelo a cualquier escultor de la Grecia clásica que pretendiese representar la belleza de la juventud del hombre.

"¿Aprobado?". Preguntó Rafa.
"¡Sobresaliente!". Contesté yo.
"¿Y entonces cuál es el problema?". Siguió preguntando Rafa.
"Me gusta que me deseen y no que lo hagan por dinero... Siento mucho más placer cuando también disfruta mi pareja"
El chaval giró sobre su costado y me contestó: "Rafa lo hace por pelas, pero Paco no"
"¿Y quien es Paco?". Le pregunté como asombrado.
"El que está dentro de Rafa". Se explicó él.
"¿Y con cuál de los dos estoy?". Insistí.
"Con Paco". Afirmó.
"¿Y eso por qué?"
"No sé tío..... Eres diferente.... Y además me gustas. Lo que no suele ser normal en este oficio"
"Te advierto que aunque no hagamos nada Rafa va a cobrar igual". Dije.
"Tío... Olvídate de Rafa.... Me llamo Paco, soy marica y cuando encuentro un tío como tú me mola mogollón que me follé.... ¿Te hace?"
"¡Joder!... ¡Qué fuerte tío"
"¡Esto es lo que tiene que ponerse fuerte, cabrón!".

Dijo, cogiéndomela con una de sus manos de dedos largos y nudosos. Y al paso que se me endurecía, me recreé en sus pezones redondos, colocados en el punto exacto de un pecho plano y preciosamente modelado sobre un abdomen, tenso y esbelto, que procura reducirse en la cintura para alargarse luego hasta el sexo, flanqueado ya por estrechas caderas de las que parten sus piernas, minuciosamente torneadas desde el muslo hasta el tobillo, resultando todo el conjunto de una elegancia propia de Adonis. Su estatura, perfecta y de armoniosas proporciones, está ligeramente por encima del metro ochenta. Sin duda sería el canon ideal para esculpir a un chico de nuestro tiempo.

Rápidamente nos entregamos al placer y reproduje con manos y boca toda la envoltura de sus formas. Y colocados uno sobre otro, pero a la inversa, nos chupamos la polla y los huevos. Y quise conocer sus resortes eróticos y exploré también los alrededores del ano, averiguando su acusada sensibilidad en ese punto, Y, humedeciéndolo convenientemente, le profundicé con delicadeza en el agujero del culo, preparándolo así para los mayores deleites que vinieron después.

Pasamos la siesta jodiendo hasta no poder más. Y en la penumbra vi la cara de Gonzalo sobre el rostro de Paco, despojado ya de la máscara de Rafa.
Los dos chulitos contratados por Oscar sabían comportarse en la cama y fuera de ella, sobre todo Paco, que me resultó especialmente encantador. Y por la noche quise invitarles a cenar. Fuimos a otro establecimiento, ya clásico en la isla, y a Paco se le veía feliz y no dejaba de mirarme.

Mentiría si dijese que no me halagaba su devoción y respondí a ella con algún que otro mimo acogido con entrañable ternura por él. Pero lo que me causó mayor sorpresa respecto a Paco fue su enorme facilidad de adaptación al medio. y, principalmente, el hecho de que interviniese en la conversación sobre cualquier tema haciendo gala de una información y sensatez de opiniones poco habituales en un chaval de veinte años, casi sin estudios, cuya suerte en la vida no le había facilitado las cosas hasta la fecha. Quedé convencido de que podría participar en cualquier reunión, por sofisticada que fuera, sin desentonar lo más mínimo. Se adivinaba en él una magnífica materia prima para hacer realidad la historia de Pigmalión. En sus comentarios dejaba traslucir una particular concepción de la belleza (en absoluto desacertada según mi criterio) que compaginaba con un innato buen gusto, incluso en los detalles más insignificantes. Me parecía imposible que aquel niño se vendiese y al mismo tiempo guardase en su interior semejante sensibilidad y ternura. Lo cierto es que, según me contó después del polvo, la fatalidad no le había dejado demasiadas alternativas para sobrevivir totalmente solo desde que cumplió los quince años. Siendo su madre muy joven la dejó preñada un tipo, tan apuesto como sinvergüenza, que la abandonó en cuanto conoció la noticia sin que jamás hubiese vuelto a tener conocimiento alguno de aquel individuo. La chica, que trabajaba en una perfumería de Badajoz, las pasó putas para criar a su hijo sin ayuda de nadie, puesto que su familia vivía en un pueblo de la misma provincia y no era cuestión de aparecerle a su madre (que se mantenía con una exigua pensión de viudedad) con el pastel de tener que alimentar dos bocas más. Equivocada o no prefirió arreglárselas por su cuenta sin decirle nada a la abuela del niño, hasta que una enfermedad mal curada le proporcionó el descanso eterno cuando Paco tenía once añitos. Su única herencia fue una carta para su abuela, y se trasladó al pueblo con ella. Allí pudo continuar comiendo y estudiando mientras a la buena mujer no se le ocurrió la genial idea de reunirse en el cielo con sus seres queridos cuatro años más tarde.

Curiosamente, casi a la misma edad en que yo heredaba títulos y fortuna, Paco quedaba con una mano delante y otra atrás entre el cielo y la tierra, teniendo por todo capital el valor y la decisión de su madre y un espléndido físico (seguramente heredado de un hijo de puta al que nunca conoció ni falta que le hace). El chaval volvió a Badajoz y encontró trabajo de camarero en un bar de tres al cuarto, a cuyo propietario le faltó tiempo para llevárselo al catre a pesar de su tierna edad. La primera vez prácticamente lo violó y el pobre muchacho sacó una impresión nefasta de aquella experiencia. El jodido fulano sólo le hizo sentir asco y dolor, e incluso lamentarse diariamente que su belleza le causase tales desgracias. Un día no pudo resistir más y se largó por la puerta, sin reclamar siquiera el sueldo, y decidió irse a dedo hasta Sevilla.

En la carretera lo recogió un tío joven y de aspecto agradable que lo trató con toda cortesía y amabilidad hasta que Paco rechazó que le pusiese la mano sobre el muslo. De nuevo se encontró tirado en la carretera bajo un sol de justicia y sin un puñetero árbol que le proporcionase un poco de sombra. Me confesaba que en ese momento solamente pensaba en terminar de una vez con su asquerosa existencia. Pero providencialmente divisó en el horizonte otro automóvil, que se detuvo sin que le hiciese la menor señal, y su conductora, una mujer de mediana edad muy agradable y simpática, lo invitó a subir llevándolo hasta el mismo centro de la hermosísima ciudad de Sevilla. Muy posiblemente una de mis predilectas en este país, en donde, bajo el influjo de su mágica luz, viví miles de anécdotas que ya contaré a su debido tiempo. A partir de entonces Paco vivió como pudo. Unas veces de camarero, otras de dependiente, y terminó de chulo sacándole partido al cuerpo que Dios y sus padres le dieron con tal generosidad que en un principio le acarreó hasta desgracias. Pero lo que sí hay que decir es que jamás perdió la ilusión por conseguir una vida mejor, y eso le ayudó a mantener la dignidad. Lo que no tiene nada que ver con ser puta. ¡Ya quisieran muchas señoronas y señorones tener la clase y la decencia de algunas furcias y putos!.

La mirada de Paco lograba conmoverme y no tenía que esforzarme nada para ser amable con él, que reaccionaba a la menor demostración de cariño devolviéndomela con creces. Y la calidez de su contacto hacía fácil acostumbrarse a tenerlo a tu lado.

La velada fue fantástica y le pregunté a Paco si quería volver a pasar la noche conmigo. Lo que aceptó de buen grado, y Oscar también invitó a Javi. Y, con la misma, nos fuimos los cuatro a casa para joder otra vez. No sé como se lo pasarían Oscar y su queso rubiales, pero yo me encontraba muy tranquilo y a gusto con Paco. Nos acostamos muy juntos. Yo abrazándole muy fuerte y él, acurrucado entre mis brazos, respiraba sosegadamente como un chiquillo que se siente seguro. Apoyé la mejilla sobre su pelo liso y oscuro, y sin caer en la cuenta nos quedamos dormidos.

Un hilillo de luz me hirió en los ojos despertándome, pero permanecí quieto para no molestarle interrumpiendo su plácido sueño. Mi sexo me exigía amarlo físicamente y a duras penas me contuve para no hacerlo. Debió ser tanta mi ansiedad que, aunque él dormía profundamente, su miembro se despertó y excitó con ello aún más al mío. A punto estuve de descargar cuando un suspiro acompañó a su mano que se aferraba dulcemente a mi picha. Abrí sus párpados a besos y bajé por la nariz para continuar en su boca introduciendo mi lengua. El también quiso hacer algo y no le dejé. Seguí mimando su cuerpo con toda la habilidad de mi boca; y con ella acaricié de arriba a abajo sus morenas nalgas y su espalda. ¡Preciosa redondez la de este culo!. Podía notar perfectamente como vibraba Paco gratificándose con aquello e intensifiqué el ritmo llegando a enloquecerlo. Intentó volverse y se lo impedí sujetándole los brazos y dejándolo a mi merced bajo mi cuerpo. Con la práctica que uno va acumulando con el tiempo y el oficio, la enfundé en la goma y abriéndole bien las piernas se la hinqué entera. Su reacción fue de dolor pero la pasión nos hizo rugir como bestias en celo. Y cabalgué sobre él hasta alcanzar los dos el mismo vértigo y sin dejar de sujetarlo con todas mis fuerzas. Los brazos le quedaron marcados por mis manos y su cuerpo por el mío; mas en nuestros rostros solamente quedaba la satisfacción de un buen polvo maravillosamente compartido.

Tranquilizado el cuerpo y el espíritu, debíamos atender a otras necesidades y bajamos a satisfacer el estómago, que se había ganado un buen desayuno. Y a ello ya estaban dispuestos Oscar y Javi. Intercambiando las típicas bromas tras una noche de folleteo, comimos como leones y Javi nos dejó por otras ocupaciones, pero yo no dejé irse a Paco con él y le pedí que viniese conmigo a pasear por la isla. Cuando Oscar salió acompañando a Javi, Paco me dio un besazo estrujándome con su abrazo y volví a tener en mi cabeza a Gonzalo. ¿Qué diablos me había dado ese muchacho?. Paco, además de guapo (incluso más que él), era la dulzura en carne y hueso y muy simpático. Y entonces por qué no me dejaba en paz el dichoso Gonzalo. ¿Por qué olía su carne sin tenerlo cerca?. ¿Cómo es que oía su risa y escuchaba su voz a tanta distancia?. ¿A cuento de qué soñaba con poseerlo otra vez?. Había ido a Ibiza a descansar y no me daba la gana de romperme la cabeza. Le metí prisa a Paco para que se vistiese y salimos los dos solos en uno de los coches de Oscar a disfrutar de nuestra mutua compañía sin ganas de aguantar ningún otro elemento extraño a ella.

La jornada no tuvo desperdicio. Estuvimos en mil sitios y en todos nos divertimos a tope. Si me hubiesen preguntado si aquel alegre muchacho era el Rafa del primer momento habría jurado que al tal jamás lo había visto. Aquel Paco nunca hubiera podido ser un chulo. Valía demasiado para que alguien pudiese comprarlo. Con él no tenía ningún tipo de complejos y en todas partes nos cogíamos las manos y nos dimos sin miramiento alguno más de un beso en la boca. En una pequeña tienda de ropa vimos unos pantalones cortos y, juntos en el probador, nos pusimos varios. Y atraídos por lo mucho que acentuaban nuestros encantos tales prendas, nos metimos mano todo lo que quisimos importándonos un pito lo que pensasen de nosotros.

También estuvimos en la playa nudista, cerca de las salinas, y sobre la arena nos hicimos carantoñas como los novios, besándonos en todas partes y acariciándonos el sexo. Al final de la tarde estaba cansado y feliz, y sentía algo distinto por mi agradable acompañante. Incluso consiguió que no me acordase de Gonzalo ni echase de menos la ingenuidad de aquella mirada que me había entusiasmado desde el primer momento.

Como no nos apetecía salir para nada, cenamos en casa, y al terminar, mientras Paco estaba en el baño, Oscar me preguntó que pasaba con el chico. Yo no sabía muy bien que decirle y me limité a contestar que no era nada en especial. Inconscientemente mentía y me sentó mal que me recordase que sólo era un chulo.

"Conmigo no". Dije. "Y si lo fue con otros ya se acabó... Dudo que vuelva a serlo".

Añadí tajantemente como si yo tuviese alguna autoridad sobre la vida del chico. Cuando Paco volvió al salón nos animamos nuevamente y permanecimos allí un buen rato los tres tomando unas copas, comentando sobre lo divino y lo humano, y riéndonos de casi otro tanto. Al irnos a la cama la noche se presentó intensa, tranquilizándose de madrugada y recrudeciéndose nuevamente después del amanecer. Ya no me atraía sólo su cuerpo sino todo él. Mejor dicho, la excitación sexual me la producía él con independencia de su indudable belleza física. Por eso en las noches que pasamos juntos nos amamos a oscuras con todos los sentidos de la imaginación relegando el de la vista. El olfato, el oído y el tacto fueron fundamentales en esta etapa de nuestra relación. Y la suma de nuestras energías culminaba en una auténtica explosión erótica. Su presencia en la negrura de la noche me daba una cálida tranquilidad y mi libido se electrizaba con sólo rozar su piel.

Mi estancia en la isla, si bien no me dejaba tiempo para la programada meditación, transcurría con la calma y tranquilidad pretendida en inicio, y Paco era el artífice del bienestar que disfrutaba. Si salíamos de copas lo hacíamos serenamente, siendo simples espectadores de aquella fauna que pululaba a nuestro alrededor. Contemplábamos divertidos las pintorescas escenas de la noche ibicenca (aún a pesar de no estar todavía en temporada), y Paco me ponía al tanto de lo que ocurría en realidad bajo la apariencia de aquellos sofisticados seres, víctimas de su propia pretensión. Todo ocurría en nuestro entorno sin alcanzarnos, como si nos moviésemos ante un fondo azul sobre el que los otros ven la invención de una realidad sólo imaginada.

Alguna vez coincidimos con Javi, pero Oscar no volvió a requerir sus servicios, sino los de otros jovencísimos muchachos (muy guapos todos y en su mayoría desconocidos para Paco en su papel de Rafa) entre los que había un amplio surtido como en una botica. Uno de ellos llegó a pretender montarse un número gratis con nosotros dos después de habérselo hecho con Oscar por los cuartos.

La semana iba pasando apenas sin advertirlo y empecé a inquietarme por Paco. No podía permitir que volviese a lo anterior. y no por el hecho de que se acostase con otros, sino porque, de hacerlo, follase con quien le apeteciese a él, fuese por deseo o por amor. Llevármelo a Madrid hubiese sido precipitado y dejarlo sin más no me lo hubiera perdonado nunca a mí mismo. Así que tenía que decidirme por alguna solución que, además de viable, pudiese ofrecerle a Paco sin herir su dignidad, ni mucho menos sus sentimientos. Y, por otro lado, en mis sueños ya no sólo estaba Gonzalo sino también él, confundiendo o no uno y otro, o los dos fundidos en un solo cuerpo conmigo. Lo más curioso es que en todos esos días nunca deseé estar con otro ni me aburrió el sexo con Paco. Había sido monógamo durante toda una semana y la experiencia no me había desagradado en absoluto.

Paco no parecía nada tonto y, según me había contado, no fue mal estudiante. Pero, por la razones ya dichas, no había podido seguir más allá de la Educación General Básica. Sin embargo, casi sin aprendizaje, habla inglés lo suficiente como para que le entiendan sin esfuerzos. Lo cual me facilitaba colocarlo como dependiente en una tienda de ropa que tiene en la isla unos buenos amigos míos y de Oscar. Al chico le pareció bien y Oscar también estaba dispuesto a secundar mi idea. Por lo que, sin perder más tiempo, me fui a la tienda de estos amigos para hablarles del asunto, acordando con ellos que tendrían a prueba al muchacho, y, según se le diese la cosa, lo contratarían hasta el final de la temporada; o por más tiempo incluso a la vista de juego que diese. Mucho más difícil me resultó convencer al chaval para que me aceptase un préstamo a cuenta con el fin de instalarse más cómodamente hasta que empezase a cobrar el sueldo.

Algunos le darían la razón a Oscar cuando dice que los que no cobran al final salen más caros. Pero no tiene que ver nada una cosa con la otra. Vender tu cuerpo o aceptar la ayuda económica de un amigo (sea o haya sido tu amante por más o menos tiempo) son temas totalmente distintos. Lo primero es un acto de puro comercio en el que se intercambia dinero por servicios. Lo segundo son actos de liberalidad por los que compartimos nuestros bienes con quien, independientemente del sexo, nos unen estrechos lazos de afecto y amistad. La riqueza sólo tiene valor si se disfruta haciendo partícipes de ella a los que te rodean y comparten de una forma u otra tu vida. Ni el avaro ni el miserable son ricos. Solamente atesoran dinero que no sirve para nada, puesto que nadie se beneficia de su riqueza. Ni tan siquiera ellos mismos. Por eso el que ayudase a Paco, no sólo no podía entenderse como el pago por aquellos días inolvidables, lo que significaría pisotear su ternura, sino que era una ínfima redención por los privilegios que sin mayor merecimiento yo había heredado, mientras que él, como tantos otros, se veía abocado a buscarse la vida de cualquier forma, fuese o no correcta para quienes jamás se vieron en tal situación. El me dio una semana de amor sin pedir anda a cambio y yo le correspondí sin exigirle nada tampoco. Y, al margen de eso y sin que tenga ninguna importancia, quise compartir una pizca de lo mucho que me sobra y que a él le podía servir de alguna manera.

Nuestra pasión fue intensa hasta el último minuto que pasamos juntos. Y la víspera de mi marcha, a mitad de la noche, me desperté con la impresión de que Paco lloraba o había llorado. Me incliné sobre él y parecía dormido. Rocé ligeramente su frente con mis labios y recosté mi cabeza, pegada a la suya, intentando vigilar el sueño de mi cariñoso amante.

No sé cuando me dormí. Y, entrada la mañana, fue la caricia de su boca la que me despertó. Parecía haber madurado a lo largo de la noche. Y, sin embargo, su cara traslucía más que nunca al niño que llevaba dentro su cuerpo de hombre. El hombre que inmediatamente me comí a besos y le hice el amor con frenesí.

Paco quiso acompañarme al aeropuerto y ninguno de los dos ocultábamos una cierta tristeza. Se nos humedecieron los ojos con el último abrazo y al verlo alejarse se me hizo trizas el alma.



Capítulo VII

Madrid me recibía con un precioso día de primavera, y, por medio de Manolo, avise a mi madre que me esperase a cenar. De camino hacia mi casa miraba las calles como si quisiese asegurarme que nada había cambiado en tan pocos días de ausencia. Pero en mi interior seguía congelada la imagen de Paco después de estrecharlo por última vez en el aeropuerto. Llevaba gravada en mis pupilas su brillante mirada avellana, adorable e irresistible, y cuanto más cerca estaba de mi apartamento más nítidamente escuchaba a mi deseado Gonzalo reclamando también su presencia en mi vida. Deseaba absolutamente volver a verlo. Y era preciso saber si mis ensoñaciones eran realidad o sólo fantasía. Necesitaba urgentemente resolver el dilema que en menos de un mes había puesto patas arriba mi existencia.

La vuelta a mis cosas me devolvió ese aire familiar que nos hace sentir a gusto en la cotidianidad de nuestra vida. Dejé los bultos en cualquier parte y salí a la terraza para respirar nuevamente la normalidad del día a día. Pero mis fantasmas, nublándome la luz, me impedían alcanzar el horizonte. Me senté frente al teléfono dudando que hacer, y, por fin, marqué el número que sin apenas usarlo ya me sabía de memoria.

"¿Diga?"
"¿Gonzalo, por favor?"
"Sí.. Un momento"
"Gracias"

Puede que parezca estúpido, pero estaba totalmente nervioso. Y los segundos que pudo durar la espera me llenaron de inusual ansiedad.

"¿Sí?"
"¿Gonzalo?... Soy Adrián... ¿Cómo estás?"
"¡Hola!. Ya era hora de que te dejases oír"
"Acabo de llegar de Ibiza"
"¿Y que tal?"
"Bien.... Ya te contaré... ¿Y tú?"
"Estupendo... Ya te lo puedes imaginar... Mamá, papá, hermanitos, libros y sierra... ¿Genial!..... Supongo que lo tuyo debió ser más divertido"
"Hubo de todo, como siempre.... Me apetece verte"
"¿Cuándo?"
"Ahora"
"Ahora no puedo"
"¿Cuando puedes?"
"¿Mañana?"
"¿A que hora?"
"Tú dirás"
"¿Tengo que seguir llevando la voz cantante?"
"Claro..... Eres el mayor"
"¡Qué simpático!"
"Venga, di"
"¿A las ocho?... De la tarde naturalmente"
"Vale"
"Hasta mañana pequeño"
"Sí papá...... Un beso"
"Un besazo para ti..... Muac"

Mi siguiente llamada fue a Enrique. Tenía que contarle mis penas. Y aunque sabía que de entrada me llamaría puta, era posible que también me alumbrase las ideas respecto a mis enredos amorosos. El continuaba cada día más enamorado de Raúl, y nunca imaginé que me diese tanta envidia la normalidad y sencillez de una relación de pareja como la suya. Puse a mi amigo al corriente de la situación, contándole todo lujo de detalles, y, después de recriminarme cuanto quiso y más, me aconsejó que me lo tomase con mucha calma y sopesase bien los pros y los contras de ambas relaciones. Después ya me decidiría por uno de los dos. ¡Sencillísimo!. Para ese viaje no necesitaba tantas alforjas. Precisamente el problema estaba en decidirme por uno de los dos cuando deseaba a ambos al mismo tiempo. Y, por otra parte, qué me importaban a mí las circunstancias de cada uno de ellos. Para mí solamente tenían virtudes y ningún defecto que colocase a uno en un plano inferior al otro. Si uno es guapo, el otro también lo es, tanto o más, me decía yo. y si Gonzalo es agradable, tierno y alegre, Paco también, añadía. Y si este último es apasionado y cariñoso, Gonzalo tiene el mismo fuego y dulzura, remachaba para mí mismo. Los dos miran de frente. Y ambos conservan todavía la franqueza de la inocencia. Y, sin embargo, son dos personas completamente distintas. Sería imposible decidirme por uno sin sentir la irremediable mutilación que me causaría la pérdida del otro. Mi corazón se había partido y no encontraba un remedio fácil para unirlo otra vez. Seguramente Cris habría vuelto ya a Madrid. ¿Pero qué solución iba a darme semejante pendón?. No hacía falta ser muy listo para adivinar su consejo: "No les digas nada y fóllate a los dos por tiempos". Pero de todas forma lo llamé, y, aparte de pedirme que se los echase, como es su costumbre, me dijo lo que ya me suponía y añadió: "Hombre, lo ideal sería que hicieseis trío. Pero quizás no traguen". Y continuó: "Por eso lo mejor es que me dejes a uno. A Gonzalito, por ejemplo. Y te lo voy pervirtiendo a ver que pasa".

¡Qué cachonda la criatura!. El lector puede imaginarse sin mucho esfuerzo el cariz de mi contestación. Sin embargo, lo de hacer un trío no me repugnó demasiado. Después de todo solamente sería la realización material de mis vivencias oníricas en aquellos días. Naturalmente, además de lo dicho, pormenorizó la serie de polvos con los que se había despachado durante su viaje, sin regatear lo más mínimo la descripción minuciosa de las mortales folladas que había propinado tanto al chulo que le acompañó como a los búlgaros y no búlgaros (todos marcaditos) que fueron cayendo en sus redes. Y que no fueron pocos según contó. Porque otra de las habilidades de Cris es lo bien que se apaña para hacer lo que le sale del culo sin cabrear nunca a sus ligues. Al final siempre consigue lo que quiere. Si estuviese en mi situación, seguro que les propone lo del trío y los dos se prestan a ello tan contentos. Se la metería alternativamente a uno y a otro y tan felices los tres. ¡Será jodido el muy cabrón!. ¡Y todo le sale bien!. Es bien cierto que quien tiene buen culo tienen suerte. Y el suyo es de antología. Lástima que no le dé todo el uso que semejante ejemplar merece. De cualquier forma quedamos en vernos y saborear mejor sus eróticas aventuras.

Mi último recurso era Pedro. Tenía mucha más experiencia que todos nosotros, y, como ya dije en su momento, su ponderación y buen criterio tendrían que servirme de alguna ayuda. Marqué su número, pero no estaba, y le dejé un mensaje en el contestador urgiéndole que me llamase cuanto antes. Permanecí un buen rato sentado en el sofá del salón sin hacer nada (ni siquiera pensar) y el sonido del teléfono me devolvió a la realidad.

"¿Adrián?"
"Hola.... Qué tal?"
"¿Tu que crees?"
"Lo sé"
"No quiero oírte solamente. Quiero verte y tocarte"
"Yo también, pero dame un poco de tiempo"
"Me acostumbré muy rápido a lo bueno"
" Y yo me acostumbré a ti demasiado rápido también"
"Creo que te quiero un poco, Adrián"
"¿Sólo un poco?.... Yo creo que te quiero algo más que eso"
"Ya te echo de menos". Dijo el chaval con la voz un tanto quebrada.
"Por favor Paco..... No me lo hagas más difícil"
"¡Quien lo tiene difícil soy yo!"
"Paco, te prometo que todo se arreglará. No sé como pero voy a solucionar esto de alguna manera. Me resulta imposible aguantar mucho tiempo sin verte"
"¿Y sin el resto?"
"Para el resto me basta con cerrar los ojos. Afortunadamente tengo mucha memoria e imaginación"
"Precisamente es la imaginación que le echas lo que más me gusta... ¿Con qué me vas a sorprender la próxima vez?"
"Todavía no estoy seguro, pero puede que se me ocurra algo especial"
"¡Tío me la estás poniendo tiesa!"
"Paco, no me tientes que aún no se inventó lo de viajar por el cable del teléfono"
"Pensaré en ti esta noche. Y cuando te coja que voy a exprimir hasta la última gota de leche"
"Vas a conseguir que me la casque, pero cuando te coja te destrozo el culo. No vas a poder sentarte en un mes. ¡Ya lo verás!"
"¡Ojalá!... No sabes como necesito algo así de fuerte. Ya te lo recordaré entonces por si acaso"
"Bromas a parte, haré lo imposible para vernos pronto"
"¡Eso espero!... Tengo que dejarte porque se me acaban las monedas... Besos"
"Cuídate.... Y si tienes algún problema o necesitas algo llámame. Un beso muy fuerte"

Quedé un tanto desfondado, pero empecé a moverme y deshice el equipaje. Coloqué alguna cosa en su sitio y me consolé sabiendo que al menos podía ordenar el entorno ya que no era tan simple hacer lo mismo en mi interior. Cuando sonó de nuevo el teléfono ya había terminado mi tarea, y esta vez era Pedro que respondía a mi mensaje. Prefería plantearle el asunto en vivo y en directo, y quedé con él después de cenar en uno de esos cafés de ambiente que hay por Chueca, que talmente parece que estás sentado en un escaparate. Y también llamé a mi hermano. Y ni ahora que escribo sobre lo sucedido me explico por qué se me ocurrió tal idea después de hablar con Pedro. Pero el hecho es que así fue y le pedí que comiésemos juntos al día siguiente. No es que fuese algo raro que llamase a mi hermano, puesto que solemos vernos a menudo, pero mi voz debió traicionarme ya que Humberto me notó raro e inmediatamente me preguntó si tenía algún problema. Como no iba a anticiparle nada acerca de mis quimeras de amor, lo tranquilicé y añadí que solamente quería conocer su opinión respecto a unos temas de poca importancia. Bueno. Y también sobre el amor. Esto último debió parecerle extraño y seguro que fue todo un poema la cara que debió poner al oírlo. Pero, tras un breve silencio, dijo:

"Bueno. Vale.... A las dos en el restaurante de costumbre. El que está cerca de tu banco. ¿De acuerdo?"
"Sí". Le respondí.

Y nos despedimos hasta la hora fijada.

Con tanta historia se me había pasado la tarde y todavía tenía que adecentarme para ir a cenar con mi madre. A toda leche me duché, me acicalé, y aún me sobró tiempo para no tener que salir a toda pastilla. Puesto que no hay nada que peor le siente a ella que la impuntualidad a la hora de comer o cenar.

Aquellas horas junto a mi madre fueron un bálsamo para mi desazón, porque, además de ser una mujer de carácter firme, rezuma serenidad y bajo su techo cualquier rompecabezas se queda al otro lado de la puerta. Germana, exagerada como nadie en sus afectos, me recibió como a un emigrante que volviese de las Américas, como ella dice, sacando de su corazón la mejor cena que hubiese deseado un marajá. Evidentemente a mi madre sólo le conté del viaje lo que el buen gusto permite y el sentido común aconseja. Sin embargo, no le pasó desapercibida la preocupación que me aquejaba, e indirectamente intentó sonsacarme. Hubo momentos en los que a punto estuve de soltarlo a ver que solución me daba, pero preferí esperar mejor ocasión. De todas formas parecía que todo se confabulaba para complicarme la existencia, porque mi abuelo había tenido uno de sus arrechuchos y mi madre quería que la acompañase a Galicia el próximo fin de semana. Lo que sin lugar a dudas me restaría tiempo para enderezar mis entuertos sentimentales. Pero también era cierto que eso me daba un respiro y algo más de tiempo para no precipitarme y tomar un camino del que pudiera arrepentirme más tarde.

Cuando llegué al café Pedro ya esperaba sentado en una mesa pegada al ventanal, y parecía estar a la venta como las putas en Amsterdam. Cerca de él, sentado con otros dos, estaba un ligue mío (no demasiado antiguo) del que tengo un particular recuerdo porque echamos un polvazo bestial en una sauna. En un principio los dos solos, y luego con otra preciosa criatura que por allí andaba buscando guerra. El chico está muy bien, aunque en este momento no recuerdo su nombre. Pero si me acuerdo con todo detalle de los numeritos que nos montamos tanto por nuestra cuenta como posteriormente con la colaboración de un tercero. Era un domingo por la tarde y la casa se me caía encima, porque ni sabía que hacer ni tenía ganas de hacer otra cosa que no fuese una buena follada. Y, con la misma, me levanté del sillón como un rayo y en un periquete ya estaba en la calle rumbo a la sauna más socorrida a la sazón.

El movimiento en los vestuarios indicaba que aquello estaba muy concurrido. No sé por que, pero los domingos por la tarde durante el invierno a casi todos nos sienta cojonudamente un buen polvito. Si lo tienes en casa mejor que mejor, pero si no, hay que salir a buscarlo. No queda más remedio. La vida del mariquita es terriblemente dura, como afirma categóricamente el bueno de Alberto. Me di una vuelta de reconocimiento por toda la sauna y tomé nota de posibles proyectos, aunque ninguno de ellos era como para perder el sentido. Los primeros que intentaron ligarme no me gustaron nada, y pasé de ellos cual diva en noche de estreno, insensible a los abrumadores halagos de los tediosos admiradores que se arrastran por una de sus sonrisas a la puerta del camerino (frase muy al estilo de Carlos cuando le falla su natural simpatía a la hora de conseguir el ligue apetecido). Con mi toalla a la cintura, dejando la abertura al lado izquierdo (que es por donde se suele salir el manubrio), me paseaba tan campante luciendo el palmito, cuando, en uno de los pasillos con cabinas a uno y otro lado, apareció el susodicho ligue. Me miró, y le miré. Nos cruzamos, y tres pasos después giramos la cabeza, yo con la intención de verle el culo y él con la misma o simplemente para comprobar si le miraba. Me detuve ante una cabina y él hizo lo propio tres puertas más lejos. Lo miré de arriba a abajo, colocándome el nabo en su sitio, y entré en un cubículo recostándome seguidamente en el catre. No tuvo que pasar mucho tiempo para que mi ligue se colocase frente a la puerta. En su toalla no se le marcaba el pene en posición distinta a la flácida, pero por la abertura de la mía ya salía erguido el mío, que, contagiándole al suyo, provocó que entrase rápidamente cerrando tras sí la puerta.

Se sentó a la altura de mis piernas, y como un ternero hambriento se lanzó a mamármela con tal fruición que casi me la come. No contento con chuparme el miembro, dedicó el mismo empeño en los alrededores y especialmente en los testículos, produciéndome un formidable cosquilleo. Trabajados los bajos, fue subiendo por mi pecho, poniendo el culo al alcance de mis manos que lo magrearon a fondo profundizando en sus más recónditos misterios. El fornicio subió de tono, y nuestras lenguas exploraban todos los huecos entrando en cada uno de ellos lo más posible. Y, una vez complacido, salían de ese agujero para buscar otro nuevo. Ciego de lascivia lo puse a cuatro patas y colocándome de rodillas detrás del chaval le di por el culo sin miramiento alguno, resoplando como un toro de lidia. Entre quejido y suspiro el muchacho seguía pidiéndome que lo follara. Y yo, complaciente donde los haya, le atizaba verga que era un gusto. Me lo trajiné de todas las formas imaginables, y, cumplidos y sin resuello, quedamos tendidos en la asfixiante camareta haciendo acopio de nuevas fuerzas. Por simple necesidad de respirar tuvimos que entreabrir la puerta y, cuando casi habíamos recuperado nuestras energías, se nos plantó delante un potente rubiales jovencito, al que le alegraron el pizarrín nuestras gracias, y sin que fuese necesario mucho más para que entrase y empezásemos la sinfonía a tres voces. Los tres nos prodigamos en habilidades sexuales. Y el más antiguo de mis dos ocasionales amantes repitió conmigo y probó también el hierro del otro al tiempo que yo se lo hacía sentir a éste imitando los tres la formación de un tren. Aunque una vez suelto el rubiales de la máquina, continué dándole sin que abandonase yo el vagón de cola. ¡Menos mal que íbamos provistos de suficientes condones!. Y salí de allí totalmente seco a pesar de la humedad del vapor y una larga ducha.
Pero volvamos al café con Pedro.

No deseaba andar con demasiados preámbulos, pero consideré obligado interesarme por el personal y preguntarle como había pasado aquellos días de semana santa. Pedro, conciso como siempre, en breves trazos me puso al corriente de la situación en general reseñando escasa novedades, tales como el noviazgo de Juan con Alfredo (un compañero de curso y amigo de Pedro que por fin se decidió a ligarse en serio con Juanito), el intenso idilio de Enrique (del que ya estaba al corriente) y poco más. Realmente no habían ocurrido tantas cosas en esos días y me dio la impresión que lo mío pudiera ser lo más trascendente.

Abordé el asunto directamente y le expuse los antecedentes a fin de que tuviese una visión preliminar, acometiendo de seguido los hechos concretos que me habían llevado a tal desconcierto.

Pedro escuchó sin interrumpirme. Y al preguntarle:

"¿Tú qué crees?". Respondió: "Es difícil saber cual será la mejor solución, pero primeramente debes cerciorarte de cuales son tus verdaderos sentimientos respecto a cada uno de ellos. Pueda que tengas alguna duda, pero siempre hay ciertos elementos de juicio que nos permiten discernir mejor el problema, separando en cada caso la realidad concreta de la idealización creada por nuestros propios deseos". Y continuó diciendo: "Adrián, consúltale a tu corazón y te dirá a quién de los dos ama verdaderamente.... Y si no sabe decirlo es que amas mucho a los dos o a ninguno suficientemente... Si has de elegir, preocúpate de que sea conforme a tus sentimientos y no a lo que creas que siente el otro. Porque si te confundes con su apariencia habrás perdido a los dos por no haber obrado honestamente con ninguno. Pero si te decides por el que más amas y te defrauda, quiere decir que éste no merecía la pena y tú, por el contrario, ni le fallaste a él ni al otro, ya que te comportaste decentemente con los dos al abrirles tu corazón sinceramente. Y así, si el segundo te ama realmente, sabrá comprender y se ganará tu amor enamorándose de ti todavía más".

Sonaba precioso. Pero este Pedro con sus teorías me parecía un poco Quijote. Y a mi modo de ver la cruda realidad seguramente sería mucho más drástica. Si elegía a uno, el otro me mandaría a tomar por el culo por la vía rápida y sin mayores contemplaciones. Y lo demás son cuentos malayos, que todavía son más fantásticos que los chinos según me dijo un ligue que tuve hace tiempo. En resumen, tras escuchar su disertación le pregunté nuevamente:

"En conclusión. ¿Me callo y sigo con los dos, o se lo digo y me arriesgo a perderlos a ambos?.... ¿Tú qué dices?".
"Repito. Es una decisión difícil". Volvió a decir.
"¡Joder!... ¡Ya lo sé!... Si no lo fuese no estaría aquí oyendo tu lección magistral... ¡No te jode!"
"¿Y yo qué quieres que haga?... Si no fueses tan pendoncete no te pasarían cosas así. Mira, en el fondo como lección no está mal. Tanto quisiste cazar que al final te han cazado.... Y a todo...."
"¡Alto ahí!... Ni se te ocurra decir lo del cerdo y su San Martín, porque la liamos"
"No lo digo pero lo pienso... No puedo evitarlo". Dijo Pedro quedándose tan pancho.
"¿Tú qué harías?... Dime". Le imploré desmoralizado.
"Está bien. Te diré lo que yo haría...... Primero iría a ver a uno y se lo diría frente a frente. Y después haría lo mismo con el otro"
"Pero está en Ibiza". Apunté.
"Pues iría a Ibiza a decírselo". Remató con contundencia.
"¡Joder tío!... Creo que esa solución no me mola nada, que quieres"
"Me preguntaste que haría. Pues ahí lo tienes. Primero díselo a los dos cara a cara, y luego, según se tercie, decide"
"¡Sí!.. ¡Cómo si eso fuese lo más simple!..... ¡Cómo voy a decidirme si por más vueltas que le doy más me convenzo que los quiero a los dos!.... Sencillamente no quiero renunciar a ninguno. Así soy yo. Antes ninguno y ahora dos juntos. ¡Y lo curiosos es que no se parecen en nada!"
"Es posible que precisamente por ser distintos te gusten los dos. Quizás se complementen el uno al otro y juntos formen tu ser ideal. ¿Quién sabe?... Hasta puede ser que os necesitéis los tres y seáis un todo perfecto. Si crees que puede ser así, inténtalo"

¿Pensaba eso Pedro o me decía lo que yo quería oír?. ¿Sería posible un conjunto a tres bandas absolutamente perfecto?. ¿Hay algo realmente perfecto, o la perfección sólo es la coordinación de imperfecciones que se complementan?. Estas elucubraciones siempre terminan por hacerme doler la cabeza irremediablemente.

Lo último que había dicho Pedro giraba sin cesar en mi cabeza, y al llegar a casa me di cuenta que necesitaba dormir. Dormir o soñar. No lo sé. Probablemente huir del mundo real y disfrutar de un idilio esotérico en el que siempre jugábamos los tres con las mismas cartas.

Había pasado una noche fatal y por la mañana estuve medio zombi en el despacho. A la hora del almuerzo me dirigí con calma al restaurante donde había quedado con Humberto, recreándome en el paseo y rumiando por dentro mis pesares.

Llegué antes que mi hermano y pedí al camarero un martini seco. Necesitaba algo fuerte que me espolease, porque con tanto cismar estaba como un auténtico muermo.

Humberto tampoco se hizo esperar demasiado y cada uno ordenó el menú que más le plugo dadas sus apetencias gastronómicas. Como se acostumbra en similares ocasiones, en la primera parte de la comida se habló de todo y de nada en concreto. Y ante el plato fuerte abordé lo fundamental, dejando a mi hermano menos sorprendido de lo que esperaba. ¿Acaso mi hermano tenía noticias de lo picha inquieta que era yo?. No lo creo. Una cosa era que supiese mis debilidades y otra que las conociese a tales extremos. De cualquier forma su reacción inicial me dio confianza y le plasmé el asunto con toda crudeza. Incluso profundizando en detalles de cama. Mis preguntas concretas fueron: si él se había visto alguna vez en situación parecida, siendo negativa su respuesta, y, si llegase el caso, cual sería su solución al problema. Humberto (pragmático donde los haya) se formó su composición de lugar, trasladando el tema a los parámetros de su circunstancia personal, y lo enfocó desde el punto de vista de una relación heterosexual, partiendo del indiscutible amor por su mujer. Con lo cual daba la impresión que el sentimiento hacia una tercera persona estaría más relacionado con una pasión meramente sexual que con el amor en toda la extensión de la palabra.
Afirmaba que podría mantener habitualmente relaciones con otra, pero nunca podría prescindir de su mujer, ni en la cama ni mucho menos en la vida cotidiana. El problema estaba en que conociendo a mi queridísima cuñada sería raro que consintiese en compartir el marido. ¡Pues no es celosa que digamos!. Y me parece muy bien que lo sea. Los celos son tan respetables como cualquier otra cosa. Y además creo que contra ellos no se puede luchar. O al menos resulta muy difícil. El que es celoso sufre y hace sufrir a los demás (casi siempre inútilmente), pero no puede evitarlo por mucho que lo desee o quiera convencerse de su irracionalidad. Aunque suene a tópico, son realmente una enfermedad. Y en muchos casos terrible.

Mi hermano no imaginaba desear a dos mujeres juntas, sino por separado y manteniéndolas en planos distintos. Su relación seguiría siendo de pareja pero con mujeres diferentes. Se basaba en un concepto distinto en ambos casos y nunca en igual situación, sino entendiendo a la segunda como suplementaria y subordinada a la primera y sin que jamás tales sentimientos pudiesen llegar a complementarse. Total un galimatías.

Y eso no era ni lo que yo sentía ni lo que quería. Yo no pretendía una poligamia con dos o más esposas alternativas. Nada más lejos de mi pensamiento que montar un harén o el típico serrallo donde cometer desórdenes obscenos. Yo quería compartir mi vida con los dos, pero disfrutando los tres juntos del mismo amor. Aspiraba a que apreciasen lo que yo aprecio y necesitaba desear lo que ellos desean. En suma, quería que constituyésemos tres facetas de un único amor. Y quizás fuera imposible, pero eso era lo que yo ambicionaba para los tres.

Mi hermano lo entendió, pero lo creyó descabellado. En su opinión no se puede amar a dos personas en igual medida. Y, por tanto, siempre se querrá a una más que a otra, surgiendo las lógicas diferencias aunque sea inconscientemente. Pero al final concluyó al igual que Pedro diciéndome que lo intente y así saldría de dudas, resolviendo también el problema en un sentido u otro.

La rueda volvía al inicio de una vuelta sin fin. Ya que la decisión era mía, la solución tenía que serlo también. Y mi decisión fue firme, y me animaba diciéndome: "o tengo a los dos, o no quiero a ninguno". Y esa misma tarde tenía que planteárselo a Gonzalo antes de nada. Sin rozarle ni un solo pelo o ya no sería capaz de hacerlo. Y si lo perdía mala suerte. En cierto modo habría perdido a los dos, puesto que no podría olvidarlo; y mi amor con el otro sería incompleto. ¡Menudo lío!. Si conseguía salirme con la mía sería todo un alarde digno de figurar en un tratado sobre ciencia y teoría del arte de amar. No tenía otra cosa en la sesera y nada sobre la tierra hubiera logrado distraer mi atención del morrocotudo problema que debía solventar sin demora.

¿Qué si tenía miedo?. Preguntará alguno. ¡Cagao!. Estaba completamente cagao. Eso era pánico y lo demás son cuentos. Hay que echarle mucho valor para plantearle a un amante, todavía en el primer celo, que te gusta otro, aunque se lo suavices diciéndole que a él también lo quieres y lo deseas con toda tu alma. Lo más probable es que te castre allí mismo, si tiene medios y le das la oportunidad de hacerlo. Es decir, si no escapas poniendo tierra por medio cuanto antes. Al menos mientras no se recupere del batacazo inicial.

Y herido por la duda pasé el resto de la tarde hasta que llegó la hora del ansiado y temido encuentro.


Capítulo VIII

Faltaba muy poco para las ocho y pronto sonaría el timbre de la puerta apareciendo en ella Gonzalo. Pretendía evadirme de mis inquietudes oyendo a Chopin, pero la música no conseguía distraer mis pensamientos. Muy al contrario, la melodía traía a mi mente la mediterránea belleza de Paco y la dulzura de sus besos enredadas en alegre juego con la hermosura y la chispa desenfadada de Gonzalo. Sus cuerpos se desvanecían para surgir en pequeños gestos y ademanes que te van prendiendo en esa forma de ser que sin apenas darte cuenta ya amas. En un primer momento es indudable que influye la vista; sin embargo, al profundizar en un ser llegas a quererle más por como es que por su imagen externa. Me sorprendía a mí mismo que en tan poco tiempo pusiese recordar tan claramente el inicio de sus sonrisas, o el modo de inclinar la cabeza o tocarse el pelo, la caída de sus párpados al cerrar los ojos, o simplemente la forma de abandonarse al sueño. Y precisamente lo importante suelen ser esas pequeñas cosas. Eso es lo que recordamos más fácilmente al pasar los años, y el resto normalmente se idealiza, se minimiza, o exagera.

El din don electrónico me crispó y rápidamente abrí la puerta. Ya tenía a Gonzalo ante mí, más guapo, más moreno, y más sonriente que nunca. Seguro de sí, apenas dijo hola me largó un beso rodeándome el cuello con sus brazos, y su sabor evocó en mí las delicias que en breves instantes podría perder. Le abracé la cintura con más cariño que pasión y nos sentamos en el sofá del salón.

Estábamos tan cerca que inexorablemente su atracción me arrastraba a él. Bastaba con que yo no hablase y lo haría mío apurando nuevamente el dulce vino del placer sorbo a sorbo, inmersos una vez más en el deseo de eternidad que provoca el amor. ¿Acaso no deseaba con todas mis ansias el deleite de sumergirme en él?. ¿No deseaba paladear su esencia impregnándome con su propia vida uniendo a la mía su misma existencia?. Indudablemente que sí, pero nunca a costa de silenciar mi alma dividida por el otro amor.

"Bueno. ¿Y qué me cuentas?. Preguntó Gonzalo.
"Primero toma esto.... Lo vi en una tienda y me gustó". Le interrumpí cogiendo un pequeño paquete colocado sobre la mesa.
"Muchas gracias... ¿Qué es?"
"Abrelo"
"Muy fino el paquete... Muy bonito...... Me gusta. Gracias... Un beso".

Y me besó ardientemente en la boca.

Aunque quisiera no podría negar que en ese momento la pasión me abrasaba por dentro, secándome la garganta, y hubiera dado el mundo porque no existiese Paco. Pero no sólo era real sino que lo veía entre nosotros dos y mi imaginación albergaba su presencia amparando de este modo el derecho a su parte de amor.

"Supongo que es de tu talla porque creo que me sé de memoria el calibre de tu cintura..... ¿Me dejas que te lo pruebe?.

Y lo rodeé con el cinturón por encima de sus caderas devolviéndole el beso que me había dado antes. Y eso bastó para que Gonzalo quisiese lanzarse en picado, pero conseguí controlar la situación ofreciéndole algo de beber. Fui con una inusual diligencia a la cocina y de regreso me detuve un breve instante para coger aire. No tenía ni puta idea de como afrontar la cuestión. ¿Sería mejor a la brava o daría un sinuoso rodeo?. ¿O sería más sensato follar primero y dejar lo de Paco para la resaca posterior al ajetreo?. No. Si algo debía tener claro en este follón, es que tenía que ser honesto con ellos y conmigo en todo momento. Volví a sentarme y serví la bebida a Gonzalo.

"Estás algo más moreno... ¿No?"
"Tú también. Se ve que en la sierra estudiabas al sol"
"¡Hombre claro!... De estar jodido el menos aprovechar lo que se pueda"
"¿Sólo jodido de estudiar?"
"Por desgracia sí"
"¿No tenías a nadie por allí cerca?"
"Si nadie se refiere a ti, no"
"¿Es que no hay más nadies?"
"Por ahora no"
"¿Sólo por ahora?"
"Adrián, qué te pasa"
"¿Por?"
"Porque te encuentro raro... No sé. Como si estuvieses también en otro sitio diferente a este.... Es como si quisieses decirme algo y no supieses por donde empezar"
"¿Me quieres?". Pregunté de sopetón.
"Me gustas"
"¿Sólo eso?"
"Me gustas mucho..... Más que cualquier otro. Mejor dicho, más que ninguno otro. Nunca había sentido nada igual"
"Entonces me quieres. ¿Verdad?"
"Puede que sí... ¿Y tú?... ¿Me quieres a mi?"
"Sí"
"¿Estás seguro?"
"Totalmente seguro"
"¿Y entonces cuál es el problema?". Preguntó Gonzalo desconcertado.
"Que no sólo te quiero a ti"
"¡No me digas que estás casado o que tienes una novia y te vas a casar!"
"No... No es nada de eso"
"Entonces tienes novio.... ¿Y se puede saber desde cuando?"
"No es exactamente un novio... Es otro muchacho que conocí ahora en Ibiza"
"¡qué fuerte!. ¿No?..... ¿Y cómo se llama el afortunado?"
"Paco"
"¿Es guapo?"
"Tanto como tú"
"¿Joven?"
"Lo mismo que tú"
"Y le quieres más que a mi, claro"
"No"
"¿Me quieres más a mi?
"No"
"Quien te entienda que te compre, chaval"
"Es muy simple. Os quiero a los dos"
"¿De qué vas, tío?... ¿Te lo piensas montar una temporadita con uno y después con el otro?"
"No me entiendes"
"¡Perdona!. Soy algo burro y no capto bien el mensaje"
"No quiero que te enfades"
"¿Enfadarme yo?.... ¡Sólo faltaría!.... ¡Con lo claro que me lo estás poniendo!"
"Precisamente lo que intento es dejar las cosas claras... Yo no pretendo pasar un tiempo con uno y después con el otro, sino con los dos. Los tres juntos"
"¿Me estás proponiendo hacer un trío?.... Pues para eso no tenías que ir tan lejos. Me lo hubieses dicho y en paz. A lo mejor te digo que sí. Y mira, nunca probé y hasta puede ser que me guste la historia... Jamás se puede descartar nada sin experimentarlo.... Y cual es tu deseo. ¿Que me folle él también o que nos lo follemos juntos?.... O ambas cosas, naturalmente... ¡O puede que te mole vernos follar a los dos!"
"No tampoco se trata de nada tan simple como todo eso. Ni que pruebes tal experiencia o dejes de hacerlo. Mi alma se partió en dos y sólo juntos podéis volver a unirla. Al estar con él tú también estabas por medio y no podía apartarte de mi. Y ahora, aún estando a tu lado, tampoco me olvido de él"
"Y cuando follabais también te acordabas de mi?"
"Precisamente era cuando más me acordaba"
"Eso era que no te lo hacía bien"
"Maravillosamente bien"
"¿Mejor que yo?... Supongo que sí por lo que veo"
"Distinto"
"¿Y que te hacía?... Como se lo monta el chico?"
"Casi como tu"
"Llevando tú la voz cantante, naturalmente"
"Naturalmente. Como tú dices, para eso soy el mayor"
"El más viejo. Pero me estás pareciendo un niño encaprichado con tus juguetes"
"¡Ojalá sólo fueseis juguetes!. Pero sois mucho más de lo que nunca imaginé, y estoy convencido que os necesito a los dos. Ambos me dais lo que nadie supo darme jamás. Y a pesar de que os conozco desde hace poco tiempo, sé que a partir de ahora me será muy difícil prescindir de cualquiera de los dos"
"¡Alucino en colores contigo!". Dijo Gonzalo aún más perplejo.
"Lo lamento de veras mi amor, pero no puedo remediarlo"
"¡Mi mierda, diría yo!. ¡Lo único claro es que te lo pasaste pipa rompiéndole el culo al Paquito ese, y yo matándome a pajas pensando en ti, so cabrón!.... ¡Y encima dice que se acordaba de mi!... Sería para brindarme el polvo... ¡No te jode el tío!"
"Paco.... Perdón. Gonzalo...."
"Sí. Gonzalo. Soy Gon-za-lo. ¡Eh!... Al menos él te tuvo una semana de día y de noche. Pero yo nada.... En total tres o cuatro polvos y punto. A otra cosa. A joder con Paquito, y cuando vuelva de las vacaciones ya te la meteré otro poquito, chaval... ¡Ah!. No faltaría más. Un cinturón de regalo por haber sido bueno, tontín. Para que fuese todo más completo, debería ser de castidad. Así estarías más seguro de que en tu ausencia solamente me la menearía por partes... ¿No te parece?"

La angustia me atenazaba la garganta secándome la lengua y permanecí en silencio porque nada podía decir. El dolor de Gonzalo me dolía más que el mío. y mucho más aún por ser yo el causante de su sufrimiento. ¿Pero qué iba a decirle?. Cuanto más lo miraba, más lo quería y deseaba. Y cuanto más me rompía el alma más me entraba dentro de ella.

"¡Di algo!". Gritó. E inmediatamente rompió a llorar.

Lo cogí en mis brazos, apretándolo fuertemente contra mi pecho y meciéndolo como a un niño, y besé sus cabellos intentando acallar sus sollozos y los míos. Lloramos hasta acabar con las lágrimas del mundo, y seguimos apretándonos en un largo abrazo de besos y caricias. Y por fin su voz rompió el silencio.

"Amame por favor... Adrián, ámame... Te quiero.... Yo también te quiero"
"Sí mi amor..... Necesito tu amor como la vida y por eso debes saberlo todo. Jamás podrá haber secretos entre tú y yo. Sería traicionar lo más sagrado que pueda haber entre nosotros.... Tranquilízate mi amor... Estoy contigo y quiero estarlo siempre"
"Adrián quiero que me hagas el amor como a nadie se lo has hecho jamás. Quiero que seamos absolutamente el uno del otro. Y aunque sea esta la última vez hazlo sólo conmigo y sin nadie más. Solos tú y yo. Totalmente solos los dos... Vamos.... Ven conmigo"

Al abrir de nuevo los ojos, me di cuenta que en la calma que sigue al huracán nos habíamos dormido. Gonzalo continuaba pegado a mi espalda, sujetándome por detrás como si fuese su oso de peluche, y aún seguía soñando. No podía zafarme de él sin despertarlo, y me mantuve quieto cultivando una dulce duermevela mientras repasaba el fuego en el que nos abrasáramos tres horas antes. Esta vez fue Gonzalo quien llevó la iniciativa en todo momento. Quiso llevar la voz cantante (como solía decirme) y yo, con una complacencia inconmensurable, me fui dejando querer mientras la fiebre nos arrebataba el alma. Libamos el sexo como abejas avariciosas. Y sin necesidad de imponerse se abrió camino en mi carne llenando mis entrañas con la suya. Y me sentí más hombre que nunca al degustar (por primera vez sin dolor) ese extraño delirio, que cuanto más fuerte lo sentimos más placentero nos resulta. El me fecundó con su fuerza e inocencia y yo, haciéndolo al contrario, le aporté mi experiencia. Y nuestra vida, fundida en una, se derramó sobre nosotros. Nos pudo el cansancio, pero la magia de nuestro sueño la defendimos entrelazados en un único cuerpo.

Tuvo que pasar media hora más para que Gonzalo despertase y me librase de sus brazos. Me volví hacia él para mimar su vuelta en sí, e hice que ronronease como un gato mimoso. Su despertar tenía cara de haber sido feliz en su sueño. Y cuando ya pasaban las once y media, mis tripas gritaban de hambre, al igual que las de Gonzalo que también empezaban a quejarse. Pero la verdad es que no nos apetecía una mierda vestirnos y salir a la calle. Lo malo era que, aunque había suficientes cosas en el frigorífico, yo nunca fui un buen cocinero. Y mira por donde, Gonzalo me sorprendió una vez más y resultó un cocinero lo bastante bueno como para preparar un aceptabilísimo menú.
Sentados a la mesa (con velas encendidas y todo) parecíamos la idealización perfecta de una pareja de enamorados.

Flotábamos de emoción, y confieso que ni tenía a Paco en mi recuerdo ni tampoco deseaba sacarlo a colación, pero Gonzalo retomó el problema insistiendo en conocer toda la historia. Conté paso a paso lo sucedido en Ibiza sin omitir nada, y me escuchó en silencio sin reprimir que en algún momento sus ojos se humedeciesen. Y al terminar me preguntó:

"¿Estás seguro de que él también te quiere?"
"Sí... Creo que sí... Tendría que ser un gran actor para fingir tan bien... Y, de todas formas, hay cosas difíciles de disimular y el engaño no se mantiene tanto tiempo"
"¿Y por qué no le hablaste de mi?"
"No sé... Entonces aún no lo tenía demasiado claro... Es posible que inconscientemente quisiese que tú lo supieses antes que él"
"¿Vas a hablarle de mi?"
"Claro"
"¿Por teléfono?"
"No... No sería justo. Hay que decírselo cara a cara aunque resulte mucho más duro. ¿No crees?"
"Sí.... ¿Y si no te dejo volver con él?"
"Sí me dejarás. Tú mismo querrás que lo haga... ¿O acaso quieres vivir con un fantasma?"
"No prefiero luchar con él en igualdad de condiciones"
"No se trata de que luches ni te pelees con él. Si le conocieses seguro que le querrías también.... Es un chaval verdaderamente encantador... Casi tanto como tú.... en serio.... Es un chico estupendo"
"De momento para mi sólo es un chulo... Puede que arrepentido, pero un chulo"
"¿No es un chulo!. Es tan buen muchacho como tú. O incluso más niño si cabe"
"¿Y por qué a él no le diste lo mismo que me diste a ahora a mi?"
"Porque tú y él sois distintos. Y cada uno me dais y me cogéis lo que en ese instante necesitamos ambos... Nada más"
"¿Tienes alguna fotografía?"
"Sí... ¿Quieres verla?"
"Me da igual"
"Espera".

Y me levanté para coger unas fotografías que había hecho en Ibiza con Paco.

Gonzalo las miró despacio sin decir nada, y remiró un primer plano de la cara de Paco, que estaba realmente guapísimo, y dijo:

"Al menos es fotogénico"
"Es guapo". Dije yo.

Quedamos callados y Gonzalo cogió mi mano rozando son sus labios los dedos, lenta y suavemente, y me miró tiernamente.

Aquello iba a ser lo que desencadenase nuevamente nuestro furor y volvimos a enzarzarnos, con renovado ímpetu, en un arrebato mucho más vehemente que cualquiera de los anteriores. Ya no llevaba la voz cantante ninguno de los dos, sino que ambos gozábamos del placer que sentía el otro. Sin necesidad de palabras nos turnamos ofreciendo el pene o el culo al otro para que se despachase a gusto con lo que pudiera apetecerle hacer en ese instante. Me abrió las nalgas y comió mi esfínter antes de empalarme otra vez en su erguida estaca de carne dura y latiente. Noté como me invadía deslizándose sin oposición ni esfuerzo, y creí perder el sentido con cada empujón que me propinaba para enterrármela cada vez más adentro. Supongo que a muchos de mis lectores los habrán follado a gusto y han ascendido al cielo en un delirante torbellino de sensaciones casi inimaginables, pero lo que si puedo decirles es que Gonzalo no sólo me sodomizó ese día, sino que me folló el alma dándome por el culo en toda regla. A él también le tocó su turno y lo enculé con todas mis fuerzas haciendo que sus nalgas rebotasen en mis muslos como la goma maciza contra un muro. El chico resoplaba como un búfalo en plena carrera sobre la sabana africana, y cuanto más me sentía más me rogaba que se la clavase rompiéndole el ano. Vertimos cuanta reserva de semen pudiera quedarnos, y el sudor nos bañaba de pies a cabeza goteando las sábanas.

Y así continuamos sin pausa y sin prisa hasta que la efusión amorosa nos transportó a la madrugada, alcanzando una intensa plenitud emocional (¡Qué bonito!). Pero me reventó el hígado la alarma del puñetero despertador anunciando las ocho de la mañana. Gonzalo ni se había enterado y me costó un triunfo despabilarlo para ir a la escuela. Daba pena hacerlo. Tanto, que si no me hubiese advertido que tenía una clase importante habría dejado que durmiese algo más y ya lo llamaría a media mañana desde el banco. Lo incorporé en la cama con esfuerzo, obligándole a sacudirse las somnolientas telarañas, y lo arrastré literalmente a la ducha para que reaccionase bajo el agua. Costó un Potosí conseguir que Gonzalo se despejase al no haber dormido lo suficiente. Estaba más impertinente que un crío chico. Aunque también es verdad que, como a los críos, lo contenté con poca cosa. Bastaron dos o tres arrumacos y enseguida salió a relucir su talante jovial y su risa cascabelera. En todo caso, la separación iba a ser corta , ya que, con todo lo sucedido, necesitábamos acompañarnos mutuamente y determinamos que nos veríamos en mi casa después del almuerzo. El debía estudiar, pero lo haría en mi apartamento para estar más tiempo juntos. Y para ello prometimos un razonable comportamiento que no le impidiese hacerlo. Otra caso sería que pudiésemos contener nuestros apetitos cada vez más a flor de piel. La jornada en el banco se me hizo interminable entre la excitación nerviosa y el afán por estar con Gonzalo. Pero hacia las doce vino en mi ayuda Enrique, que había salido del trabajo para hacer unas gestiones y tuvo la feliz ocurrencia de pasarse por mi oficina con la intención de invitarme a tomar un piscolabis. Lo del refrigerio era una burda excusa, naturalmente. Su verdadera intención era saber lo que había pasado con Gonzalo y si me había atrevido a plantearle lo de Paco. Al principio no quedó muy convencido, pero terminado el relato (con los cortes de censura que la prudencia aconseja, ya que, en contra de la opinión de Cris, hay ciertas intimidades que a nadie interesan) se mostró bastante sorprendido por la reacción del muchacho, ya que estaba seguro que me mandaría al carajo por frívolo y pendón. Y con toda la razón del mundo, además. Desde luego, él no me habría pasado semejante desvarío. y acabó por compadecerse del pobre chico por lo muy colado que demostraba estar por mí, y lo mucho que iba a sufrir por ello. Estuve por agradecerle el buen concepto en que me tenía en cuestiones amorosas, dándole una hostia por mamón, pero me contuve por el mero hecho de que estábamos en un lugar público y nunca me gustó hacer escándalos de forma gratuita. Quise razonar haciéndole comprender que sus ideas sobre el amor y las relaciones de pareja no gozaban del privilegio de la suprema verdad, sino que, aunque le pareciese mentira, existían otras tan buenas como las suyas; y, por tanto, defendibles igualmente. Y ello, sin suponer, bajo ningún concepto, que mis sentimientos hacia los dos chicos fuesen el paradigma del amor perfecto. Ni mucho menos el modelo a seguir para que se desenvolviese una relación ideal. Quizás fuese un tipo raro de amor, o solamente una mera ilusión pasajera, pero mientras lo creyese posible tenía que ser sincero contigo mismo y ante todo con los dos chavales.

Enrique admitió entenderme, pero tácitamente preferimos cambiar de conversación, y me habló de su fantástica relación con Raúl (de lo que me alegro infinito) y de la maravillosas y emocionantes vacaciones que habían disfrutado durante la semana santa (lo que también me sigue alegrando mogollón). Y esto lo digo sin ningún tipo de cachondeo, ya que me alegro de lo bien que puedan pasárselo mis amigos. No sólo me alegro, sino que disfruto sabiéndolos felices. De lo contrario poco los querría y no tendría sentido que los considerase como tal. Y conste que Enrique también desea que sea feliz y me lo pase pipa. Lo que sucede es que siempre fue más remilgado para ciertas cosas (sobre todo en cuanto al sexo) y querría que compartiese sus ideas y teorías (mucho más conservadoras que las mías) respecto a tal materia. Piensa que así, con un criterio más formalista, serían menos frecuentes esos fútiles devaneos amorosos que nunca llegan a ninguna parte. Excepto al catre, lógicamente. Y que, por otra parte, eso es precisamente lo que se pretende con ellos, como seguramente afirmaría mi amigo Cris con su incorregible frivolidad. En fin. Me pareció imposible lograr que Enrique comprendiese mi situación, y pensé que quizá el tiempo consiguiese demostrarle que esa clase de amor también existe y es posible mantenerlo como cualquier otro mucho más convencional.

Comí en uno de mis restaurante habituales cercano al banco, y regresé a casa con tiempo suficiente para llamar al móvil de Paco. Porque esto del móvil ya es una fiebre incontenible, y casi se puede asegurar que no queda bicho viviente que no esté localizable a través de dichos artefactos. Y sobre todo los gay. ¿Qué sería de nuestra vida sexual sin el móvil?. ¿De qué forma mantendríamos contacto con nuestros chulazos?. Para poder sobrevivir hoy en nuestro mundo, el móvil es casi tan fundamental como el condón o unos calzoncillos Calvin Klein. Bueno esto puede que sea algo exagerado, pero lo cierto es que hay cosas imprescindibles para todo gay que se precie. Y lo más vital a la hora de meterla en agujero ajeno, tanto para los gay como para los hetero, es un resistente y aséptico condón.

Volviendo al asunto, a Paco solamente pude dejarle un mensaje en el puto contestador (¡y mira que me jode ese invento!), porque la voz gangosa de una señorita me dijo que el coño del teléfono no se hallaba operativo. Me entretuve haciendo café mientras esperaba la llamada de Paco o la llegada de Gonzalo, y fue la primera la que se adelantó apenas transcurrido un cuarto de hora, después de haber dejado el mensaje.

"¿Diga?"
"¿Adrián?. Soy Paco... ¿Cómo estás?"
"Bien.... ¿Y tú?"
"Contento con el trabajo, pero deseando verte... Sé que no se puede tener todo, pero tengo ganas de ti"
"Pronto nos veremos.... Quizás antes de lo que pensaba"
"¿Vas a venir?"
"Creo que sí... Primero tengo que ir a Galicia con mi madre. Pero procuraré ir cuanto antes"
"No me hagas ilusiones si no piensas volver"
"Si digo que iré es porque voy a estar contigo... Primero porque quiero verte de nuevo. Y segundo porque tenemos que hablar"
"¿Sobre qué?"
"¿Sobre que imaginas?"
"No sé"
"Sí sabes"
"Dímelo tú"
"No seas curioso. Ya lo sabrás"
"Dímelo"
"Por teléfono no"
"No seas cabrón... Venga"
"Cuando estemos juntos... Además tampoco la cosa es para contarla por teléfono"
"¿Me quieres?"
"También lo sabes"
"¿Te acuerdas de mí?"
"Sí... ¿Y tú?"
"¡Qué cachondo eres!... ¿Tengo que contestarte?"
"Me gustaría oírlo"
"Sí... A todas horas.... Cambiaste mi vida y todavía no me lo puedo creer"
"Yo no cambié nada. Nosotros mismos cambiamos nuestras vidas. Yo sólo te eché una mano, pero el resto es cosa tuya"
"¡Macho, si te sigo es por lo bien que hablas... Como tu digas. Pero desde que te conocí las cosas son distintas... Puede que sea verdad lo que dices, pero yo digo que es gracias a ti"
"Agradécemelo cuando estemos juntos"
"Cuando y como tu quieras. Sólo tienes que decirme el lugar y el modo"
"El cuando ya te lo he dicho. Cuando estemos juntos. Y el modo no tengo que decírtelo. No hace falta. Sabes de sobra como hacerlo. Y eso no creo que suponga agradecimiento por tu parte. O al menos espero que sea otra cosa y no eso"
"Sí, pero también me gusta oírte decir lo que vas a pedirme o que deseas hacer conmigo"
"Pues no te lo voy a decir... Bueno. A lo mejor mañana cuando vuelva a llamarte"
"¿Vas a llamar mañana también?"
"¿No quieres?"
"¡Sí!"
"¿Entonces?"
"Te quiero"
"Yo también"
"Dímelo"
"Te quiero"
"Otra vez"
"No te pongas pesado"
"Dímelo"
"Te quiero... Te quiero.... Te quiero... "
"Hasta mañana.... Un beso"
"Ciao... Un beso"
"Besos"

Debía ir a Ibiza cuanto antes y decírselo también a Paco. ¿Pero cómo lo tomaría?. Me daba más pánico herirlo a él que a Gonzalo, ya que su situación era difícil y lo hacía más vulnerable que a éste. ¿Por qué no le habría hablado del otro antes de que la historia empezase a coger tono?. En aquel momento no me pareció prudente, pero ahora lo lamentaba un montón.

E
l timbre de la puerta me devolvió de nuevo al plano real, y mis preocupaciones mitigaban su rigor con sólo ver a Gonzalo.

"¡Hola!"
"Hola"
"Un beso gordo"
"Toma beso gordo"
"¿Todo bien?"
"Ahora estupendamente.... ¿Trajiste todos los libros?"
"Todos... Pero lo que no traje son demasiadas ganas de estudiar"
"¡De eso nada!... Vienes a estudiar y vas a estudiar"
"Sí papi... ¿Me castigarás si no lo hago?"
"Naturalmente"
"¿Y cómo?"
"Te lo diré a su debido tiempo"
"¿Y si estudio qué me vas a dar?"
"También te lo diré en su momento... Primero estudia, y luego ya veremos que te doy"
"¿Me das lo que yo quiera?"
"Sí. Lo que tú quieras, pero estudia"
"Primero quiero café"
"Vale.... Café.... Pues vete poniéndote que ya lo preparo"
"¿Cómo prefieres, boca abajo o boca arriba?"
"Con la boquita encima del libro... Venga".

Dije dándole una palmada en las cachas y entré en la cocina para hacer café.

Sorbimos despacito, aspirando el aroma del café, alargando los breves minutos de que disponíamos antes que Gonzalo comenzase a chapar. Y estudió mucho, después de todo. Se comió los libros hasta que, pasada la mitad de la tarde, lo interrumpí con la excusa de una pequeña merienda. Aunque la verdad era que no aguantaba más sin tenerlo un ratito para mí, y me agradeció la distracción, no sólo por mi compañía, sino porque sin duda tenía apetito. O al menos eso demostraban las ganas con que lo comió todo. Tampoco voy a negar que nos hicimos algunas tonterías, pero supimos comportarnos como casi adultos. Y terminado el descanso, Gonzalo puso otra vez los codos sobre la mesa sin rechistar y no levantó cabeza hasta que llegó la cena que había pedido al restaurante más cercano. Después vimos la tele, y sobre todo hablamos de nuestras cosas y también de Paco. Porque el chaval lo saco a relucir y me preguntó si había hablado con él. Contesté que sí, y quiso saber que tal estaba y si conocía su existencia.

"Todavía no". Dije. "Ha de ser en persona como hice contigo". Añadí.

Quedó callado pero lo comprendió. Y empezó a darme la impresión que se iba encariñando con Paco, e incluso pensé si no sería mejor sacrificar a uno quedándome sólo con el otro como decía Enrique. El problema no solamente era que no supiese a cual eliminar, sino que ni me apetecía hacerlo ni me sentía capaz de ello.

Gonzalo empolló otra vez sus libros durante un largo rato. Y cuando el cansancio ya lo vencía, lo rescaté en mis brazos envolviéndolo en ternura y soplando a su oído amorosas caricias. Aunque tenía sueño su naturaleza respondía contra viento y marea. ¡Ni que por sus venas corriese semen en lugar de sangre!. Le evité el mínimo esfuerzo y le di un masaje por todo el cuerpo, que en vez de relajarlo como era mi intención (eso puedo jurarlo), se puso a cien por hora, soplando como el potro que apenas sabe aún montar una yegua. Estaba visto que así no se dormía ni el enano dormilón de Blanca Nieves. E impidiendo que se levantase se la mamé, presionándole la punta del capullo con los labios y masajeándole los cojones, mientras yo me la cascaba con la otra mano.

Apaciguado el primer arranque nos dormimos casi incrustados de puro apretarnos, y esa noche fue realmente sublime a pesar de que no hubo más sexo. y por primera vez desde que había conocido a Paco no necesité más compañía que la de Gonzalo. Este chaval supo encontrar dentro de mí lo más positivo de mi personalidad, y consiguió sacar a la luz desde lo más recóndito mi auténtica esencia. Y aquí no pienso hacer ningún comentario más.

Flotando en un séptimo cielo nos encontró el fin de semana. No sé por qué tiene que ser precisamente el séptimo, que me suena a la caballería yanqui de las películas del oeste, pero desde pequeño oí decirlo, y ahora me pareció bien ponerlo aquí. ¡Qué le vamos a hacer!. Caprichos de autor. Pero sigo con la historia. Me hubiera gustado un montón llevar a Gonzalo a Galicia, pero yendo a ver a mi abuelo, que es algo carca, la verdad es que no lo consideré muy acertado. Y no por mi madre que estoy seguro que el chico le va a encantar en cuanto lo vea. Y, después de todo, sólo estaría fuera el fin de semana y la cosa tampoco era para tanto. El lunes sin falta ya estaríamos juntos otra vez.


Capítulo IX
Mi madre se puso muy pesadita con eso de no llegar de noche a Galicia y tuvimos que salir de Madrid a las nueve de la mañana. Y durante el camino, aprovechando que no tenía que conducir, me largué una sonata brutal hasta bien pasado Mota del Marqués. Grandes manchas verdes, ligeramente sangradas de pequeñas amapolas, cubrían la tierra parda de Castilla, llena de sol hasta su lejana unión con el espeso azul del cielo. Sobre el brillo azulado del asfalto rebotaba la luz del pleno día, reflejándose también en los colores metálicos de los automóviles, que en número no demasiado excesivo circulaban en ambos sentidos.

Llegando a las puertas de Benavente, Manolo nos preguntó dónde deseábamos parar para repostar, en el más amplio sentido de la palabra, y proseguir nuestro camino. Y mi madre, siempre en guardia para no perder un ápice de su autoridad sobre todo ante las personas de su servicio, le ordenó:

"Siga a Puebla de Sanabria".

Y el asunto habría quedado zanjado sino fuera porque yo me estaba meando vivo y, haciendo clara ostentación de mi urgencia, me apresuré a pedirle que nos detuviésemos en el primer bar o gasolinera que encontrásemos. Manolo debía encontrarse en situación parecida y le faltó tiempo para dejar al ruta en cuanto avistó al borde de la carretera un hostal con bar y restaurante. Los dos miccionamos por turnos, mientras mi señora madre permaneció impasible en el interior de su elegante automóvil alemán, azul oscuro. Y no es por tirarme un farol, pero al entrar en el bar se me quedó mirando un muchachito bastante bien parecido que vino al servicio detrás mía. Se me insinuó en los meaderos sacudiéndose el pito para ponérselo duro, pero pasé de él totalmente. Ni era el lugar ni el momento más adecuado para distracciones de esa naturaleza. Y eso que el chico daba la impresión de tener un culo digno de una buena palmada con posterior introducción de una rotunda verga en su ojete. Tenía toda la pinta de ser un chaval del pueblo más próximo y rezumaba salud, frescura y dureza de carnes. Desde luego se veía muy bien criado y en otras circunstancias estoy seguro que me lo hubiese comido crudo sin dejar de chupar ni un solo hueso. Pero en aquellos días, aunque allí mismo se hubiese bajado los pantalones y me mostrase el ano abriéndose de piernas, nadie ni nada que no fuese mis dos adorados tormentos podía atraerme. Desde mi vuelta de Ibiza sólo ellos me quitaron el sueño. Quizás se debiese a una especie de regeneración, o sencillamente que me comieron el coco dejándome tonto. Pero lo cierto es que no me apetecía catar más carne que la de mis dos cervatillos. Cada vez que se lo contaba a Cris no se lo podía creer. Eso era algo muy fuerte para él y sólo se debía a que me echaran un mal de ojo (O meigallo, como se dice en mi tierra) y me habían vuelto gilipollón de baba. ¡Y hasta puede que tuviese razón!. Pero creo que no. Ni tampoco que un hada madrina me tocase en la cabecita, como en los cuentos, y me concediese dos fantásticos dones de carne y hueso. Y de haber sido así, el gusto de la tía era cojonudo. Porque, pasión aparte, de los dos regalitos sólo cabía decir: "¡La madre que los parió!". "¡Buenísimos!". "¡Cómo los huevos fritos de corral, para mojar pan y chuparse los dedos!. Más que un hada tendría que ser un hado mariquita. ¡Divinísima ella, eso sí!. Y evidentemente se pirró por los dos chavalotes y quiso obsequiármelos por ser bueno. ¡Seguro que fue eso!. ¿Qué podía ser si no?. Puesto que si he de ser franco, no creo habérmelos merecido.
Reanudada la marcha por tierras leonesas, camino ya del antiguo reino, cuyas armas rememoran el milagro del Cebreiro, la tierra perdía aridez y la creciente vegetación, que suaviza su mítica soledad, me distraía en mi paciente escucha del programa de actividades que mi madre se había propuesto como objetivo del viaje. Mientras asentía a sus proyectos por puro formalismo, dejaba vagar la mirada por el verde claro de los chopos, alineados cerca del río en perfectas formaciones militares, que cual espigados y altivos guerreros, con ocasión de alguna solemnidad, nos ofrecen el espectáculo de una perpetua parada alardeando de su fuerza y dispuestos para pasar revista.

Cuanto más nos acercamos a mi tierra, el paisaje se accidenta, perdiendo su llana simplicidad, para anunciar la rebelión de los montes alzados contra el cielo y oscurecidos por nubes y tormentas, tras los que se guarda el ancestral suelo gallego. Sanabria es el preludio del exuberante verdor de la tierra de mis abuelos, que como una instantánea desvela lo que encontraremos al traspasar las rapadas sierras que cercan aquel viejo país a modo de gran muralla.

A la una estábamos en Puebla, y la jefa de la expedición ordenó continuar la marcha al parador de Monterrey, donde almorzaríamos aproximadamente a las dos, que es la hora acostumbrada en este país para cubrir tales necesidades. Porque todo hay que decirlo y esa es la hora lógica para el condumio. Ni demasiado temprano que suene a desayuno, ni tampoco tan tarde que se convierta en una merienda. El resto del mundo puede hacer lo que quiera, pero nosotros, como siempre lo hemos hecho. Desayunamos cuando nos levantamos. Es decir, sin hora fija. La comida a su hora. Osea de dos a tres. Y la cena después de las diez de la noche, según se tercie. Y si se tienen costumbre de merendar, hay que hacerlo sobre las seis, porque aquí a las cinco sólo se va a los toros. Y el té que lo tome Rita a esa hora. O los ingleses, que se su problema y no el nuestro. Donde esté una buena merendola a media tarde con embutidos, tales como chorizo, butifarra, u otras delicadezas, que se quiten las pastas y los tés. Y también quién los inventó. Y qué me dicen de un chocolate con churros, porras o picatostes, sin ir más lejos. El problema está en que nuestra merienda es bastante más cara que ese agua coloreada en oscuro que beben por ahí arriba acompañándose de dos o tres frugales trocitos de masa cargada de mantequilla, y que tan finamente denominan pastitas de té. ¡Pues para ellos!. Es preferible un cacho de pan con tomate, aceite y sal. Y además es mejor para eso del colesterol, que tan de moda está en estos tiempos.

Pasábamos ya las portiñas del Padornelo y la Canda, entre montes de piel verde oscura, tamizada de morado brezo y salpicada de amarillo por las mimosas, y mis tripas se ponían impertinentes reclamando alimento. Mi madre, aunque no lo dijese, también debía sentir apetito (ya que una verdadera aristócrata parece que nunca debe sentir hambre) porque preguntó con cierta ansiedad cuanto tiempo faltaba para llegar a Verín. Y Manolo (siempre respetuoso y considerado con su jefa) la tranquilizó diciéndole:
"Señora. Estaremos en el parador a la hora prevista"
"Gracias, Manuel... Pero vaya Vd. con precaución". Respondió ella amablemente.
"Pierda cuidado, señora". Contestó él.

Al salir del segundo túnel ya estábamos oficialmente en Galicia. Y yo miraba por la ventanilla, como si fuese la primera vez, los pequeños campos cultivados y las oscuras casas de lajas, techadas también con pizarras, moteando el panorama hasta agruparse en torno a un campanario barroco o una humilde espadaña, que señalan una aldea perdida entre los montes. Apenas se veía gente por tales andurriales, a no ser cerca de las casas que flanquean la calzada y principalmente en los bares y gasolineras. Casi todos transeúntes que van de un lado para otro. Mayormente del mar a la meseta y de la meseta al mar.

Descendimos las cimas entre vueltas y revueltas, saltando valles, y al tranquilizarse el viaje con un camino menos accidentado ya avistamos el noble castillo románico de Monterrey que data del siglo XIII y a cuyos pies se instaló Verín bajo la protección de su señor.

No había excesiva clientela en el parador, situado frente al castillo del que tomó su nombre, y nos acomodaron a mi madre y a mí en una mesa, cerca de un ventanal, y a Manolo en otra al lado de la puerta del comedor. Porque ni él se sentiría a gusto comiendo en la misma mesa que su señora, ni a ella se le ocurriría sugerírselo, forzándolo a estar incómodo y cohibido por ello. Por otra parte, a mi madre le encanta hablar con plena libertad de lo que le viene en gana, cosa que no podría hacer sentada a la misma mesa con alguno de sus sirvientes. A excepción, claro está, de Germana, que es de la familia y siempre come con ella cuando viajan juntas (que suele ser lo habitual, aunque está vez me haya tocado a mí la china).

Mi madre no suele ser de mucha comida, y a mí cuando viajo tampoco me gusta pasarme ni en el comer ni en e beber, por lo que ordenamos un menú ligerito y continuamos comentando diversos aspectos relativos al motivo de nuestro viaje.

El fundamental era la salud de mi abuelo, que preocupaba mucho a su hija y también a mí, que soy el mayor de sus nietos. Que sea un tanto retrógrado no implica que no lo quiera. Lo que pasa es que hubiera deseado tener un abuelo un poco más moderno y liberal para ciertas cosillas al menos. Pero en el fondo no es mala persona. Y, al fin y a la postre, se le va toda la fuerza por la boca. A la hora de la verdad es más blando que su hija y que yo mismo. Y, aparte de sus dolencias, el hombre se sabe viejo y eso cuando menos asusta. La paulatina merma de facultades y las crecientes molestias le hacen tanto temer la muerte como quererla. Pero esa es la eterna disyuntiva humana. Se desea una vida sin límite y se odia la vejez. Se rechaza la ancianidad pero no asumimos la muerte. y el buscado elixir de la eterna juventud ni existió, ni existe, ni existirá jamás. Todos estamos destinados a morir con o sin decrepitud. Sólo es cuestión de darse más o menos prisa para ello. Por eso cuando decimos que no queremos llegar a viejos mentimos miserablemente como bellacos. No es cierto. Queremos llegar a viejos porque nos da terror morirnos. Y quizá sea por el simple hecho de no saber que hay detrás de lo que podemos ver. En fin. Me he puesto un poco trágico y aquí de lo que se trata es de hacer pasar al respetable un rato cachondo sin sorber a nadie el coco.

Cuando nos llegue el momento, a morir tocan. Y aquí paz y después gloria. A otra cosa mariposa. O mariposilla, o mariposón, que de todo hay en la viña del Señor. Vayamos pues al grano y dejémonos de pamplinas y otras mariconadas que no sean aquellas que interesen a mis posibles lectores. Aguardamos la cuenta con una segunda taza de café, y, al salir del hotel, Manolo ya estaba a la puerta con el coche, sujetando la portezuela posterior derecha, en espera de que montasen su jefa y el crecidito hijo mayor de ésta, que soy yo.

Nuestro viaje se reanudó por el corazón de las tierras gallegas con rumbo al litoral, donde se ubica el pazo de Alero justo a caballo entre las rías de Arosa y Pontevedra.

Con alguna que otra paradita mingitoria y aprovisionamiento de combustible por medio, sobre las siete de la tarde vislumbramos el portalón blasonado de la casa del marqués de Alero y señor del pazo del mismo nombre, mi abuelo Humberto.

La primera en recibirnos fue la señora Hortensia, la casera de la finca, que es una buena mujer, y se deshacía en aspavientos demostrándole a mi madre su devoción y respeto, apresurándose también en llamar al resto del servicio para que recogiesen nuestro equipaje. La escena recordaba un tanto aquellos tiempos ya pasados de damas encorsetadas y señores de mostacho, patillas y chistera, que vemos en las películas. El abuelo, atrincherado en un viejo orejero de cuero deslucido, nos esperaba en la sala de estar con la vista algo perdida posiblemente en pícaras aventuras de antaño. El viejo fue un gran fornicador, según cuentan. Y mi abuela tuvo que echarle mucha paciencia, ya que era lo único que les quedaba a las señoras de entonces cuando el marido les salía un pelín rana. Que era lo normal en muchos casos y sobre todo en este mundo de la alta sociedad, siempre moralista con los estamentos considerados inferiores y la mar de permisiva e hipócrita con respecto a quienes pertenecen a ella. Hoy día todo va cambiando y las mujeres, en cuanto se les hinchan los ovarios, mandan a los hombres a freír monas después de darles un curso acelerado de nueva cocina por lo menos. Hay machitos que son incorregibles, Y no machitos también. Que conste y quede claro. Ya que heteros y gay tenemos los mismos defectos más o menos. Bueno. Y ellas también tienen su aquel de vez en cuando. No caigamos en la fácil tentación de adornarlas sólo con flores. Ambos sexos tienen sus valores (idénticos unos y otros) que se equilibran y complementan, sin perjuicio de que aún conserven resquemores, fruto de tantos siglos de injustas vivencias y situaciones diametralmente desiguales.

Al vernos, el marqués abandonó su añoranza, recobrando el recuerdo de su antiguo empaque, para darnos la patriarcal bienvenida a su sereno hogar.
Con emoción mal reprimida abrazó y besó a su hija y a continuación a mí, su futuro heredero como inexplicablemente se empeña en recordarme de un tiempo a esta parte cada vez que me tiene delante suya. ¡Ni que tuviese ganas de llevarse por delante a mi madre!. También puede ser que al ser mujer la considere una heredera circunstancial de segunda clase, en régimen transitorio, hasta que la auténtica sucesión tenga efecto recayendo sobre los fuertes hombros de un varón de su misma sangre. Desde luego un pensamiento tan machista sería muy propio del marqués, pero qué equivocado está el pobre hombre. Si hay alguien fuerte en esta familia es precisamente su hija, que se parece mucho a su madre (una catalana de armas tomar e increíble habilidad mercantilista, mi querida abuela materna, que afeitaba un huevo y sacaba lana).

Sin pérdida de tiempo, mi anciano abuelo nos puso al corriente de los sufrimientos que padecía, en parte por su enfermedad y mucho más por su hipocondría, y, terminado el inventario de males, llamó a la buena de Hortensia con el fin de darle prisa para que empezase a ordenar la cena, puesto que el señor quería acostarse temprano. Ya hacía demasiado tiempo que se aburría en aquel caserón y el hombre venía haciendo la misma vida que las gallinas. De sol a sol. Bueno. Es un decir. Porque me consta que si bien se acuesta con el sol no se levanta hasta bien entrado el día. Podrá padecer lo que sea, pero jamás se ha herniado con ningún esfuerzo.

La vieja casa me trajo recuerdos de mi infancia y adolescencia. De intrépidas batallas de indios y corsarios en las que impepinablemente yo era el héroe audaz y mi hermano mi primer lugarteniente. Esas fueron las únicas ocasiones en que abusé de mi condición de primogénito y heredero de ilustres títulos de nobleza. La ocasión era propicia para ello, no cabe duda. Tratándose de gestas de heroica belicosidad, qué puede haber más oportuno que un titulado capitán. Por supuesto que la casa me evoca también esas otras hazañas, todavía más osadas, que corrí en las postrimerías de la dorada inocencia con Antón. Sin olvidar tampoco mi primer trío en los establos de doña Catalina con Cuco y un desconocido y prieto macharrán del pueblo, rebosante de salud, que si no me desvirgó ese día fue porque no se lo propuso, ni surgió la oportunidad para ello dada la avaricia de verga que tenía Cuquito. ¡Qué bueno estaba aquel jodido mozo!. Un auténtico producto de la tierra sin adulteración de ninguna clase. ¡Natural como la vida misma!. Sin artificio ni complejos, machacaba el culo del afeminado y consentido Cuco hasta sacarle por los ojos todo el puterío que el madrileñito llevaba dentro. Yo también le metí una follada salvaje al nieto de doña Catalina, pero el adolescente macho le rompía el ano con cada embestida que le daba con su férrea y gruesa polla. ¡Me pongo cachondo sólo con recordarlo!. Y ahora que lo pienso, Gonzalo podría ser la versión urbana de aquel joven gañán. ¡Al menos en la forma de dar por el culo!. ¡Joder!. En cuanto se anima te lo destroza. Y el caso es que te da tanto gusto el muy cabrón que lo último que desearías es que parase de follarte y te la desclavase del ano. Pasión y energías de juventud, que se dice. Y eso debe ser, porque con el mismo ímpetu que te da recibe. Lo mismo se entrega cuando pone el culo que a la hora de empalarte en su estaca de placer. Pero volviendo al guión y a los recuerdos que despierta en mí la casa de mi abuelo, he de decir que en cuanto entro en el comedor, esa enorme sala me trae a la memoria la última navidad que pasamos con mi padre, escasos meses antes de su muerte. Hasta ahora he hablado poco de mi padre, y poco voy a hablar de él. Pero, no obstante, quiero reiterar el profundo respeto y amor que tengo por su memoria. Esencialmente era un hombre bueno con todo el mundo. Nunca hizo daño a nadie, adoraba a su familia, y supo hacer feliz a su mujer. ¿Qué más se le puede pedir a un ser humano?.

Tengo la impresión que los años han ablandado a mi abuelo ya que se mostró extremadamente cariñoso conmigo durante la cena. Con su hija es normal porque siempre lo ha sido. Pero a mí me tenía de ojo por eso de ser rarito y no es un secreto que su preferido es mi hermano. Se ve que con la vejez da menos importancia a la rareza y más al hecho de tener rabo entre las piernas. Porque eso indudablemente lo tengo. E incluso a veces me ha traído alguna desgracia de tan juguetón e inquieto que es. Y también es verdad que ahora ando un poco más tranquilizado al respecto. O al menos centrado. Entre dos, pero centrado al fin de cuentas. Puede ser que con los pollazos que me propinó Gonzalo, el puto pito se ha enterado por fin de lo que vale un peine . Sujeto no está, ni hace falta, ya que ahora rara vez se acuerda en irse de parranda en busca de placeres distintos a los de mis dos novietes. Como diría Enrique, va siendo hora que se vaya haciendo formal, que ya tiene edad suficiente para eso.

Un poco por cansancio o por no tener mucho más que hacer, nos retiramos a media noche dejando para el día siguiente los asuntos relacionados con la finca que debíamos tratar con mi abuelo. Paseé la vista a mi alrededor, tomando un plano general del dormitorio, y comprobé con cierta satisfacción que en esa habitación el tiempo no había pasado. Todo estaba igual que entonces y hasta notaba en mi interior la misma inquietud de cuando era un niño. Fue tal la sensación que me costó trabajo reconocer mi imagen reflejada en el espejo. Vi un hombre cuando sólo esperaba ver un niño. O al menos un joven adolescente. Y vi a un hombre hecho y derecho. Quizás algún rasgo en la cara, pero por lo demás poco quedaba ya de aquel niño. Y mi mundo se trastocó. Desde ese instante percibí mi madurez y comprendí que nunca podría volver a jugar con indolencia como un niño. La vida se convertía en un trago serio que había que continuar pasando con dignidad, adaptándose a edades y tiempos, y sin olvidar el punto de partida para no perder el de destino. La melancolía me durmió entre sus redes y la alegría resplandeciente del sol me trajo otra vez a mi vida.

Por la mañana, invadido de ánimo y vigor, me moría de hambre y bajé a toda leche pidiendo el desayuno. Hortensia, que es un amor, me sirvió un banquete mañanero que no se lo hubiese saltado un torero. Hasta mi madre, extrañada por mi voracidad, me advirtió que me sentaría mal tanta cosa. ¡Pero qué va!. Me cayó de puta madre. Se me quitaron todas las insanas miasmas que traía encima. Todo era distinto. El mundo, un espléndido escenario. Y la vida, la obra maestra cuya representación se realiza regida por un gran director.

Repuesto plenamente mi ánimo necesitaba actividad y apuré a mi madre para irnos a Pontevedra, donde debíamos ocuparnos de temas relacionados con las propiedades de la familia, que reclamaban nuestro interés, y también de otros asuntos legales de los que nos pondrían al corriente los abogados de mi abuelo. Además, teniendo en cuenta lo quejica que es el viejo, sería bueno visitar a su médico para hacernos una idea exacta del estado real de su salud. Ya que, al parecer, si creemos a pies juntillas lo que él dice, tendría que estar ya a las puertas del otro mundo.

No hay demasiada distancia desde el pazo a la capital y enseguida estábamos en el centro de la ciudad. Dijimos a Manolo que nos dejase cerca de la Peregrina y que nos recogiese tres horas más tarde en una cafetería de toda la vida situada en pleno centro.

Hechas todas las gestiones previstas, aún nos sobró tiempo para pasear por las viejas ruas de piedra, que discurren por el casco antiguo jalonadas de soportales y nobles casonas con geranios y preciosas balaustradas de hierro forjado en los balcones.

Pontevedra, esencialmente la misma pero siempre distinta, hervía bulliciosa con el trajín de sus gentes sin alterar, bajo ningún concepto, la tranquila actividad diaria de una ciudad de provincias.

Cuando regresamos al pazo, justo a la hora de comer, el marqués ya estaba impaciente por el retraso, temiendo que la debilidad lo rematase dadas sus escasas fuerzas. Pero sin duda la situación no era para tanto, puesto que ni desfalleció ni perdió comba de las explicaciones que le dimos respecto a los asuntos de su interés. Y por la tarde, sentí unas ganas tremendas de acercarme hasta el río de mis andanzas de antaño. Y allá me fui a sentarme en su orilla viendo mi imagen en las aguas quietas, como el espejo que simula el río en un belén, para que el presumido cielo pueda verse mejor en ellas. Me prendí de mi reflejo largo tiempo. Y al mirar a mi alrededor me di cuenta que estaba en el mismo lugar donde conocí a Antón.

Era como si el tiempo quisiese dar marcha atrás. Y hasta tuve el presentimiento que de cualquier matorral saldría otra vez aquel muchacho desnudo, masturbándose y mirándome con el mismo descaro de entonces. Pero si algo no tiene el tiempo es marcha atrás. Y cuanto más pasa más prisa se toma en hacerlo. Nos acostamos creyendo tener toda una vida por delante, y al levantarnos ya somos unos ancianos como mi abuelo. Esto es un poco exagerado, lo sé. Pero por muy jóvenes que seamos no vale creer que nos queda mucho tiempo aún para hacer cualquier cosa. Todo tiene su momento y si se pasa pierdes la ocasión de hacerlo. Y mala suerte, porque ni siquiera te queda el consuelo de que otra vez será.

Desanduve despacio el camino hacia casa pensando en Paco y Gonzalo y ansiando estar otra vez con ellos. ¡Cómo me hubiera gustado tenerlos conmigo en ese momento!. Me puso caliente sólo pensarlo y entre unas matas, al borde del camino, me la casqué sin más contemplaciones. ¡Hostias!. Qué llevaba casi dos días a palo seco y uno no es de piedra. Y, además, aún estoy en la plenitud de mi vida sexual. ¡A ver si ahora vamos a salir todos puritanos!. ¡Pues no faltaba más!. La masturbación es muy sana. E incluso yo diría que vale más una buena paja en solitario que un miserable polvo mal acompañado.
Si en el camino desahogué mi necesidad física de sexo, al llegar al pazo tuve que calmar mi alma y llamé primero a Gonzalo. Lo pesqué acabado de llegar a su casa después de jugar un partido y su voz me derritió el oído.

"¿Gonzalo?"
"Hola"
"¿Cómo lo llevas?"
"Bien, pero algo cansado"
"¿Fue duro el partido?"
"Sí... Y hubo caña a tope"
"¿Te machacaron mucho?"
"Bastante"
"Pues que no te estropeen que eres mío"
"No hay peligro... Esos no me estropean"
"Eso espero"
"Me dejas tú peor"
"¿Yo?"
"Sí.... Tú."
"¡No sé como!"
"Hazte una idea"
"Dame pistas"
"Aún tengo el culo irritado desde el otro día"
"¿Y cómo crees que lo tengo yo?..... ¡Escocido!"
"¿Mucho?"
"Lo suficiente para no olvidar lo que me has metido"
"Pues yo tampoco olvido lo que me diste"
"¿Te duele?"
"No.... Pero me acuerdo de tu nabo cada vez que me siento"
"Y yo recuerdo el tuyo incluso de pie.... ¡Que me lo pusiste fino!"
"¡Joder!... ¡Pues no te cuento como quedó el mío!"
"Lo siento"
"De eso nada... Y en cuanto llegues a Madrid ya sabes lo que tienes que hacerme otra vez.... Follarme hasta rompérmelo"
"¡Joder, chaval!... Como sigas así poco falta para que me la muerda"
"¡Exagerao!.... Es grande pero no tanto"
"Más o menos como la tuya"
"No sé... Pero a mi me basta con lo que tienes"
"Y a mí ni te cuento... ¡Lo tuyo me llena sin dejar hueco, cabrón!"
"Ahora soy yo quien se la va a morder de un momento a otro... Y además estoy en pantalón de deporte. Así que puedes imaginarte el espectáculo si se le ocurre a mi madre abrir la puerta"
"Estoy a cien Gonzalo.... En cuanto llegue a Madrid te llamo... Y vete preparando porque te parto en dos"
"Llámame a la hora que sea.... Me da igual... En cuanto llegues a casa llama. ¿Vale?"
"Vale"
"Tengo que dejarte"
"Bueno"
"Un beso fuerte"
"Otro"
"Vuelve pronto. Tengo unas ganas locas de verte"
"Y yo de verte a ti mi niño"
"Me gusta eso de tu niño"
"¿Si?"
"Sí"
"Bien... Besos mi amor"
"Eso me gusta mucho más"
"Estás un poco mimoso"
"Estoy ansioso porque me folles vivo otra vez"
"¡Gonzalo!... ¡Calla joder!... Vas a conseguir que me mate a pajas esta noche"
"¡No!.. ¡Resérvate para mi culito!"
"¡Serás cabrito!... Y tú resérvate para el mío"
"Pierde cuidado... Ya sabes que tengo para dar y tomar"
"¡Desde luego!"
"Besos mi amor"
"Besos y hasta pronto"

Me había puesto otra vez salido como una mona, pero no era el momento más idóneo para ir a mi habitación o meterme en el baño a hacerme otro pajote. Respiré hondo tres veces y fijé la mirada en un retrato de una tía de mi abuelo, más fea que un pifio, con la sana intención de que semejante esperpento enfriase el furor de mis testículos. Mas tarde pensé llamar a Paco, pero desistí, dado que seguramente no hubiese podido soportar otro recalentón en tan poco tiempo sin machacármela contra la pared.

El regreso a Madrid estaba planeado para el domingo después del mediodía, pero cambiamos de idea y salimos a primera hora de la mañana porque decidimos pasar por Fontboi y teníamos que desviarnos de la carretera general.

Hacía ya una buena temporada que no iba al solar de mis blasones y me hizo ilusión la idea de volver allí. La verdad es que el lugar está perdido en el culo del mundo, pero el paraje es de una gran belleza. Y el altivo caserón, mucho más grande y hermoso que el de mi abuelo Humberto, está rodeado de un extenso parque en el que cohabitan árboles centenarios de un sin fin de variedades botánicas, que le proporcionan una confortable intimidad al ocultarlo de miradas extrañas. La casa, con su único torreón y adornada en todas sus fachadas con escudos familiares, se enseñorea de su entorno vanidosa de su pasada gloria. Por supuesto, también guardo en la memoria hazañas eróticas vividas en esta finca. Y sobre todas una fenomenal orgía que nos montamos hace cuatro años, Cris y yo juntos, para celebrar nuestros cumpleaños (que más o menos caen en la misma fecha), a la que asistieron más de cincuenta tíos. Todos gay, naturalmente. Quién tuvo la idea fue el golfo de Críspulo (osea Cris), pero a mí me faltó tiempo para secundarla. Como era de esperar, al único que le pareció algo descabellado fue a Enrique, pero, sin embargo, también se apuntó con un medio noviete que tenía entonces.

La fiesta fue un escándalo, pero el viaje desde Madrid no lo fue menos. En total formamos una caravana de cinco coches, todos ocupados por la cuadrilla de amiguetes, que por lo extravagante y sofisticada hubiera sido la envidia del mismísimo Fellini en su "Julieta de los espíritus", con la Gabor incluida. Pasamos en Fontboi el fin de semana e invitamos a gente de toda Galicia y Portugal. ¡Fue increíble como lo pasamos!. Y no hablemos de la jodienda, porque terminamos follando hasta debajo de los muebles. ¡Hubo de todo!. Dúos, tríos, cuartetos.... Hasta mogollón indiscriminado. No faltó de nada. Aquello parecía "el jardín de las delicias" del Bosco.

Por fortuna tanto los caseros como el resto de los que trabajan en la propiedad viven lo suficientemente lejos del pazo como para no enterarse de la movida que liamos. Pero lo más estrambótico o protagonizó el inefable Cris. En pleno cachondeo, uno de los portugueses se cansó en balde en buscar a su novio, también portugués, y por más que preguntaba, nadie lo había visto en ninguna parte. ¡Ni que estuviéramos en el triángulo de las Bermudas!. Se lo había comido la tierra. No había medio de dar con el chico. Pero mira por donde desde hacía un buen rato tampoco había visto nadie a Cris, y a mí aquello me escamó. Pero como la cosa no iba conmigo pasé olímpicamente del asunto. Total que, después de varios escarceos, me subí a la torre a un monísimo coruñés para enseñarle la panorámica desde las alturas. Y en plena cópula, apoyado el chico con los codos en el alféizar de la ventana, las patas bien abiertas y el culo en pompa ensartado en mi verga, me dijo entre gemidos y suspiros:

"¡Ay!.... Mira allí.... En el tejado...... ¡Ay!.... Son dos.... follando... ¡Ay!.. ¡Sigue!... No te pares.... ¡Ay!... ¡Sigue!..  ¡Joder como se lo están follando!... ¡Sigue!"
"¡Joder!". Exclamé.
"¡Sigue!... ¡Sigue!". Me pedía mi coruñés.
"¡Será cabrón!.... ¡Se lo está ventilando el muy jodido!"
"Sí... Pero sigue... Métemela toda... ¡Clávamela!"
"¡Abre el culo!"
"¡Sí!... ¡Así!.... ¡Así!....¡Ah!.....¡Ah!"

Y claro que había dos follando sobre el tejado. ¿Y quién iba a ser?. Cris. ¿Qué otro habría tenido semejante ocurrencia?. El muy cochino se tabicaba al portuguesito extraviado, que, el muy puta, abrazadito a una chimenea le ponía los cornalones a su novio, mientras el espabilado de Cris le desatascaba en profundidad el conducto anal. Lo malo fue que en una de esas envestidas de sus grandes folladas el enculado perdió pie y casi se matan. ¡Menudo follón se organizó!. Resbalaron por la tejas hasta el borde de la techumbre y gracias que se engancharon al alero para no descalabrarse. Cuando conseguimos bajarlos, el novio cornudo puso como un pingo a su casquivano amante y quiso pegarse con Cris. Pero éste, haciendo gala una vez más de su extraordinaria habilidad en estos casos, no sólo consiguió calmar los ánimos del engañado sino que también se lo jodió en el jardín, bajo una acacia, repitiendo luego con el otro infiel, quedando tan amigos los tres. A la pareja les dejó el culo a gusto, y quedaron convencidos de que les había hecho un favor follándose a los dos. ¡Espléndido!. De regreso a Madrid nos descojonábamos de risa rememorando la escena. Tengo que reconocer que no existen dos como él. Es mucho peor de lo que fui yo en mis mejores tiempos. Su máxima vital es: "culo veo, culo quiero". Y su primordial objetivo: "a follar que son tres días". ¡Qué tío!. Si no fuese tan encantador cuando quiere y tan buena persona aún sin proponérselo, habría que caparlo. Y aquella noche no fue esa su única aventura, ni tampoco la del coruñés fue la única mía. Al final, ya bien de mañana, nos despachamos a gusto los dos juntos, pasándonos por la piedra a otro portugués precioso a quién le pusimos el culo como un bebedero de patos. ¡Magnífico culo!. Una maravilla de carnosidad, tersura y firmeza. ¡Y tragaba lo que le echasen!. ¡Cuanto hiciese falta!. ¡Qué cumpleaños!. Por mucho que bebimos quedamos secos. ¡Ojalá todos los años fueran tan bien cumplidos!.

Al llegar a Fontboi, los caseros y el resto de los que atienden la finca nos aguardaban al pie de la escalinata ante la puerta principal del pazo. Clara, la mujer de Matías el casero y administrador del predio, tenía todo dispuesto para que almorzásemos allí. Lo que hizo posible que alargásemos algo más la visita al lugar donde tuvo su origen mi familia paterna. Las buenas gentes que cuidan mi propiedad son las únicas que se dirigen a mí llamándome señor barón, y la verdad es que me resulta la mar de raro escucharlo. Siempre estoy a un tris de pedirles que no lo hagan, pero luego lo pienso mejor y llego a la conclusión que podrían pensar que les estoy restando importancia a ellos mismos. Al rededor del pazo sólo hay cuatro casas mal contadas y el prestigio del lugar está en la supuesta noble historia de los Fontboi y del solar de su apellido. Ellos se sienten diferentes del resto de los lugareños puesto que son los de la casa del barón. En fin. Tampoco pasa nada por ello, ni es para tanto la historia. Eso de los títulos ya está obsoleto y poca justificación tienen en los tiempos modernos. Sin embargo, por el momento aún siguen vigentes en nuestra sociedad, e incluso yo diría que de un tiempo a esta parte se han puesto de moda. Que me llamen como les salga del culo si eso les hace felices, porque al fin y al cabo debajo de tales tonterías solamente queda un hombre mondo y lirondo, ni mejor ni peor que cualquier otro.

El resto de la mañana lo aprovechamos en recorrer mis posesiones, constatando con mi madre que mis horados administradores se desvelaban por todo aquello más de lo que yo mismo pudiera hacerlo. La casa estaba impecable y el jardín precioso. Y tanto los campos como todo el parque del pazo estaban igualmente cuidados, limpios y frondosos como en los mejores tiempos de esplendor familiar. Resultaba atractiva la idea de quedarse allí. Y de suyo me atrajo hasta el punto de pensar que el próximo verano me gustaría disfrutar tanta paz en compañía de alguno de mis dos enamorados. O mejor con los dos. ¡Qué lástima que yo no tenga el virtuosismo de Cris para tales cosas!. Insisto en el convencimiento que si él estuviera en mi lugar no le pondrían ni una sola pega. Los tendría comiendo en la mano a su antojo como dos tiernos corderillos. Aunque con él significaría estar a merced del lobo, por supuesto. ¡Y que ni se le ocurra tocarles un pelo porque esta vez lo mato sin remedio!. ¡Hay amigos con los que tenemos que tener un cuidado....!. Y a ti que ni se te pase por la cabeza birlarle alguno de sus marcaditos, porque te arma una que te cagas. Es muy suyo el chavalote y hay que aceptarlo como es. Todos tenemos nuestras rarezas más o menos soportables. Y la virtud de un buen amigo está en aceptarte sin pretender que te reformes demasiado, a pesar de restregarte por la cara tus defectos. Una cosa es hacérselos ver para que sea consciente de ellos, y otra muy distinta es intentar quitárselos, puesto que posiblemente ahí esté precisamente toda su gracia.

A eso de media tarde, tranquilamente y sin prisa alguna, partimos de regreso a la villa y corte de Madrid con el corazón anhelante (por mi parte claro) por volver a saber de mis dos jóvenes amantes.

Me pasé la primera parte del viaje con la oreja pegada al respaldo del sillón, durmiendo como un bendito, hasta que nos detuvimos a restaurar ligeramente nuestras biologías, y entrada la media noche llegamos a casa.
























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